—¿Y quién va a seguirte? —interrogó inmediatamente Majiid, dándose la vuelta airado para mirar a su otro viejo enemigo.
—¡Ahora lo veremos! ¡Al ataque! —voceó Zeid y, estirando la mano, arrancó su
bairaq
de las manos de su portaestandartes y la ondeó bien alta en el aire—. ¡Yo, jeque de los aranes, os digo: «Al ataque»!
—¡Al ataque! ¡Al ataque! —corearon los aranes haciendo eco a su jeque.
Por desgracia, sus ojos no estaban puestos en la ciudad sino en los akares.
—¡Y yo también digo «al ataque»! —gritó Sayah, inclinándose sobre el caballo de su padre y sonriéndole burlonamente a Khardan a la cara—. ¡Pero parece que nuestro profeta es un cobarde!
—¿Cobarde?
Khardan se abalanzó sobre el joven como una furia.
«¡Espera! ¡Reflexiona!, —dijo una voz interior—. Considera a qué estás renunciando».
Deteniéndose un momento, el profeta reflexionó. Levantó los ojos al azul y dorado cielo.
—¡Gracias,
hazrat
Akhran! —dijo en voz baja y reverente—. ¡Al ataque! —gritó Khardan y, doblando el puño, el profeta del dios Errante se volvió en su silla y dirigió un derechazo hacia la mandíbula de Sayah.
Sayah se agachó. Jaafar no lo hizo. El golpe hizo caer al suegro de Khardan de su caballo y lo envió patas arriba al suelo.
—¿Te has vuelto loco? —se oyó una voz aguda por encima de la multitud, y Zohra arremetió al galope en medio de ésta, con su caballo encabritándose y lanzándose con ímpetu hacia adelante—. ¿Qué hay de Kich? ¿Qué hay de convertirte en emperador? ¿Y qué significa eso de golpear a mi pa…?
—¡Quítate de en medio, hermana! —gritó Sayah.
—¡Oh, cállate!
Girándose sobre su montura, Zohra lanzó un sañudo manotazo a su hermano que, de haber acertado, le habría dejado los oídos zumbando para el resto del año. Pero falló, y la inercia de su propia embestida envió a la profetisa de Akhran fuera de su silla y la hizo aterrizar pesadamente sobre su padre justo en el momento en que el aturdido y gimiente Jaafar estaba poniéndose dificultosamente en pie. Ambos rodaron por el suelo.
—¡Perro!
Sayah se arrojó sobre Khardan y, agarrados el uno al otro, sus manos se fueron hacia sus respectivas gargantas.
Majiid, con un furioso chillido, lanzó un tajo con su espada contra Sayah, pero éste fue a dar a Zeid. La espada abrió una ancha raja en el fajín que rodeaba la redonda barriga del jeque.
—¡Mi mejor fajín de seda! ¡Me costó diez
tumans
de plata! —bramó Zeid.
Agarrando su estandarte con las dos manos como si fuera un bastón, dio un amplio barrido en arco con él y, tras derribar a dos de sus propios hombres, lo estrelló de lleno contra las costillas de Majiid.
—¿Sabes, Raja, amigo mío? —dijo Fedj dándole al gigantesco djinn un violento empujón que lo envió volando a través de los cielos, hasta hacerlo cruzar la frontera de Ravenchai—. Siempre he pensado que tu cuerpo es demasiado grande para un espíritu tan pequeño como el tuyo.
—¡Y a mí, Fedj, hermano mío, siempre me ha parecido que tu fea nariz es un insulto para los inmortales de dondequiera que sean! —rugió Raja y, reapareciendo con un estallido sobre la escena, agarró con ambas manos dicha parte de la anatomía de Fedj y comenzó a retorcérsela.
—¡Y yo —gritó Sond, saltando brusca e inesperadamente sobre el satisfecho Usti— digo que tú, con esa cara de torta, no eres más que un montón de boñiga de oveja!
—¡No podría estar más de acuerdo contigo! —contestó Usti y desapareció con un fogonazo.
Las colinas circundantes de Kich estallaron en confusión. Los akares saltaron sobre los hranas. Los hranas arremetieron contra los aranes. Los aranes se abalanzaron sobre los akares. Restos de las tres tribus nómadas se agruparon para volverse contra los indignados refugiados de Bas.
Abriéndose camino entre golpes de puño y ondeos de sable, entre caballos y camellos enloquecidos, Mateo se agachó, esquivó, empujó y codeó en busca del revoloteo de seda azul que envolvía a la profetisa de Akhran. Por fin encontró a Zohra, aporreando con vigor con el extremo romo de una lanza partida a un desventurado akar que había derribado, por segunda vez, a un desconcertado Jaafar.
Zohra acababa justo de tumbar a su víctima y miraba a su alrededor, jadeante, en busca de la siguiente cuando Mateo apareció ante ella y la agarró de un brazo que se iba derecho hacia su propia cara.
—¿Qué quieres de mí? ¡Suéltame! —ordenó con furia Zohra, haciendo lo que podía por liberarse.
Pero Mateo la sujetó con fuerza y determinación y Zohra, agotada por el combate para poder desembarazarse de él, no tuvo más remedio que seguirlo, maldiciendo y jurando contra él a cada paso que daba.
Cogiendo a Zohra con una mano, Mateo se abrió camino como pudo a través de la batahola hasta que alcanzaron una figura vestida de negro que estaba lanzando tajos con su espada a otra figura vestida de negro, sin que ninguna de las dos hiciera el menor progreso y dando la impresión de que ambos estaban decididos a pasarse el día y posiblemente la noche combatiendo si era necesario.
—Disculpad —dijo Mateo con educación colocándose entre los dos hombres jadeantes y exhaustos—. Necesito intercambiar una palabras con el profeta —continuó el joven brujo saludando con una inclinación de cabeza a Sayah.
Viendo al
marabout
como a través de una bruma y recordando que aquel hombre no sólo estaba loco sino que era un poderoso mago también, Sayah hizo una respetuosa inclinación y, jadeando, se alejó tambaleándose en busca de otro contrincante.
—Ven conmigo —dijo firmemente Mateo, cogiendo a Khardan del brazo.
El joven brujo condujo al súbitamente dócil profeta y la súbitamente calmada profetisa colina abajo, de vuelta por donde habían venido, tan lejos de la lucha como pudo. Allí, en la quietud de la viña donde las tribus se habían escondido tan sólo hacía unas semanas sin otra expectativa que la muerte, Mateo se volvió y se situó de cara a las dos personas que amaba.
Ninguna de las dos tenía buen aspecto. El velo de Zohra le había sido arrancado, probablemente por su propia mano, y arrojado a los vientos. Su negro cabello, brillante como las alas de un cuervo, estaba enredado y desmelenado y le caía por delante de la cara. Su mejor
chador
de seda había quedado hecho jirones y su rostro aparecía manchado de sangre y tierra.
La herida de Khardan se había vuelto a abrir y un corro de color carmesí teñía sus ropas. Los numerosos rasguños y cortes que le cubrían brazos y pecho indicaban que no había encontrado en Sayah el fácil rival que una vez había visto en el pastor de ovejas. Llevaba una mejilla amoratada y un ojo hinchado y cerrado, pero mantenía el otro, vigilante y amenazador, fijo en su mujer.
Zohra, a su vez, le lanzaba feroces miradas a través de su cortina de pelo. Mateo casi podía oír las acidas acusaciones que se elevaban hasta los labios de Zohra, como podía ver a Khardan preparándose para atrapar los dardos venenosos y devolvérselos.
—Tengo un regalo para vosotros dos —anunció Mateo con tanta calma como si se estuviese reuniendo con ellos en el día de su boda.
Metiendo la mano entre los pliegues de sus negros hábitos de brujo, Mateo sacó algo y lo sostuvo escondido en su mano.
—¿Qué es? —preguntó Zohra con aire malhumorado.
Mateo abrió la palma de su mano.
—Una flor muerta —dijo Khardan con desdén y, sin embargo, con una sombra de desilusión.
Sin darse cuenta de ello —tal vez por accidente, ya que se estaba literalmente balanceando de cansancio—, se aproximó un paso hacia su esposa.
—Una flor muerta —repitió Zohra.
Su voz tenía un toque de tristeza y, seguramente por accidente también, dio un paso hacia su esposo.
—No, no está muerta —repuso sonriendo Mateo—. Mirad, vive todavía.
Khardan, califa de los akares, y Zohra, princesa de los hranas, se inclinaron hacia adelante para contemplar la flor que descansaba sobre la palma del brujo. Inadvertidamente, sin duda por accidente, las manos de marido y mujer se tocaron.
Los arrugados pétalos de la flor se volvieron más lisos y brillantes, y su feo color marrón se oscureció e intensificó hasta convertirse en un majestuoso púrpura, mientras el capullo central, sin desplegar, revelaba un corazón del rojo más vivo.
—¡La Rosa del Profeta! —exclamó Khardan maravillado.
—La encontré creciendo en el Tel la mañana en que partimos para la batalla —dijo Mateo en voz baja—. La arranqué y la traje conmigo, y ahora —añadió tomando una profunda bocanada de aire y mirando primero a un rostro amado y luego al otro— os la doy a vosotros y también os doy el uno al otro.
Mateo les tendió la Rosa.
Marido y mujer extendieron a la vez su mano para cogerla, vacilaron y la dejaron caer. Ninguno de los dos se agachó a cogerla; únicamente tenían ojos el uno para el otro.
Khardan estrechó a su esposa en sus brazos.
—¡No podría vivir entre paredes!
—¡Ni yo! —exclamó Zohra arrojando sus brazos en torno a su esposo.
—Una tienda es mejor, esposa —dijo Khardan inhalando profundamente la fragancia de jazmín—. Una tienda respira con el viento.
—No, esposo —respondió Zohra—. La yurta, tal como mi gente la construye, es una vivienda mucho más cómoda y un lugar mucho más adecuado para criar hijos…
—¡He dicho… una tienda, esposa!
—¡Y yo, esposo, digo que…!
La discusión terminó, al menos de momento, cuando sus labios se encontraron. Abrazándose el uno al otro con frenesí, volvieron la espalda a la gloriosa reyerta que bullía incontrolada sobre la ladera de la colina. Con los brazos mutuamente cogidos en torno al cuerpo del otro, reanudada la discusión, se alejaron hasta adentrarse en el viñedo y perderse de vista entre el follaje de las cepas, cuyos entrelazados tallos parecían ofrecerse a enseñar las maneras del amor. Las discrepantes voces fueron suavizándose hasta convertirse en murmurantes suspiros y, al fin, dejaron de oírse por completo.
Mateo los vio marchar a los dos con un dolor en el corazón que era a la vez alegría y dulce tristeza. Agachándose, recogió la Rosa del Profeta que, olvidada, había caído al suelo.
Al tocarla, sintió el suave y cálido roce de una lágrima cayendo en su mano y supo, aunque no habría sabido decir cómo, que había caído de los ojos de un ángel.
agal:
la cuerda utilizada para afirmar la prenda de cabeza en su sitio.
aksakal:
barba blanca, anciano del poblado.
amir:
rey.
andak:
¡alto!, ¡detente!
ariq:
canal.
arwat: posada.
aseur:
después de la puesta de sol.
baigha:
juego salvaje jugado a caballo en el que la «pelota» es un cadáver de oveja.
bairaq:
una bandera o estandarte tribal.
bali:
¡sí!
bassurab:
pequeña tienda que cubre el asiento del camello sobre el que viajan las mujeres.
batir:
ladrón, particularmente de caballos o ganado. (Un erudito sugiere que este término podría ser una corrupción de la palabra turca «bahadur», que significa «héroe»).
berkuks:
bolitas de arroz endulzado.
bilhana:
¡te deseo alegría!
bilshifa:
¡te deseo salud!
burnus:
atavío semejante a una capa con una caperuza.
califa:
príncipe.
caftán:
larga túnica con mangas, normalmente hecha de seda.
chador:
hábitos femeninos.
chirak:
lámpara.
cuscas:
cordero relleno con almendras y pasas y asado entero.
delhan:
monstruo que come la carne de los marineros naufragados.
dhough:
barco.
divan:
la cámara de consejo de un jefe de estado.
djinn:
seres que habitan en el mundo intermedio entre los humanos y los dioses.
djinniyeh:
djinn hembras.
djemel:
camello de carga.
dohar:
media tarde.
dutar:
guitarra de dos cuerdas.
efendi:
título de categoría.
'efreet:
espíritu poderoso.
emshi belesema:
saludo de despedida.
eucha:
hora de cenar.
eulam:
posmeridiano.
fantasía:
exhibición de artes hípicas y guerreras.
fatta:
plato de huevos y zanahorias.
fedjeur:
antes del amanecer.
feisha:
amuleto o talismán.
ghaddar:
monstruo que seduce a los hombres y los tortura hasta la muerte.
ghul:
monstruo que se alimenta de carne humana. Los ghuls pueden tomar cualquier forma humana, pero se pueden reconocer siempre por sus huellas, que son las de unas pezuñas de burro.
girba:
pellejo de agua; normalmente se llevan cuatro en cada camello de una caravana.
goum:
jinete de caballería ligera.
haik:
combinación de prenda de cabeza y embozo llevada en el desierto.
harén:
«lo prohibido», las mujeres y concubinas de un hombre o las habitaciones destinadas a ellas.
hauz:
estanque artificial.
hazrat:
sagrado.
henna:
arbusto espinoso y el tinte rojizo que se saca de él.
hurí:
mujer hermosa y seductora.
imán:
sacerdote.
jeque:
(sheykh): jefe de una tribu o clan.
jihad:
guerra santa.
kafir:
infiel.
Kasbah:
fortaleza o castillo.
khurjin:
alforjas de caballo.
kohl:
preparado de hollín empleado por las mujeres para sombrearse los ojos.
madrasah:
lugar sagrado de aprendizaje.
makhol:
¡está bien! (exclamación).
mamelucos
(mamaluks): originalmente esclavos blancos; esclavos que son adiestrados como guerreros.
meddah:
narrador de cuentos.
mehara:
camello rápido de alta crianza.
mehari:
plural de mehara.