El Periquillo Sarniento (62 page)

Read El Periquillo Sarniento Online

Authors: José Joaquín Fernández de Lizardi

Tags: #clásico, humor, aventuras

BOOK: El Periquillo Sarniento
5.49Mb size Format: txt, pdf, ePub

El señor cura llenó un vasito y se lo dio al
gobernador diciéndole: toma, hijo, a la salud del señor
subdelegado; quien mandó que en la pieza inmediata se diese de
comer al señor gobernador y a la república.

Tomó éste su vasito de vino, se repitió el
brindis y algazara en la mesa, aumentando el alboroto el desagradable
ruido del tambor y chirimías, que ya nos quebraba las cabezas,
hasta que quiso Dios que llamaran a comer a aquella familia.

Luego que se retiraron los indios, comenzaron todos a celebrar
el
suñeto
que andaba de mano en mano; pero con
disimulo, porque no lo advirtieran los interesados.

Con este motivo fue rodando la conversación de discurso en
discurso, hasta tocarse sobre el origen de la poesía, asunto
que una señorita nada lerda pidió a un vicario, que
tenía fama de poeta, que lo explicara, y éste sin
hacerse del rogar dijo: señorita, lo que yo sé en el
particular es que la poesía es antiquísima en el
mundo. Algunos fijan su origen en Adán, añadiendo que
Jubal
hijo de Lamech fue el padre de los poetas, fundando su
opinión en un texto de la Escritura que dice que
Jubal fue
el padre de los que cantaban con el órgano y la
cítara
, porque los antiguos bien conocieron que eran
hermanas la música y la poesía; y tanto que hubo quien
escribiera que Osiris, rey de Egipto, era tan aficionado a la
música que llevaba en su ejército muchas cantoras, entre
las que sobresalieron nueve, a quienes los griegos llamaron
musas
por antonomasia.

Lo cierto es que por la historia más antigua del mundo, que
es la de Moisés, sabemos que los hebreos poseyeron este arte
divino antes que ninguna nación. Después del diluvio
renació entre los egipcios, caldeos y griegos. De éstos,
los últimos la cultivaron con mucho empeño, y fue
propagándose por todas las naciones según su genio,
clima o aplicación. De manera que no tenemos noticia que haya
habido en el mundo ninguna, por bárbara que haya sido, que no
haya tenido no sólo conocimiento del arte poética, sino
a veces poetas excelentes. En tiempo del paganismo de esta
América, conocieron los indios este arte sublime y el de la
música; tenían sus danzas o mitotes en las que cantaban
sus poemas a sus dioses, y aun hubo entre ellos tan elegantes poetas
que uno sentenciado a muerte compuso la víspera del sacrificio
un poema tan tierno y tan patético que cantado por él
mismo fue bastante a enternecer al juez que lo escuchaba y a obligarlo
a revocar la sentencia, que vale tanto como decir que era tan buen
poeta que con sus versos se redimió de la muerte y se
prolongó la vida. Este caso nos lo refiere el caballero
Boturini en su
Idea de la historia de las Indias
.

Es cierto que, aunque no hasta el punto de enternecer a un tirano,
lo que es mucho, pero es cosa muy antigua y sabida lo que influye la
poesía en el corazón humano, y más
acompañada de la música. Por eso, para
confirmación de esta verdad, se cuenta en la fábula que
Orfeo venció y amansó leones, tigres y otras fieras, y
que Anfión reedificó los muros de Tebas, ambos con el
canto, la cítara y la lira, para significar que era tan
soberano el poder de la música y la poesía que ellas
solas bastaron para reducir a la vida civil hombres salvajes, feroces
y casi brutos.

A fe que no hará otro tanto, dijo el subdelegado, el autor
de nuestro
suñeto
, aunque se acompañara para
cantarlo con la dulce música del tambor o
chirimía. Riose la facetada del subdelegado, y
éste, queriendo oírme disparar por ver enojado al cura,
me dijo: ¿qué dice usted, señor doctor, de estas
cosas?

Yo quería quedar bien y dar mi voto en todo, aun en lo que
no entendía, habiéndoseme olvidado las lecciones que el
otro buen vicario me dio en la hacienda; pero no sabía palabra
de cuanto se acababa de hablar. Sin embargo, venció mi vanidad
a mi propio conocimiento, y con mi acostumbrado orgullo y
pedantería dije: no hay duda en que se ha hablado muy bien;
pero la poesía es más antigua de lo que el señor
Vicario ha dicho, pues a lo más que la ha hecho subir es hasta
Adán, y yo creo que antes que hubiera Adán ya
había poetas.

Escandalizáronse todos con este desatino, y más que
todos el cura, que me dijo: ¿cómo podía haber poetas sin
haber hombres? Sí señor, le respondí muy sereno,
pues antes que hubiera hombres hubo ángeles, y éstos
luego que fueron criados entonaron himnos de alabanzas al Criador, y
claro está que si cantaron fue en verso, porque en prosa no es
común cantar; y si cantaron versos, ellos los compusieron, y si
los compusieron los sabían componer, y si los sabían
componer eran poetas. Conque vean ustedes si la poesía es
más antigua que Adán.

El cura, al oír esto, no más meneó la cabeza y
no me replicó una palabra; de los demás, unos se
sonrieron y otros admiraron mi argumento, y más cuando el
subdelegado prosiguió diciendo: no hay duda, no hay duda; el
doctorcito nos ha convencido y nos ha enseñado un retazo de
erudición admirable y jamás oído. ¡Vean ustedes
cuánto se han calentado la cabeza los anticuarios por indagar
el origen de la poesía, fijándolo unos en Jubal, otros
en Débora, otros en Moisés, otros en los Caldeos, otros
en los Egipcios, en los Griegos otros, y todos permaneciendo tenaces
en sus sistemas sin poder convenirse en una cosa, y el doctor don
Pedro nos ha sacado de esta confusa Babilonia tirando la barra cien
varas más allá de los mejores anticuarios e
historiadores, y ensalzándola sobre las nubes, pues la hace
ascender hasta los ángeles! Vaya, señores,
brindemos esta vez a la salud de nuestro doctorcito. Diciendo esto,
tomó la copa y todos hicieron lo mismo, repitiendo a su
imitación: viva el médico erudito.

Ya se deja entender que en este brindis no faltó el palmoteo
ni el acostumbrado repique de los vasos, platos y tenedores. Mas
¿quién creerá, hijos míos, que fuera yo tan necio
y tan bárbaro que no advirtiera que toda aquella bulla no era
sino el eco adulador de la irónica mofa del subdelegado? Pues
así fue. Yo bebí mi copa de vino muy
satisfecho… ¿qué digo?, muy hueco, pensando que aquello era
no una solemne burla de mi ignorancia, sino un elogio digno de mi
mérito.

¿Y que pensáis, hijos míos, que sólo vuestro
padre, en una edad que aún frisaba con la de muchacho, se
pagaba de su opinión tan caprichosamente? ¿Creéis que
sólo yo y sólo entonces perdonaba la mofa de los sabios
suponiéndola alabanza a merced de la propia ignorancia y
fanatismo? Pues no, pedazos míos, en todos tiempos y en todas
edades ha habido hombres tan necios y presumidos como yo, que pagados
de sí mismos han pensado que sólo ellos saben, que
sólo ellos aciertan, y que los arcanos de la sabiduría
solamente a ellos se les descubren. ¡Ay! No sé si cuando
leáis mi vida con reflexión se habrá acabado esta
plaga de tontos en el mundo, pero, si por desgracia durare, os
advierto que observéis con cuidado estas lecciones:
hombre
caprichoso, ni sabio ni bueno; hombre dócil, pronto a ser bueno
y a ser sabio; hombre hablador y vano, nunca sabio; hombre callado y
humilde que sujete su opinión a la de los que saben más,
es bueno de positivo, esto es, es hombre de buen corazón, y
está con bella disposición para ser sabio algún
día
. Cuidado con mis digresiones, que quizá son las
que más os importan.

El subdelegado, viendo mi serenidad, prosiguió diciendo:
doctorcito, según la opinión de usted y la del padre
vicario, la poesía es una ciencia o arte divino; pues habiendo
sido infusa a los ángeles o a los hombres, porque los primeros
ni los segundos no tuvieron de quién imitarla, claro es
que sólo el Autor de lo criado pudo infundirla; y en este caso,
díganos usted, ¿por qué en unas naciones son más
comunes los poetas que en otras, siendo todas hijas de Adán?
Porque no hay remedio, entre los italianos si no abundan los mejores
poetas, a lo menos abundan los más fáciles, como son los
improvisadores, gente prontísima que versifica de repente y
acaso multitud de versos.

Vime atacado con esta pregunta, pues yo no sabía disolver la
dificultad, y así huyéndole el cuerpo respondí:
señor subdelegado, no entro en el argumento porque la verdad no
creo que haya habido, ni pueda haber semejantes poetas repentinos o
improvisadores como usted les llama. Por tanto sería menester
convencerme de su realidad para que entráramos en disputa,
pues
prius est esse quam taliter esse
, primero es que exista
la cosa, y después que exista de este o del otro modo.

Pues en que ha habido poetas improvisadores, especialmente en
Italia, no cabe duda, dijo el cura, y aun yo me admiro cómo una
cosa tan sabida pudo haberse escondido a la erudición del
señor doctor. Esta facilidad de versificar de repente es bien
antigua. Ovidio la confiesa de sí mismo, pues llega a decir que
cualquier cosa que hablaba la decía en verso, esto al mismo
tiempo que procuraba no
hacerlos
[147]
. Yo he leído lo
que dice Paulo Jovio del poeta Camilo Cuerno, célebre
improvisador que disfrutó por esta habilidad bastantes
satisfacciones con el Papa León X. Este poeta estaba en pie
junto a una ventana diciendo versos repentinos mientras comía
el Pontífice, y era tanto lo que éste se agradaba de la
prontitud de su vena, que él mismo le alargaba los platos de
que comía, haciéndole beber de su mismo vino,
sólo con la condición de que había de decir dos
versos lo menos sobre cada asunto que se le propusiera. De un
niño que apenas sabía escribir nos refiere el padre
Calasanz en su
Discernimiento de ingenios
, que trovaba
cualquier pie que le daban de repente, y a veces con tal agudeza que
pasmaba a los adultos sabios.

De estos ejemplares de poetas improvisadores pudieran citarse
varios; pero ¿para qué nos hemos de cansar cuando todo el mundo
sabe que en este mismo reino floreció uno a quien se
conoció por el
negrito poeta
, y de quien los viejos
nos refieren prontitudes admirables?

Cuéntenos usted, señor cura, dijo una niña,
algunos versos del negrito poeta. Se le atribuyen muchos, dijo el
cura, en todo tiene lugar la ficción; pero por darle a usted
gusto referiré dos o tres de los que sé que son
ciertamente suyos, según me ha confiado un viejo de
México. Oigan ustedes.

Entró una vez nuestro negro en una botica donde estaba un
boticario o médico hablando con un cura acerca de los cabellos,
y a tiempo que entró el negro le decía:
los cabellos
penden de
… El cura, que conocía al poeta, por excitar
su habilidad le dijo: negrito, tienes un peso como troves esto que
acaba de decir el señor, a saber:
los cabellos penden
de
. El negrito con su acostumbrada prontitud dijo:

Ya ese peso lo gané
Si mi saber no se esconde:
Quítese usted, no sea que
Una viga caiga, y donde
Los cabellos penden, dé
.

Esto fue muy público en México. Se le
dio el mismo pie para que lo trovara a la madre Sor Juana Inés
de la Cruz, religiosa jerónima, célebre ingenio, y
poetisa famosa en su tiempo, que mereció el epíteto de
la décima Musa de Apolo; pero la dicha religiosa no pudo
trovarlo y se disculpó muy bien en unas redondillas, y
elogió la facilidad de nuestro poeta
[148]
.

En otra ocasión, pasando cerca de él un escribano con
un alguacil, se le cayó al primero un papel; lo alzó el
segundo, y le preguntó el escribano ¿qué era? El
alguacil respondió que un testimonio, y el negro prontamente
dijo:

¿No son artes del demonio
Levantar cosa tan vil?
¿Pero cuándo un alguacil
No levanta un testimonio?

Otra ocasión entró a una casa donde
estaba sobre una mesa una imagen de la Concepción… Vayan
ustedes teniendo cuidado qué cosas tan disímbolas
había. Una imagen de la Concepción, un cuadro de la
Santísima Trinidad, otro de Moisés mirando arder la
zarza, unos zapatos y unas cucharas de plata. Pues señores, el
dueño de la casa, dudando de la facilidad del negro, le dijo
que como todas aquellas cosas las acomodara en una estrofa de
cuatro pies le daría las cucharas. No fue menester más
para que el negro dijera:

Moisés para ver a Dios
Se quitó las antiparras;
Virgen de la Concepción,
Que me den estas cucharas.

Ningún concepto ni agudeza se advierte en
este verso, pero la facilidad de acomodar en él tantas cosas
inconexas entre sí y con algún sentido no es indigna de
alabanza.

Por último, la hora de la muerte sabemos que no es hora de
chanzas; pues en la de nuestro poeta manifestó éste lo
genial que le era hacer versos, porque estando auxiliándolo un
religioso agustino, le dijo:

Ahora sí tengo por cierto
Que la muerte viene al trote,
Pues siempre va el
zopilote
En pos del caballo muerto.

Hemos de advertir que este pobre negro era un
vulgarísimo sin gota de estudios ni erudición. He
oído asegurar que ni leer sabía. Conque si en medio de
las tinieblas de tanta ignorancia prorrumpía en semejantes y
prontas agudezas en verso, ¿qué hubiera hecho si hubiera
logrado la instrucción de los sabios, como, por ejemplo, la del
señor doctor que está presente?

Buena sea la vida de usted, señor cura, le
respondí. En esto se acabó la comida y se levantaron los
manteles quedándonos todos platicando sobre mesa, sin dar
gracias a Dios porque ya en aquella época comenzaba a no
usarse; pero el subdelegado, a quien se le quemaban las habas por
vernos enredar a mí y al cura en la cuestión de
medicina, me dijo: ciertamente que yo deseaba oír hablar a
usted y al señor cura sobre la facultad médica; porque,
la verdad, nuestro párroco es opuestísimo a los
médicos.

No debe serlo, dije yo medio alterado, porque el señor cura
debe saber que Dios dice: que él crió la medicina de la
tierra, y que el varón prudente no debe
aborrecerla.
Dominus creavit de terra medicinam, et vir prudens
non aborrebit eam
. Dice también que se honre al
médico por la necesidad.
Honora medicum propter
necesitatem
. Dice… Basta, dijo el cura, no nos amontone usted
textos que yo entiendo. Catorce versículos trae el
capítulo 38 del Eclesiástico en favor de los
médicos; pero el décimo quinto dice que
el que
delinquiere en la presencia del Dios que lo crió, caerá
en las manos del médico
. Esta maldición no hace
mucho honor a los médicos, o a lo menos a los médicos
malos.

Other books

The Sea Around Us by Rachel Carson
Time and Again by Jack Finney, Paul Hecht
Betrayals of the Heart by Ohnoutka, Melissa
It Must Have Been Love by LaBaye, Krissie
Militia by Russell, Justin D.
Becoming Madame Mao by Anchee Min
Skin on My Skin by John Burks
Invincible by Denning, Troy
Oath of Office by Michael Palmer