Read El Periquillo Sarniento Online
Authors: José Joaquín Fernández de Lizardi
Tags: #clásico, humor, aventuras
A todos sus amigos agradaron estas producciones del
difunto por su propiedad y sencillez. El padre Pelayo tomó un
carbón del incensario y en la blanca pared del campo santo
escribió,
currente calamo
, o de improviso, el
siguiente
Soneto
Yace aquí Periquillo, que en su vida
Fue malo la mitad, y la otra bueno;
Cuando de la virtud estuvo ajeno
hasta llegó a intentar el ser suicida.
Tocole Dios, la gracia halló acogida
En su pecho sensible, y lo hizo ameno
Vergel de la virtud. Él murió lleno
De caridad bien pura y encendida.
¡Cuántos imitadores, oh querido,
Tienes en la maldad! Pero no tantos
Enmendados hasta hoy te habrán seguido.
Vamos tras del error y sus encantos
De mil en mil, y al hombre arrepentido
¿Lo imitan muchos? No, sólo unos cuantos.
Con razón o sin ella alabamos todos el
soneto del padre Pelayo, unos por cumplimiento y otros por afecto o
inclinación al poeta.
A imitación de éste escribió su amigo Anselmo
la siguiente
Décima
[197]
Ante este cadáver yerto
Me avergüenzo de mi trato.
Fui con él amigo ingrato,
Y le debo aun cuando muerto
Mis alivios. Bien advierto
Que fue mi mejor amigo.
De su virtud fui testigo,
Y creo Dios lo perdonó,
Pues en mí favoreció
Y perdonó a su enemigo.
Como tenemos todos un poco de copleros a lo menos,
fuimos escribiendo en la humildísima pared los versuchos que se
nos venían a la imaginación y a la mano. Leída la
décima anterior, tomó el carbón su amigo don
Jacobo, y escribió esta
Octava
A este cadáver que una losa fría
Cubre de polvo, yo debí mi suerte.
Encontreme con él un feliz día,
Me libró del oprobio y de la muerte.
Dicen que malo fue, no lo sabía;
Su virtud sólo supe, y ella advierte
Que el que del vicio supo retirarse
Es digno de sentirse y de llorarse.
Don Tadeo le quitó el carbón a Jacobo
y escribió la siguiente
Quintilla
Yace aquí mi buen amigo
Que me calumnió imprudente.
Fui de su virtud testigo,
Él me socorrió clemente,
Y hoy su memoria bendigo.
Se le rodaban las lágrimas al maestro Andrés al leer
los elogios de su amo, y el padre Pelayo, conociendo cuanto
debía de amarlo, por ver lo que producía le dio el
carbón y, por más que el pobre se excusaba de
recibirlo, nos rodeamos de él instándole a que
escribiera alguna cosita. Ello nos costó trabajo persuadirlo,
pero por fin, hostigado con nuestras súplicas, cogió el
tosco pincel y escribió esta
Décima
Me enseñó a rasurar perros
Este mi amo, a sacar muelas
A las malditas agüelas,
Y cuatrocientos mil yerros.
Pero no tendrá cencerros
De escrúpulos el
mortorio
,
Porque también es notorio
Que me enseñó buenas cosas,
Y tendrá palmas gloriosas
Al salir del purgatorio.
Celebramos como era justo la décima del buen
Andrés, y seguí yo a escribir mi copla; pero antes de
comenzar me dijo el padre clérigo: usted ha de escribir un
soneto, pero no libre, sino con consonantes que finalicen en
ente
,
ante
,
unto
y
anto
. Eso es
mucho pedir, padre capellán, le dije, sobre que me conozco
chamboncísimo
para esto de versos, ¿cómo
quiere usted que haga un soneto? Y luego con consonantes forzados. Sin
tantas fuerzas es la composición del soneto el castigo que
Apolo envió a los poetas, según dijo Boileau, conque
¿qué será con los requisitos que usted pide? A
más de que los acrósticos, laberintos, pies forzados,
equívocos, retruécanos y semejantes chismes ya
prescribieron, y con mil razones, y sólo han quedado para
ejemplares de la barbaridad y jerigonza de los pasados siglos.
Todo eso está muy bien y es como usted lo dice, me
contestó el padrecito, pero, como va usted a escribir esto
entre amigos, en un campo santo, y no para lucir en ninguna academia,
está usted autorizado para hacer lo que pueda y darnos
gusto. Algo hemos de hacer mientras que se acaba de colocar la
piedra del sepulcro.
Pareciome impolítica porfiar, y así contra mi
voluntad tomé el carbón y escribí este
endemoniado
Soneto
Por más que fuere el hombre delincuente,
Por más que esté de la virtud distante,
Por más malo que sea y extravagante,
Desesperar no debe neciamente.
Si se convierte verdaderamente,
Si a Dios quiere seguir con fe constante,
Si su virtud no es falsa y vacilante,
Dios lo perdonará seguramente.
Según esto es feliz nuestro difunto,
Pues, si en su mocedad delinquió tanto,
Después fue de virtudes un conjunto.
Es verdad que pecó, mas con su llanto
Sus errores lavó de todo punto.
Fue pecador en vida y murió santo.
Alabaron mi verso como los demás, ya se ve,
¿qué cosa hay, por mala que sea, que no tenga
algún admirador? Con decir que alabaron el verso de
Andrés y la siguiente coplilla que le hicieron escribir al
indio fiscal de San Agustín de las Cuevas, que para asistir al
entierro de su amigo se vino a México luego que supo su muerte,
se dijo todo.
La dicha copla, después de muchos comentos que sobre ella
hicimos a causa de que estaba ininteligible por su maldita letra,
sacamos en limpio que decía:
Con esta y no digo más:
Aquí murió señor don Pegros,
Que nos hizo mil favores,
So mercé no olvidaremos.
Ya no hubo quien quisiera escribir nada
después que oyeron alabar la copla del indio, y así nos
entretuvimos en copiar los versos con la ayuda de un lápiz que
por fortuna se encontró en la bolsa don Tadeo.
Jamás esperaba yo que semejantes mamarrachos tuvieran la
aceptación que lograron. De unas en otras se aumentaron tanto
las copias que en el día pasan seguramente de trescientas las
que hay en México y fuera de
él
[198]
.
Acabaron de poner la piedra y, habiendo el padre Pelayo, y otros
sacerdotes que fueron convidados, dicho los últimos responsos
sobre el sepulcro, tomamos los coches y pasamos a dar el pésame
y a cumplimentar a la señora viuda.
Todos los nueve días estuvo la casa mortuoria llena de los
íntimos amigos del difunto, y entre éstos fueron muchos
pobres decentes y abatidos, a quienes socorría en silencio.
Ignorábamos hasta entonces que diera tantas limosnas y tan
bien distribuidas. En su testamento dejó un legado de dos mil
pesos para que yo los repartiera a estos pobres según me
pareciera y conforme a las sólitas que para el caso me daba en
el comunicado respectivo, en el que constaban en una lista los
nombres, casas, familias y estados de los dichos.
Cumplí este encargo con la exactitud que todos los suyos;
continué visitando a la señora y sirviéndole en
lo que he podido, advirtiendo siempre y aun admirando el juicio, la
conducta, la economía y el arreglo con que se maneja en su
casa; y así ha educado a sus hijos con tino tan feliz, que
ellos seguramente honrarán la memoria de su padre y
serán el consuelo de la madre.
Pasado algún tiempo, y ya más serena la
señora, le pedí los cuadernos que escribió mi
amigo, para corregirlos y anotarlos conforme lo dejó
encargado en su comunicado respectivo.
La señora me los dio y no me costó poco trabajo
coordinarlos y corregirlos, según estaban de revueltos y mal
escritos; pero por fin hice lo que pude, se los llevé y le
pedí su permiso para darlos a la prensa.
No lo permita Dios, decía la señora muy
escandalizada, ¿cómo había yo de permitir que salieran a
la plaza las gracias de mi marido, ni que los maldicientes se
entretuvieran a su costa, despedazando sus respetables huesos?
Nada de eso ha de haber, le contesté, gracias son en efecto
las del difunto, pero gracias dignas de leerse y publicarse. Gracias
son, pero de las muy raras, edificantes y divertidas. ¿Le parece a
usted poca gracia ni muy común que en estos días haya
quien conozca, confiese y deteste sus errores con tanta humildad y
sencillez como mi compadre? No, señora, esto es muy admirable,
y me atrevo a decir que inimitable. Hoy el que hace más se
contenta con conocer sus defectos, pero en esto de confesarlos no se
piensa; y aun son muy raros estos conocimientos, lo común es
cegarnos nuestro amor propio y obstinarnos en solapar nuestros vicios,
ocultarlos con hipocresía y tal vez pretender que pasen por
virtudes.
Es verdad que don Pedro escribió sus cuadernos con el
designio de que sólo sus hijos los leyeran; pero por fortuna
éstos son los que menos necesitan su lectura, porque, sobre los
buenos y sólidos fundamentos que puso mi compadre para levantar
el edificio de su educación política y cristiana, tienen
una madre capaz de acabar de formarles bien el espíritu, de lo
que ciertamente no se descuidará.
En México, señora, y en todo el mundo hay una
porción de Periquillos, a quienes puede ser más
útil esta leyenda por la doctrina y la moral que encierra.
Mi compadre manifiesta sus crímenes sin rebozo, pero no
lisonjeándose de ellos, sino reprendiéndose por haberlos
cometido. Pinta el delito, pero siempre acompañado del
castigo, para que produzca el escarmiento como fruto.
Del mismo modo refiere las buenas acciones, alabándolas para
excitar a la imitación de las virtudes. Cuando refiere las que
él hizo, lo hace sobre la marcha y sin afectar humildad ni
soberbia.
Escribió su vida en un estilo ni rastrero ni hinchado, huye
de hacer del sabio, usa un estilo casero y familiar, que es el que
usamos todos comúnmente, y con el que nos entendemos y damos a
entender con más facilidad.
Con este estudio no omite muchas veces valerse de los dicharachos y
refranes del vulgo, porque su fin fue escribir para todos. Asimismo
suele usar de la chanza, tal cual vez, para no hacer su obra demasiado
seria, y por esta razón fastidiosa.
Bien conocía su esposo de usted el carácter de los
hombres; sabía que lo serio les cansa, y que un libro de esta
clase, por bueno que sea, en tratando sobre asuntos morales, tiene por
lo regular pocos lectores, cuando, por el contrario, le sobran a un
escrito por el estilo del suyo.
Un libro de éstos lo manosea con gusto el niño
travieso, el joven disipado, la señorita modista y aun el
pícaro y tuno descarado. Cuando estos individuos lo leen, lo
menos en que piensan es sacar fruto de su lectura. Lo abren por
curiosidad y lo leen con gusto, creyendo que sólo van a
divertirse con los dichos y cuentecillos, y que éste fue el
único objeto que se propuso su autor al escribirlo; pero,
cuando menos piensan, ya han bebido una porción de
máximas morales, que jamás hubieran leído
escritas en un estilo serio y sentencioso. Estos libros son como las
píldoras, que se doran por encima para que se haga más
pasadera la triaca saludable que contienen.
Como ninguno cree que tales libros hablan con él
determinadamente, lee con gusto lo picante de la sátira y aun
le acomoda originales que conoce, y en los que el autor no
pensó; pero, después que vuelve en sí del
éxtasis delicioso de la diversión y reflexiona con
seriedad que él es uno de los comprendidos en aquella
crítica, lejos de incomodarse, procura tener presente la
lección y se aprovecha de ella alguna vez.
Los libros morales es cierto que enseñan, pero sólo
por los oídos, y por eso se olvidan sus lecciones
fácilmente. Éstos instruyen por los oídos y por
los ojos. Pintan al hombre como él es, y pintan los estragos
del vicio y los premios de la virtud en acaecimientos que todos los
días suceden. Cuando leemos estos hechos nos parece que los
estamos mirando, los retenemos en la memoria, los contamos a los
amigos, citamos a los sujetos cuando se ofrece, nos acordamos de
éste o del otro individuo de la historia luego que vemos a otro
que se parece, y de consiguiente nos podemos aprovechar de la
instrucción que nos ministró la anécdota. Conque
vea usted, señora, si será justo dejar sepultado en el
olvido el trabajo de su esposo cuando puede ser útil de
algún modo.
Yo no elogio la obra por su estilo ni por su método. Digo lo
que puede ser, no lo que es en efecto. Mucho menos digo esto por
adular a usted. Sé que su esposo era hombre y, siéndolo,
nada podía hacer con entera perfección. Esto
sería un milagro.
La obrita tendrá muchos defectos, pero éstos no
quitarán el mérito que en sí tienen las
máximas morales que incluye, porque la verdad es verdad,
dígala quien la diga, y dígala en el estilo que
quisiere, y mucho menos se podrán tildar las rectas intenciones
de su esposo, que fueron sacar triaca del veneno de sus
extravíos, siendo útil de algún modo a sus hijos
y a cuantos leyeran su vida, manifestándoles los daños
que se deben esperar del vicio, y la paz interior y aun felicidad
temporal que es consiguiente a la virtud.
Pues, si a usted le parece, me dijo la señora, que puede ser
útil esta obrita, publíquela y haga con ella lo que
quiera.
Satisfechos mis deseos con esta licencia, traté de darla a
luz sin perder tiempo. ¡Ojalá el éxito corresponda a las
laudables intenciones del autor.
FIN
De las voces provinciales de origen mexicano usadas
en esta obra, a más de las anotadas en sus respectivos
lugares
A
Acocote:
de
Acocotli
, guaje o calabazo
prolongado de que usan los indios para extraer el aguamiel de los
magueyes ya raspados.
Ahuizote:
de
Ahuizotl
, cierto animalejo
de agua como perrillo. Animal de mal agüero.
Véase la
nota de la página 59 del tomo 1.º
.
Amilpa:
Véase
Milpa
.
Atole:
Bebida y alimento regional muy sano y de
fácil digestión, resultado de varias operaciones que se
hacen con el maíz, de cuya pepita interior es una
legítima horchata.
Axcan:
adverbio
. Ahora. Así, eso
es, así es.