El Periquillo Sarniento (112 page)

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Authors: José Joaquín Fernández de Lizardi

Tags: #clásico, humor, aventuras

BOOK: El Periquillo Sarniento
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»Procurad, sí, manejaros en la presente con juicio y honor
en cualquiera que sea el estado que abrazareis. Tú, Margarita,
si pasares a segundas nupcias, lo que no te impido, trata de conocer
el carácter de tu esposo antes de que sea tu marido, pues
hay muchos Periquillos en el mundo, aunque no todos conocen y detestan
sus vicios como yo. Una vez conocido por hombre de bien y de virtud, y
con la aprobación de mis amigos, únete con él
enhorabuena, pero procura siempre captarle la voluntad
alabándole sus virtudes y disimulándole sus
defectos. Jamás te opongas a su gusto con altanería, y
mucho menos en las cosas que te mandare justas; no disipes en modas,
paseos ni extravagancias lo que te dejo para que vivas; no tomes por
modelo de tu conducta a las mujeres vanas, soberbias y locas, imita a
las prudentes y virtuosas. Aunque mis hijos ya son grandes, si
tuvieres otros, no prefieras en cariño a ninguno;
trátalos a todos igualmente, pues todos son tus hijos, y de
este modo enseñarás a tu marido a portarse bien con los
míos; los harás a todos hermanos y evitarás las
envidias que suscita en estos casos la preferencia; sé
económica, y no desperdicies en bureos lo que te dejo ni lo que
tu marido adquiera; sábete que no es tan fácil ganar mil
pesos como decir tuve mil pesos, pero decir tuve en medio de la
miseria es sobre manera doloroso; últimamente, hija mía,
haz por no olvidar las máximas que te he inspirado; huye la
maldita pasión de los celos, que lejos de ser útil es
perniciosa a las infelices mujeres, y la total y última causa
de su ruina; aunque tu marido por desgracia tenga un extravío,
disimúlaselo, y entonces hazle más cariño y
más aprecio, que yo te aseguro que él conocerá
que tu mérito se aventaja al de las prostitutas que adora, y al
fin se reducirá, te pedirá perdón y te
amará con doble extremo.

»A vosotros, hijos de mi corazón, ¿qué puedo deciros?
Que seáis humildes, atentos, afables, benéficos,
corteses, honrados, veraces, sencillos, juiciosos y enteramente
hombres de bien. Os dejo escrita mi vida para que veáis
dónde se estrella por lo común la juventud incauta, para
que sepáis dónde están los precipicios para
huirlos y para que, conociendo cuál es la virtud y
cuántos los dulces frutos que promete, la profeséis y la
sigáis desde vuestros primeros años.

»Por tanto, amad y honrad a Dios y observad sus preceptos, procurad
ser útiles a vuestros semejantes, obedeced a los gobiernos sean
cuales fueren, vivid subordinados a las potestades que os mandan en su
nombre, no hagáis a nadie daño, y el bien que
podáis no os detengáis a hacerlo. Guardaos de tener
muchos amigos. Este consejo os lo recomiendo con especialidad, ved que
os hablo con experiencia. Un hombre solo, por malo que sea, si anda
solo y sin amigos, él sólo sabe sus crímenes, a
nadie escandaliza en lo particular, y ninguno es testigo de ellos;
cuando, por el contrario, el truchimán y el pícaro lleno
de amigos tiene muchos a quienes dar mal ejemplo, y muchos que
testifiquen sus infamias.

»Fuera de que, como veréis en mi vida, hay muchos amigos,
pero pocas amistades. Amigos sobran en el tiempo favorable, pero pocos
o ninguno en el adverso. Tened cuidado con los amigos y
experimentadlos. Cuando hallareis uno desinteresado, verdadero y a
todas luces hombre de bien, amadlo y conservadlo eternamente; pero,
cuando en el amigo advirtiereis interés, doblez o mala
conducta, reprochadlo y jamás os fiéis de su
amistad.

»Por último, observad los consejos que mi padre me
escribió en su última hora cuando yo estaba en el
noviciado, y os quedan escritos en el capítulo XII del tomo 1.º
de mi historia. Si cumplís exactamente, yo os aseguro que
seréis más felices que vuestro padre».

Pasados éstos y otros coloquios semejantes, abrazó
don Pedro a sus hijos y a su mujer, dio muchos besos y se
despidió de ellos, haciéndome llorar amargamente, porque
los extremos de la señora y los niños desmintieron toda
la filosofía del razonamiento preventivo. Los llantos, las
lágrimas y los extremos fueron lo mismo que si el enfermo no
hubiera hablado una palabra.

Por fin quedó el paciente solo y me dijo: ya es tiempo de
desprenderme del mundo y de pensar solamente en que he ofendido a Dios
y que deseo ofrecerle los dolores y ansias que padezco en sacrificio
por mis iniquidades. Haz que venga mi confesor el padre Pelayo. Como
este eclesiástico era buen amigo, no faltaba del lado de los
suyos a la hora de la tribulación. Apenas se desnudó la
muceta, cuando volvió a casa a consolar a su hijo
espiritual. Antes que yo saliera de la recámara entró
él, y preguntó a don Pedro ¿cómo se
sentía? Voy por la posta, dijo el enfermo, ya es tiempo de que
no te separes de mi cabecera, te lo ruego encarecidamente; no porque
tengo miedo de los diablos, visiones ni fantasmas que dicen que se
aparecen a esta hora a los moribundos. Sé que el pensar que
todos los que mueren ven estos espectros es una vulgaridad, porque
Dios no necesita valerse de estos títeres aéreos para
castigar ni aterrorizar al pecador. La mala conciencia y los
remordimientos de ella en esta hora son los únicos demonios y
espantajos que mira el alma, confundida con el recuerdo de su mala
vida, su ninguna penitencia y el temor servil de un Dios irritado y
justiciero; lo demás son creederas del vulgo necio.

Para lo que quiero que estés conmigo es para que me impartas
los auxilios necesarios en esta hora, y derrames en mi corazón
el suave bálsamo de tus exhortaciones y consuelos.

No te apartes de mí hasta que expire, no sea que entre
aquí algún devoto o devota que con el
Ramillete
u otro formulario semejante, me empiece a jesusear,
machacándome el alma con su frialdad y sonsonete, y
quebrándome la cabeza con sus gritos desaforados.

No quiero decir que no me digan Jesús, ni Dios permita que
hablara yo tal idioma. Sé muy bien que este dulce nombre es
sobre todo nombre, que a su invocación el cielo se goza, la
tierra se humilla y el infierno tiembla; pero lo que no quiero es que
se me plante a la cabecera algún buen hombre con un
librito de los que te digo, que tal vez empiece a deletrear y, no
pudiendo, tome la ordinaria cantinela de «Jesús te ayude,
Jesús te ampare, Jesús te favorezca», no saliendo de
esto para nada, y que conociendo él mismo su frialdad quiera
inspirarme fervor a fuerza de gritos, como lo he observado en otros
moribundos. Por Dios, amigo, no consientas a mi lado estos que, lejos
de ayudarme a bien morir, me ayudarán a morir más
presto. Tú sabes que en estos momentos lo que importa es mover
al enfermo a contrición y confianza en la divina misericordia,
hacerle que repita en su corazón los actos de fe, esperanza y
caridad, ensancharle el espíritu con la memoria de la bondad
Divina, acordándole que Jesucristo derramó por él
su sangre y es su medianero y, por fin, ejercitándolo en actos
de amor de Dios y avivándole los deseos de ver a su Majestad en
la gloria.

Esto propiamente es ayudar a bien morir, pero no pueden hacerlo
todos, y los que tienen instrucción y gracia para ello no se
valen de aquellos gritos con que los tontos, lejos de auxiliar al
moribundo, lo espantan e incomodan.

También te ruego que no consientas que las señoras
viejas me acaben de despachar, con buena intención,
echándome en la boca y en estado de agonizante caldo de
sustancia ni agua de la palata. Adviérteles que ésta es
una preocupación con que abrevian la vida del enfermo y lo
hacen morir con dobles ansias. Diles que tenemos dos cañones en
la garganta llamados esófago y laringe. Por el uno pasa el aire
al pulmón y por el otro el alimento al estómago; mas es
menester que les adviertas que el cañón por donde pasa
el aire está primero que el otro por donde pasa el alimento. En
el estado de sanidad, cuando tragamos tapamos con una valvulita, que
se llama
glotis
, el cañón del aire y, quedando
cerrado con ella, pasa el alimento por encima al cañón
del estómago como por sobre un puente. Esta operación se
hace apretando la lengua al paladar en el acto de tragar, de modo que
nadie tragará una poca de saliva sin apretar la lengua
para tapar el cañón del aire, y cuando por un descuido
no se hace esta diligencia y se va aunque sea una gota de agua, lo que
llaman irse al galillo, el pulmón, que no consiente más
que el aire, al momento sacude aquel cuerpo extraño, y a veces
con tal violencia que se arroja hasta por las narices dicho cuerpo si
es líquido. Cuando el agua verbigracia que se ha ido al
pulmón pesa más que el aire que hay dentro, se ahoga el
paciente; y, si es muy poca, la arroja éste, como se ha
dicho.

Después que hagas esta explicación a las viejas,
adviérteles que el agonizante ya no tiene fuerza, y acaso ni
conocimiento para apretar la lengua; de consiguiente, cuando le echan
en la boca, se va al pulmón, y si no tose es o porque esta
entrada está dañada, o porque ya no tiene fuerza para
sacudir, con lo que expira el enfermo más breve. Diles todo
esto, y que lo más seguro es humedecerles la boca con unos
algodones mojados, aunque todas estas diligencias son más para
consuelo de los asistentes que para alivio de los enfermos.

En fin, Pelayo, por vida tuya haz que velen mi cadáver dos
días, y no le den sepultura hasta que no estén bien
satisfechos de que estoy verdaderamente muerto, pues no quiero ir a
acabar de morir al campo santo como han ido tantos, especialmente
mujeres parturientas que, no teniendo sino un largo síncope,
han muerto antes de tiempo, y los ha enterrado vivos la
precipitación de los dolientes.

Acabó don Pedro de hablar con el padre confesor estas cosas,
y me dijo: compadre, ya me siento demasiado débil, creo que se
acerca la hora de la partida, haz llamar al vecino don Agapito (que
era un excelente músico) y dile que ya es tiempo de que haga lo
que le he prevenido.

Luego que el músico recibió el recado, salió a
la calle y a poco rato volvió con tres niños y seis
músicos de flauta, violín y clave, y entró con
ellos a la recámara.

Nos sorprendimos todos con esta escena inesperada, y más
cuando, comenzando a agonizar el enfermo, comenzaron
también los niños a entonar con dulces voces, y
acompañados de la música, un himno compuesto para esta
hora por el mismo don Pedro.

Nos enternecimos bastante en medio de la admiración con que
ponderábamos el acierto con que nuestro amigo se hacía
menos amargo aquel funesto paso. El padre Pelayo decía: vean
ustedes, mi amigo sí ha sabido el arte de ayudarse a bien
morir. Con cualquier poco conocimiento que conserve ¿cómo no le
despertarán estas dulces voces y esta armoniosa música
los tiernos afectos que su devoción ha consagrado al Ser
Supremo?

En efecto, se cantó el siguiente

Himno al Ser Supremo
[196]
Eterno Dios, inmenso,
Omnipotente, sabio, justo y santo,
Que proteges benigno
Los seres que han salido de tus manos.
El debido homenaje
A tu alta majestad te rindo grato,
Porque en mis aflicciones
Fuiste mi escudo, mi sostén, mi amparo,
Y cuando sumergido
En el cieno profundo busqué en vano
A quién volver mis ojos
Entumecidos de llorar, e hinchados,
Extendiste en mi ayuda
Tu generosa y compasiva mano,
Que libre del peligro
Al puerto me condujo ileso y salvo.
Tú, señor, desde entonces
Con impulso robusto has guiado
Por el camino recto
Mis vacilantes y extraviados pasos.
Mis vicios me avergüenzan.
Mis delitos detesto; con mi llanto
Haz, mi Dios, que se borren
Los asientos del libro de los cargos.
Y en esta crítica hora
No te acuerdes, Señor, de mis pecados,
A los que me arrastraba
La inexperiencia de mis pocos años.
Recuerda solamente
Que, aunque perverso, pecador, ingrato,
Soy tu hijo, soy tu hechura,
Soy obra en fin de tus divinas manos.
Si te ofendí yo mucho,
Mucho me pesa, y mucho más te amo,
Como a padre ofendido
Que mis crímenes tiene perdonados.
Seguro en tus promesas
Invoco tus piedades,
y en tus manos
Mi espíritu encomiendo
.
Recíbelo, Señor, en tu regazo.

Dos veces se repitió el tierno himno, y en
la segunda, al llegar a aquel verso que dice:
en tus manos mi
espíritu encomiendo
, lo entregó nuestro Pedro en
las manos del Señor, dejándonos llenos de ternura,
devoción y consuelo.

A la noticia de su muerte, acaecida a fines del mismo año de
1813, se extendió el dolor por toda la casa,
manifestándolo en lágrimas no sólo su familia,
sino sus amigos, sus criados y favorecidos que habían ido a ser
testigos de su muerte.

Se veló el cadáver, según dijo, dos
días, no desocupándose en ellos la casa de sus amigos y
beneficiados, que lloraban amargamente la falta de tan buen padre,
amigo y bienhechor. Por fin se trató de darle sepultura.

Capítulo XVI

En el que el
Pensador
refiere el
entierro de Perico y otras cosas que llevan al lector por la mano al
fin de esta ciertísima historia

A los dos días se procedió al
funeral, haciéndole las honras con toda solemnidad, y
concluidas se llevó el cadáver al campo santo, donde se
le dio sepultura por especial encargo que me hizo.

El sepulcro se selló con una losa de tecali, especie de
mármol que compró para el efecto su confesor, haciendo
antes esculpir en ella el epitafio y la décima que el mismo
difunto puso antes de agravarse. Aquél era latino y los
pondré aquí por si agradare a los lectores.

HIC IACET
PETRVS SARMIETO
(VULGO)
PERIQVILLO SARNIENTO
PECCATOR VITA.
NIHIL MORTE.
QVISQVIS ADDES
DEVM ORA
VT
IN ÆTERNVM VALEAT.

Lo que en castellano dice:

AQUÍ YACE
PEDRO SARMIENTO,
COMÚNMENTE CONOCIDO
POR
PERIQUILLO SARNIENTO
EN VIDA
NO FUE MÁS QUE UN PECADOR.
NADA EN SU MUERTE.
PASAJERO,
SEAS QUIEN FUERES,
RUEGA A DIOS LE CONCEDA
EL ETERNO DESCANSO.

Décima
Mira, considera, advierte,
Por si vives descuidado,
Que aquí yace un extraviado
Que al fin logró santa muerte.
No todos tienen tal suerte;
Antes debes advertir
Que, si es lo común morir
Según ha sido la vida,
Para no errar la partida
Lo seguro es bien vivir.

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