Holiday volvió al Marquis y se quedó mirando a Cook.
«Lo he matado —pensó—. Ya no tenía fuerzas para este trabajo.»
Por los guantes de látex que llevaba puestos y la linterna y la palanca en el suelo, Holiday supo que Cook tenía intenciones de entrar en la casa de Reginald Wilson.
En el asiento delantero encontró la grabadora junto al Stetson. Rebobinó y escuchó la grabación. Se le agolparon las emociones al oír al viejo mencionar su nombre y alabarle. Cuando terminó se guardó la cinta en el bolsillo y también los guantes que llevaba Cook. Luego metió en el maletero de su Town Car la grabadora, la palanca y la linterna. Y ya que estaba, pasó algunos objetos del maletero de Cook al suyo, entre otras cosas varias herramientas policiales y un trapo que utilizaría más tarde para limpiar sus huellas en el coche de Cook.
Todo estaba muy tranquilo. No había salido nadie de ninguna casa, no había pasado ningún coche. Holiday se sentó en la cuneta a fumarse un Marlboro. Cuando encendía el segundo apareció el Tahoe de Ramone, que se detuvo detrás del Town Car.
Ramone iba hablando con Regina por el móvil mientras entraba en P.G. County. Cuando terminó de contarle lo de Asa Johnson y los eventos del día, incluida la muerte de Cook, le prometió que no llegaría tarde a casa y le pidió que Diego le esperara levantado si podía. Quería hablar con él antes de que el chico se fuera a dormir.
Por fin apagó el motor y salió del SUV. Holiday se levantó para recibirlo. Se saludaron con un gesto, pero sin palabras. Luego Ramone se acercó al Marquis para examinar a Cook y volvió con Holiday, que estaba apoyado en el Lincoln.
—¿Qué hacía aquí? —preguntó.
—Ésa es la casa de Reginald Wilson.
—El guardia de seguridad.
—Sí.
—¿Y qué hacía, vigilarlo?
—Hacía lo que lleva haciendo los últimos veinte años. Buscando la solución del caso.
—Es mucho tiempo para seguir una corazonada.
—Cook no se equivocaba mucho cuando estaba en Homicidios. Si pudieras hacerle a Wilson una prueba de ADN…
—No hay causa probable.
—Que le den por culo a la causa probable.
—Estaría bien que las cosas funcionaran así.
Holiday encendió otro cigarrillo. Le temblaba la mano.
—¿Has informado de esto? —preguntó Ramone.
—Todavía no.
—¿Y cuándo pensabas llamar?
—Cuando lo saque de esta calle. Me lo voy a llevar a Good Luck Road y aparcaré su coche en un centro comercial. Luego borraré mis huellas y haré una llamada anónima.
—Se está convirtiendo en una costumbre para ti.
—No quiero que lo encuentren aquí.
—¿Por qué no?
—Hace mucho tiempo el
Post
sacó un artículo sobre Cook —explicó Holiday—. Y el titular era algo como: «Los Asesinatos Palíndromos, obsesión del detective jubilado.» En el artículo citaban a Cook diciendo que sospechaba de un tal Reginald Wilson que por aquel entonces había sido encarcelado con otros cargos. Presentaban a Cook como si estuviera medio chiflado. Es posible que a algún periodista se le ocurra repasar el material de la morgue y relacionar a Cook con Wilson y con esta calle. Y el viejo no debería irse así, no se lo merece.
—Puede que no, pero tú estás cometiendo un delito.
—No debería haber dejado que viniera conmigo, así que le debo al menos un poco de dignidad en la muerte.
—El hombre estaba enfermo, Danny. Le había llegado su hora. No parece que sufriera mucho en el momento.
—Murió sin saber.
—Es posible que nunca se sepa qué pasó. Lo más probable es que el caso de los Palíndromos no se resuelva nunca, y tú lo sabes. No siempre ganamos, no siempre hay un final feliz.
—Cook no buscaba la gloria, quería resolver el caso por aquellos niños.
—¿Y cómo se resuelve un asesinato? Dímelo porque de verdad me gustaría saberlo.
—¿De qué me estás hablando?
—¿Acaso si encontramos al asesino les devolveremos la vida a esos niños? ¿Ayudaría a las familias a superarlo? ¿Qué se «resolvería», exactamente? —Ramone movió la cabeza con amargura—. Yo hace ya tiempo que abandoné la idea de que estaba consiguiendo algo. De vez en cuando logro que encierren de por vida a algún hijo de puta, que ya no puede volver a matar. Así es como yo defiendo a los caídos. Pero ¿resolver? Yo no resuelvo una mierda. Voy al trabajo todos los días e intento proteger a mi mujer y a mis hijos de todo lo malo que hay por ahí. Ésa es mi misión. Eso es lo único que puedo hacer.
—No me lo creo.
—Bueno, tú siempre fuiste mejor policía que yo.
—Eso no es verdad. Tú dices que era bueno, y el viejo también lo decía. Pero no es verdad.
—Eso es ya historia.
—No. Esta noche he estado hablando un momento con el agente al que seguía, Grady Dunne. El tío no tenía nada que ver con Asa Johnson o Reginald Wilson, pero estaba sucio. Vamos, que era una auténtica manzana podrida. —Holiday dio una calada y exhaló el humo hacia sus pies—. Así era yo antes de que me largaran. Joder, el hijo de puta hasta se parecía a mí.
—Pobrecillo.
—Hablo en serio. Le miraba y veía en lo que me habría convertido si me hubiera quedado en el cuerpo. En eso me habría convertido. Es innegable que lo mío iba a acabar mal. Hiciste bien al ir a por mí, y yo tuve suerte de poder largarme sin más.
—Las malas hierbas como él acaban eliminándose solas.
—A veces —replicó Holiday—. Y a veces necesitan un empujoncito.
Holiday tiró el cigarrillo a la calle.
—¿Sigues pensando en mover al viejo? —preguntó Ramone.
—Estoy decidido.
—Llámame cuando termines, y te recojo.
Así lo hicieron. Ramone fue a buscarlo y lo devolvió a su Lincoln. Oyeron a lo lejos las sirenas de los coches patrulla, que llegaban antes que la ambulancia, y se dieron la mano.
—Adiós, Doc. Tengo que volver a casa.
Nada más poner el coche en marcha Ramone llamó a Regina a casa.
—¿Gus?
—Ese mismo. ¿Todo bien?
—Diego todavía está levantado. Alana está en su cuarto, hablando con sus muñecas. Te estamos esperando.
—Vuelvo a la nave nodriza. Te quiero.
Ramone entró en su casa de Rittenhouse y guardó la pistola y la placa en su cajón. La planta baja estaba en silencio. Se acercó a la mesita del salón donde tenía los licores y se sirvió un Jameson. Le sentó bien, podía haber terminado toda la botella. De no ser por su familia, se podría haber convertido fácilmente en esa clase de hombre.
Comprobó las cerraduras de las puertas de la casa y subió al piso de arriba.
En el pasillo vio la luz debajo de la puerta de su dormitorio. Entró en la habitación de Alana y se la encontró dormida en la cama, con las Barbies, Kens y Groovy Girls alineadas sobre la manta de espaldas a la pared, en una ordenada fila. Se inclinó para darle un beso en la mejilla y le apartó un mechón de pelo rizado y húmedo de la frente. Luego se la quedó mirando un momento antes de apagarle la luz de la mesilla.
A continuación fue al dormitorio de Diego, llamó a la puerta y entró. Diego estaba sobre las sábanas, escuchando un disco de los Backyard con el volumen bajo. Hojeaba un ejemplar de la revista
Don Diva
, pero no parecía hacerle mucho caso. Tenía los ojos hinchados y parecía que había llorado. Su mundo se había vuelto del revés. Ya se enderezaría, pero jamás sería tan acogedor como antes.
—¿Estás bien?
—Estoy hecho polvo, papá.
—Vamos a hablar un rato. —Ramone acercó una silla a la cama—. Y luego tienes que dormir.
Poco después Ramone cerraba la puerta de Diego y se dirigía a su dormitorio. Regina estaba leyendo en la cama, con la cabeza sobre dos almohadas. Se miraron un largo momento y luego Ramone se desnudó y entró al baño, donde se lavó a conciencia, intentando quitarse el aliento a cerveza y licor. Se metió en la cama en calzoncillos. Regina se volvió hacia él para abrazarlo. Ramone le besó los labios una y otra vez, hasta excitarse y besarla con la boca abierta. Ella le apartó con suavidad.
—¿Qué te crees que estás haciendo? Te estás volviendo muy ansioso. Dos seguidos.
—Bueno, soñar es gratis, ¿no?
—Pues más te vale dormirte antes de empezar a soñar., Ya llevas dos noches volviendo a casa apestando a alcohol.
—Es el colutorio, que lleva un poco.
—Sí, ya, el colutorio ese de Dublín, ¿no?
—Venga ya, Regina.
—Tú y tu nuevo amigote de borracheras, Doc Holiday.
—Doc es un buen tío.
—¿Qué pinta tiene ahora?
—Pues tiene un poco de barriga. La llaman la Curva Holiday.
Volvieron a abrazarse. Regina encajaba perfectamente en él. Era como si fuesen una sola persona, dividida cada día, unida de nuevo a la noche. Ramone no se imaginaba estar separado de ella, ni siquiera en la muerte.
—Hueles a alcohol y tabaco, como cuando empezábamos a salir, cuando aparecías por mi casa después de que cerraran los bares. ¿Cómo se llamaba aquel local que te gustaba tanto, donde iban siempre aquellas chicas blancas tan modernas? ¿El Constipado?
—El Constable. Pero ése no era yo. O por lo menos ahora no me lo parece.
—Y ahora tenemos esto, y todas las dificultades que implica.
—Y lo bueno también.
Regina apagó la lámpara. Los ojos se les fueron acostumbrando poco a poco a la oscuridad. Ramone le acarició el brazo con los dedos.
—¿Qué vamos a hacer con Diego? —preguntó Regina.
—He hablado con él. Puede terminar el curso en su antiguo colegio. Es lo más conveniente. Y el año que viene podemos meterlo en uno de esos institutos católicos para trabajadores. El Carroll, el De-Matha… cualquiera sería bueno para él.
—¿Y cómo lo vamos a pagar?
—Tampoco es una fortuna. Venderé la casa de Silver
Spring. No queda otra. Joder, sólo el terreno ya vale un pico. Nos irá bien.
—¿Le has contado lo de Asa?
—Sí.
—¿Cómo se lo ha tomado?
—Pues se le ha venido el mundo encima. Seguramente ahora estará pensando en todas las veces que llamó nenaza o maricón a su amigo, sin saber lo que el chico estaba pasando.
—¿Te imaginas lo que es ser así en este ambiente? Oír todo el rato que no te quieren, que no hay sitio para ti en este nuevo y compasivo mundo. Con el odio que impera, y los políticos echando gasolina al fuego. No sé qué Biblia leerá esa gente, pero con ésa no me criaron a mí.
—Olvídate de esos gilipollas. ¿Y la gente de la calle, que no sienten el odio y aun así lo extienden? Diego no quería decir nada con esas palabras, pero ahora pensará mucho en lo que sale de su boca. Yo mismo lo he estado pensando.
—Tú y todos tus amigos.
—Es verdad. En la oficina nos pasamos el día con esas chorradas: un vestido te quedaría estupendo, tienes radar para detectar gais, esas cosas.
—Así que ahora vas a cambiar, ¿eh?
—Probablemente no —contestó Ramone—. Soy un tío normal, no mejor que cualquier otro. Pero sí me lo voy a pensar dos veces antes de decir esas gilipolleces. Y espero que Diego haga lo mismo.
—¿De qué más habéis hablado? Te has pasado un buen rato en su cuarto.
—Quería completar el puzle de la muerte de Asa. Estaba ya bastante seguro, pero Diego me lo ha confirmado.
—¿El qué?
—Ya sabes que siempre le he dicho que esté al tanto de cualquier arma de fuego en casa de sus amigos.
—Sí, es tu peor miedo.
—Es que he visto demasiados accidentes ya, Regina. Chicos que encuentran las armas de sus padres y las prueban…
—Vale.
—Diego y sus amigos saben de esas cosas. Leen las revistas de armas porque son chicos y les interesan. Los gemelos Spriggs saben que tengo una Glock y que la guardo bajo llave en casa. Los chicos siempre saben esas cosas.
—Ay, Gus…
—Diego dice que el padre de Asa tenía un revólver en casa. No sabía si era un treinta y ocho, pero estoy seguro de que sí.
—Dios.
—Va a ser la puntilla para ese hombre. Asa se mató con la pistola de su padre.
Regina le abrazó con fuerza. En la oscuridad ninguno de los dos podía dormir.
—¿Vendrás con nosotros a la iglesia el domingo? —preguntó Regina.
Ramone dijo que sí.
Después de la iglesia Ramone se llevó a la familia a comer a un restaurante en la línea District. Era un lugar familiar que había sobrevivido a pesar de la invasión de las cadenas y franquicias en Silver Spring. Diego pidió filete vietnamita, su plato favorito, y Alana bebió limonada fresca y se dedicó a atravesar una y otra vez la cortina de cuentas que daba a los servicios. Les había ido bien asistir a la iglesia, y aquélla era una manera agradable de continuar el día. Además, Ramone estaba posponiendo lo ineludible.
Ya de vuelta en casa, no se cambió el traje. Le dijo a Regina que no tardaría y dejó a Diego, ahora con unos pantalones cortos, unas Nike y una camiseta de diseño Ronald Spriggs, en las pistas de baloncesto de la Tercera, donde le esperaba Shaka. Le pidió que tuviera el móvil encendido y que llamara, a él o a Regina, si iba a algún otro sitio.
Luego se dirigió en el coche a casa de Johnson. Aparcó pero no salió de inmediato. Le había dicho a Bill Wilkins que informaría a Terrance Johnson de lo que habían averiguado, y ahora casi se arrepentía de no haber dejado que fuera Garloo quien se encargara de ello. Iba a decirle a Johnson que su hijo se había suicidado, y además con la pistola de su padre. Y encima tenía que contarle que Asa era gay. No había manera de predecir cómo reaccionaría Terrance. Pero era una tarea ineludible.
Terrance debía de haberse dado cuenta de que le faltaba la pistola, y seguramente sospecharía que se la había llevado Asa. Pero su miedo sería que le hubieran robado el arma y le hubieran disparado con ella. La muerte de su hijo, junto con una extrema sensación de culpa, le había destrozado. Pero ni siquiera así se podía haber imaginado que Asa se había pegado un tiro.
Ramone no había mencionado el arma ante Wilkins ni ninguno de sus compañeros. Si llegaba a aparecer en los papeles, podrían acusar a Terrance Johnson por posesión ilegal de armas. Sólo los agentes de policía, agentes federales y miembros de seguridad especial podían tener pistolas en D.C. Johnson habría comprado la treinta y ocho en el mercado negro o a través de intermediarios en Virginia o Maryland. Legalmente había cometido un delito. Pero Ramone no pensaba denunciarlo. Johnson ya llevaba bastante carga encima. No tenía ningún sentido seguir creando sufrimientos para él, su mujer y la única hija que les quedaba.