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Authors: Clive Cussler,Dirk Cussler

Tags: #Aventuras, #Ciencia Ficción

El complot de la media luna (44 page)

BOOK: El complot de la media luna
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Al entrar en el despacho, O'Quinn admiró la colección de antiguos óleos de veleros y yates de carreras que cubrían las paredes. Siguió a Sandecker hasta su escritorio y se sentó al otro lado.

—¿Echa mucho de menos el mar, señor vicepresidente?

—No hay día en que no preferiría estar navegando en vez de sentado en un despacho. —Sandecker metió la mano en un cajón, sacó un puro de gran tamaño y se lo llevó a la boca—. ¿Está al corriente de los acontecimientos en Turquía? —preguntó sin más rodeos.

—Sí, señor. Es parte de mi cometido regional.

—¿Qué sabe de un chiflado llamado Ozden Celik?

O'Quinn tuvo que pensar un momento.

—Es un empresario turco relacionado con miembros de la familia real saudí. Pensamos que podría estar involucrado en la financiación del Partido de la Felicidad del muftí Battal, fundamentalista. ¿Por qué lo pregunta?

—Al parecer también está metido en otros asuntos. ¿Está enterado de que un buque tanque israelí desapareció hace dos días?

O'Quinn asintió; recordaba que ese incidente se había mencionado en la reunión diaria informativa.

—Esa nave ha sido vista en una pequeña instalación portuaria controlada por Celik a unas pocas millas al norte de los Dardanelos. Tengo información fiable de que el tal Celik se halla detrás del reciente robo de reliquias en Topkapi. —Sandecker deslizó sobre la mesa la foto satélite del buque tanque.

—¿Topkapi? —repitió O'Quinn, que enarcó las cejas como dos puentes levadizos—. Creemos que podría haber un vínculo entre el robo en Topkapi y los recientes ataques a las mezquitas en al-Azhar y la Cúpula de la Roca en Jerusalén.

—El presidente está enterado de esa posibilidad.

O'Quinn estudió la foto.

—Si me lo permite, señor, ¿puedo preguntarle cómo consiguió esta información?

—A través de Dirk Pitt, de la NUMA. Dos de sus científicos fueron asesinados por hombres de Celik y un tercero fue secuestrado y llevado a esas instalaciones. —Sandecker señaló las fotos—. Pitt rescató a su hombre y descubrió un contenedor de explosivos plásticos en un almacén portuario. Para ser exactos, un suministro de HMX del ejército.

—El HMX es el explosivo utilizado en los atentados de las mezquitas —dijo O'Quinn con emoción.

—Sí, lo recuerdo de su informe al presidente.

—Celik debió de actuar en representación del muftí Battal. Para mí está claro que los ataques anónimos a las mezquitas, utilizando nuestros explosivos, pretendían incitar la furia fundamentalista en todo Oriente Próximo, y en particular en Turquía. Es de suponer que su objetivo es cambiar la opinión pública para que voten a Battal y convertirlo en presidente.

—Es un motivo lógico. Por eso el secuestro del buque tanque israelí es motivo de preocupación.

—¿Nos hemos puesto en contacto con el gobierno turco?

—No. —Sandecker sacudió la cabeza—. Al presidente le preocupa que cualquier acción por nuestra parte pueda interpretarse como una intervención estadounidense en el resultado de las elecciones. La verdad es que no sabemos hasta dónde llegan los tentáculos de Battal en el actual gobierno. Las apuestas son muy altas, y la carrera está muy disputada; no podemos arriesgarnos a una reacción que favorezca a su partido en los comicios.

—En cualquier caso, según nuestros analistas, el muftí tiene posibilidades de ganar.

—El presidente lo comprende. Sin embargo, ha ordenado que Estados Unidos se mantenga completamente al margen hasta después de las elecciones.

—Podemos utilizar otros canales —protestó O'Quinn.

—Ya se han considerado como un riesgo excesivo. —Sandecker se quitó el puro de la boca y miró el extremo masticado—. Son órdenes del presidente, O'Quinn, no mías.

—Pero no podemos limitarnos a hacer la vista gorda...

—Por eso le pedí que viniera. Supongo que tiene contactos de inteligencia en el Mossad...

—Sí, por supuesto. —O'Quinn asintió.

Sandecker se inclinó sobre la mesa, y la mirada de sus brillantes ojos azules se clavó en el oficial de inteligencia.

—Entonces le aconsejo que los llame y les diga dónde está el buque tanque desaparecido.

58

Rudi Gunn acabó las reparaciones de los sensores averiados del VAS al anochecer, poco antes de que el
Aegean Explorer
llegase a la cuadrícula de búsqueda, a unas veinte millas al sudeste de Çanakkale. Lanzaron el sumergible autónomo al agua, y la tripulación reanudó su operación de rastreo de veinticuatro horas al día. Cuando a medianoche cambió el turno de guardia, en el puente solo quedaban el segundo oficial y el timonel.

El barco navegaba a baja velocidad rumbo norte; de pronto el timonel echó otro vistazo a la pantalla del radar y se quedó perplejo.

—Señor, acaba de aparecer una nave por la banda de babor, a menos de un cuarto de milla —informó, nervioso—. Juro que no estaba allí hace un minuto.

El segundo oficial miró la pantalla y vio un pequeño punto de luz amarilla que casi convergía con el punto central que correspondía al
Aegean Explorer
.

—¿De dónde demonios ha salido? —exclamó—. Veinte grados a estribor —ordenó deprisa, temeroso de que la nave desconocida llevase un rumbo perpendicular.

El timonel giró el timón, y el oficial se acercó a la ventana de babor para mirar al exterior. La luna y las estrellas quedaban ocultas por las nubes bajas, cubriendo el mar con un manto de oscuridad. El oficial esperaba ver con claridad las luces del otro barco, pero solo vio oscuridad.

—El muy idiota lleva las luces de navegación apagadas —dijo mientras buscaba sin éxito una sombra en el mar—. Intentaré comunicarme por radio.

—No se lo aconsejo —espetó una voz con un ligero acento israelí.

El oficial se volvió, sorprendido, y se encontró con dos hombres vestidos con ropa de camuflaje negra que entraban en el puente por la banda de estribor. El más alto de los dos se adelantó; tenía un rostro anguloso y la barbilla en punta. El intruso se detuvo a unos pasos del oficial y le apuntó al pecho con un subfusil.

—Dígale a su timonel que retome el rumbo —ordenó; la mirada severa de sus ojos oscuros reflejaba su determinación—. No hay ningún peligro para su barco.

El oficial asintió de mala gana hacia el timonel.

—Retome el rumbo original —dijo. Luego se volvió hacia el hombre armado—. ¿Qué están haciendo en nuestro barco?

—Busco a un hombre llamado Pitt. Tráigalo al puente.

—No hay nadie a bordo con ese nombre —mintió el oficial.

El hombre se acercó un paso.

—Entonces me llevaré a mis hombres y hundiré su barco —amenazó en voz baja.

El oficial se preguntó si era un farol. Pero una mirada a sus ojos duros no le dejó ninguna duda de que era una posibilidad. El oficial relevó a regañadientes al timonel y le pidió que fuese a buscar a Pitt. El segundo hombre armado siguió al timonel cuando bajó por la escalerilla trasera.

Unos minutos más tarde, Pitt entró en el puente; en sus ojos somnolientos había furia.

—¿Señor Pitt? Soy el teniente Lazlo, de las fuerzas especiales de la marina israelí.

—Perdone si no le doy la bienvenida a bordo, teniente —dijo Pitt en un tono seco.

—Le pido disculpas por la intrusión, pero necesitamos su ayuda en una misión delicada. Sé que fuentes de su gobierno al más alto nivel han aprobado su cooperación.

—Comprendo. En ese caso, ¿a qué viene toda esta pantomima nocturna?

—Estamos operando en aguas turcas sin autorización. Es esencial que no nos descubran.

—De acuerdo, teniente, baje las armas y explíqueme de que va todo esto.

El hombre bajó el arma de mala gana e indicó a su compañero que hiciese lo mismo.

—Nos han ordenado que rescatemos a la tripulación del buque tanque israelí
Dayan
. Se nos ha dicho que usted conoce las instalaciones donde el barco está retenido.

—Sí, en una bahía al norte de los Dardanelos. ¿Continúa allí?

—Los informes de inteligencia de las últimas diez horas lo han confirmado.

—¿Por qué no se utilizan los canales diplomáticos para rescatarlos? —exigió saber Dirk.

—Su gobierno ha informado de que podría haber una vinculación entre los secuestradores y el reciente ataque a la Cúpula de la Roca, en Jerusalén. El informe de un arsenal de explosivos en las instalaciones hace que nuestros especialistas de inteligencia teman otro ataque.

Dirk asintió; sabía que perseguir a Celik a través de los canales oficiales podría traducirse en una peligrosa demora. Era obvio que los turcos no estaban por la labor, y Dirk estaba deseando quitárselo del medio.

—Muy bien, teniente, los ayudaré. —Se volvió para mirar al segundo oficial—. Rogers, por favor informe al capitán que he dejado el barco. Por cierto, teniente, ¿cómo subió a bordo?

—Tenemos una pequeña neumática amarrada en la banda de estribor. Nuestra partida será más fácil si su barco reduce la velocidad.

Rogers así lo hizo; luego, desde el ala del puente, observó cómo Pitt y varias sombras pasaban por encima de la borda y desaparecían silenciosamente en la noche. Unos minutos más tarde el timonel le pidió que se acercara a la pantalla del radar.

—Ha desaparecido —dijo el timonel.

Rogers miró la pantalla azul del radar, ya vacía, y asintió. En algún lugar del mar abierto, Dirk había desaparecido de la superficie junto con el misterioso
navío
. Deseó con todas sus fuerzas que fuera solo una desaparición momentánea.

59

El
Tekumah
se apresuró a volver a las profundidades. El submarino, de la clase DolPhin, construido en los astilleros HD¥ en Kiel, Alemania, era uno de tantos de los submarinos de la marina israelí. Con motores diésel y de tamaño relativamente pequeño, disponía de los más sofisticados equipos electrónicos y de un armamento que lo convertía en un formidable enemigo bajo el agua.

La neumática apenas había tocado el casco del submarino cuando varios tripulantes ayudaron a Pitt y a los dos hombres armados a subir a cubierta y los instaron a meterse rápidamente por la escotilla mientras ellos guardaban la neumática en un compartimiento estanco. Pitt no había acabado de sentarse a la mesa, en el pequeño comedor de oficiales, cuando sonó la orden de inmersión.

Lazlo dejó las armas, llevó un par de cafés a la mesa y se sentó en frente de Pitt. Buscó en una carpeta y sacó una foto de satélite de las instalaciones portuarias de Celik, idéntica a la que Pitt había recibido de Yeager.

—Entraremos con dos equipos pequeños —explicó el israelí—. Uno se ocupará del buque tanque y el otro de las instalaciones portuarias. ¿Qué puede decirme de los edificios?

—Antes asegúreme que los acompañaré —contestó Pitt.

—No tengo autorización para eso.

—Escuche, teniente —dijo Pitt, que lo miró con frialdad—.

No vine con usted para dar un paseo en submarino. Los hombres de Celik mataron a dos de mis científicos y secuestraron a un tercero. Su hermana secuestró a mi esposa a punta de pistola. Dentro de las instalaciones hay explosivos suficientes para comenzar la Tercera Guerra Mundial. Comprendo que quiera rescatar a los tripulantes del
Dayan
, pero aquí hay muchas otras cosas en juego.

Lazlo permaneció en silencio. Pitt no era el hombre que esperaba encontrar a bordo del barco de investigación. Lejos de ser un intelectual tímido, Pitt iba a por todas.

—Muy bien —asintió Lazlo en voz baja.

Pitt cogió la foto y le explicó con detalle la distribución de los dos almacenes y el edificio de piedra de la administración.

—¿Qué puede decirme de la seguridad? —preguntó Lazlo.

—Funciona como una instalación portuaria, pero nosotros nos topamos con personal armado. Sospecho que la mayoría son miembros de la guardia personal de Celik, pero probablemente haya unos cuantos asignados al lugar. Imagino que encontraremos un grupo de seguridad pequeño pero fuertemente armado. Teniente, ¿sus hombres están entrenados en demoliciones?

Lazlo sonrió.

—Pertenecemos al Shayetet 13. Las demoliciones son una parte importante de nuestro entrenamiento.

Pitt había oído hablar de la unidad de fuerzas especiales israelíes; eran el equivalente de los SEAL de la marina estadounidense. Los llamaban «Murciélagos» porque el emblema que lucían en el uniforme eran unas alas de murciélago.

—Mi gobierno está muy preocupado por un contenedor de explosivos plásticos HMX que encontramos en el almacén. —Pitt señaló la foto.

Lazlo asintió.

—Nuestras órdenes se limitan al rescate, pero eliminar esos explosivos sería algo de mutuo interés. Si aún están allí, nos ocuparemos de ellos —prometió.

Un hombre con uniforme de oficial entró en el comedor y los miró muy serio.

—Lazlo, llegaremos a la zona de desembarco en cuarenta minutos.

—Gracias, capitán. Le presento a Dirk Pitt, del barco de investigación estadounidense.

—Bienvenido a bordo, señor Pitt —dijo el capitán con frialdad. Volvió de inmediato su atención a Lazlo—. Disponen de dos horas de oscuridad para completar su misión. Se lo advierto, no quiero estar en la superficie cuando amanezca.

—Capitán, le haré una promesa —afirmó Lazlo con tranquila arrogancia—. Si no estamos de vuelta en noventa minutos, podrá marcharse sin nosotros.

60

Lazlo no se equivocaba en cuanto a la duración de la misión, pero sí en lo que esperaba encontrar.

El
Tekumah
salió a la superficie a dos millas al noroeste de la bahía y desembarcó a su comando por segunda vez aquella noche. Vestido con prendas de color negro, Pitt se unió a los ocho hombres del equipo de rescate, embarcaron en un par de lanchas neumáticas y se alejaron del submarino a gran velocidad. Se detuvieron antes de entrar en la bahía, apagaron los motores fueraborda y reanudaron la navegación con los motores eléctricos.

Cuando entraron en la bahía, Dirk miró decepcionado el muelle.

—Ya no está —susurró a Lazlo.

El israelí maldijo en voz baja en cuanto vio que Dirk tenía razón. El buque tanque se había ido, pero además todo el muelle estaba desierto. No había luces en los edificios; parecían deshabitados.

—Equipo Alfa, cambie el punto de desembarco para unirse al reconocimiento en tierra —comunicó a la otra lancha—. El objetivo asignado es el almacén este.

Quedaba la posibilidad de que la tripulación del buque tanque estuviese prisionera en tierra, pero sabía que era una esperanza vana. Sabía por años de experiencia que el éxito de cualquier operación encubierta siempre dependía de la calidad de la información. En esta ocasión, la información parecía haber fracasado.

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