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Authors: Clive Cussler,Dirk Cussler

Tags: #Aventuras, #Ciencia Ficción

El complot de la media luna (42 page)

BOOK: El complot de la media luna
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—Es usted un hombre muy inteligente, señor Gutzman. Pero ¿cómo controlará a Bannister?

—Póngase en contacto con Zakkar. Dígale que tengo una sencilla tarea de vigilancia para él, y que le pagaré muy bien.

—Afirmó que, a poder ser, no quería pisar Israel durante varios meses.

—Siente la presión, ¿no? —dijo Gutzman con una risita—. No importa. Dile que no se preocupe, el trabajo no será en Israel. Es en Chipre donde tendrá que ganarse la paga.

55

Hammet torció el gesto ante el resplandor de los tubos fluorescentes que recibieron sus primeros esfuerzos por abrir los ojos. Esa molestia no era nada en comparación con el tremendo dolor que notaba en la nuca. Se obligó a abrir los ojos de nuevo y luchó por identificar el lugar donde se hallaba. La primera respuesta fue: tumbado boca arriba mirando las luces del techo.

—Capitán, ¿cómo se siente? —preguntó la voz del primer oficial del
Dayan
.

—Como si me hubiese arrollado una locomotora. —Hammet levantó la cabeza para mirar alrededor.

A medida que su visión se aclaraba, vio que estaba tumbado en una mesa del comedor del barco, y una pila de servilletas de lino le servía de almohada. Los miembros de la tripulación le rodeaban; había miedo y preocupación en sus rostros. De pronto, le avergonzó estar en esa posición, así que se irguió apoyándose en los codos y se bajó de la mesa. El primer oficial le ayudó a sentarse en una silla. Sintió una oleada de náuseas, miró al oficial y le dio las gracias con un gesto.

Se dio cuenta entonces de que el primer oficial llevaba un vendaje ensangrentado alrededor de la cabeza y que estaba mucho más pálido de lo normal.

—Temí que hubiera muerto —dijo Hammet.

—He perdido un poco de sangre, pero me las apañaré. Usted sí que nos tenía preocupados... Ha dormido toda la noche.

El capitán del buque tanque miró hacia un ojo de buey cercano por el que entraban los primeros rayos de sol de la mañana. De pronto se percató de que el motor del barco no estaba en marcha y que la nave estaba amarrada. Un par de metros más allá del mamparo, le sorprendió ver a dos hombres vestidos de negro sentados cada uno a un lado de la puerta. Llevaban un fusil automático y lo vigilaban con una mirada amenazadora.

—¿Cómo subieron a bordo? —preguntó Hammet en voz baja.

—No estoy seguro —contestó el primer oficial—. Debieron de venir en una embarcación pequeña desde el carguero. Un grupo de hombres armados irrumpió en el puente antes de que nos diésemos cuenta de lo que estaba pasando.

—¿Consiguió enviar una llamada de socorro?

El primer oficial sacudió la cabeza con expresión grave.

—No me dio tiempo.

Hammet contó a los tripulantes que se hallaban sentados a su alrededor y advirtió que faltaba el tercer oficial.

—¿Dónde está Cook?

—Se lo llevaron al puente hace horas. Creo que lo han puesto al timón.

Poco después se abrió la puerta del comedor, y el tercer oficial fue arrojado bruscamente al interior por otro pistolero. Con un gran morado en la mejilla, el joven oficial se acercó a Hammet.

—Me alegra ver que está bien, capitán.

—¿Qué noticias nos trae? —preguntó Hammet.

—Señor, me obligaron a punta de pistola a pilotar el barco. Navegamos con rumbo norte a toda velocidad durante toda la noche, detrás de un carguero negro llamado
Estrella Otomana
. Poco antes del alba, amarramos a su lado en una pequeña bahía protegida. Seguimos estando en aguas turcas, a unas diez millas al norte de los Dardanelos.

—¿Alguna idea de quién es esta gente?

—No, señor. Hablan turco pero no han planteado ninguna exigencia. No acierto a imaginar por qué alguien querría secuestrar un buque tanque de agua vacío.

Hammet asintió y se preguntó en silencio lo mismo.

La tripulación del buque tanque israelí fue retenida a bordo durante otras veinticuatro horas; se les permitió el acceso a la cocina y poco más. Hammet se acercó varias veces a los guardias con preguntas o peticiones, pero cada vez fue rechazado en silencio por el cañón de un arma. A lo largo del día y de la noche, oyeron ruido de trabajadores y máquinas en la cubierta de proa. Hammet espió por un ojo de buey y vio que una grúa trasladaba cajones desde el carguero al buque tanque.

Por fin, a última hora del día los hicieron desembarcar; llegaron más guardias y les ordenaron que ayudasen a cargar el barco. Mientras bajaban al muelle, a Hammet le sorprendió ver lo que habían hecho al
Dayan
. Los asaltantes habían abierto un par de agujeros enormes en la cubierta de proa. Los dos tanques de almacenaje de proa, con una capacidad de casi seiscientos mil litros de agua cada uno, estaban abiertos como una lata de sardinas. El capitán vio que los cajones que había visto descargar del carguero ahora se hallaban alineados junto a los mamparos de cada depósito abierto.

—Esos idiotas han convertido nuestro buque tanque en un barco de carga —maldijo mientras los llevaban a tierra.

Su desesperación creció cuando los obligaron a entrar en el almacén sur y les ordenaron que transportasen las pequeñas cajas de explosivos plásticos que había en un contenedor del ejército.

De nuevo en el buque, depositaron los explosivos en el centro de los dos tanques abiertos. Hammet se tomó un momento para observar los cajones ya cargados a bordo, y vio que estaban llenos de sacos de veinte kilos con el rótulo:
AMMONIUM NITRATRE - FUEL OIL
.

—Van a volar el barco —le susurró al primer oficial cuando volvían para recoger una segunda carga de HMX.

—Imagino que con nosotros dentro —comentó el primer oficial.

—Uno de nosotros debe intentar escapar. Tenemos que encontrar ayuda y detener esta locura.

—A usted, siendo el capitán, sería al primero que echarían de menos.

—Con ese vendaje en la cabeza, usted tampoco llegaría muy lejos —señaló Hammet.

—Yo lo intentaré —ofreció una voz detrás de ellos. Era el piloto del buque tanque, un hombre bajo llamado Green.

—El almacén está a oscuras, Green —dijo Hammet—. A ver si puede escabullirse en la penumbra.

Pero los guardias estaban preparados para evitar cualquier fuga, y cada vez que Green se demoraba o intentaba apartarse de los otros, le ordenaban que volviera a la fila. A regañadientes, se unió a los que cargaban los explosivos.

La tripulación continuó su trabajo forzado hasta que en el contenedor no quedaron explosivos. Hammet se fijó en una mujer de ojos oscuros, y vestida con chándal, que había controlado sus progresos desde la cubierta del buque tanque y que luego había subido al puente. Cuando volvieron al almacén para la última carga, Hammet se volvió hacia el timonel.

—Intente quedarse atrás, en el contenedor —susurró.

El capitán corrió la voz al resto de la tripulación, que se apresuró a rodear el contenedor antes de que un guardia les gritara que se apartasen. Pero a Green le dio tiempo de ocultarse en el fondo del contenedor. Se apresuró a subir al estante superior y luego se tendió contra la pared; su pequeño cuerpo apenas se veía desde abajo. Hammet dejó que el resto de los tripulantes cargasen las últimas cajas, y luego salió del contenedor con las palmas levantadas.

—No hay más —dijo al guardia más cercano, y luego siguió a los demás al almacén.

Mientras caminaba a paso rápido, no pudo evitar volver la cabeza cuando el guardia se acercó para mirar en el interior del contenedor. Satisfecho al verlo vacío, el guardia se volvió y cerró la puerta. Hammet se alejó, contenía la respiración y rezaba para que hubiera silencio. Pero sus esperanzas se desvanecieron cuando el cerrojo se cerró con un golpe desconsolador que Hammet sintió hasta en la punta de los dedos de los pies.

56

Los neumáticos del avión levantaron una nube de polvo cuando tocaron la pista seca del aeropuerto de Çanakkale, a poca distancia al sudeste de los Dardanelos. El avión giró hacia la terminal designada y frenó poco a poco hasta que las hélices gemelas se detuvieron. Summer, detrás de la barrera, vio que su hermano bajaba del avión con los últimos pasajeros. Caminaba con una ligera cojera y llevaba unos cuantos vendajes, pero por lo demás parecía estar bien. Sin embargo, cuando lo tuvo cerca, Summer vio que su hermano llevaba la peor de las heridas dentro de sí.

—Veo que sigues entero —dijo, y le dio un abrazo—. Bienvenido a Turquía.

—Gracias —contestó él en voz baja.

Su energía positiva y su disposición animosa habían desaparecido. Summer pensó que incluso sus ojos parecían más oscuros. No tristes y dolidos, como cabía esperar, sino fríos y casi furiosos. Nunca había visto así a su hermano. Le cogió del brazo con delicadeza y le llevó hacia la recogida de equipajes.

—Leímos las noticias del ataque a la Cúpula de La Roca; en ningún momento imaginamos que estabas allí —comentó en voz baja—. Luego papá se enteró por radio macuto de que ayudaste a evitar la explosión.

—Solo impedí que estallase una de las cargas —respondió él con un tono amargo—. Las fuerzas de seguridad israelíes mantuvieron mi nombre fuera de las noticias mientras me curaban en un hospital militar. Supongo que no querían que la presencia de un estadounidense complicase la política local.

—A Dios gracias no resultaste herido de gravedad. —Summer hizo una pausa y le miró preocupada—. Lamento lo de tu amiga israelí.

Dirk asintió pero no dijo nada. No tardaron en llegar a la sección de equipajes, donde Dirk recogió su maleta. Mientras se dirigían hacia una pequeña furgoneta en el aparcamiento, Summer dijo:

—Tenemos que recoger algo más.

Fueron hasta el extremo opuesto del aeropuerto, y aparcaron delante de un almacén ruinoso con un cartel en el que ponía
TRANSPORTE AÉREO DE MERCANCÍAS
. Pidió un paquete a nombre de la NUMA, le dieron dos cajas y luego dos hombres aparecieron con una carretilla cargada con un cajón pequeño. Lo metieron todo en la parte de atrás de la furgoneta.

—¿Qué hay en ese cajón? —preguntó Dirk cuando se alejaban.

—Una lancha neumática de recambio. El
Aegean Explorer
perdió dos neumáticas durante una refriega por un pecio.

Summer le contó todo lo que sabía sobre el descubrimiento de un naufragio otomano, la muerte de dos científicos de la NUMA, y el secuestro de Zeibig.

—¿Los turcos no detuvieron a los tipos del yate? —preguntó Dirk.

Summer sacudió la cabeza.

—Papá está furioso por la respuesta de las autoridades locales. El
Explorer
permaneció detenido varios días y los culparon de las muertes de Tang e Iverson.

—La justicia sirve a aquellos que tienen el poder. Qué pena lo de Tang e Iverson. Trabajé con ellos en otros proyectos. Eran buenas personas —dijo Dirk, y su voz se apagó porque hablar de la muerte lo llevó a pensar en Sophie.

—Para colmo, el estudio del florecimiento de las algas se ha ido a pique. El representante de Medio Ambiente turco, que debía estar a bordo, tuvo que ausentarse por una urgencia familiar. Mientras tanto, Rudi y Al tienen problemas con el nuevo VAS. —Quería añadir que la llegada de Dirk animaría a todos, pero viéndolo tan deprimido eso le pareció imposible.

Fueron hasta los muelles de
Çanakkale
; el
Aegean Explorer
estaba amarrado detrás de varios barcos pesqueros. Summer llevó a su hermano a bordo y hasta la sala de mapas, donde Pitt, Gunn y Giordino discutían el plan de navegación con el capitán Kenfield. Recibieron con alegría al joven Dirk cuando entró con su hermana.

—¿Acaso tu padre no te enseñó que no hay que jugar con explosivos? —dijo Giordino al tiempo que le estrechaba la mano con la fuerza de unas tenazas.

Dirk se obligó a sonreír, luego abrazó a su padre y se sentó a la mesa.

—Summer me ha dicho que habéis encontrado un pecio otomano. —El tono de su voz indicó que su mente estaba en otra parte.

—Y nos ha causado un montón de problemas —respondió Pitt—. Es de alrededor de 1570, y llevaba a bordo algunos objetos romanos poco habituales.

—Por desgracia, todo lo que tenemos de esos objetos son unas cuantas fotos —añadió Gunn con tristeza.

—Nada en comparación con el descubrimiento de Summer —añadió Pitt.

Dirk se volvió hacia su hermana.

—¿Qué has encontrado?

—¿No te lo ha contado? —exclamó Giordino.

—Nos faltó tiempo —dijo Summer, avergonzada.

—Cuánta modestia —opinó Gunn, que buscó entre una pila de papeles que había sobre la mesa—. Ten, hice una copia del original de Summer. —Entregó una hoja a Dirk.

El la sostuvo y la leyó con atención.

Universidad de Cambridge

Departamento de arqueología

Traducción (griego copto):

Navío imperial Argón

Manifiesto especial de entrega al emperador Constantino Bizancio

Manifiesto:

Artículos personales de Cristo, incluido un pequeño cofre con:

Capa

Mechón de pelo

Carta a Pedro

Efectos personales

Lápida grande

Altar de la iglesia de Nazaret

Pintura contemporánea de Jesús

Osario de J.

Asignado a la decimocuarta legión, en Cesarea.

Septario, gobernador de Judea.

—¿Esto es verdad? —preguntó Dirk.

—El original está escrito en un papiro. Lo vi un momento —respondió Summer—, y sé que existe. Esta es una traducción que realizó en 1915 un famoso arqueólogo y etimologista de Cambridge.

—Es increíble —dijo Dirk; el documento había captado toda su atención—. Todos estos objetos están relacionados personalmente con Jesús. Los romanos debieron de recogerlos después de su muerte y destruirlos.

—Todo lo contrario —replicó Summer—. Los consiguió Helena, madre de Constantino el Grande, en el año 327. Los objetos del Manifiesto eran sagrados, y lo más probable es que se los enviasen a Constantino para celebrar la conversión del Imperio romano al cristianismo.

—Sigo sin entender que, entre todos los sitios posibles, lo encontrases en Inglaterra —dijo Gunn.

—Todo gracias a nuestra inmersión en el HMS
Hampshire
—explicó Summer—. Al parecer, el mariscal de campo Kitchener consiguió los papiros mientras realizaba una exploración en Palestina en 1870. Por lo visto, su significado no se comprendió hasta que se realizó una traducción décadas más tarde. July Goodyear, una autoridad en lo que se refiere a Kitchener y con la que encontré el Manifiesto, cree que la Iglesia de Inglaterra pudo haber matado a Kitchener para ocultar su existencia.

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