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Authors: Clive Cussler,Dirk Cussler

Tags: #Aventuras, #Ciencia Ficción

El complot de la media luna (39 page)

BOOK: El complot de la media luna
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Cruzó la calle con una leve cojera; el costado y la cadera le dolían por el accidente de coche. En la confusión, había olvidado las gafas de visión nocturna en el maletero del coche destrozado, pero llevaba una pistola en la sobaquera. Avanzó despacio y en silencio; suponía que Sophie lo vería antes de que él desbaratara la vigilancia.

Bajó por el terraplén; se dijo que si avanzaba despacio no tendría problemas. Hizo una mueca cuando una zancada le produjo un dolor punzante en la pierna, y decidió bajar con pasos cortos por la pendiente que llevaba al cementerio.

El cementerio estaba en silencio y desierto mientras él pasaba con sigilo entre las antiguas tumbas. Cada pocos metros se detenía para mirar y aguzar el oído, a la espera de que Sophie apareciera en silencio en la oscuridad y le diese un golpecito en el hombro. Pero no apareció.

Dio unos cuantos pasos más, se detuvo de nuevo, y esta vez oyó un ruido distante. Sonaba como si estuviesen apilando piedras, y provenía del centro del cementerio. Sam, siempre en silencio, avanzó unos metros más y se detuvo detrás de un murete de contención. El ruido continuó llegando desde más abajo. Se asomó con cautela por encima del murete, alumbrado por la luz de la media luna, y vio unas cuantas figuras imprecisas que se movían alrededor de una tumba, cerca de una pequeña farola de piedra que había dejado de iluminar hacía décadas.

El agente de Antigüedades desenfundó la pistola, y luego se sentó y esperó. Pasaron varios minutos mientras se preguntaba dónde estaba Sophie y por qué no los detenía. Pensó que quizá hubiera abandonado la vigilancia, pero eso no le impedía a él cumplir con su deber.

Pasó por encima del murete con una mueca de dolor, y fue cojeando ladera abajo hacia los ladrones de tumbas. El ruido de piedras cesó, y vio que varias figuras se dirigían hacia el extremo sur del cementerio. Intentó correr, pero el dolor en las articulaciones le obligó de nuevo a
aflojar
el paso. Con una creciente sensación de desesperación, se detuvo y gritó:

—¡Alto!

La orden tuvo el efecto contrario. En vez de detener a los intrusos, los animó a huir deprisa. Sam oyó sus pasos acelerados cuando atravesaban a la carrera el cementerio y marcha retumbó en la noche, seguido por el fuerte chirrido de los neumáticos cuando los dos automóviles partieron a toda velocidad.

Sam sacudió la cabeza, desconsolado, mientras veía alejarse las luces traseras de los coches. Después pensó de nuevo en su jefa.

—Sophie, ¿estás ahí? —gritó.

Solo le respondió el silencio del cementerio vacío.

Se acercó hasta la farola, y se detuvo junto a la tumba que había al lado, convencido de que encontraría un agujero excavado a toda prisa. En cambio, le sorprendió ver un montón de piedras bien dispuestas que tapaban la tumba. Era poco habitual que los ladrones ocultaran su trabajo. Llevado por la curiosidad, levantó unas cuantas piedras del montículo. Casi se cayó de espaldas cuando una mano humana apareció bajo la luz de la luna.

Apartó con cuidado unas cuantas piedras más hasta que quedaron a la vista el torso y la cabeza ensangrentados del palestino asesinado. Miró el cadáver con repugnancia y se preguntó qué clase de ladrones retorcidos podían haber ido al cementerio para dejar un cadáver.

48

Una luz tenue pareció abrasar los párpados de Dirk, aunque tenía los ojos bien cerrados. Sin embargo, no había nada tenue en el dolor que le atravesaba la cabeza.

Con un esfuerzo tremendo, se obligó a abrir poco a poco los ojos y se encogió mientras intentaba enfocar la vista en una linterna que había a unos centímetros de su rostro. Recuperó la conciencia y notó el duro y frío suelo de piedra caliza debajo de su cuerpo. Sus brazos temblaron un poco cuando sus manos palparon el suelo en busca de apoyo.

Tras espirar hondo, hizo fuerza con los brazos, levantó el torso, recogió las piernas y consiguió sentarse. Una explosión de estrellas bailó ante sus ojos y le faltó poco para perder de nuevo el conocimiento; logró mantenerse a flote respirando hondo. Descansó unos minutos, hasta que pasaron el mareo y la náusea, y advirtió una humedad fría en la nuca. Al pasar la mano por encima notó un bulto cubierto de sangre seca.

Los engranajes de su mente comenzaron a funcionar poco a poco mientras reconocía el entorno. No había nadie más en la caverna; de inmediato llamó a Sophie con voz débil. Solo el silencio resonó en sus oídos doloridos. Cogió la linterna y, sintiendo un dolor tremendo, se levantó; el martilleo en su cráneo alcanzó nuevas proporciones mientras avanzaba tambaleándose como si estuviera borracho.

Mientras recorría la caverna recuperó poco a poco la fuerza y el equilibrio; luego salió por el pasaje. El cementerio estaba oscuro y silencioso, así que se apresuró a entrar otra vez en la cantera.

Gritó de nuevo el nombre de la joven, y esta vez su voz retumbó en la caverna. Desde el interior de uno de los túneles le pareció oír un débil golpe de respuesta. Aunque el oído le fallaba, el sonido, si era real, parecía provenir del túnel más largo a su derecha. Era el mismo túnel por el que Maria y sus hombres se habían adentrado con los explosivos.

Se agachó un poco, el túnel tenía un metro ochenta de altura, y avanzó todo lo rápido que le permitió el dolor de cabeza. No lo sabía, pero el túnel se adentraba más de ciento ochenta metros en la ladera y pasaba justo por debajo de Haram ash- Sharif. Para los terroristas tenía mucha más importancia la proximidad a la Cúpula de la Roca, pues el túnel la atravesaba por debajo a unos pocos metros de la piedra sagrada.

Aquel pasillo subterráneo tenía varias vueltas y revueltas y de vez en cuando cruzaba pequeñas cámaras de las que se habían extraído bloques de piedra caliza. Tras una curva cerrada distinguió el débil brillo de una luz en la galería que tenía delante. El corazón le dio un vuelco; se obligó a redoblar la marcha a pesar de los martillazos que sentía en la cabeza con cada paso que daba.

El brillo de la luz aumentó a medida que él avanzaba por una pequeña cámara rectangular y después seguía por una sección recta. Guiándose por el resplandor, salió del túnel y entró en una última cámara de paredes curvas, cual una ponchera. En el centro había una linterna. A la derecha, pegada a la pared, vio una masa de un material transparente que parecía masilla y varios detonadores colgados en el centro. A su izquierda, Sophie se debatía con una mordaza en la boca y con los pies y las muñecas atadas con las correas de una de las mochilas. Le habían puesto una roca sobre las rodillas para que no pudiera levantarse del suelo. Cuando vio a Dirk, el terror en sus ojos brillantes desapareció.

—Veo que estás intentando pasarlo bomba sin mí —dijo él con una sonrisa cansada.

Pero no le dio oportunidad de responder. Apartó la roca que le sujetaba las piernas, cargó a la muchacha al hombro y luego cogió las dos linternas con la mano libre. Con renovadas fuerzas, enfiló el túnel en el sentido inverso, con cuidado de no golpear la cabeza de Sophie contra el techo.

Había recorrido más de la mitad de la distancia que los separaba de la caverna principal cuando el mareo reapareció con toda su fuerza. Al llegar a la cámara pequeña, dejó a Sophie en el suelo, le quitó la mordaza e intentó recuperar el aliento.

—Tienes un aspecto terrible —dijo ella—. ¿Estás herido?

—Estoy bien —respondió Dirk—. La que tenía de qué preocuparse eras tú.

—¿Qué hora es? —preguntó Sophie en un tono apremiante.

Dirk miró su reloj.

—La una menos cinco.

—Los explosivos. Esa mujer dijo que explotarían a la una.

—Pues que estallen. Salgamos de aquí.

—No.

Su tono de voz lo sorprendió. No era una petición sino una orden.

—Si destruyen la Cúpula y la mezquita, las consecuencias para mi país serán desastrosas. Habrá una guerra como nunca hemos tenido.

Dirk miró los ojos oscuros de Sophie y vio en ellos determinación, esperanza, amor y angustia. Los segundos corrían; comprendió que no podía ganar una discusión sobre ese asunto.

—Creo que podré quitar los detonadores —dijo al tiempo que le desataba las manos—. Pero tú sal de aquí. Toma una linterna. Desátate los pies y ve hacia la salida.

Se volvió para echar a correr por el túnel, pero Sophie le agarró de la camisa y le dio un rápido y apasionado beso.

—Ten cuidado —dijo—. Te quiero.

Dirk echó a correr con su mente hecha un torbellino. Las palabras de Sophie parecieron apagar todos sus dolores; se dio cuenta de que estaba corriendo por el túnel como un velocista. En cuestión de segundos, entró en la última caverna y se acercó a los explosivos plásticos.

Como ingeniero naval, tenía conocimientos básicos sobre explosivos y había trabajado en algunos proyectos de rescate bajo el agua donde se habían llevado a cabo demoliciones. Aunque no conocía el explosivo HMX, la tecnología de detonación que tenía delante presentaba la configuración habitual. Un único reloj electrónico conectado a una serie de detonadores metidos dentro de los explosivos.

Consultó su reloj y vio que faltaban tres minutos para la hora.

—No estalléis antes de tiempo —murmuró mientras apuntaba la luz a la pared.

Examinó deprisa los explosivos plásticos en busca de más detonadores; no sabía que la cantidad de HMX que tenía delante bastaba para derrumbar un rascacielos. Solo encontró un fusible, y lo cogió y lo arrancó de la pared. El fusible y los detonadores asociados se desprendieron del explosivo. Dirk echó a correr de vuelta por el túnel con el fusible y los detonadores en la mano.

No tardó en llegar a la caverna rectangular, y al encontrarla oscura y vacía dio gracias de que Sophie hubiese seguido su consejo de escapar sin demora. Se detuvo por un momento, arrojó el fusible y los detonadores hacia la pared más lejana, y luego continuó su carrera. Con una sensación de alivio y menos adrenalina en la sangre, entró en la caverna principal, donde reapareció su amigo el dolor de cabeza. Cruzó la oscura caverna y por fin se dio cuenta de que el cadáver del palestino ya no estaba allí.

Se adentró a gatas por el pasaje de la entrada y en cuanto salió al exterior respiró hondo el aire fresco de la noche. Miró a un lado y a otro en busca de Sophie. Al no ver a la muchacha ni la linterna, apagó la suya y gritó su nombre. Ni la luz ni su voz le respondieron.

De pronto un horrible presentimiento lo sacudió como un puñetazo en el vientre. La mezquita. Sophie había dicho que la explosión destruiría la mezquita y la Cúpula. Debía de haber una segunda carga de explosivos para la mezquita, y Sophie estaba dentro intentando desactivarla.

Dirk se metió otra vez por el pasaje como una flecha. En la caverna principal había tres pequeños túneles excavados en la pared a la izquierda del túnel de la Cúpula. Corrió a la entrada de cada uno y gritó el nombre de Sophie por los pasillos a oscuras. En el último túnel oyó una respuesta confusa y reconoció la voz suave de Sophie que gritaba a lo lejos. Entró en el túnel y echó a correr.

Había dado solo unos pocos pasos cuando oyó un estallido en la distancia, como cuando explota una traca. Los detonadores que había arrancado de debajo de la Cúpula habían explotado sin causar daño en la cámara rectangular.

Los latidos del corazón de Dirk resonaron en su pecho como martillazos cuando comprendió que la segunda carga estallaría en cualquier momento.

—¡Sophie, sal de ahí! —gritó entre jadeos.

Más adelante vio el débil resplandor de una luz, y supo que se estaba acercando. Entonces oyó otra serie de pequeños estallidos y se lanzó al suelo con el corazón en un puño.

La explosión sacudió el suelo como un terremoto acompañado por un estruendo ensordecedor. Segundos más tarde, la onda expansiva recorrió el túnel en una ráfaga atronadora precedida por una nube de gases, polvo y rocas. Dirk sintió que su cuerpo se levantaba del suelo, chocaba contra una pared y se quedaba sin respiración. Golpeado por las rocas y enterrado bajo una manta de polvo asfixiante, el mundo a su alrededor de nuevo se volvió negro.

49

Cuando Dirk había salido brevemente del pasaje en busca de Sophie, Sam estaba de espaldas a la ladera, observando al palestino muerto. Al oír que alguien más gritaba el nombre de la muchacha, el agente se había vuelto y le había dado tiempo de ver la linterna de Dirk, que se internaba de nuevo en el pasaje. Una vez más, sacó el móvil, llamó a Sophie, y luego subió poco a poco la colina.

Estaba a unos pocos metros de la cantera cuando los explosivos detonaron. Desde su posición, fue un sonido apagado seguido de un leve temblor debajo de sus pies. Segundos más tarde, una nube de humo y polvo salió por el pequeño pasaje.

Se acercó a la entrada y, mientras esperaba a que el aire se despejase, encontró una linterna abandonada entre los arbustos. La encendió y se adentró con cautela en el pasaje. Cuando entró en la caverna principal, se quedó atónito; parecía increíble que nadie supiera de la existencia de una cantera tan grande debajo del Monte del Templo.

El aire aún estaba cargado de humo y polvo; Sam se cubrió la nariz con una manga y observó el interior. Asomó la cabeza a cada uno de los cuatro túneles; una espesa nube salía del último, y de pronto oyó el ruido de piedras que caían.

Penetró con cuidado en el túnel y al poco percibió el resplandor de una luz mucho más adelante. Aceleró el paso y encontró una pila de escombros que se habían desprendido de las paredes. Los rodeó con cuidado y continuó avanzando hacia las profundidades de la montaña. El oscuro túnel seguía en línea recta durante varios metros más, y de pronto Sam vio una linterna que brillaba con fuerza al fondo.

El sudor, producto de los nervios, le bañaba el rostro mientras tosía y soplaba con fuerza por la nariz para sacar el polvo que le taponaba los orificios nasales. Pasó junto a un peñasco dentado y entró tambaleándose en una gran caverna iluminada por una linterna colocada sobre una piedra. Parecía una cantera subterránea; había montones de rocas por todas partes. En el techo, justo por encima de una montaña de escombros, se abría un gran agujero irregular, consecuencia del estallido. Una densa bruma blanca lo cubría todo y dificultaba la visibilidad a pesar de la luz.

Sam advirtió un leve movimiento en el lado opuesto de la caverna.

—¡Sophie! —llamó, y echó mano a la culata del arma.

Una figura apareció entre la bruma como un espectro. Con una sensación de alivio momentánea, Sam reconoció a Dirk en la penumbra. El alivio desapareció en cuanto vio que Dirk llevaba en sus brazos el cuerpo inerte de Sophie.

BOOK: El complot de la media luna
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