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Authors: Clive Cussler,Dirk Cussler

Tags: #Aventuras, #Ciencia Ficción

El complot de la media luna (53 page)

BOOK: El complot de la media luna
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—Eso solo puede significar que nos acercamos al pecio —manifestó Pitt, optimista.

Como una respuesta a sus palabras, el pecio de Pissouri apareció en la pantalla unos minutos más tarde. Giordino y Gunn se acercaron para ver la imagen. Más que una nave parecía un montículo alargado con pequeñas secciones de la quilla y del armazón que el movimiento de la arena dejaba a la vista. Sin embargo, que quedasen esos restos de un barco de mil setecientos años de antigüedad era un milagro.

—Desde luego, parece un pecio muy antiguo —opinó Gunn.

—Es el único que hemos encontrado frente a Pissouri, tiene que ser la nave del siglo
IV
de Perlmutter —dijo Giordino—. Me sorprende que no esté más cerca de la orilla —añadió al ver que se habían alejado casi un kilómetro de la playa.

—No olvides que hace dos mil años el Mediterráneo era menos profundo —comentó Gunn.

—Eso lo explicaría —admitió Giordino—. ¿Vamos a bajar? —preguntó a Pitt.

—No es necesario —respondió—. En primer lugar, porque ya lo dejaron limpio. Y segundo, porque no es nuestro pecio.

—¿Cómo puedes estar tan seguro? —preguntó Gunn.

—Me llamó Summer. Dirk y ella vieron los objetos expuestos en el museo de Limassol. Los arqueólogos que los recuperaron están seguros de que no es una galera romana. Dirk cree que podría ser una segunda nave pirata que participó en el ataque a los romanos. Quizá valdría la pena hacer una inmersión más tarde, pero Summer me dijo que el pecio había sido saqueado antes de que llegaran los arqueólogos.

—Entonces, ¿lo utilizamos como punto de partida? —preguntó Gunn.

—Es el dato más seguro que tenemos —dijo Pitt—. Si el barco pirata se hundió aquí, cabe esperar que el barco romano se halle por los alrededores.

Giordino se sentó cerca de la pantalla y se puso cómodo.

—Bien, pues sigamos buscando. Como dijo aquel, Roma no se construyó en un día.

89

Summer salió rumbo al este por la carretera principal de la costa desde Limassol; Dirk prefería que condujera ella porque acababa de volver de Inglaterra. Chipre, que había sido colonia inglesa durante la primera mitad del siglo
XX
, aún conservaba vestigios de la antigua dominación británica. El inglés se hablaba casi en todas partes, la moneda en el área griega, el sur del país, se llamaba libra, y se conducía por la izquierda.

El coche de alquiler giró tierra adentro, hacia Nicosia, por una carretera bien pavimentada. La carretera comenzó a subir poco a poco cuando se acercaban a los extremos orientales de las montañas Trodoos. Atravesaron colinas desoladas y se desviaron por una angosta carretera asfaltada. A partir de ahí, la pendiente era muy pronunciada y avanzaba en un trazado sinuoso que ascendía por una pequeña montaña. En lo alto se hallaba el monasterio de Stavrovouni. Summer dejó el coche en un pequeño aparcamiento al pie del monasterio. Cruzaron la entrada desierta y se dirigieron hacia la escalera de madera que llevaba a la cumbre. Un mendigo vestido con andrajos y un sombrero de ala ancha estaba sentado por allí cerca; tenía la cabeza gacha, parecía dormido. Los hermanos lo pasaron de largo de puntillas y subieron hasta el monasterio. El lugar ofrecía unas vistas imponentes de todo el sudeste de la isla. Atravesaron por un patio abierto y se acercaron a un monje de rostro severo y hábito de lana que estaba junto a la entrada del monasterio.

—Bienvenidos a Stavrovouni —dijo con reservas, y miró a Summer—. Quizá no lo sepa, pero aquí somos devotos de san Atanasio el Atónita. No permitimos la entrada de mujeres en el monasterio.

—Por lo que yo sé, usted no estaría aquí si no fuese por una mujer —respondió ella en tono agrio—. ¿El nombre de Helena no le suena?

—Lo siento mucho.

Summer puso los ojos en blanco y se volvió hacia Dirk.

—Creo que me quedaré aquí y miraré los frescos. —Señaló las paredes pintadas del patio—. Disfruta de la visita.

Dirk se inclinó hacia su hermana.

—Si no he vuelto dentro de una hora —susurró—, es que he decidido ingresar en esta orden.

Dejó que su hermana rabiase y siguió al monje a través de una puerta de madera abierta.

—¿Puede hablarme del papel que Helena tuvo en este monasterio y de la historia del lugar? —preguntó Dirk.

—En tiempos muy antiguos, en esta cumbre había un templo griego. Llevaba muchos años abandonado y se hallaba en un estado ruinoso cuando Helena llegó a Chipre después de su peregrinaje a Jerusalén. Se dice que la santa puso fin a los treinta años de sequía que asolaron esta tierra. Mientras estaba en Chipre, tuvo un sueño en el que se le decía que construyese una iglesia en nombre de la venerable cruz. Stavrovouni, por si acaso no lo sabe, significa Montaña de la Cruz. Helena construyó aquí la iglesia y dejó la cruz del ladrón arrepentido que había traído de Jerusalén y un fragmento de la Vera Cruz.

El monje llevó a Dirk a la pequeña iglesia, dejó atrás el gran iconostasio de madera y llegó al altar, donde había una gran cruz de madera revestida de plata. Un pequeño marco de oro incrustado en la cruz protegía un fragmento de madera mucho más pequeño.

—La iglesia ha sufrido la destrucción y el vandalismo a lo largo de los siglos —explicó el monje—. Primero a mano de los mamelucos y más tarde de los otomanos. Me temo que, salvo por este trozo sagrado de la Vera Cruz —señaló el fragmento en el marco de oro—, queda muy poco del legado de Helena.

—¿Sabe de alguna otra reliquia de Jesús que Helena pudiera haber dejado en Chipre? —preguntó Dirk.

El monje se rascó la barbilla.

—No, yo no sé de ninguna, pero debería hablar con el hermano Andros. Es nuestro historiador. Vamos a ver si está en su despacho.

El monje llevó a Dirk por un pasillo en el que había varias habitaciones austeras para huéspedes. Un par de pequeños despachos ocupaban el fondo; Dirk vio a un hombre delgado que se despedía de un monje y luego se encaminaba hacia ellos.

Cuando se cruzaron, Dirk preguntó:

—¿Ridley Bannister?

—Vaya, sí —respondió Bannister, sorprendido; miró a Dirk con recelo.

—Me llamo Dirk Pitt. Acabo de leer su último libro sobre sus excavaciones en Tierra Santa. Lo he reconocido por la foto de la solapa. Debo decirle que disfruté leyendo sobre sus descubrimientos.

—Muchas gracias —dijo Bannister, y le estrechó la mano. Luego, una mirada indecisa apareció en su rostro—. ¿Ha dicho que se apellida Pitt? ¿No tendrá por casualidad una pariente llamada Summer?

—Sí, mi hermana. Se ha quedado en la entrada. ¿La conoce?

—Creo que nos conocimos en una conferencia sobre arqueología hace algún tiempo —tartamudeó Bannister—. ¿Qué le trae a Stavrovouni? —preguntó para cambiar de tema cuanto antes.

—Hace poco, Summer encontró pruebas de que Helena pudo haber enviado algo más que la Vera Cruz desde Jerusalén, y que dichas reliquias pudieron haberse perdido en Chipre. Confiamos en encontrar pistas del paradero de la galera romana que transportaba esos objetos.

La penumbra del pasillo disimuló la súbita palidez de Bannister.

—Un proyecto fascinante —opinó—. ¿Tienen algún indicio de dónde pueden hallarse esas reliquias?

—Hemos empezado por un pecio bien conocido que está cerca de un lugar llamado Pissouri. Pero, como sabe, las pistas de hace dos mil años son difíciles de encontrar.

—Por supuesto. Bien, debo marcharme. Ha sido un placer conocerle, señor Pitt. Buena suerte en su búsqueda.

—Gracias. No olvide saludar a Summer cuando salga.

—Lo haré.

Bannister, por supuesto, no tenía tal intención. Recorrió rápidamente el pasillo, entró de nuevo en la iglesia y encontró una salida lateral en la pared opuesta. Salió a la luz del sol, avanzó con cautela hasta el patio y vio que Summer estaba contemplando un fresco. Esperó hasta que le dio la espalda, y entonces cruzó el patio con mucho sigilo. Llegó a la escalera sin que Summer lo viera.

Al bajar la escalera a toda prisa casi tropezó con el mendigo. Fue hasta su coche y condujo lo más rápido que pudo por la sinuosa carretera; cuando llegó a la autovía aparcó detrás de un grupo de algarrobos y se quedó a la espera de que pasasen Dirk y Summer.

Segundos después de que Bannister saliese del aparcamiento del monasterio, otro coche se puso en marcha, avanzó hasta el pie de la escalera, se detuvo y aguardó a que el sucio mendigo se levantase y subiera al coche. Al quitarse el sombrero, el mendigo dejó a la vista una larga cicatriz en el lado derecho de la mandíbula.

—Deprisa —ordenó al chófer—. No permita que lo perdamos de vista.

90

Summer estaba en el otro extremo del patio cuando Dirk salió del monasterio.

—¿ Qué tal en el club de los chicos ? —preguntó con una pizca de amargura.

—No es el fiestorro que estás imaginando.

—¿Has tenido suerte?

Dirk le contó lo que le habían explicado sobre la historia de la iglesia y el trozo de la Vera Cruz.

—Hablé con el historiador, pero tenía muy poco que añadir en cuanto a la visita de Helena a Chipre. El lugar ha sido saqueado muchas veces, no se conservan archivos históricos. En resumen: salvo por la Vera Cruz, nadie sabe nada de las reliquias.

—¿No sabía nada de la flota de Helena?

Dirk negó con la cabeza.

—Hasta donde se sabe, Helena llegó y zarpó de Chipre sin incidentes.

—Entonces Plautio y su galera debieron de ser atacados antes de la llegada de Helena.

Summer cogió a Dirk del brazo y lo llevó hacia una de las paredes del patio.

—Mira esto.

Señalaba un trío de grandes frescos pintados en una sección lineal de la pared en sombras. A primera vista los frescos parecían desvaídos, casi invisibles. Dirk se acercó y observó el primero. Era la típica representación de la Virgen y el Niño: Jesús infante con una aureola en brazos de María. Ambas figuras tenían los ojos muy grandes y estaban representados sin perspectiva, como todas las pinturas de muchos siglos atrás. El siguiente panel mostraba una escena de la crucifixión, Jesús en la cruz, su cabeza colgando en agonía. Dirk se fijó en algo poco habitual: los dos ladrones aparecían colgados en las cruces vecinas.

Después se acercó al tercer fresco, donde Summer aguardaba con expresión complacida. Mostraba a una mujer coronada, representada de perfil, que señalaba hacia la esquina superior del fresco. El dedo apuntaba a una imponente montaña verde con, en lo alto, un par de cruces. No había duda de que aquella era la colina de Stavrovouni.

—¿Helena? —preguntó Dirk.

—Tiene que serlo... —respondió Summer—. Y ahora mira abajo.

Dirk observó con atención la parte inferior del fresco, y vio una sección de un azul descolorido que representaba el mar. Las tres naves representadas en el agua apenas se veían debajo del perfil de Helena. Era una representación burda; las naves tenían todas más o menos el mismo tamaño y eran impulsadas por velas y remos. Con la perspectiva correcta, Dirk vio que dos de los barcos parecían perseguir al tercero. Sin apartar la mirada de la pintura, señaló las dos naves perseguidoras.

—Esta parece estar hundiéndose por la popa —comentó—, mientras que la otra vira hacia mar abierto.

—Mira la vela del barco que va en cabeza —dijo Summer.

Dirk forzó la mirada y vio un símbolo borroso en la vela de la nave. Parecía una «X» con, en el centro, una «P» con un palo muy largo.

—Es el monograma Chi-Rho utilizado por Constantino —explicó la joven—. Era un símbolo divino; se dice que se le apareció en sueños antes de su victoria en la batalla del puente Milvio. A partir de entonces lo utilizó en su estandarte de batalla y como emblema de su gobierno.

—Entonces esta pintura representa la llegada de Helena a Chipre con una escolta... —comenzó Dirk.

—O la galera de Plautio escapando de dos naves piratas chipriotas —le interrumpió Summer para acabar la frase.

Un desconchado en el fresco ocultaba el rumbo de la galera, pero la continuación de la línea de la costa en la parte inferior indicaba que se dirigía hacia tierra. Un poco por encima del horizonte había una imagen pequeña de una mujer desnuda que emergía del mar con un delfín a cada lado.

—No entiendo qué significa esto —dijo Summer mientras Dirk examinaba la imagen.

En aquel momento, el monje de expresión severa pasó junto a ellos con un par de turistas franceses de camino a la iglesia. Dirk le detuvo y le preguntó por los frescos.

—Sí, son muy antiguos —dijo el monje—. Los arqueólogos creen que datan de la era bizantina. Algunos afirman que estas paredes forman parte de la iglesia original, pero nadie lo sabe a ciencia cierta.

—Este último fresco —intervino Summer—, ¿representa a Helena?

—Sí —confirmó el monje—. Llegó por mar y tuvo la visión de la iglesia en la cumbre del Stavrovouni.

—¿Sabe quién es esta figura? —Summer señaló la mujer desnuda.

—Tiene que ser Afrodita. Verá, el monasterio se construyó sobre las ruinas de un templo a Afrodita. Tal vez el artista quería rendir homenaje al lugar antes de que Helena ordenase la construcción de la iglesia.

Summer le dio las gracias y siguió al monje con la mirada hasta que hubo cruzado la puerta del monasterio.

—Bueno, estamos cerca —opinó—. Al menos ya sabemos que había dos barcos piratas.

—La escena parece indicar que la nave romana seguía a flote después del combate contra los piratas. Iba a alguna parte. —Dirk no apartó la vista hasta que los ojos se le nublaron. Por fin se separó del fresco y acompañó a Summer hacia la salida.

—Creo que hemos conseguido todo lo que se podía encontrar aquí —comentó—. Por cierto, ¿has hablado con Ridley Bannister?

—¿Ridley qué? —repitió ella cuando descendían la escalera hacia el aparcamiento.

—Ridley Bannister, el arqueólogo británico. Dijo que te conocía.

La mirada de Summer reflejaba que no tenía ni idea de a quién se refería, así que Dirk le describió su encuentro en el monasterio.

—No sé quién es —dijo ella. Entonces los engranajes de la sospecha comenzaron a girar en su cabeza—. ¿Qué aspecto tiene?

—Delgado, de complexión mediana, pelo rubio. Diría que a las mujeres debe de parecerles atractivo.

Summer se detuvo en seco.

—¿Te fijaste si llevaba un anillo?

Dirk reflexionó un momento.

—Sí, creo que sí. En el dedo anular derecho. Me di cuenta cuando nos dimos la mano. Era de oro, con un diseño curioso, como algo sacado de la Edad Media.

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