–Naturalmente.
–Entonces no hay duda de que tengo una memoria muy buena.
–Mucho mejor de lo que se imaginaba usted.
–¿Cómo se explica, pues, que no pueda recordar las lecciones?
–¿De veras no las recuerda? –preguntó lord Peter, sonriendo a su huésped.
–¡Hombre! Verá usted –dijo éste–. Los individuos que lo examinan a uno no saben preguntar cómo lo ha hecho usted, sino que lo dejan a uno abandonado para que recuerde lo que pueda, y es muy difícil. No hay nada en qué apoyarse. Y ahora, oiga: ¿cómo sabe usted que Tommy Pringle es el gracioso del grupo?
–Usted me lo dijo.
–Sí, bueno, ya lo sé. Pero ¿cómo supo usted que estaba allí? Y además –añadió el interno–, ¿sabe usted lo que le digo? Pues que es usted muy listo o yo muy tonto.
–Lo que pasa –contestó lord Peter– es que siempre hago preguntas tontas y la gente se figura que lo hago con segunda intención.
Eso era ya demasiado complicado para el interno.
–Bueno, no se apure –añadió lord Peter.
Poco después, el interno se despidió para marcharse, y en cuanto lo hubo hecho, lord Peter se volvió a Parker y le dijo:
–¿Qué te parece? Creo que habrás podido convencerte.
–Lo temo –contestó Parker–, y me parece increíble.
–No hay nada increíble en la naturaleza humana –contestó lord Peter–, por lo menos en la naturaleza humana educada. ¿Has logrado que te den la orden de exhumación?
–La tendré mañana, pero antes he de ir a ver a los directores del asilo.
–Bueno, yo se lo contaré a mi madre.
–Me parece, Wimsey –dijo Parker–, que empiezo a creer lo mismo que tú, porque no me gusta ese trabajo.
–Pues a mí me gusta cada vez más.
–¿Estás seguro de que no cometemos un error?
Lord Peter miró a través de la ventana, hacia Piccadilly, y dijo:
–Si estamos equivocados, lo sabremos mañana, y aún no se habrá producido ningún hecho irreparable, pero más bien creo que a tu regreso a casa tendrás una confirmación de nuestra teoría. Oye, Parker, si yo estuviese en tu lugar, pasaría la noche aquí. Hay una cama libre y lo arreglaríamos todo en un momento.
Parker lo miró extrañado y exclamó:
–¿Quieres darme a entender que corro peligro de ser atacado?
–Me parece muy posible.
–¿Hay alguien en la calle?
–Ahora no, pero sí media hora antes.
–¿Cuando salió el interno?
–Sí.
–Oye, ¿no correrá peligro ese muchacho?
–Con objeto de averiguarlo, fui con él hasta la puerta. Me parece que no. Además, nadie sospechará que hemos convertido a ese muchacho en un confidente. Pero tú y yo corremos peligro. ¿Te quedas?
–¡De ningún modo, Wimsey! ¿Por qué demonio habré de ocultarme?
–Ya veo que no me crees y tampoco estás convencido de que sigo la buena pista. Vete, pues, pero luego no vengas diciéndome que no te avisé.
–No tengas miedo, antes de morir lo declararé así.
–Por lo menos, no salgas a pie. Toma un taxi.
–Bien, lo haré.
–Y no permitas que nadie se acerque al vehículo.
Era una noche cruda y desagradable. Un taxi descargó a una familia de personas que volvían del teatro, ante la puerta de la casa inmediata a la de lord Peter, y Parker lo tomó. Cuando daba las señas al conductor, acudió precipitadamente un hombre desde una calle lateral. Vestía traje de etiqueta y gabán. Se acercó haciendo enérgicas señas.
–¡Dios mío! ¡Es el señor Parker! ¡Qué suerte! Si quisiera usted hacer el favor… He llamado desde el club… ¡Un amigo enfermo! No puedo encontrar un taxi… Todo el mundo vuelve ahora del teatro a su casa. Si me permitiera compartir el taxi… ¿Regresa usted a Bloomsbury? Yo he de ir a Russell Square. Si pudiera haber imaginado… es asunto de vida o muerte.
Hablaba jadeante, como si hubiese corrido durante largo rato. Parker se apresuró a bajar del taxi.
–Tengo mucho gusto en prestarle un servicio, sir Julián –dijo–. Tome mi taxi. Me dirigía a Craven Street, pero no tengo prisa. Puede utilizar el taxi.
–Es usted muy amable –contestó el cirujano–. Me da vergüenza…
–No piense más en ello –dijo Parker–. Puedo esperar. –Ayudó a Freke a subir al coche–. ¿Qué número? 24 Russell Square, conductor.
El taxi partió. Parker volvió a subir la escalera y llamó ante la puerta de lord Peter.
–Gracias, muchacho –dijo–. He decidido pasar la noche aquí.
–Entra –dijo Wimsey.
–¿Has visto eso? –preguntó Parker.
–Vi algo. ¿Qué sucedió exactamente?
Parker refirió su historia y terminó diciendo:
–Hablando con franqueza, hasta ahora te creí algo loco, pero ya no estoy tan seguro de ello.
Peter se echó a reír.
–Bienaventurados los que sin haber visto tienen fe. ¡Bunter! El señor Parker se queda a dormir.
–Oye, Wimsey. Vamos a examinar otra vez este asunto. ¿Qué carta es ésta?
Lord Peter le mostró la que Bunter le había dirigido.
–Lo cierto es, que aún no acabo de convencerme.
–Lo mismo me ocurre y, por esta razón, quiero hacer algunas averiguaciones en el asilo de Chelsea. Y ahora, dime cuáles son tus objeciones.
–¡Hombre…!
–Como se comprende, no tengo la pretensión de contestar a todas, pero han ocurrido dos cosas misteriosas en una noche, y al parecer existe una cadena que las relaciona, a través de una persona determinada. Es muy desagradable, pero no imposible.
–Ya lo sé, pero hay algunos inconvenientes.
–Los conozco. Escúchame. Por una parte, Levy desapareció después de haber sido visto por última vez a las nueve de la noche en el Camino del Príncipe de Gales. A las ocho del día siguiente, un cadáver, bastante parecido a él en sus características generales, apareció en un baño de Queen Caroline Mansion’s. Levy, según dijo el mismo Freke, iba a verlo a él. Gracias a los informes recibidos del asilo de Chelsea, fue entregado el mismo día a Freke un cadáver que responde a la descripción del que se encontró en el baño. Tenemos a Levy por un lado, a un desconocido vagabundo por otro y Freke entre los dos. Ahora bien, Freke tiene motivo para librarse de Levy. Recuerda que quiso casarse con la que hoy es su mujer. Celos antiguos.
–Muy antiguos, y además no es gran motivo.
–Se han visto muchos casos en que los tribunales obran por razones semejantes. Tal vez te figuras que nadie es capaz de recordar los celos por espacio de veinte años. Tal vez no. No se trata de los celos primitivos y brutales, y eso se zanja a veces con una palabra y un golpe… pero lo que molesta es la vanidad herida, la humillación. Todos nosotros somos muy sensibles a estas heridas. Alguien dijo que no conoce una furia semejante a la de una mujer de quien se ha burlado alguien.
»El punto más sensible de un hombre es el sexo, y hemos de reconocerlo así, por mucho que nos desagrade. Cualquiera puede resignarse ante un desengaño, pero no ante una humillación. Conocí a un hombre que fue despreciado por una muchacha con la que mantenía relaciones. Hablaba muy bien de ella. Le pregunté qué había sido de la joven. «¡Oh!», exclamó, «se casó con el otro». Pero luego estalló, sin poder contenerse: «Sí, señor, es inconcebible, pero me despreció ¡para casarse con un escocés!». Ese detalle, al parecer, lo había herido en lo vivo.
»Fíjate ahora en Freke. He leído sus libros, y cuando habla de sus contrarios les dirige ataques salvajes. Y es un sabio, pero no puede soportar la oposición, ni siquiera en su trabajo, o sea donde los hombres realmente civilizados se muestran más comprensivos y equilibrados. ¿Crees que ese hombre es capaz de aceptar una derrota en cualquier asunto de la vida? Y ahora recuerda a Levy que veinte años atrás no era nadie, y aparece de pronto y le quita la novia a Freke. A éste le importa menos la mujer que el hecho de haber sido derrotado por un «Don Nadie» judío.
»Hay otra cosa: a Freke le gusta el crimen. En ese libro de criminología que ha publicado, se vanagloria al tratar de un asesino encallecido. He leído eso, y entre líneas, se observa la admiración que siente al hablar de un criminal endurecido e inteligente. Reserva su desdén para las víctimas. Sus héroes son Edmundo de la Pommerais, que persuadió a su amante a que se convirtiese en cómplice de su propio asesinato, y George Joseph Smith, capaz de hacer apasionadamente el amor por la noche a su esposa y asesinarla a la mañana siguiente. Además, cree que la conciencia es una especie de apéndice vermiforme. Háztelo extirpar y te sentirás mejor. Freke no siente la turbación habitual de la conciencia, como lo demuestran sus libros.
»Y ahora fíjate en que el individuo que fue a casa de Levy, remplazándolo, conocía la casa, es decir, que Freke la había frecuentado: era hombre de cabello rubio, algo más bajo que Levy, pero no mucho, puesto que podía llevar su ropa sin aparecer ridículo; has visto a Freke, conoces su estatura, que aproximadamente es de un metro sesenta y cinco. Además, tiene el cabello rubio y probablemente llevaba guantes quirúrgicos. Recuerda que es cirujano y ten en cuenta que es atrevido y metódico, cualidades que ha de tener un buen cirujano.
»Ahora fíjate en otra cosa. El individuo que se apoderó del cadáver de Battersea había de tener cierta facilidad en adquirir cadáveres, o sea que nos hallamos en el mismo caso en que se encuentra Freke. Había de tener la serenidad, la rapidez y la indiferencia necesarias para manejar un cadáver, cosa también propia de los cirujanos. Era preciso que fuese un hombre fuerte, para llevar el cadáver a través de los tejados y hacerlo pasar por la ventana de Thipps. Freke es vigoroso y miembro de un club alpino. Con toda probabilidad, llevaba guantes de caucho y descolgó el cadáver por medio de una venda quirúrgica, lo cual de nuevo parece indicar un cirujano. Además, vivía en la vecindad, lo que también es el caso de Freke. La muchacha a quien interrogaste oyó un golpe en el tejado de la casa inmediata a la de Freke. Cada vez que nos fijamos en éste, nos da una nueva indicación, en tanto que no ocurre lo mismo con Milligan, Thipps y Crimplesham.
–Sí, pero no es tan sencillo como te imaginas. ¿Qué hacía Levy con tanto disimulo en casa de Freke, el lunes por la noche?
–Tenemos ya la explicación de Freke.
–Eso es mentira, Wimsey. Tú mismo lo dijiste.
–Bien, pues entonces Freke mentía, y ¿para qué había de mentir, si no tiene una razón que lo obligue a ocultar la verdad?
–En tal caso, ¿por qué habló del asunto?
–Pues porque Levy, a pesar de lo que él pudo esperar, fue visto en la esquina de la calle. Fue un incidente desagradable para Freke y creyó conveniente anticiparse con una explicación más o menos plausible. También calculó que nadie podría relacionar a Levy con Battersea Park.
–Pero volvemos a la primera pregunta, ¿por qué fue Levy allá?
–Lo ignoro. Pero el caso es que fue. ¿Por qué compró Freke todas esas acciones de petróleo peruano?
–No lo sé –contestó Parker.
–Sea como fuere –añadió Wimsey–, Freke le esperaba y dispuso lo necesario para abrirle la puerta él mismo, en persona, con objeto de que su criado no viera quién era el visitante.
–Pero éste salió a las diez.
–¡Hombre, no esperaba que dijeras tal cosa, porque esto es propio de Sugg! ¿Quién lo vio salir? Alguien dio las buenas noches y se alejó por la calle, y tú te figuras que era Levy, porque Freke no fue a explicar que no lo era.
–¿Quieres darme a entender que Freke se alejó alegremente de la casa de Park Lane, dejando a Levy, muerto o vivo, para que lo encontrase Cummings?
–Sabemos ya por último que no hizo nada de esto. Pocos minutos después de que los pasos se alejaran de la casa, Freke llamó por el timbre de la biblioteca y dijo a Cummings que cerrase la puerta de la casa.
–En tal caso…
–Supongo que la casa tendrá una puerta lateral. En efecto, la tiene. Es la que conduce al hospital.
–Bueno, ¿y dónde estaba Levy?
–Subió a la biblioteca y no volvió a bajar. Ya has estado en la biblioteca de Freke. ¿Dónde habrías encerrado a Levy?
–En el dormitorio, que está en la puerta inmediata.
–Allí lo metió.
–¿Y si su criado hubiese ido a arreglar la cama?
–Nadie se acerca a las camas, sino la criada, a cosa de las diez de la mañana.
–Sí, pero Cummings oyó a Freke ir de un lado a otro de la casa durante toda la noche.
–Lo oyó al pasar de un lado a otro dos o tres veces. Lo cual no tenía nada de extraordinario.
–¿Quieres decir que Freke terminó su trabajo antes de las tres de la madrugada? Me parece muy rápido.
–Llámalo como quieras. Además, creo que no debemos fijar el tiempo en las tres, porque Cummings no volvió a verlo hasta las ocho de la mañana, a la hora del desayuno.
–Pero tomó un baño a las tres.
–Es posible que volviese de Park Lane antes de las tres, pero no creo que Cummings mirase por el agujero de la cerradura del cuarto de baño para ver si estaba dentro.
–¿Y qué me dices de los lentes de Crimplesham? –preguntó Parker.
–Eso es un poco misterioso –dijo lord Peter.
–¿Y por qué escogió el cuarto de baño de Thipps?
–Tal vez por casualidad o por malignidad.
–¿Y crees que todo ese complicado proceso pudo realizarse en una sola noche, Wimsey?
–Nada de eso. Lo concibió al ver a un hombre procedente del asilo, cuyo aspecto general tenía cierto parecido con Levy. Tuvo, pues, varios días para reflexionar.
–Ya comprendo.
–Freke se descuidó en la encuesta. Él y Grimbold estaban en desacuerdo acerca de la duración de la enfermedad de aquel hombre. Si un médico de escasa categoría, como Grimbold, se atreve a disentir de la opinión de Freke, habrá de estar muy seguro de lo que dice.
–Si tu teoría es cierta, Freke cometió un error.
–Muy pequeño. Con innecesaria cautela procuraba impedir que nadie pudiera imaginar la verdad, es decir, que el médico del asilo no pudiese atar cabos. Hasta entonces él había confiado en el hecho de que la gente no piensa por segunda vez en un asunto que haya terminado.
–¿Y cómo pudo cometer esos errores?
–Hubo una sucesión de accidentes imprevistos. Levy había sido reconocido; yo anuncié en el
Times
algo relacionado con el misterio en Battersea; el detective Parker (cuyo retrato se ha publicado recientemente en los periódicos) fue visto al lado de la duquesa de Denver en la encuesta. Todo el objeto de la visita de Freke fue impedir que alguien pudiese relacionar los dos extremos del problema. Y allí estaban los dos eslabones, uno al lado del otro. Muchos criminales acaban mal por haber tomado demasiadas precauciones.