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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

Dune. La casa Harkonnen (70 page)

BOOK: Dune. La casa Harkonnen
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—La Casa Moritani no me quiere, después de que Trin Kronos y los demás abandonaran la escuela —dijo Resser.

Duncan no vio lágrimas en los ojos de su amigo.

—Qué raro —dijo—. Podrían haberlo celebrado con nosotros esta noche, pero eligieron otro camino.

Los dos amigos bajaron la pendiente hacia la playa. Las cabañas parecían muy lejanas, y desdibujadas.

—Pero he de volver allí, para encararme con mi familia, para mostrarles lo que he conseguido.

—Por lo que sé del vizconde Moritani, eso parece peligroso. Incluso suicida.

—No obstante, he de hacerlo. —Se volvió hacia Duncan en las sombras, más animado—. Después iré a ver al duque Atreides.

Duncan y él escudriñaron la oscuridad, intentaron acostumbrar su vista a la penumbra mientras daban tumbos.

—¿Dónde están esas cabañas?

Oyeron ruido de gente más adelante y el entrechocar de espadas. Señales de alarma se dispararon en la mente nublada de Duncan, pero con demasiada lentitud para que reaccionara.

—Ahí están Resser e Idaho.

Una luz cegadora hirió sus ojos como púas de hielo luminosas, y levantó la mano para protegerse del resplandor.

—¡Cogedles!

Duncan y Resser, desorientados y sorprendidos, tropezaron entre sí cuando se volvieron para luchar. Un grupo de guerreros irreconocibles vestidos de negro cayó sobre ellos, provistos de armas, palos y garrotes. Duncan, que iba desarmado, apeló a las habilidades que Ginaz le había enseñado y se defendió codo a codo con su amigo. Al principio se preguntó si se trataba de una prueba más, una última sorpresa que los maestros habían preparado después de agasajar a los estudiantes con la celebración.

Entonces, una espada le produjo una leve herida en el hombro, y ya no se contuvo. Resser chilló, no de dolor sino de ira. Duncan giró sobre sí mismo con manos y pies. Oyó que un brazo se rompía y notó que una de sus uñas desgarraba una garganta tendinosa.

Pero los enemigos le golpearon la cabeza y los hombros con bastones aturdidores. Un atacante le golpeó la nuca con un anticuado garrote. Resser cayó al suelo con un gruñido, y cuatro hombres se arrojaron sobre él.

Duncan intentó repeler a sus atacantes para ayudar a su amigo, pero le alcanzaron en las sienes con los bastones aturdidores. Una absoluta negrura inundó su mente.

Cuando recobró la conciencia, atado y amordazado, Duncan vio una barca cerca de la orilla. Más lejos, sin luces de navegación, el casco en sombras de una embarcación mucho más grande se mecía en el oleaje. Sus captores le arrojaron sin ceremonias a bordo de la barca. La forma inmóvil de Hiih Resser cayó a su lado.

—No intentes soltarte de esos nudos de hilo shiga, si no quieres perder los brazos —gruñó una voz profunda en su oído. Sintió que la fibra mordía su piel.

Duncan apretó los dientes, e intentó desgarrar la mordaza. Vio charcos de sangre en la playa, armas rotas y abandonadas en la marea. Los atacantes subieron las formas envueltas de once cadáveres a bordo de la barca. Resser y él habían peleado bien, por tanto, como verdaderos maestros. Quizá no eran los únicos cautivos.

Los hombres llevaron a empellones a Duncan hasta una abarrotada y maloliente cubierta inferior, donde tropezó con otros hombres tirados sobre las tablas, algunos compañeros de clase. En la oscuridad, vio miedo y rabia en sus ojos. Muchos estaban amoratados y apalizados, y las peores heridas estaban vendadas con trapos.

Resser despertó a su lado con un leve gemido. A juzgar por el brillo de sus ojos, Duncan comprendió que el pelirrojo también había analizado la situación. Como si pensaran lo mismo, rodaron en el fondo de la barca, espalda contra espalda. Con dedos entumecidos manipularon los nudos que ataban al otro, para intentar soltarlos. Uno de los hombres maldijo y les apartó de una patada.

En la parte delantera de la barca, los hombres hablaban en voz baja con fuerte acento.
Acento grumman.
Resser continuó forcejeando con sus ligaduras, y uno de los hombres le propinó otra patada. El motor se encendió, un tenue ronroneo, y la pequeña barca surcó las olas.

El ominoso barco oscuro les esperaba.

81

Con cuánta facilidad el dolor se convierte en ira, y la venganza se impone a la discusión.

Emperador P
ADISHAH
H
ASSIK
III,
Lamento por Salusa Secundus

En una cámara de techo abovedado de su residencia de Arrakeen, Hasimir Fenring contemplaba un rompecabezas complicado: una holorrepresentación de formas geométricas, líneas, conos y esferas que encajaban y se balanceaban a la perfección, pero sólo cuando todos los electropotenciales estaban separados por distancias iguales.

Durante su juventud se había entretenido con juegos similares en la corte imperial de Kaitain. Fenring ganaba con frecuencia. En aquellos años había aprendido mucho de política y poderes en conflicto; de hecho, había aprendido más que Shaddam. Y el príncipe heredero se había dado cuenta.

«Hasimir, eres mucho más valioso para mí lejos de la corte imperial —había dicho Shaddam cuando se lo quitó de encima—. Te quiero en Arrakis, vigilando a esos bribones Harkonnen para que no disminuya la cuota de especia que recibo, al menos hasta que los malditos tleilaxu terminen sus investigaciones».

La brillante luz de sol amarilla se filtraba por las ventanas de la cúpula, distorsionada por los escudos de la casa que paraban el calor, al tiempo que protegían la mansión de posibles ataques de las turbas. Fenring no podía soportar las elevadas temperaturas de Arrakis.

Durante dieciocho años, Fenring había construido su base de poder en Arrakis. En la residencia vivía con todas las comodidades y placeres que podía extraer de aquel cuenco de polvo. Se sentía bastante complacido.

Colocó una centelleante vara sobre un tetraedro y ajustó la pieza en la posición correcta.

Willowbrook, el jefe de su guardia, eligió aquel momento para entrar y carraspear, lo cual turbó la concentración de Fenring.

—El mercader de agua Rondo Tuek solicita audiencia, mi señor conde.

El conde, disgustado, desconectó el rompecabezas antes de que las diversas piezas cayeran sobre la mesa. —¿Qué quiere, ummm?

—«Asuntos personales», ha dicho. Pero añadió que era importante.

Fenring tamborileó con sus largos dedos sobre la mesa, en el lugar donde antes había brillado el rompecabezas. El mercader de agua nunca había solicitado una audiencia privada.
¿Para qué ha venido Tuek? Debe de querer algo.

O sabe algo.

El mercader asistía a toda clase de banquetes y actos sociales. Como sabía dónde residía el poder en Arrakis, proporcionaba a la mansión de Fenring extravagantes cantidades de agua, más de la que los Harkonnen recibían en Carthag.

—Ummm, ha despertado mi curiosidad. Hazle entrar, y procura que no nos molesten durante quince minutos. —El conde se humedeció los labios—. Ummm, después ya decidiré si quiero que te lo lleves.

Momentos después, Tuek entró en la cámara con paso vivo, haciendo oscilar los brazos mientras andaba. Se mesó su pelo gris, pegándolo con sudor, y después hizo una reverencia. Parecía cansado después de subir tantos escalones. Fenring sonrió, pues aprobaba la decisión de Willowbrook de obligarle a subir a pie en lugar de ofrecerle el ascensor privado que le habría conducido hasta ese nivel.

Fenring siguió donde estaba, pero no indicó a su visitante que se sentara. El mercader de agua llevaba su manto plateado oficial, con un recargado collar de platino erosionado por el polvo, sin duda un tosco intento de arte típico de Arrakis.

—¿Tenéis algo para mí? —preguntó Fenring al tiempo que dilataba las aletas de la nariz—. ¿O deseáis algo de mí, ummm?

—Puedo proporcionaros un nombre, conde Fenring —dijo Tuek—. En cuanto a lo que deseo a cambio… —Se encogió de hombros—. Espero que me paguéis lo que consideréis justo.

—Siempre que nuestras expectativas estén en proporción. ¿Cuál es ese nombre… y por qué debería interesarme?

Tuek se inclinó hacia adelante como un árbol a punto de caer.

—Es un nombre que no habéis oído en años. Sospecho que lo consideraréis interesante. Sé que el emperador también.

Fenring esperó con impaciencia. Tuek continuó.

—El hombre procura no llamar la atención en Arrakis, aunque hace lo posible por perturbar vuestras actividades. Desea vengarse de toda la Casa Imperial, aunque su disputa fue con Elrood IX.

—Oh, todo el mundo tenía disputas con Elrood —dijo Fenring—. Era un buitre odioso. ¿Quién es este hombre?

—Dominic Vernius —contestó Tuek.

Fenring se incorporó en su silla, con los ojos abiertos de par en par.

—¿El conde de Ix? Creía que había muerto.

—Vuestros cazadores de recompensas y Sardaukar nunca le cogieron. Ha estado escondido aquí, en Arrakis, con algunos contrabandistas. Hago pequeños negocios con él de vez en cuando.

Fenring resopló.

—¿No me informasteis de inmediato? ¿Desde cuándo lo sabéis?

—Mi señor Fenring —dijo Tuek—, Elrood firmó los documentos contra la Casa renegada, y lleva muerto muchos años. En mi opinión, Dominic parecía inofensivo. Ya lo ha perdido todo… y otros problemas exigían mi atención. —El mercader de agua respiró hondo—. Ahora, sin embargo, la situación ha cambiado. Considero mi deber informaros, porque sé que sois la mano derecha del emperador.

—¿Y qué ha cambiado, ummm?

Los engranajes de la mente de Fenring habían empezado a girar. La Casa Vernius había desaparecido mucho tiempo antes. Los Sardaukar habían asesinado a lady Shando. Exiliados en Caladan, los hijos de Vernius no eran considerados ninguna amenaza.

Pero un Dominic Vernius furioso y vengativo podía causar estropicios, sobre todo tan cerca de las arenas ricas en especia. Fenring debía reflexionar.

—El conde Vernius ha solicitado un transporte pesado. Parecía… muy trastornado, y puede que planee algún ataque. En mi opinión, esto podría significar un plan para asesinar al emperador. Por eso he venido a veros.

Fenring enarcó las cejas y su frente se arrugó.

—¿Porque pensasteis que os pagaría más que la suma de todos los sobornos de Dominic?

Tuek extendió las manos y respondió con una sonrisa de indiferencia, pero no negó las acusaciones. Fenring sintió respeto por él. Al menos, ahora los motivos de todo el mundo estaban claros.

Se pasó un dedo por sus finos labios, mientras continuaba meditando.

—Muy bien, Tuek. Decidme dónde se encuentra el escondite del barón renegado. Detalles explícitos, por favor. Y antes de que os vayáis, pasaos por mi tesorería. Haced una lista de todo lo que queráis, todos los deseos o recompensas que podáis imaginar, y yo elegiré. Os concederé algo equivalente al valor de vuestra información.

Tuek hizo una reverencia.

—Gracias, conde Fenring. Es un placer serviros.

Después de proporcionarle los detalles que conocía sobre la base antártica de los contrabandistas, Tuek retrocedió hacia la puerta, justo cuando Willowbrook volvía a entrar, cumplido el plazo de quince minutos.

—Willowbrook, lleva a mi amigo a las salas del tesoro. Sabe lo que ha de hacer, ¿ummm? Déjame en paz durante el resto de la tarde. He de pensar mucho.

Después de que los hombres salieran y la puerta de la habitación se cerrara, Fenring se paseó de un lado a otro, canturreando para sí. Unas veces sonreía y otras fruncía el entrecejo. Por fin, volvió a conectar el rompecabezas. Le ayudaría a relajarse y concentrar su mente.

A Fenring le encantaban las maquinaciones, las conspiraciones. Dominic Vernius era un adversario inteligente y pletórico de recursos. Había esquivado la detección imperial durante años, y Fenring pensaba que sería muy satisfactorio dejar que el conde renegado tuviera parte activa en su propia destrucción.

El conde Fenring mantendría los ojos abiertos, extendería la telaraña, pero dejaría que Vernius diera el siguiente paso. En cuanto el renegado tuviera sus planes a punto, Fenring intervendría.

Sería un placer para él dar cuerda suficiente al noble fugitivo para que se colgara…

82

El Paraíso a mi derecha, el Infierno a mi izquierda, y detrás el Ángel de la Muerte.

Acertijo fremen

Fiel a su palabra, el mercader de agua consiguió un transportador sin marcas para Dominic Vernius. Lingar Bewt lo pilotó desde Carthag hasta la instalación antártica, y entregó la tarjeta de control de la nave con una tímida sonrisa. Dominic, acompañado de su lugarteniente Johdam, voló con la baqueteada nave hasta el campo de aterrizaje secreto del precipicio. El antiguo conde de Ix guardó silencio durante la mayor parte del viaje.

El transportador era viejo y emitió extraños gruñidos cuando atravesaron la atmósfera. Johdam maldijo y dio una palmada sobre los paneles de control.

—Maldito cacharro. Seguro que no funcionará más de un año, Dom. Es chatarra.

Dominic le dirigió una mirada distante.

—Será suficiente, Johdam.

Años antes, estaba al lado de Johdam cuando una llama inversa le quemó la cara. Después, el veterano había salvado la vida de Dominic durante el primer ataque abortado contra Ix. La lealtad de Johdam nunca flaquearía, pero había llegado el momento de que Dominic le devolviera la libertad.

Cuando Johdam enrojeció de ira, el tejido de la cicatriz adquirió un tono pálido y cerúleo.

—¿Te has enterado de cuántos solaris nos ha cobrado Tuek por este mamotreto? Si hubiéramos tenido equipo como este en Ecaz, los rebeldes nos habrían vencido a pedradas.

Habían quebrantado juntos la ley imperial durante muchos años, pero Dominic tenía que hacer el resto solo. Se sentía extrañamente satisfecho con su decisión, y habló con voz serena y segura.

—Rondo Tuek sabe que ya no le pagaremos los sobornos habituales. Quiere ganar lo máximo posible.

—¡Pero te está tomando el pelo, Dominic!

—Escúchame. —Se acercó más a su lugarteniente. El transporte vibró cuando se dispuso a aterrizar—. No importa. Nada importa. Tengo lo suficiente… para hacer lo que debo hacer.

El sudor perlaba la frente de Johdam cuando la nave se detuvo en el fondo de la fisura. El lugarteniente bajó la rampa de aterrizaje con movimientos tensos y espasmódicos. Dominic percibió inseguridad e impotencia en el rostro del hombre. Sabía que Johdam no sólo estaba furioso por lo que había hecho el mercader de agua, sino por lo que Dominic Vernius pensaba hacer.

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