Authors: Isaac Asimov
Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos
—Les aseguro que no se trata de una tomadura de pelo —sonó de pronto la voz de Hoskins desde atrás—. El niño es auténtico. Homo neanderthalensis.
—¿Es chico o chica?
—Chico —dijo lacónicamente la señorita Fellowes.
—El niño-mono —dijo el periodista del
News
—. Eso tenemos aquí. Un niño-mono. ¿Cómo actúa, enfermera?
—Actúa exactamente igual que un niño de corta edad —espetó la señorita Fellowes, irritada por tener que estar a la defensiva—. Y no es un niño-mono. Se llama… Timothy, Timmie…, y su conducta es perfectamente normal.
Había escogido el nombre, Timothy, a la buena ventura. Era el primero que se le había ocurrido.
—Timmie, el niño-mono —dijo el periodista del
News
.
Y con ese nombre, Timmie, el niño-mono, conoció el mundo al niño feo.
El periodista del
Globe
se volvió hacia Hoskins.
—Doctor, ¿qué piensa hacer con el niño-mono?
El aludido se alzó de hombros.
—Mi plan original se completó cuando demostré que era posible traerlo aquí. Sin embargo, los antropólogos estarán muy interesados, supongo, y los fisiólogos. No en balde tenemos aquí una criatura que está al borde del ser humano. Con él, podemos aprender mucho de nosotros mismos y de nuestros antepasados.
—¿Cuánto tiempo piensa quedárselo?
—Hasta que llegue el momento en que necesitemos el espacio más que a él. Bastante tiempo, tal vez.
El periodista del
News
intervino de nuevo.
—¿Podrá sacarlo al aire libre, para que podamos preparar equipo sub-etérico y montar todo un programa?
—Lo siento, pero el niño no puede salir de Estasis.
—¿Qué es exactamente Estasis?
—Ah. —Hoskins cedió a una de sus breves sonrisas—. Eso precisaría una larga explicación, caballeros. En Estasis el tiempo tal como lo conocemos no existe. Estas habitaciones son en su interior una burbuja invisible que no forma exactamente parte de nuestro universo. Por eso pudimos arrancar del tiempo al niño.
—Alto, un momento —dijo el periodista del
News
, descontento—. ¿Pretende engañarnos? La enfermera puede entrar y salir de la habitación.
—Y lo mismo puede hacer cualquiera de ustedes —dijo Hoskins como si tal cosa—. Se desplazarían paralelamente a las líneas de la fuerza temporal y no habría grandes ganancias o pérdidas de energía. El niño, sin embargo, fue tomado en el remoto pasado. Cruzó las líneas y adquirió potencial temporal. Desplazarlo al universo y a nuestro tiempo absorbería la energía suficiente para quemar todas las líneas del lugar y, seguramente, para eliminar toda la energía de la ciudad de Washington. Hemos tenido que guardar en el local los residuos que el niño trajo consigo, y tendremos que eliminarlos poco a poco.
Los periodistas estaban atareados anotando frases mientras Hoskins les hablaba. Ellos no entendían, y seguramente sus lectores tampoco, pero aquello parecía científico y eso era lo importante.
En ese momento intervino el periodista del
Times-Herald
.
—¿Estaría disponible esta noche para una entrevista en todos los circuitos?
—Creo que sí —dijo al instante Hoskins, y todos los periodistas se marcharon.
La señorita Fellowes los observó mientras salían. En cuanto a Estasis y fuerzas temporales, entendía tan poco como ellos, pero ella sabía algo. El encarcelamiento de Timmie (de pronto se dio cuenta que usaba ese nombre para pensar en el niño feo) era real, y no venía impuesto por el arbitrario mandato de Hoskins. Al parecer, sería imposible sacarlo de Estasis, nunca.
Pobre criatura. Pobre criatura.
Súbitamente, oyó que el niño lloraba y se apresuró a entrar para consolarlo.
La señorita Fellowes no tuvo oportunidad de ver a Hoskins en la red de circuitos, y aunque la entrevista fue transmitida a todas las partes del mundo e incluso a la estación lunar, las ondas no penetraron en el lugar donde vivían la enfermera y el niño feo.
Pero el doctor volvió a la mañana siguiente, radiante y alegre.
—¿Fue bien la entrevista? —preguntó la señorita Fellowes.
—Sumamente bien. ¿Cómo está… Timmie?
La enfermera sintió que le complacía el uso de ese nombre.
—Se defiende bastante bien. Ven aquí, Timmie, este agradable caballero no te hará daño.
Pero Timmie permaneció en la otra habitación. Un mechón de su enmarañado cabello asomó detrás de la barrera de la puerta, y sólo en un par de ocasiones se vio el rabillo de uno de sus ojos.
—En realidad —dijo la señorita Fellowes—, el chico está adaptándose asombrosamente. Es muy inteligente.
—¿Le sorprende?
Ella dudó un instante antes de responder.
—Sí, me sorprende. Supongo que pensé que era un niño-mono.
—Bueno, niño-mono o no, ha hecho mucho por nosotros. Ha hecho famoso a Estasis. Nos conocen, señorita Fellowes, nos conocen.
Parecía que Hoskins tenía que expresar su triunfo a alguien, aunque sólo fuera a la señorita Fellowes.
—¿Ah, sí?
La enfermera le dejó hablar.
El doctor se metió las manos en los bolsillos.
—Llevamos diez años trabajando casi sin un céntimo, arañando fondos cuando podíamos, penique a penique. Temíamos que jugamos el todo por el todo en una gran demostración. Era todo, o nada. Y cuando digo el todo por el todo, hablo en serio. La tentativa de obtener un Neandertal se llevó hasta el último centavo que pedimos prestado o robamos, y parte del dinero fue de hecho robado: fondos para otros proyectos, usados para éste sin autorización. Si este experimento hubiera fracasado, yo estaría acabado.
—¿Por eso no hay techos? —dijo bruscamente la señorita Fellowes.
—¿Eh?
Hoskins alzó los ojos.
—¿No había dinero para techos? —insistió ella.
—Ah. Bien, ésa no era la única razón. En realidad no sabíamos de antemano la edad exacta del Neandertal. Sólo podemos detectar vagamente en el tiempo, y él podía haber sido enorme y salvaje. Nos exponíamos a tener que tratarle a cierta distancia, como a un animal enjaulado.
—Pero puesto que no ha sido así, supongo que ahora construirán el techo.
—Ahora sí. Ahora tenemos abundante dinero. Nos han prometido subvenciones de todas las fuentes posibles. Es sencillamente maravilloso, señorita Fellowes.
Su ancha cara se iluminó con una sonrisa duradera, y cuando el doctor se fue, hasta su espalda parecía sonreír.
La señorita Fellowes pensó: «Un hombre muy agradable cuando baja la guardia y olvida que es un científico.»
Durante un momento de ocio, se preguntó si estaría casado, pero luego desechó la idea, avergonzada de sí misma.
—¡Timmie! —gritó—. ¡Ven aquí, Timmie!
En los meses siguientes, la señorita Fellowes sintió que iba convirtiéndose en parte integral de Estasis, Inc. Le dieron un pequeño despacho con su nombre en la puerta, una oficina bastante cercana a la casa de muñecas (ella jamás dejaba de llamar así a la burbuja de Estasis donde estaba Timmie). Le concedieron un substancioso aumento de sueldo. La casa de muñecas quedó cubierta por un techo, hubo muebles nuevos y mejores, y añadieron un segundo cuarto de baño. Pese a todo eso, la enfermera obtuvo un piso para ella sola en terrenos del instituto y, de vez en cuando, no pasaba la noche con Timmie. Instalaron un sistema de comunicación entre la casa de muñecas y el piso, y Timmie aprendió a usarlo.
La señorita Fellowes fue acostumbrándose al niño. Incluso se percataba menos de la fealdad de Timmie. Un día vio a un niño ordinario en la calle y percibió un rasgo abultado y poco atractivo en su frente, alta y curvada, y en su prominente barbilla. Tuvo que sacudir la cabeza para romper el hechizo.
Más agradable fue acostumbrarse a las esporádicas visitas de Hoskins. Obviamente, el doctor se alegraba de huir de su cada vez más molesto papel de director de Estasis, Inc., y manifestaba un interés sentimental por el niño causante de su fortuna. Pero a la señorita Fellowes le parecía que Hoskins también disfrutaba hablando con ella.
(Además, la enfermera conocía ya algunos datos relacionados con Hoskins. Él era el inventor del método para analizar el reflejo del rayo mesónico que penetraba en el pasado; él había inventado el método para crear Estasis; su frialdad era un simple esfuerzo para ocultar un carácter apacible; y, ¡oh, sí!, estaba casado.)
Hubo una cosa a la que la señorita Fellowes no consiguió acostumbrarse: al hecho que formaba parte de un experimento científico. En contra de sus deseos, acabó viéndose comprometida personalmente hasta el punto de pelearse con los fisiólogos.
En cierta ocasión, Hoskins bajó y la encontró en pleno ataque de furia. Ellos no tenían derecho, no tenían derecho… Aunque el niño fuera un Neandertal, no era un animal.
La señorita Fellowes observaba la marcha de los fisiólogos con ciega rabia, mirando a la abierta puerta y atenta a los sollozos de Timmie, cuando se dio cuenta que Hoskins se hallaba de pie junto a ella. Quizá llevaba allí varios minutos.
—¿Puedo pasar? —dijo él.
La enfermera asintió cortésmente y corrió hacia Timmie, que se abrazó a ella, aterrándola con sus torcidas piernecitas…, todavía delgadas, muy delgadas.
Hoskins los observó antes de hablar.
—No parece muy feliz —dijo gravemente.
—No le culpo. Están encima de él todos los días con sus muestras de sangre y sus pruebas. Lo alimentan con dietas sintéticas que yo no le daría ni a un cerdo.
—Es algo que no pueden ensayar con un hombre, ya sabe.
—Y tampoco pueden ensayarlo con Timmie. Doctor Hoskins, insisto. Usted me dijo que la llegada de Timmie hizo famosa a Estasis, Inc. Si siente alguna gratitud por eso, mantenga a esa gente lejos de la pobre criatura, al menos hasta que tenga la edad suficiente para comprender un poco más las cosas. Después de una espantosa sesión con los científicos, el niño tiene pesadillas, no puede dormir. Se lo advierto. —La señorita Fellowes había llegado al punto culminante de su furia—. ¡No permitiré que vuelvan a entrar!
La enfermera se dio cuenta que estaba chillando, pero no había podido evitarlo.
—Sé que el niño es un Neandertal —prosiguió en voz más baja—, pero hay muchos detalles de esa raza que no apreciamos. He leído sobre el tema. El hombre de Neandertal tenía una cultura propia. Parte de los más importantes inventos de la Humanidad se produjeron en su época. La domesticación de animales, por ejemplo. La rueda. Técnicas para pulir la piedra. Hasta tenían anhelos espirituales. Sepultaban a los muertos y enterraban pertenencias con el cadáver, lo cual demuestra que creían en una vida después de la muerte. Equivale al hecho que inventaron la religión. ¿No significa eso que Timmie tiene derecho a un tratamiento humano?
Dio unas suaves palmaditas en las nalgas al niño y lo hizo ir al cuarto de jugar. Al abrirse la puerta, Hoskins sonrió un instante al observar la variedad de juguetes visibles.
—Esa pobre criatura merece tener juguetes —dijo a la defensiva la enfermera—. Es lo único que tiene, y se lo ha ganado, con todo lo que tiene que sufrir.
—No, no. No hay objeciones, se lo aseguro. Estaba pensando en lo mucho que ha cambiado usted desde aquel primer día, cuando se enfadó bastante porque le impuse el cuidado de un Neandertal.
—Supongo —dijo en voz baja la señorita Fellowes—, supongo que yo no…
Y su voz se apagó.
Hoskins cambió de tema.
—¿Cuál diría que es la edad del niño, señorita Fellowes?
—No puedo asegurarlo, ya que desconocemos el desarrollo de esta raza. Por la altura, debería tener unos tres años, pero los individuos de su especie eran más bajos en general, y con todas las manipulaciones que están haciéndole, lo más probable es que no esté creciendo. De todas formas, por la rapidez con que aprende nuestro idioma, yo diría que tiene más de cuatro años.
—¿De verdad? En los informes no he leído nada al respecto.
—El chico no habla con nadie excepto conmigo. De momento, por lo menos. Tiene un miedo terrible a cualquier otra persona, y no es de extrañar. Pero sabe pedir comida, indica prácticamente cualquier necesidad, y entiende casi todo lo que le digo. Naturalmente —añadió la enfermera, mirando astutamente a Hoskins, tratando de valorar si era la ocasión oportuna—, su desarrollo podría interrumpirse.
—¿Por qué?
—Todos los niños necesitan estímulos, y éste lleva una vida de confinamiento en soledad. Yo hago lo que puedo, pero no estoy siempre con él, y no soy todo lo que él necesita. Lo que pretendo decir, doctor Hoskins, es que Timmie necesita jugar con otro niño.
Hoskins asintió lentamente.
—Por desgracia, sólo hay un niño como él, ¿no? —comentó—. Pobre criatura.
La señorita Fellowes sintió instantánea simpatía por el doctor.
—A usted le gusta Timmie, ¿no es cierto? —le dijo. Era maravilloso que otra persona sintiera lo mismo.
—Oh, sí —repuso Hoskins, y puesto que había bajado la guardia, la enfermera vio el cansancio en sus ojos.
La señorita Fellowes postergó al instante sus planes de insistir en el problema.
—Parece muy agotado, doctor Hoskins —dijo con verdadera preocupación.
—¿En serio, señorita Fellowes? En ese caso, tendré que practicar para tener un aspecto más vital.
—Supongo que Estasis tiene mucho trabajo, y que eso le mantiene muy atareado.
Hoskins se alzó de hombros.
—Supone bien. Es un problema animal, vegetal y mineral por partes iguales, señorita Fellowes. Pero…, creo que no ha visto nuestras muestras.
—Es cierto, no las he visto… Pero no porque no me interesen. He estado tan atareada…
—Bien, ahora mismo no está tan atareada —dijo Hoskins, con impulsiva decisión—. Vendré a buscarla mañana a las once y haremos juntos el recorrido. ¿Qué me dice?
La enfermera sonrió, muy contenta.
—Me encantaría.
Hoskins asintió, sonrió también y se fue.
La señorita Fellowes estuvo canturreando a intervalos durante el resto de la jornada. Sí, pensar eso era ridículo, claro, pero… aquello era lo más parecido a… una cita.
Hoskins llegó muy puntual al día siguiente, risueño y simpático. La señorita Fellowes había sustituido su uniforme de enfermera por un vestido. Un vestido de corte conservador, a decir verdad, pero ella no se había sentido tan femenina desde hacía años.
El doctor la lisonjeó con sobria formalidad al verla, y ella lo aceptó con gracia igual de formal. Un preludio realmente perfecto, pensó la enfermera. Y acto seguido tuvo otro pensamiento: preludio…, ¿de qué?