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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

Cuentos completos (454 page)

BOOK: Cuentos completos
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—Eso me gustaría verlo —dijo Gonzalo.

—¿Por qué? —preguntó Trumbull—. Es el mismo material que puedes ver en cualquier lado, excepto que en un fósforo lo puedes quemar y deshacerte de él más rápido.

—Tienes alma de censor —dijo Gonzalo.

—Lo prefiero en carne y hueso.

—Quizás hace tiempo hayas podido… —continuó Gonzalo.

—¿Qué es lo que quieres? ¿Un duelo verbal? Estamos hablando de algo serio.

—¿Qué hay de serio en los sobrecitos de fósforos? —preguntó Gonzalo.

—Te lo diré. —Trumbull recorrió la mesa con la mirada—. Escuchen, banda de papanatas: lo que aquí se dice es siempre confidencial.

—Todos sabemos eso —dijo Avalon secamente—. Si alguien lo ha olvidado habrás sido tú, o de otro modo no tendrías que recordárnoslo.

—El Sr. Klein también tendrá que… —prosiguió Trumbull, pero Rubin lo interrumpió de pronto.

—El Sr. Klein entiende perfectamente. Sabe que nada de lo que aquí sucede debe ser, nunca y bajo ninguna circunstancia, repetido fuera de este lugar. Yo respondo por él.

—Muy bien. De acuerdo —dijo Trumbull—. Voy a contarles lo menos posible. Les juro que no les habría dicho nada si no hubiera sido por el almuerzo que Klein tuvo ayer. Es algo que simplemente me irrita. Hace meses que me persigue… en realidad, más de un año. Y ya que ha surgido…

—Mira —dijo Drake secamente—: hablas o te callas.

Trumbull se frotó los ojos molesto.

—Alguien está entregando información —dijo.

—¿De qué clase? ¿Dónde? —preguntó Gonzalo.

—No importa. No quiero decir exactamente que sea el gobierno, ni que haya agentes extranjeros implicados. Ustedes entienden. Quizá sea espionaje industrial, quizá se trate del robo del código que utiliza en su juego el equipo de béisbol New York Mets. Quizá se trate de trampas en un examen, como el problema que Drake trajo aquí hace un par de meses. Llamémoslo simplemente un escape de información.

—De acuerdo —dijo Rubin—. ¿Y quién está implicado? ¿Ese tal Ottiwell?

—Estamos bastante seguros.

—Entonces deténgalo.

—No tenemos pruebas —dijo Trumbull—. Todo lo que podemos hacer es evitar que le llegue información, pero tampoco queremos hacer eso… totalmente.

—¿Por qué no?

—Porque no se trata de quién es el tipo, sino de cómo lo hace. Si lo detenemos y no sabemos qué método utiliza, entonces alguien tomará su puesto. Las personas son lo de menos. Es el modus operandi lo que nos interesa.

—¿Tienen alguna idea de cómo lo hace? —preguntó Halsted, parpadeando lentamente.

—Son los sobrecitos de fósforos. ¿Con qué otra cosa podría ser? Tiene que ser eso. Toda nuestra evidencia apunta hacia Ottiwell y éste es un loco que colecciona sobrecitos de fósforos. Tiene que haber una relación.

—¿Quieres decir que comenzó a coleccionar sobrecitos de fósforos para poder…?

—No, los ha coleccionado toda su vida. No hay duda sobre eso. Formar la colección que posee ahora debe de haberle llevado cerca de treinta años. Pero una vez reunida esa colección, cuando de algún modo ya lo habían reclutado para transmitir información, es indudable que debió de idear un plan que implicara a los fósforos.

—¿Qué plan? —preguntó Rubin impaciente.

—Eso es lo que no sé. Pero es así. En cierto modo, los sobrecitos de fósforos son perfectos para esa tarea. Por su propia naturaleza, ya llevan mensajes en su interior; y si son cuidadosamente elegidos, no necesitan ser alterados. Tome, por ejemplo, el restaurante en que se encontraban ustedes ayer, Klein, “El Gallo y el Toro”. En la cubierta de los sobrecitos de fósforos seguramente decía “El Gallo y el Toro”.

—Es probable, pero no me fijé.

—Estoy seguro. Bien, si usted quiere enviar algún mensaje en código, envía uno de ésos por correo o desprende la tapa del sobrecito y lo manda.

—Esas son tonteras —intervino Gonzalo—. Perdona, Manny; pero repara, Tom, que cualquiera que envíe por correo sobrecitos de fósforos, o tapas de sobrecitos, debe suponer que pueden descubrirlo. Inmediatamente se ve que hay algo raro.

—No necesariamente. Puede ser que haya una razón valedera para enviar sobrecitos de fósforos.

—¿Cuál, por ejemplo?

—Los coleccionistas de sobrecitos de fósforos lo hacen. Se escriben entre sí y los intercambian. Se envían sobrecitos de fósforos unos a otros. Quizás un tipo necesita uno de “El Gallo y el Toro” para completar una colección de animales en la que está interesado, ya su vez envía un sobrecito pornográfico para alguien que se especializa en ese rubro artístico.

—¿Y Ottiwell intercambia? —preguntó Avalon.

—Por supuesto.

—¿Y nunca han logrado interceptar nada de lo que envía por correo?

Una expresión de desprecio apareció en el rostro de Trumbull.

—Por supuesto que sí. Muchas veces. Lo interceptamos, lo revisamos cuidadosamente y luego lo enviamos.

—Y al hacerlo así —dijo Rubin, mirando a la lejanía— interfirieron en las comunicaciones postales de los Estados Unidos de América. Tratándose sólo de un problema del código de un equipo de béisbol eso es fácil de hacer.

—¡Oh, por amor de Dios! —dijo Trumbull—. Trata de no ser tan bestia por quince minutos al menos, Manny. Aunque no sea más que por la novedad. Sabes que mi especialidad son los códigos y claves. Sabes, que suelo ser consultado por el gobierno y que tengo relaciones allí. Naturalmente, están interesados. Lo estarían aunque no fuese más que un caso de chismes de barrio, y no he dicho que sea más que eso.

—¿Por qué? —preguntó Rubin—. ¿Desde cuándo estamos tan científicos para descubrir chismes?

—Es simple si uno se detiene a pensarlo. Cualquier sistema para transmitir información que no pueda ser descifrado —cualquiera que sea esa información— es sumamente peligroso. Si funciona y se lo utiliza para algo carente por completo de importancia, más tarde puede ser empleado para algo vital. El gobierno no desea que ningún sistema para transmitir información permanezca indescifrable, a menos que esté bajo su propio control. Eso tiene sentido y espero que lo entiendan.

—Está bien —dijo Drake—. De modo que ustedes estudiaron los fósforos que ese Ottiwell envía por correo. ¿Y qué descubrieron?

—Nada —gruñó Trumbull—. No pudimos sacar nada en limpio. Estudiamos esos maditos mensajes de propaganda de cada sobrecito y no sacamos nada.

—¿Quiere decir que los estudiaron para ver si las iniciales de cada unas de las palabras de las tapas formaban una palabra, o algo por el estilo? —preguntó Klein con interés.

—Si se tratara del intercambio de un chico de seis años, sí, eso es lo que habríamos intentado descubrir. No; fuimos bastante más sutiles que eso y no logramos nada.

—Bueno —dijo Avalon tristemente—, si no pueden encontrar nada en las leyendas impresas en ninguno de los sobrecitos que envía… quizá sea una pista falsa.

—¿Quieres decir que no son los sobrecitos de fósforos?

—Así es. Puede ser que eso sea para distraer. Este hombre tiene los sobrecitos de fósforos a mano y es un coleccionista de verdad, de manera que hace resaltar todo lo posible su colección para atraer toda la atención que puede. Se la muestra a cualquiera que quiera verla… ¿Cómo lograste verla tú, Manny?

—Él me invitó. Yo cultivé su amistad.

—Y él te correspondió. Este es un hombre que se merece cualquier cosa que le pase. Nunca cultives mi amistad, Tom.

—Nunca lo he hecho… Mira, Jeff, sé lo que quieres decir. Ayer le habló a Klein acerca de los sobrecitos de fósforos. Se lo cuenta a todos. Le enseña su colección a quienquiera que esté dispuesto a ir hasta Queens. Por eso le pregunté a Klein si lo había invitado a su casa. Con toda esa cháchara, toda esa auto-propaganda, todo ese brillo y ese ruido no te sorprendería, supongo, que utilizara algún recurso que no tuviera nada que ver con los sobrecitos de fósforos. ¿No es cierto?

—Cierto —dijo Avalon.

—No es cierto —dijo Trumbull—. Simplemente no lo creo. Él no miente. Es verdaderamente un fanático de los sobrecitos de fósforos que no tiene nada más en la vida. No tiene ninguna razón ideológica para correr el terrible riesgo que realmente está corriendo. No está comprometido con el sector para el que trabaja, sea éste nacional, industrial o local… y sigo sin decir cuál es. No tiene ningún interés en eso. Son solamente los sobrecitos de fósforos. Ha elaborado una forma de utilizar sus malditos fósforos en algo novedoso y ésa es su gloria.

—Escuchen —dijo Drake saliendo de su ensoñación—. ¿Cuántos sobrecitos de fósforos envía por correo cada vez?

—No se sabe. En los casos en que los hemos interceptado nunca ha habido más de ocho, y no los envía realmente muy seguido. Debo admitir eso.

—Muy bien. ¿Cuánta información puede transmitir en unos pocos sobrecitos de fósforos? No puede utilizar los mensajes literalmente o indirectamente. Tiene que ser algo sutil, y quizá cada sobrecito pueda significar una palabra, o quizá sólo una letra. ¿Qué se puede hacer con eso?

—Mucho —dijo Trumbull indignado—. ¿Qué es lo que crees que se necesita en estos casos? ¿Una enciclopedia? Sea quien fuere el que busca información, simplón, ya la tiene casi toda para comenzar. Le faltan sólo algunos puntos claves y eso es todo lo que necesita. Por ejemplo, supongamos que estamos en la Segunda Guerra. Alemania tiene noticias de que algo grande está sucediendo en los Estados Unidos. Llega un mensaje con sólo dos palabras: “Bomba atómica”. ¿Qué más necesita Alemania? No existía la bomba atómica en ese tiempo, por supuesto, pero cualquier alemán con educación secundaria tendría una cierta idea en base a esas dos palabras y un científico alemán tendría una muy buena idea de lo que significan. Entonces llega un segundo mensaje: “Oak Ridge, Tenn”. Todo eso sumaría veinticuatro letras en total, tomando en cuenta ambos mensajes, y habría cambiado la historia del mundo.

—¿Quieres decir que este tipo, Ottiwell, está transmitiendo información como ésa? —preguntó Gonzalo, espantado.

—¡No! Ya les dije que no —contestó Trumbull irritado—. Él no tiene ninguna importancia en ese sentido. ¿Creen que les estaría contando esto si fuese así? Es simplemente que el modus operandi puede ser utilizado para eso, así como para cualquier cosa, y es por eso que tenemos que descifrarlo. Además, está mi reputación. Yo digo que está usando los sobrecitos de fósforos y no puedo demostrar cómo. ¿Creen que me gusta eso?

—Quizás haya alguna escritura secreta en el interior de los sobrecitos de fósforos —dijo Gonzalo.

—Revisamos eso, como es de rutina, pero no hay nada. Si así fuera, ¿para qué molestarse utilizando los fósforos? Podría hacerse en cartas comunes y atraería mucho menos atención. Es cuestión de psicología. Si Ottiwell usa sobrecitos de fósforos, tiene que usar un sistema que puede servir sólo con sobrecitos de fósforos, y eso significa que utiliza sólo los mensajes que ya figuran en ellos… de algún modo.

—Imagino que ha comenzado todo esto —interrumpió Klein— sólo por mencionar el almuerzo de ayer. ¿Tiene una lista de los sobrecitos de fósforos que él ha enviado? Si usted tiene una fotocopia podríamos mirarla y…

—¿Y descubrir el código que yo no encontré? ¿Verdad? —dijo Trumbull—. Vean, desde que Conan Doyle enfrentó a Sherlock Holmes con los chambones de Scotland Yard, parece haber quedado la noción de que los profesionales no pueden hacer nada. Les aseguro que si yo no puedo hacerlo…

—Bien, pero, ¿y Henry? —preguntó Avalon. Henry, quien había estado escuchando seriamente, con una expresión de interés en su rostro sesentón y sin arrugas, sonrió brevemente y sacudió la cabeza.

Pero un pensamiento pareció cruzar por el rostro de Trumbull.

—Henry —dijo—. Me olvidé de Henry. Tienes razón, Jeff. Es el más inteligente de todos, lo que normalmente sería un cumplido si ustedes no fuesen la sarta de tontos que son. Henry —prosiguió—, usted es el hombre honrado. Usted puede ver la deshonestidad del mundo sin tener la vista nublada por su propio deseo de delinquir. ¿Está de acuerdo conmigo en esto? ¿Cree que, de estar implicado este tipo, Ottiwell, en este trabajo, sólo lo haría por utilizar sus sobrecitos de fósforos de modo que presentaran una utilidad particular, o no?

—En realidad —dijo Henry levantando los platos que quedaban—, concuerdo con usted, Sr. Trumbull.

Trumbull sonrió.

—Aquí tenemos las palabras de un hombre que sabe de lo que está hablando.

—Porque está de acuerdo contigo —dijo Rubin.

—No estoy totalmente de acuerdo con el Sr. Trumbull, sin embargo… —añadió Henry.

—¡Ajá! ¿Qué dices ahora, Tom?

—Lo que siempre digo —dijo Trumbull—: que tus silencios son lo mejor de ti.

—¿Puedo pronunciar un discursito? —preguntó Henry.

—Un momento —intervino Rubin—. Yo soy el que preside todavía, y en este momento me reintegro a mi cargo. Yo decido el procedimiento a seguir y resuelvo que Henry pronuncie un discursito y que el resto de nosotros se quede callado, excepto para contestar las preguntas de Henry o para hacer preguntas que estén directamente relacionadas con el caso. Me refiero particularmente a Tom-Tom, el tambor, en eso de guardar silencio.

—Gracias, Sr. Rubin —dijo Henry—. Señores, con ocasión de sus reuniones mensuales, yo los escucho con el mayor interés. Es evidente que todos ustedes experimentan inocentemente un gran placer al flagelarse mutuamente con palabras. Pero no pueden flagelar a un invitado, sin embargo; de modo que todos ustedes tienen tendencia a ignorarlo y entonces no lo escuchan cuando habla.

—¿Hemos hecho eso? —preguntó Avalon.

—Sí; y me parece, Sr. Avalon, que en consecuencia pueden haber perdido un punto muy importante. Dado que, por lo general, a mí no me corresponde hablar, los escucho a todos imparcialmente, incluyendo al invitado, y por lo que parece oí lo que el resto de ustedes no oyó. Sr. Rubin ¿me permite hacerle algunas preguntas al Sr. Klein? Puede ser que las respuestas no sirvan, pero hay una pequeña posibilidad…

—Por supuesto —concedió Rubin—. Había que interrogarlo, de todos modos. Adelante.

—No será un interrogatorio —objetó Henry suavemente—. ¿Sr. Klein?

—Sí, Henry —contestó éste sonrojándose levemente de satisfacción al transformase en el verdadero centro de la atención.

—Se trata de esto solamente, Sr. Klein: cuando usted comenzó a contar, más bien sucintamente, la historia de su almuerzo de ayer, dijo —yo tampoco puedo repetir las palabras exactas— algo así como que pensó que él estaba loco, pero que hizo que todo aquello pareciera tan interesante que, cuando terminó, usted había decidido comenzar su propia colección de sobrecitos de fósforos.

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