Authors: Isaac Asimov
Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos
—De modo —dijo Trumbull— que entonces llegaron esos toxicómanos y, quizá cuando intentaron abrir la puerta, ella haya pensado que era Alex que regresaba y les abrió. Apuesto a que la cerradura no estaba forzada.
—No, no lo estaba —dijo Gonzalo.
—¿No es extraño que un toxicómano elija un domingo por la mañana para hacer sus incursiones? —preguntó Drake.
—Mira —dijo Rubin—, lo hacen a cualquier hora. La desesperación por las drogas no sabe de horarios.
—¿Por qué fue la pelea? —preguntó repentinamente Avalon—. Me refiero a la de Marge y Alex.
—¡Oh, no sé! Alex debe de haber hecho algo en el trabajo que pudo haber causado una mala impresión, y eso Marge no podía soportarlo. Ni siquiera sé qué fue; pero fuese lo que fuere, debió de haberla herido en su orgullo por él y estaría resentida. El problema es que Alex nunca aprendió a dejar que ella se calmara sola. Cuando éramos chicos yo lo hacía siempre. Solía decirle: “Sí, Marge; sí, Marge”, y entonces se calmaba. Pero Alex siempre intentaba defenderse y entonces las cosas se ponían peor. Esa vez, la pelea debió de haber durado toda la noche… Por supuesto, ahora él dice que si no hubiese transformado la pelea en una batalla, no habría salido del departamento y entonces nada habría sucedido.
—Estaba escrito —sentenció Avalon—. Lamentarse por la leche derramada no sirve para nada.
—Sí, claro. Pero ¿cómo no lamentarse, Jeff? El caso es que ellos pasaron una mala noche y yo pasé una mala noche. Fue como si hubiera habido algún tipo de comunicación telepática.
—¡Oh, cuentos! —exclamó Rubin.
—Eran mellizos —recordó Gonzalo a la defensiva.
—Sólo mellizos de nacimiento —dijo Rubin—. A menos que tú ocultes ser una niñita bajo toda esa ropa…
—¿De modo que…?
—Que sólo los mellizos idénticos, aparentemente, tienen esa afinidad telepática. Pero estos son cuentos, también.
—En todo caso —continuó Gonzalo—, Alex vino y desayuné con él, aunque no comió mucho. Más bien se lamentó de sus problemas con Marge, de lo dura que ella era con él a veces, y yo simpaticé y le dije: “Mira, ¿por qué le das tanta importancia? Es una buena chica si no la tomas tan en serio”. Ustedes saben todas las cosas que se dicen cuando uno quiere consolar a alguien. Supuse que en un par de horas se habría desahogado, que volvería a su casa y se reconciliaría, y yo podría irme al parque o quizás a la cama. Pero lo que sucedió en un par de horas fue que el teléfono volvió a sonar y era la policía.
—¿Cómo sabían dónde encontrar a Alex? —preguntó Halsted.
—No sabían. Me llamaban a mí. Yo era su hermano. Alex y yo fuimos a identificar el cadáver. Durante unos instantes, Alex pareció un muerto. No era sólo el hecho de que ella hubiera sido asesinada. Después de todo, él había tenido una pelea con ella y los vecinos debieron de haber oído. Ahora estaba muerta y del primero que se sospecha es del marido. Por supuesto que lo interrogaron y él confesó lo de la pelea, haber dejado el departamento para venir a mi casa… Todo.
—Debe de haber sonado como una gran mentira —dijo Rubin.
—Yo corroboré el hecho de que él se hallaba en mi casa. Dije que había llegado alrededor de las ocho y veinte, ocho y veinticinco, quizás, y que desde entonces no se había movido de allí. Y el asesinato había tenido lugar a las nueve.
—¿Quieres decir que hubo testigos? —preguntó Drake.
—No, ¡maldita sea! Pero hubo ruidos. La gente del departamento de abajo oyó. Los del departamento de enfrente oyeron. Muebles que caían, un grito. Ninguno vio a nadie, por supuesto; ninguno vio nada. Todo el mundo le echó llave a la puerta y se quedó donde estaba. Pero oyeron los ruidos y eran cerca de las nueve. Todos coincidieron en eso. Esto bastó, en lo que se refiere a la policía. En ese barrio, si no es el marido es algún ratero, probablemente un toxicómano. Alex y yo salimos y él se emborrachó. Yo me quedé con él porque no estaba en condiciones de quedarse solo, y ahí termina la historia.
—¿Sueles ver a Alex, ahora? —preguntó Trumbull.
—De vez en cuando. Le presto algunos dólares, a veces. Ni espero que me los devuelva. Dejó su empleo una semana después que Marge fue asesinada. No creo que haya vuelto a trabajar desde entonces. Lo destruyó, simplemente… porque se culpa a sí mismo, como dije. ¿Por qué tuvo que discutir con ella? ¿Por qué tuvo que salir del departamento? ¿Por qué tuvo que venir a mi casa? De todos modos, ésa es la historia. Un asesinato, pero sin misterio.
Hubo silencio por unos momentos y luego Halsted dijo:
—¿Te importaría, Mario, si especulamos solamente por… por…?
—¿Solamente para entretenernos? —preguntó Mario—. Por supuesto que no. Adelante, háganlo. Si tienen alguna pregunta trataré de contestarla lo mejor que pueda, pero en lo que se refiere al asesinato mismo no hay nada que decir.
—Tú ves —dijo Halsted un poco embarazado—. Nadie vio a nadie. Sólo se supone que entraron toxicómanos anónimos y la asesinaron. Alguien puede haberla matado por una razón mejor, sabiendo que culparían a algún toxicómano y que él se salvaría. O ella…, quizá.
—¿Quién es ese alguien? —preguntó Mario, escéptico.
—¿No tenía enemigos? ¿No poseía dinero que alguien quisiera robarle? —inquirió a su vez Halsted.
—¿Dinero? Lo que tenía estaba en el banco. Pasó a Alex, por supuesto. Era de él, para comenzar. Todos los bienes los tenían en común.
—¿Y si hubiera sido por celos? —dijo Avalon—. Quizás ella tuviese un amante. O él. Quizás esa fuera la razón de la pelea.
—¿Y que él la haya asesinado? —dijo Gonzalo—. El hecho es que él se hallaba en mi departamento en el momento en que la mataron.
—No necesariamente él. Supongamos que fuera su amante, o la amante de él. Él, porque ella intentara romper la relación. Ella, porque quisiera casarse con tu cuñado.
Mario sacudió la cabeza.
—Marge no era una mujer fatal precisamente. Siempre me sorprendió que lograra atrapar a Alex. En realidad, quizá no lo logró.
—¿Se quejaba Alex de eso? —preguntó Trumbull con repentino interés.
—No, pero tampoco él es lo que se dice un gran amante. Hace tres años que es viudo y podría jurar que no tiene una mujer. Ni un hombre tampoco… antes que imaginen eso.
—Espera —dijo Rubin—, aún no sabes realmente por qué fue la pelea. Dijiste que fue por algo que sucedió en su trabajo. ¿Te contó él lo que había sucedido, en realidad, y simplemente te olvidaste, o nunca te lo dijo?
—No entró en detalles y yo no le pregunté. No era cosa mía.
—Muy bien —dijo Rubin—, ¿qué tal esto? La pelea fue por algo importante en el trabajo. Quizás Alex haya robado cincuenta mil dólares y Marge estuviera enojada, y de ahí la discusión. O, quizá, que Marge lo haya impulsado a robar y él se hubiese arrepentido. O, quizás, que alguien supiese que los cincuenta mil dólares estaban en la casa y que ese alguien la haya matado y se los haya llevado, y Alex no se atreva a mencionarlo.
—¿Quién es ese alguien? —preguntó Gonzalo—. ¿Cuál robo? Alex no es el tipo.
—Me parece haber oído eso antes —entonó Drake.
—Puede ser, pero no es el tipo. Y si lo hubiera hecho, la firma para la que él trabajaba no se habría quedado callada. No tiene sentido.
—¿Y si se tratara de esas peleas internas que ocurren siempre en los edificios de departamentos? —dijo Trumbull—. Ya saben a qué me refiero: esos duelos a muerte entre inquilinos. ¿No habría alguien que la odiara y que finalmente se las cobrara todas juntas?
—¡Diablos, si hubiera habido algo tan serio, yo lo habría sabido! Marge nunca se guardaba esas cosas.
—¿No podría ser un suicidio? —inquirió Drake—. Después de todo, su marido la había dejado. Quizá le dijo que no volvería nunca más y ella se desesperó… y en un arrebato de depresión irracional se mató.
—Es cierto que el arma fue el cuchillo de la cocina —dijo Gonzalo—, pero Marge no era de las que se suicidan. Podía matar a alguien, pero no matarse ella. Además, ¿de dónde aquella lucha y el grito si se hubiese suicidado?
—En primer lugar —prosiguió Drake—, los muebles pudieron haberse caído durante la discusión con su marido. En segundo lugar, ella pudo simular un homicidio para meterlo en complicaciones. “La venganza será mía”, pudo haber pensado la ofendida mujer.
—¡Por favor! —dijo Gonzalo despectivamente—. Marge jamás habría podido hacer eso en toda su vida.
—Mira —dijo Drake—, en realidad uno no conoce mucho a los demás… aunque se trate de su mellizo.
—No vas a hacerme creer eso…
—No sé por qué estamos perdiendo el tiempo —intervino Trumbull—. ¿Por qué no le preguntamos al experto…? ¡Henry!
La expresión de Henry no reflejaba más que un amable interés.
—¿Sí, Sr. Trumbull? —dijo.
—¿Por qué no nos informas? ¿Quién mató a la hermana del Sr. Gonzalo?
Henry alzó las cejas levemente.
—No me considero un experto, Sr. Trumbull, pero debo decir que todas las sugerencias hechas por los caballeros reunidos en esta mesa, incluyendo la suya, son extremadamente improbables. Mi opinión es que la policía está perfectamente en lo cierto, y que si en este caso el marido no lo hizo, entonces fueron los ladrones. Y en esta época, uno debe suponer que esos ladrones hayan sido toxicómanos desesperados por obtener dinero o algo que poder convertir en dinero.
—Me decepcionas, Henry —dijo Trumbull. Henry sonrió ligeramente.
—Está bien —dijo Halsted—. Supongo que será mejor que suspendamos esto, después de haber decidido quién hará de anfitrión la próxima vez. Y me parece que será mejor volver a tener invitados. Este plan mío no funcionó muy bien.
—Siento no haber podido ofrecerles algo mejor, muchachos —dijo Gonzalo.
—No quise decir eso, Mario —se apresuró a decir Halsted.
—Ya lo sé. Bueno, olvidémoslo.
Ya se marchaban, con Gonzalo cerrando la fila, cuando un ligero golpecito en el hombro de éste hizo que se volviera.
—¿Podría verlo en privado, Sr. Gonzalo, sin que los demás lo sepan? —preguntó Henry—. Es bastante importante.
Gonzalo lo miró fijamente un momento y dijo:
—Muy bien, saldré a despedirme de ellos, tomaré un taxi y volveré dentro de un rato.
Al cabo de diez minutos regresó.
—¿Se trata de algo sobre mi hermana, Henry?
—Me temo que sí, señor. Pensé que sería mejor hablar en privado con usted.
—Está bien. Volvamos al comedor. Está vacío, ahora.
—Mejor que no, señor. Todo lo que allí se dice no debe ser repetido afuera y no deseo hablar en secreto. No me importa guardar silencio sobre delitos triviales, pero un asesinato es algo totalmente diferente. Por aquí hay un rincón donde podemos estar.
Fueron juntos al lugar indicado. Era tarde y el restaurante estaba prácticamente vacío.
—Escuché su relato y quisiera su autorización para repetir algunos hechos solamente, para asegurarme de que los entendí bien —dijo Henry en voz baja.
—Por supuesto, adelante.
—Según lo que entendí, un sábado a fines de abril, usted se sintió inquieto y se acostó antes del noticiario de las once.
—Sí, justo antes del noticiario de las once.
—Y no escuchó las noticias.
—Ni siquiera los titulares.
—Y esa noche, aunque no podía dormir, no se levantó. No fue al baño ni a la cocina.
—No, no lo hice.
—Y luego usted se despertó exactamente a la hora en que lo hace siempre.
—Así es.
—Bien; mire usted, Sr. Gonzalo: eso es lo que me molesta. Una persona que se despierta todas las mañanas exactamente a la misma hora, gracias a algún tipo de reloj biológico en su interior, se despierta a una hora equivocada dos veces al año.
—¿Qué?
—Dos veces al año, señor, los relojes comunes son alterados: una vez para adelantarlos, otra para atrasarlos. Pero el ritmo biológico no cambia repentinamente. El último domingo de abril, Sr. Gonzalo, los relojes se adelantan en este Estado. A la una de la madrugada del domingo se los adelanta una hora. Si usted hubiera escuchado el noticiario de las once le habrían recordado esto. Pero en cambio le dio cuerda a su reloj antes de las once de la noche y no mencionó haberlo ajustado al cambio. Después se acostó y no lo volvió a tocar durante la noche. Cuando usted despertó a las ocho de la mañana, el reloj debió haber marcado las nueve. ¿No es así?
—¡Dios mío! —dijo Gonzalo.
—Usted salió después que la policía llamó y no regresó hasta varios días más tarde. Cuando usted volvió, el reloj se había detenido, por supuesto. Usted no tenía cómo saber que estaba atrasado en una hora cuando se paró. Usted lo puso a la hora correcta y nunca supo la diferencia.
—Nunca pensé en eso, pero tiene toda la razón.
—La policía debió de pensar, pero es muy común en estos días descartar los crímenes de violencia habituales como obras de toxicómanos. Usted le proporcionó la coartada a su cuñado y ellos siguieron el camino más fácil.
—¿Quieres decir que él…?
—Es posible, señor. Habrán luchado y él la mató a las nueve de la mañana, como indican las declaraciones de los vecinos. Dudo que haya sido premeditado. Entonces, en su desesperación, debe de haber pensado en usted… y fue bastante astuto de su parte. Lo llamó y le preguntó qué hora era. Cuando usted dijo “las ocho y nueve minutos”, él se dio cuenta de que usted no había adelantado el reloj y se apresuró a ir hasta allá. Si usted hubiera dicho las nueve y nueve, habría tratado de salir de la ciudad.
—Pero Henry, ¿por qué lo habrá hecho?
—Es difícil decirlo en las parejas casadas, señor. Su hermana pudo haber tenido aspiraciones demasiado altas. Usted dijo que ella desaprobaba su modo de vida, por ejemplo, y probablemente lo demostraba, lo suficiente por lo menos como para que usted no la quisiera mucho. Debe de haber desaprobado la vida de su marido, también, tal como él era antes de casarse con ella. Él no tenía rumbo fijo, por lo que usted dijo. Ella hizo de él un empleado respetable y trabajador, y es posible que a él no le haya gustado eso. Cuando por fin explotó y la mató, volvió a su antigua vida. Usted cree que lo hace por desesperación, pero puede ser que no sienta más que alivio.
—Bueno… ¿Qué hacemos?
—No sé, señor. Sería algo difícil de probar. ¿Podría usted recordar, realmente, después de tres años, si adelantó el reloj o no? Un buen abogado defensor podría hacerlo pedazos. Por otro lado, puede ser que su cuñado no resista y confiese si usted lo enfrenta. Usted tendrá que decidir si recurre a la policía o no.