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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

Cuentos completos (451 page)

BOOK: Cuentos completos
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—Dime, Jim, ¿cómo se las arreglaba Lance durante las exposiciones del seminario? —interrumpió Gonzalo.

—No hablaba; no se arriesgaba. Todos nosotros suponíamos que así sería. No nos sorprendía.

—¿Y la secretaria del departamento de química? ¿Puede ser que Lance hubiera logrado sonsacarle las preguntas? —preguntó Gonzalo.

—No conoces a la secretaria —dijo Drake sombríamente—. Además no podría haberlo hecho. No pudo haber sobornado a la secretaria, ni violado la caja de seguridad ni hecho ninguna trampa. Por la naturaleza de las preguntas pudimos darnos cuenta de que el examen había sido preparado la semana anterior a la finalización del curso, y durante esa última semana Lance no podía haber hecho nada.

—¿Estás seguro? —preguntó Trumbull.

—Te apuesto lo que quieras. A todos nos molestaba el hecho de que estuviera tan confiado. El resto de nosotros estaba verde ante la idea de fracasar, y él sonreía. Sonreía siempre. Antes de la última clase alguien dijo: “Se robará la hoja de las preguntas”. En realidad fui yo quien lo dijo, pero los demás estaban de acuerdo y decidimos… bueno, decidimos seguirle la pista.

—¿Quieres decir que nunca lo perdieron de vista? —inquirió Avalon—. ¿Mantuvieron guardias de vigilancia durante la noche? ¿Lo seguían cuando iba al baño?

—Casi, casi. Burroughs era su compañero de cuarto y Burroughs tenía el sueño liviano y juraba que sabía cada vez que Lance se daba vuelta en su cama.

—Pudo haber drogado a Burroughs una noche —dijo Rubin.

—Pudo, pero a éste no le pareció, y nadie lo creyó tampoco. Sucedía simplemente que Lance no actuaba de ningún modo en forma sospechosa; ni siquiera parecía molesto por ser observado.

—¿Sabía que lo estaban vigilando? —preguntó Rubin.

—Probablemente lo sabía. Cada vez que iba a algún lado solía sonreír y decir: “¿Quién me acompaña?”

—¿A qué lugares iba?

—A los sitios de costumbre. Comía, bebía, dormía, evacuaba. Solía ir a la biblioteca de la facultad a estudiar o se quedaba en su habitación. Fue al correo, al banco, a una zapatería. Lo seguimos en cada una de sus diligencias, a lo largo y ancho del pueblo. Además…

—Además ¿qué? —dijo Trumbull.

—Además, incluso si hubiera logrado apoderarse de la hoja de preguntas, sólo podía haber sido en esos pocos días antes del examen, quizá sólo la noche anterior. Siendo quien era, Lance tendría que haber sudado tinta china para encontrar las respuestas. Eso le habría llevado días de intenso trabajo y estudio. Si hubiese podido contestarlas sólo con echarles una mirada, no hubiera tenido necesidad de hacer trampas: habría podido mirarlas en los primeros minutos del examen.

—Me parece que llegaste a un callejón sin salida, Jim. Aparentemente, tu sospechoso no pudo hacer trampas —comentó Rubin con tono irónico.

—De eso se trata, precisamente —gritó Drake—. Debe de haber hecho trampa, pero en forma tan inteligente que nadie lo pudo sorprender. Nadie pudo siquiera imaginar cómo lo hizo. Tom tiene razón: es eso lo que me molesta.

Fue entonces cuando Henry tosió y dijo:

—¿Me permiten una palabra, señores?

Todas las cabezas se dirigieron hacia arriba como si un titiritero invisible hubiese tirado de los hilos.

—¿Sí, Henry? —dijo Trumbull.

—Me parece, señores, que ustedes están demasiado familiarizados con la falta de honradez como para entenderla bien.

—¡Por Dios, Henry, me ofende usted duramente! —dijo Avalon con una sonrisa, pero sus cejas oscuras se fruncieron hasta casi cubrirle los ojos.

—No quiero ser irrespetuoso, señores, pero el Sr. Rubin sostuvo que la falta de honradez tiene su valor. El Sr. Trumbull piensa que el Dr. Drake está molesto sólo porque el fraude fue lo suficientemente inteligente como para evitar ser descubierto y no por el hecho en sí, y quizá todos ustedes están de acuerdo con eso.

—Me parece que lo que quieres insinuar, Henry, es que tu honradez exagerada te permite detectar el fraude mejor que nosotros e incluso comprenderlo con más exactitud —dijo Gonzalo.

—Casi tengo esa impresión, señor —contestó Henry—, en vista de que ninguno de ustedes ha hecho comentario alguno sobre un hecho de la historia del Dr. Drake que es evidentemente improbable y que me parece que explica todo.

—¿Cuál es? —preguntó Drake.

—¡Vaya! La actitud del profesor St. George, señor. Se trata de un profesor que se enorgullece de suspender a muchos de sus alumnos y que nunca permite que nadie obtenga más de 80 puntos en el examen final, y sin embargo, un estudiante que es absolutamente mediocre —y entiendo que todos los de la facultad, tanto los profesores como los alumnos, conocían su mediocridad— obtiene un 90 y el profesor lo acepta e incluso lo respalda ante la comisión calificadora. No hay duda de que él debió de haber sido el primero en sospechar un fraude y debió de haberlo hecho sumamente indignado, también.

Hubo un silencio. Stacey estaba pensativo.

—Quizá no podía admitir —dijo Drake— que alguien fuese capaz de engañarlo a él. ¿Me entiende?

—Esas son disculpas, señor —repuso Henry—. En cualquier situación en la que un profesor hace preguntas y un alumno las contesta, uno siempre tiende a pensar que si hay trampa ésta proviene del alumno. ¿Por qué? ¿Qué pasaría si el tramposo fuese el profesor?

—¿Qué ganaría con eso? —inquirió Drake.

—¿Qué es lo que se gana normalmente? Dinero, según sospecho, señor. La situación, como usted la describió, es la de un estudiante que goza de excelente estado económico y la de un profesor que tenía el salario que solía ganar un profesor en aquellos días, antes que empezaran a llegar las financiaciones del gobierno. Suponga que el alumno le hubiera ofrecido unos pocos miles de dólares…

—¿Para qué? ¿Para que le otorgara una nota falsa? Vimos el examen de Lance y era legítimo. ¿Para permitir que Lance viera las preguntas antes de haberlas mimeografiado? No le habría servido de nada a Lance.

—Mírelo al revés, señor. Suponga que el estudiante le hubiera ofrecido esos pocos miles de dólares para que le permitiese a él, el alumno, mostrarle las preguntas al profesor.

Otra vez intervino el titiritero invisible y hubo un coro de “Oués” en diferentes tonos.

—Supongamos, señor —continuó Henry pacientemente—, que fue el Sr. Lance Faron quien escribió las preguntas, una por una, durante el transcurso del semestre, puliéndolas a medida que éste avanzaba. Eligió algunos puntos interesantes que surgieron en las clases, sin hablar nunca durante los debates de manera que pudiera escuchar mejor. Las pulió a medida que avanzaba el semestre, trabajando intensamente. Como dijo el Sr. Avalon, es más fácil entender unos pocos puntos específicos que aprender el contenido de toda una materia. Incluyó una pregunta de las clases de la última semana haciéndoles creer a ustedes, inadvertidamente, que el examen en su totalidad había sido elaborado durante la última semana. Esto significó también que logró un examen que era totalmente diferente de la variedad que St. George normalmente daba. Los exámenes anteriores del curso no se habían centrado en las dificultades de los alumnos. Ni tampoco lo hicieron los que vinieron a continuación, según puedo juzgar por la sorpresa del Dr. Stacey. Luego, al final del curso, habiendo completado el examen, debió de haberlo enviado por correo al profesor.

—¿Por correo? —preguntó Gonzalo.

—Creo que el Dr. Drake mencionó que el joven fue a la oficina de correos. Puede ser que lo haya enviado por correo. El profesor St. George podría haber recibido las preguntas junto con parte del pago en billetes chicos, quizás. Él, entonces, lo habría escrito con su propia letra, o mecanografiado, y lo habría entregado a su secretaria. De ahí en adelante, todo habría sido normal. Y, por supuesto, el profesor habría tenido que respaldar al alumno hasta el final.

—¿Por qué no? —dijo Gonzalo entusiasmado—. ¡Por Dios, que tiene sentido!

—Tengo que admitir —dijo Drake lentamente— que ésa es una posibilidad que nunca se nos ocurrió a ninguno de nosotros… Pero, por supuesto, nunca lo sabremos.

—Casi no he abierto la boca en toda la noche —interrumpió Stacey—, a pesar de que se me dijo que sería interrogado.

—Lo siento —dijo Trumbull—. Este papanatas de Drake tenía que contar una historia sólo porque usted provenía de Berry.

—Muy bien, entonces. Pero como provengo de Berry, permítame agregar algo. El profesor St. George murió el año en que yo ingresé, según dije, y yo no lo conocía. Pero conozco a mucha gente que sí lo trató y he oído muchas historias acerca de él.

—¿Quiere decir que se sabía que era un tramposo? —preguntó Drake.

—Nadie dijo eso. Pero se sabía que era poco escrupuloso, y he oído algunas alusiones pocos felices sobre cómo manejaba los fondos gubernamentales para que le dejaran un cierto provecho. Ahora que escuché su historia sobre Lance, Jim, debo admitir que no pensé que St. George estuviera implicado de esa manera, precisamente. Pero como Henry se ha tomado la molestia de pensar lo impensable desde las alturas de su propia honradez… bueno, creo que tiene razón.

—De modo que así fue —dijo Trumbull—. Después de treinta años, Jim, puedes olvidarte de toda esta historia.

—Excepto… excepto… —una semisonrisa cruzó por el semblante de Drake y en seguida se echó a reír—: Ahora soy yo el tramposo, porque no puedo evitar pensar que si Lance poseía las preguntas desde el comienzo, el muy sinvergüenza pudo habernos dado una pista al resto.

—¿Después que todos ustedes se habían reído de él, señor? —preguntó Henry suavemente, mientras comenzaba a despejar la mesa.

Solo la verdad y nada más que la verdad (1972)

“The Man Who Never Told a Lie (Truth to Tell)”

Cuando Roger Halsted hizo su aparición al final de las escaleras el día en que los Viudos Negros celebraban su reunión mensual, los únicos que se hallaban presentes eran Avalon y Rubin, quienes lo saludaron con grandes muestras de júbilo.

—¡Vaya! Al fin decidiste despertar, por lo menos lo suficiente para ver a los viejos amigos, ¿no es así? —dijo Emmanuel Rubin, y fue a su encuentro casi trotando, con los brazos abiertos, mientras su barba se abría en una ancha sonrisa—. ¿Dónde has estado durante las últimas reuniones?

—¿Qué tal, Roger? —dijo Avalon, sonriendo desde las alturas de su sempiterna dignidad—. Encantado de verte.

Halsted se desprendió de su abrigo.

—Un frío terrible, allí afuera. Henry, tráigame…

Pero Henry, el único camarero que los Viudos Negros tuvieron y tendrían jamás, tenía la copa ya servida.

—Me alegro de verlo nuevamente, señor.

Halsted tomó la copa con un gesto de agradecimiento.

—Dos veces seguidas algo surgió a último momento y… ¿Saben?, He estado pensando en algo que voy a hacer.

—Renunciar a las matemáticas y ganarte la vida honradamente —dijo Rubin. Halsted suspiró.

—Enseñar matemáticas en una escuela secundaria es la profesión más honrada que se pueda encontrar. Es por eso que pagan tan poco.

—En ese caso —dijo Avalon, agitando suavemente su aperitivo—, ¿por qué los que escriben por su cuenta hacen el trabajo más sucio del mundo?

—Los que escriben por cuenta propia no hacen ningún trabajo sucio —repuso Rubin, el escritor aludido, mordiendo enseguida el anzuelo—, mientras no se utilice un agente literario…

—¿Qué es lo que has decidido hacer, Roger? —interrumpió Avalon, conciliatorio.

—Es sólo un proyecto que tengo en la cabeza —dijo Halsted. Su frente amplia y rosada no mostraba ni vestigios de la raya que debió de haber tenido en el peinado, quizá diez años atrás, aunque su cabello aún era bastante abundante en la coronilla y a los costados—. Voy a escribir de nuevo la
Ilíada
y la
Odisea
, en quintillas, una estrofa por cada uno de los cantos de ambas.

Avalon asintió.

—¿Escribiste ya alguna de ellos?

—Ya terminé el primer canto de la
Ilíada
. Dice así:

Agamenón, jefe entre las huestes griegas

Con Aquiles sostuvo una refriega.

Discutieron larga y duramente,

Mas Aquiles cada vez más enojado,

Acabó por marcharse de repente.

—No está mal —dijo Avalon—. En realidad, está bastante bien. Resume esencialmente todo el contenido del primer canto.

Mario Gonzalo subía corriendo las escaleras en ese momento. Era el anfitrión de esa tarde.

—¿Hay alguien más aquí? —preguntó.

—Sólo nosotros, los viejos de siempre —dijo Avalon plácidamente.

—Mi invitado está en camino. Un tipo realmente interesante. A Henry le gustará porque es un hombre que jamás miente.

Henry alzó las cejas mientras servía la copa de Mario.

—¡No me digas que traes a George Washington! —dijo Halsted.

—¡Roger! Encantado de verte nuevamente… A propósito, Jim Drake no estará con nosotros esta noche. Envió una nota para avisar que tenía que asistir a una celebración familiar. El invitado que traigo es un muchacho llamado Sand, John Sand. Lo conozco hace años. Un loco. Un entusiasta de las carreras de caballos que jamás miente. No le he oído decir mentiras. Es, prácticamente, la única virtud que tiene —concluyó, e hizo un guiño.

Avalon asintió ostentosamente.

—Dios proteja a los que pueden hacerlo. A medida que uno envejece, sin embargo…

—Y creo que será una sesión interesante —agregó Gonzalo rápidamente, queriendo evitar a ojos vista las confidencias poco picarescas de Avalon—. Le hablé del club y de las dos últimas veces, cuando tuvimos que resolver ciertos misterios…

—¿Misterios? —inquirió Halsted con repentino interés.

—Eres un miembro muy conspicuo del club —dijo Gonzalo—, de modo que creo que podemos contarte. Pero asegúrate de que sea Henry quien lo haga, pues fue el protagonista las dos veces.

—¿Henry? —Halsted miró sobre su hombro ligeramente sorprendido—. ¿También lo están haciendo entrar a usted en nuestras idioteces?

—Le aseguro, Sr. Halsted, que no intento participar en ellas —dijo Henry.

—¡No participar en ellas! —remedó Rubin acaloradamente—. Mira, Henry fue el Sherlock de la sesión la última vez. Él…

—El problema es —interrumpió Avalon—, que puedes haber hablado demasiado, Mario. ¿Qué le contaste a tu amigo sobre nosotros?

—¿Qué quieres decir con esto, de que hablé mucho? No soy Manny. Expresamente le expliqué a Sand que no podía darle detalles porque todos y cada uno de nosotros éramos sacerdotes respetuosos del secreto de confesión en cuanto a lo que aquí se dice. Él me dijo que le gustaría ser miembro del club, porque tenía una dificultad que lo estaba volviendo loco; de modo que entonces le dije que podía venir la próxima vez, ya que yo sería el anfitrión de turno y él podía ser mi invitado, y… ¡aquí está!

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