Authors: Isaac Asimov
Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos
—No; pero ahora estamos en la sala de oficiales con robots de centinela en la puerta. Esto no es doblegarse, ¿verdad?
—Espera a que lleguemos a la base. Alguien pagará todo esto —dijo Donovan—. Los robots deben obedecernos. Es la Segunda Ley.
—¿De qué sirve eso? No nos obedecen. Y esto responde seguramente a una razón que descubriremos demasiado tarde. A propósito, ¿sabes lo que nos ocurrirá cuando estemos de regreso en la Base?
Se detuvo delante del sillón de Donovan, furioso.
—¿Qué?
—¡Oh, nada!… Veinte años en las Minas de Mercurio. O quizá el Presidio de Ceres.
—¿Qué estás diciendo?
—La tempestad de electrones que se acerca. ¿Sabes que avanza directamente hacia el centro del haz de Tierra? Acababa de calcularlo cuando el robot me ha levantado de la silla. ¿Y sabes lo que le va a pasar al haz? Porque la tormenta va a ser memorable. Que va a saltar como una pulga con el contacto. Y todo esto con Cutie solo en los controles, y si sale de foco…, que el Cielo proteja a la Tierra…, y a nosotros.
Donovan sacudía frenéticamente la puerta cuando Powell estaba sólo a medio camino de ella. La puerta se abrió y el hombre de la Tierra avanzó, pero encontró un duro e inamovible brazo de acero que lo detuvo.
El robot lo miraba con indiferencia.
—El Profeta ha ordenado que no se muevan. Por favor, obedezcan.
El brazo se movió, Donovan fue empujado hacia dentro y en aquel momento apareció Cutie por el fondo del corredor. Apartó con un gesto suavemente la puerta. Donovan se dirigió a Cutie jadeando, indignado.
—¡Esto ha ido ya bastante lejos! ¡Vas a pagar cara la farsa!
—Por favor, no te contraríes —dijo el robot con suavidad—, tenía forzosamente que ocurrir. Los dos han perdido vuestra función…
—Hasta que fui creado, ustedes velaban por el Maestro. Este privilegio me pertenece ahora a mí y, por consiguiente, la razón de ser de vuestra existencia ha desaparecido. ¿No es esto evidente?
—No mucho —respondió amargamente Powell—, pero, ¿qué crees que vamos hacer ahora?
Cutie no contestó en seguida. Permaneció silencioso como si reflexionase sobre el hombro de Powell. El otro agarró a Donovan por la muñeca y lo acercó,
—Me gustan los dos. Son criaturas inferiores, pero siento realmente cierto afecto por ustedes. Han servido fielmente al Señor y Él se los recompensará. Habiendo terminado vuestro servicio, no existirán probablemente por mucho tiempo, pero mientras existan, tenemos que procurarles comida, ropas y abrigo, a condición que se mantengan apartados de la sala de controles y de máquinas.
—¡Nos está enviando a retiro, Greg! —gritó Donovan—. ¡Haz algo! ¡Es humillante!
—Oye, Cutie, no podemos tolerar esto. Somos los
amos
. Ésta Estación ha sido exclusivamente creada por seres humanos como yo, seres humanos que viven en la Tierra y otros planetas. Esto no es más que un colector de energía. Tú no eres más que… ¡Ay…, demonios!
Cutie movió la cabeza gravemente.
—Esto bordea ya la obsesión. ¿Por qué insisten en un punto de vista tan radicalmente falso? Aun admitiendo que los no-robot carecen de la facultad de razonar, queda todavía el problema de…
Su voz se desvaneció en un reflexivo silencio y Donovan dijo, en un susurro saturado de intensidad:
—Si tuvieses un rostro de carne y hueso te lo rompería.
Con los dedos, Powell se acariciaba el bigote y sus ojos brillaban.
—Escucha, Cutie, si no existe una cosa que se llama Tierra, ¿cómo te explicas lo que ves por el telescopio?
—¡Perdona…!
—¿Te he ganado, eh? —dijo Powell—. Desde que estamos juntos has hecho muchas observaciones telescópicas, Cutie. ¿Has observado que muchos de estos puntos luminosos se convierten en disco cuando los ves así?
—¡Oh,
eso
!… Sí, ciertamente. Es una simple ampliación con el propósito de dirigir más exactamente el haz.
—¿Por qué no aumentan igualmente de tamaño las estrellas, entonces?
—¿Quieres decir los demás puntos? No se les envía haz alguno, de manera que no necesitan ampliación. Verdaderamente, Powell,
incluso
deberías ser capaz de comprender eso.
—¡Pero ves más estrellas a través del telescopio! —dijo Powell, mirándolo perplejo—. ¿De dónde vienen? ¿De dónde demonios vienen, por Júpiter?
—Escucha, Powell —dijo Cutie, contrariado—. ¿Crees que voy a perder el tiempo tratando de buscar interpretaciones físicas de todas las ilusiones ópticas de nuestros instrumentos? ¿Desde cuándo puede compararse la prueba ofrecida por nuestros sentidos con la clara luz de la inflexible razón?
—Mira —intervino Donovan súbitamente, liberándose del amistoso, pero pesado brazo metálico de Cutie—, vamos al fondo de la cuestión. ¿Para qué sirven los haces? Te estamos dando una explicación lógica. ¿Puedes hacer tú algo mejor?
—Los haces de luz son emitidos por el Señor para cumplir sus designios. Hay ciertas cosas —añadió elevando piadosamente los ojos— que no deben sernos probadas; en esta materia, trato sólo de servir y no de interrogar.
Powell se sentó y hundió el rostro en sus manos temblorosas.
—Sal de aquí, Cutie. Sal de aquí y déjame pensar.
—Te enviaré comida —dijo Cutie amablemente.
Un gruñido fue la única respuesta y el robot salió.
—Greg —dijo Donovan en voz baja y sombría—, esto requiere estrategia. Tenemos que aplicarle un cortocircuito en el momento en que no lo espere. Ácido nítrico concentrado en las articulaciones.
—No digas tonterías, Mike. ¿Crees acaso que nos dejará acercarnos a él con ácido nítrico en las manos? Tenemos que
hablar
con él, te digo. Tenemos que convencerlo para que nos deje tomar de nuevo posesión de la sala de control antes de cuarenta y ocho horas, o seremos reducidos a papilla. Pero —añadió balanceándose, desalentado ante su impotencia—, ¿quién va a discutir con un robot?
—Es vejatorio… —terminó Donovan.
—¡Peor!
—¡Oye! —dijo Donovan, echándose a reír—. ¿Por qué discutir? ¡Demostrémoselo! Construyamos otro robot ante sus propios ojos. ¡Tendrá que tragarse sus palabras, entonces!
En el rostro de Powell apareció astutamente una sonrisa que se fue ensanchando.
—¡Y piensa en su cara de espanto cuando nos vea hacerlo! —terminó Donovan.
Los robots son fabricados, desde luego, en la Tierra, pero su expedición a través del espacio es mucho más fácil si puede hacerse por piezas y montarlos en el sitio donde deben emplearse. Elimina además la posibilidad que robots completamente montados vayan rondando por la Tierra, enfrentando de esta manera a la U. S. Robots con la estricta ley que prohíbe el uso de robots en la Tierra.
Sin embargo, esto hacía pesar sobre hombres como Powell y Donovan las necesidades de sintetizar robots completos, tarea laboriosa y complicada.
Powell y Donovan no se habían dado nunca tanta cuenta de la verdad de este hecho como el día en que, reunidos en la sala de montaje, emprendieron la creación de un nuevo robot bajo la inspección y vigilancia de QT-1, Profeta del Señor.
El robot en cuestión, un simple MC, yacía sobre la mesa, casi terminado. Tres horas de trabajo lo habían dejado sólo con la cabeza por terminar y Powell se detuvo para enjugarse la frente y mirar a Cutie.
La mirada no fue muy tranquilizadora. Durante tres horas, Cutie había permanecido sentado, inmóvil y silencioso, y su rostro, siempre inexpresivo, era ahora absolutamente inescrutable.
—¡Vamos ya con el cerebro. Mike! —gruñó Powell.
Donovan abrió un receptáculo herméticamente cerrado y del baño de aceite del interior sacó un segundo cubo. Abriendo éste a su vez, sacó un globo de su revestimiento de esponja de goma.
Lo manejó rápidamente, porque era el mecanismo más complicado jamás creado por el hombre. En el interior de la tenue piel chapada de platino del globo, había un cerebro positrónico, en cuya inestable y delicada estructura habían insertados senderos neutrónicos calculados, que dotaban a cada robot de lo que equivalía a una educación prenatal.
El cerebro se adaptaba exactamente a la cavidad craneana del robot. El metal añil se cerró y quedó solidamente soldado por la diminuta llama atómica. Se adaptaron cuidadosamente los ojos electrónicos, fuertemente atornillados en su lugar y cubiertos por una delgada hoja transparente de plástico de la dureza del acero.
El robot sólo esperaba ya la vitalizadora corriente de una electricidad de alto voltaje, y Powell se detuvo con la mano sobre el interruptor.
—Ahora, mira esto, Cutie. ¡Fíjate atentamente!
El interruptor estableció el contacto y se oyó un zumbido. Los dos terrestres se inclinaron emocionados sobre su creación.
Al principio sólo se produjo un leve movimiento en las articulaciones. La cabeza se levantó, los codos se apoyaron sobre la mesa y el robot modelo MC bajó torpemente al suelo. Su paso era inseguro y dos veces unos infructuosos gruñidos fueron todo lo que se consiguió sacarle en materia de palabra. Finalmente su voz, incierta y vacilante, adquirió forma.
—Quisiera empezar a trabajar. ¿Dónde debo ir?
Donovan corrió hacia la puerta.
—¡Baja estas escaleras! —dijo—. Ya te dirán lo que debes hacer.
El robot MC se había marchado y los dos hombres estaban solos delante del inconmovible Cutie.
—Y bien, ¿crees ahora que te hemos hecho nosotros?
—¡No! —fue la respuesta corta y categórica de Cutie.
Powell frunció intensamente el ceño y después fue relajándose. Donovan abrió la boca y permaneció así.
—¿Lo ven? —continuó Cutie tranquilamente—. No han hecho más que juntar piezas ya creadas. Lo han hecho extraordinariamente bien, por instinto supongo, pero en realidad no han
creado
el robot. Las piezas habían sido creadas por el Señor.
—Escucha —dijo Donovan, con voz enronquecida—, estas piezas han sido fabricadas en la Tierra y enviadas aquí.
—Bien, bien… —dijo Cutie, tranquilizador—, no discutamos…
—No es ésta mí intención. —Donovan saltó hacia delante y agarró el brazo del robot—. Si fueses capaz de leer los libros de la biblioteca, te lo explicarían de modo que no te quedaría la menor duda.
—¡Los libros…, los he leído! ¡Todos! Son muy ingeniosos.
Powell intervino súbitamente.
—Si los has leído, ¿qué más hay que decir? No puedes negar su evidencia. ¡No puedes!
—Por favor, Powell —dijo Cutie con la compasión en la voz—, no puedo considerarlos como una fuente válida de información. También ellos fueron creados por el Señor…, y lo fueron para ti, no para mí.
—¿Cómo has descubierto esto? —preguntó Powell.
—Porque yo, como ser dotado de razón, soy capaz de deducir la Verdad de las Causas
a priori
. Tú, ser inteligente, pero sin razón, necesitas que se te dé una explicación de la existencia, y esto es lo que hizo el Señor. Que te procurase estas visibles ideas de mundos lejanos y pueblos, es, sin duda, excelente. Vuestras mentes son demasiado vulgares para comprender la Verdad absoluta. Sin embargo, puesto que es la voluntad del Señor que den crédito a vuestros libros, no quiero discutir más con ustedes.
Al marcharse, se volvió y en tono más amable, dijo:
—Pero no teman nada. En el plan de las cosas del Señor hay sitio para todo. Ustedes, los pobres humanos, tienen vuestro lugar, y, si bien es humilde, serán recompensados si lo ocupan dignamente.
Se marchó con el aire de beatitud propio del Profeta del Señor y los dos seres humanos permanecieron solos, evitando mirarse.
—Vayámonos a la cama, Mike, abandono —dijo Powell haciendo un esfuerzo.
—Oye, Greg —dijo Donovan con voz ronca—, ¿no creerás que tiene razón en todo esto, verdad? Parece tan seguro de sí mismo que…
—No seas idiota —dijo Powell volviéndose rápido—. Ya le convencerás del hecho que la Tierra existe cuando vengan los relevos la semana próxima y tengamos que regresar a escuchar el concierto.
—Entonces…, ¡por la salud de Júpiter!, tenemos que hacer algo. —Casi lloraba—. No nos cree ni a nosotros, ni a los libros, ni a sus ojos.
—No —dijo Powell amargamente—. ¡Es un robot con razón, maldita sea, con sus propios postulados! Cree sólo en la razón, y esto tiene un inconveniente… —Su voz se desvaneció.
—¿Cuál es?
—Que por la fría razón y la lógica se puede probar cualquier cosa…, si encuentras el postulado apropiado. Nosotros tenemos los nuestros y Cutie tiene los suyos.
—Entonces veamos estos postulados en seguida. La tempestad es mañana.
—Aquí es donde falla todo —dijo Powell con un suspiro de desaliento—. Los postulados están establecidos por la suposición y reforzados por la fe. Nada en el Universo puede conmoverlos. Me voy a la cama.
—¡Oh, demonios! ¡No puedo dormir!
—Yo tampoco. Pero siempre puedo intentarlo…, por cuestión de principios.
Doce horas después el sueño seguía siendo eso, una cuestión de principios…, inalcanzable en la práctica.
La tormenta llegó a la hora prevista y el rubicundo rostro de Donovan se había quedado sin sangre, Powell, con los labios secos y las mandíbulas apretadas, miraba a través de la portilla y se tiraba desesperadamente del bigote.
En otras circunstancias, hubiera sido un maravilloso espectáculo. El chorro de electrones a alta velocidad que penetraba en el haz de energía florecía en forma de microscópicas partículas de intensa luz. El chorro se desparramaba por el vibrante vacío, formando un revoloteo de brillantes copos.
El haz de energía permanecía inmóvil, pero los dos terrestres sabían el valor de las apreciaciones a simple vista. Una desviación en arco de una centésima de milésima de segundo, invisible al ojo humano, era suficiente para apartar el haz de su foco, y convertir centenares de kilómetros cuadrados de la Tierra en incandescentes ruinas.
Y un robot, indiferente al haz, al foco y a la Tierra, a todo menos a su Señor, era dueño de los mandos.
Las horas pasaron. Los dos hombres seguían mirando en un silencio de hipnosis. La tormenta había cesado.
—Se acabó —dijo Powell con voz incolora.
Donovan había caído en una especie de sopor y Powell lo miraba con envidia. La señal luminosa brillaba una y otra vez, pero ninguno de los dos prestaba atención a ella. Nada tenía importancia. Quizá en el fondo Cutie tuviese razón…, y él no era más que un ser inferior con una memoria metódica y una vida que había sobrepasado su propósito.