Authors: Isaac Asimov
Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos
—Señor —dijo Sam, indignado—. Eso viola mis derechos de privacidad.
—Sí, es cierto, pero éste es un proyecto sumamente vital y algunas veces estamos obligados a torcer un poco las reglas. Te vimos hablar con una considerable animación por un tiempo.
—Acabo de decirle que lo hice, señor.
—Sí, pero estabas hablando con
nada
, al aire vacío. ¡Estabas experimentando una alucinación, Sam!
Sam Chase se quedó sin palabras. ¿Una alucinación? No pudo ser una alucinación.
Hacía menos de media hora había estado conversando con el otro Sam, había estado experimentando los pensamientos del Otro Sam. Sabía exactamente lo que había pasado entonces, y todavía era el mismo Sam Chase que había sido durante la conversación y antes. Colocó el codo sobre el cesto de comida como si fuera una conexión con los emparedados que había estado comiendo cuando el Otro Sam había aparecido.
Dijo, en lo que era casi un balbuceo:
—Señor… Dr. Gentry… no era una alucinación. Era real.
Gentry sacudió la cabeza.
—Muchacho, te vi hablando animadamente con nada en absoluto. No escuché lo que decías, pero estabas hablando. No había nada allí a excepción de plantas. Tampoco te vi sólo yo. Había otros dos testigos, y tenemos todo grabado.
—¿Grabado?
—En un casete de televisión. ¿Por qué te mentiríamos, joven? Esto ha sucedido antes. Al comienzo sucedía bastante frecuentemente. Ahora sucede sólo muy raramente. Por algo les contamos a los aprendices acerca de las alucinaciones al principio, como a ti, y generalmente evitan el planeta hasta que están más aclimatados, y entonces, no les sucede.
—Quiere decir que usted les asusta —soltó Sam—, de modo que no sea posible que suceda. Y ellos no se lo dicen si sucede. Pero yo no estaba asustado.
Gentry sacudió la cabeza.
—Siento mucho que no fuera así, si eso te hubiera alejado de ver cosas.
—Yo no estaba viendo cosas. Al menos, no eran cosas que no estuvieran allí.
—¿Cómo tratas de discutir con un casete de televisión, que te mostrará mirando la nada?
—Señor, lo que vi no era opaco. Era humoso, realmente; de niebla, si sabe a lo que me refiero.
—Sí, lo sé. Se veía como se vería una alucinación, no como realidad. Pero el equipo de televisión hubiera visto incluso el humo.
—Tal vez no, señor. Mi mente pudo haber estado concentrada para verlo más claramente. Era probablemente menos claro para la cámara que para mí.
—Concentró tu mente, ¿verdad? —Gentry se puso de pie, y sonó bastante triste cuando dijo—: Eso es la admisión de una alucinación. Realmente, lo siento, Sam, porque eres notablemente inteligente, y el Computador Central te dio buen puntaje, pero no podemos utilizarte.
—¿Va a enviarme a casa, señor?
—Sí, pero, ¿por qué tendría importancia eso? No querías venir aquí en particular.
—Quiero permanecer aquí
ahora
.
—Pero me temo que no puedes.
—No puede enviarme a casa así. ¿No tendré una audiencia?
—Si insistes, la tendrás, pero en ese caso los procedimientos serán oficiales y quedarán en tus registros, de modo que no conseguirás otro lugar de aprendizaje. Mientras que si eres enviado de regreso de manera no oficial, como más adecuado a un aprendizaje en neurofisiología, podrías obtenerlo, y realmente estarías mucho mejor que lo que estás ahora.
—No quiero eso. Quiero una audiencia… ante el Comandante.
—Oh, no. No ante el Comandante. No puede ser molestado con eso.
—
Debe
ser el Comandante —dijo Sam, con fuerza desesperada—, o este Proyecto fallará.
—¿A menos que el Comandante te dé una audiencia? ¿Por qué dices eso? Vamos, estás forzándome a pensar que eres inestable de otras maneras además de las que involucran alucinaciones.
—Señor —Las palabras ahora salían atropelladas de la boca de Sam—. El Comandante está enfermo… lo saben hasta en la Tierra… y si está tan enfermo para trabajar, este Proyecto fallará. No vi una alucinación y la prueba es que sé por qué está enfermo y cómo puede ser curado.
—No te estás ayudando —dijo Gentry.
—Si me envía de regreso, le digo que el Proyecto fallará. ¿Qué daño puede hacer que vea al Comandante? Todo lo que pido son cinco minutos.
—¿Cinco minutos? ¿Qué pasa si se rehúsa?
—Pregúntele, señor. Dígale que yo digo que lo mismo que le provocó la depresión, puede quitársela.
—No, creo que no le diré eso. Pero le preguntaré si quiere verte.
El Comandante era un hombre delgado, no muy alto. Sus ojos eran de un profundo azul y se veían muy cansados.
La voz era suave, un poco baja, y definitivamente exhausta.
—¿Eres el que vio la alucinación?
—No era una alucinación, Comandante. Era real. Como era el que
usted
vio, Comandante —Si eso no hacía que lo echaran, pensó Sam, tendría una oportunidad. Sintió su codo tenso sobre el cesto otra vez. Todavía lo llevaba consigo.
El Comandante pareció hacer una mueca de dolor.
—¿El que
yo
vi?
—Sí, Comandante. Dijo haber lastimado a una persona. Lo intentaron con usted porque es el Comandante, y ellos… le hicieron daño.
El Comandante lo ignoró y dijo:
—¿Has tenido alguna vez problemas mentales antes de venir?
—No, Comandante. Puede consultar mi registro en el Computador Central.
Sam pensó:
él
debe de haber tenido problemas, pero lo dejaron pasar porque es un genio, y tenían que tenerlo.
Entonces pensó: ¿Fue mi idea? ¿O la pusieron allí?
El Comandante estaba hablando. Sam casi se lo había perdido.
—Lo que viste no puede ser real. No hay formas de vida inteligentes sobre este planeta.
—Sí, señor. Sí las hay.
—¿Sí? ¿Y nadie las ha descubierto hasta que llegaste, y en tres días hiciste todo el trabajo? —El Comandante sonrió muy brevemente—. Me temo que no tengo otra alternativa que…
—Espere, Comandante —dijo Sam, con voz estrangulada—. Conocemos acerca de formas de vida inteligentes. Son los insectos, las pequeñas cosas que vuelan.
—¿Dices que los insectos son inteligentes?
—No un insecto individual solo, sino que se unen cuando quieren, como pequeñas piezas de un rompecabezas. Lo pueden hacer como quieran. Y cuando lo hacen, sus sistemas nerviosos también se unen, y crecen. Un montón de ellos,
juntos
, es inteligentes.
Las cejas del Comandante se levantaron.
—Es una idea interesante, de todos modos. Casi tan loca para ser cierta. ¿Cómo llegaste a esa conclusión, joven amigo?
—Por observación, señor. Por dondequiera que caminaba, molestaba a los insectos en el pasto y ellos volaban en todas direcciones. Pero una vez que la vaca comenzó a formarse, y caminé hacia ella, no había nada que ver allí. Los insectos se habían ido. Se unieron delante de mí y ya no estaban en el pasto. Así es cómo lo supe.
—¿Hablaste con una vaca?
—Primero era una vaca, porque pensaba en una vaca. Pero la hicieron mal, de modo que cambiaron y se pusieron a formar una figura humana… a
mí
.
—¿A ti? —y agregó en voz baja—. Bueno, eso encaja.
—¿Usted lo veía de esa manera también, Comandante?
El Comandante lo ignoró.
—Y cuando tomó tu forma, ¿podía hablar como tú? ¿Es eso lo que quieres decirme?
—No, Comandante. La conversación era en mi mente.
—¿Telepatía?
—Algo así.
—¿Y qué fue lo que te dijo, o te pensó?
—Quería que dejáramos de molestar a este planeta. Quería que no continuáramos —Sam estaba conteniendo la respiración. La entrevista había durado ya más de cinco minutos, y el Comandante no estaba haciendo ningún movimiento para terminarla, para enviarlo a casa.
—Es imposible.
—¿Por qué, Comandante?
—Cualquier otra base doblaría y triplicaría el costo. Tenemos suficientes problemas para conseguir fondos tal como está. Afortunadamente, todo es una alucinación, joven, y el problema no surgirá —Cerró los ojos, y luego los abrió para mirar a Sam sin enfocarlo realmente—. Lo siento, joven amigo. Serás enviado de regreso… oficialmente.
Sam volvió a la carga.
—No podemos arriesgarnos a ignorar a los insectos, Comandante. Tienen mucho que darnos.
El Comandante había comenzado a levantar una mano como para hacer una señal. Se detuvo lo suficiente para decir:
—¿De veras? ¿Qué tienen que puedan darnos?
—Lo único más importante que la energía, Comandante. La comprensión del cerebro.
—¿Cómo lo sabes?
—Se lo puedo demostrar. Los tengo conmigo —Sam tomó su cesto y lo balanceó hacia el escritorio.
—¿Qué es eso?
Sam no respondió con palabras, abrió el cesto, y una suave, susurrante y humosa nube apareció.
El Comandante se levantó y de repente gritó. Alzó una mano y sonó una campana de alarma.
Gentry entró a través de la puerta, y otros detrás de él. Sam se sintió izado por los brazos, y luego una especie de silencio inmóvil y atónito llenó la habitación.
El humo se estaba condensando, ondulante, tomado la forma de una Cabeza, una delgada cabeza de altos pómulos, y suave y amplia frente. Tenía el aspecto del Comandante.
—Estoy viendo cosas —graznó el Comandante.
—Todos nosotros estamos viendo la misma cosa, ¿verdad? —dijo Sam, retorciéndose; fue dejado libre.
—Histeria de masas —dijo Gentry en voz baja.
—No —dijo Sam—, es real —Se acercó hacia la Cabeza en el aire, y trajo un diminuto insecto en su dedo. Lo ahuyentó, y apenas se vio cuando volvía con sus compañeros.
Nadie se movió.
—Cabeza, ¿ves el problema con la mente del Comandante? —dijo Sam.
Sam tuvo una breve visión de un enredo en lo que debía ser una suave curva, pero se desvaneció sin dejar nada. No era algo que pudiera ser puesto fácilmente en pensamiento humano. Tenía la esperanza de que los otros hubieran experimentado ese rápido enredo. Sí, lo habían hecho. Lo sabía.
—No hay ningún problema —dijo el Comandante.
—¿Puedes ajustarlo, Cabeza? —dijo Sam.
Por supuesto, no podían. No era correcto invadir una mente.
—Comandante, otorgue su permiso —dijo Sam.
El Comandante se puso las manos sobre los ojos y murmuró algo que Sam no pudo entender. Entonces dijo, claramente:
—Es una pesadilla, pero he estado en una desde… Lo que deba ser hecho, doy mi permiso.
Nada sucedió.
O pareció que no sucedía nada.
Y luego, lentamente, poco a poco, el rostro del Comandante se iluminó con una sonrisa.
—Asombroso —dijo, con algo más que un susurro—. Estoy viendo el sol nacer. Ha sido una fría noche demasiado larga, y ahora siento otra vez el calor —Su voz se elevó—. Me siento maravillosamente bien.
En ese punto, la cabeza se deformó, se volvió una niebla vaga y palpitante, luego formó una flecha curva y delgada y se lanzó dentro del cesto. Sam lo cerró de un golpe.
—Comandante, ¿tengo su permiso para reponer a estos pequeños insectos en su propio mundo?
—Sí, sí —dijo el Comandante, haciendo un gesto vago con la mano—. Gentry, llama a reunión, tenemos que cambiar todos nuestros planes.
Sam había sido escoltado por un guardia estólido hacia afuera del Domo y luego confinado en sus habitaciones por el resto del día.
Era tarde cuando Gentry entró, lo miró pensativo, y dijo:
—Fue una demostración asombrosa la tuya. El incidente completo ha sido cargado en el Computador Central y ahora tenemos un doble proyecto… energía de neutrones y neurofisiología. Dudo que haya algún problema con el torrente de dinero hacia el proyecto ahora. Y tendremos un grupo de neurofisiólogos que llegará eventualmente. Hasta entonces, estarás trabajando con esas pequeñas cosas y tal vez termines siendo la persona más importante por aquí.
—Pero, ¿les dejaremos el mundo para ellos? —dijo Sam.
—Tendremos que hacerlo si queremos que nos den algo, ¿verdad? —dijo Gentry—. El Comandante piensa que construiremos asentamientos en órbita alrededor del planeta y que llevaremos allí todas las operaciones, excepto un reducido equipo en el Domo para mantener contacto directo con los insectos… o como decidamos llamarles. Costará un montón de dinero, y llevará tiempo y esfuerzo, pero valdrá la pena. Nadie lo cuestionará.
—¡Bien! —dijo Sam.
Gentry lo miró nuevamente, más largo y pensativo que antes.
—Muchacho —dijo—, parece que todo eso sucedió porque tú no tuviste miedo de una supuesta alucinación. Tu mente permaneció abierta, y que ésa fue toda la diferencia. ¿Por qué fue así? ¿Por qué no tuviste miedo?
Sam se ruborizó.
—No estoy seguro, señor. Sin embargo, cuando lo recuerdo me parece que estaba perplejo por haber sido enviado aquí. Estuve esforzándome para estudiar neurofisiología, a través de mis cursos computarizados, y sabía muy poco sobre astrofísica. El Computador Central tenía mis registros, todos ellos, con todo el detalle de lo que había estado estudiando, y no me podía imaginar por qué había sido enviado aquí.
»Luego, cuando usted mencionó las alucinaciones, pensé, “Debe ser eso, fui enviado aquí para examinar eso”. Sólo me convencí de que era lo que debía hacer. Y no tenía
tiempo
para tener miedo, Dr. Gentry. Tenía un problema a resolver y yo… yo tenía fe en el Computador Central. No me hubiera enviado aquí si no estuviera a la altura.
Gentry sacudió la cabeza.
—Me temo que yo no hubiera tenido tanta fe en esa máquina. Pero dicen que la fe puede mover montañas, y parece que en este caso lo logró.
“Robot Dreams”
—Anoche soñé —anunció Elvex tranquilamente.
Susan Calvin no replicó, pero su rostro arrugado, envejecido por la sabiduría y la experiencia, pareció sufrir un estremecimiento microscópico.
—¿Ha oído esto? —preguntó Linda Rash, nerviosa—. Ya se lo dije.
Era joven, menuda y de pelo oscuro. Su mano derecha se abría y se cerraba una y otra vez.
Calvin asintió y ordenó a media voz:
—Elvex, no te moverás, ni hablarás, ni nos oirás, hasta que te llamemos por tu nombre.
No hubo respuesta. El robot siguió sentado como si estuviera hecho de una sola pieza de metal y así se quedaría hasta que oyera su nombre otra vez.