Authors: Isaac Asimov
Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos
¿Qué pasaría si hubiera una vaca… una vaca grande y gorda… que masticaba ruidosamente? Y con el último bocado de su segundo emparedado entre los dientes, se detuvo su propio masticar.
Había en el aire una especie de humo, entre él y una línea de cercos. Se agitó, ondeó, y cambió; un humo muy delgado. Parpadeó, luego sacudió la cabeza, pero todavía estaba allí.
Tragó rápidamente, cerró la caja de su almuerzo, y la arrojó sobre su hombro, colgando de la correa. Se puso de pie.
No sentía temor. Sólo estaba excitado… y curioso.
El humo se estaba haciendo más espeso, y tomaba forma. Vagamente, se parecía a una vaca, una humeante forma insustancial que podía ver a través. ¿Era una alucinación? ¿Una creación de su mente? Había estado pensando en una vaca.
Alucinación o no, iba a investigar.
Con determinación, dio un paso hacia la forma.
Sam Chase dio un paso hacia la vaca perfilada con humo en ese lejano y extraño planeta en donde adelantaría en su educación y su carrera. Estaba convencido de que no había nada malo en su mente. Era la
alucinación
que había mencionado el Dr. Gentry, pero no era alucinación. Aun mientras se abría camino a través del alto y tupido verdor de la hierba notaba el silencio, y supo, no sólo que no era una alucinación, sino lo que en realidad era.
El humo parecía condensarse y hacerse más oscuro, definiendo más a la vaca. Era como si estuviera siendo pintada en el aire.
Sam se rió y gritó:
—¡Alto! ¡Alto! No me utilice. No conozco muy bien a una vaca. Sólo he visto fotografías. Lo está haciendo mal.
Se parecía más a una criatura que a un animal real, y mientras gritaba el dibujo se difuminó y adelgazó. El humo se quedó, pero era como si una mano invisible hubiera pasado a través del aire para borrar lo que había escrito.
Entonces, una nueva imagen comenzó a tomar forma. Al principio, Sam casi que no pudo distinguir lo que intentaba representar, pero cambió y se acentuó rápidamente. Se quedó mirando, sorprendido, con la boca abierta y con el cesto vacío rebotando contra el borde de su hombro.
El humo estaba formando un ser humano. No había ninguna duda. Lo estaba formando con precisión, como si tuviera un modelo a imitar, y por supuesto que lo tenía, ya que Sam estaba parado allí.
Se estaba convirtiendo en Sam, ropas y todo, incluso el perfil del cesto y la correa sobre el hombro. Era otro Sam Chase.
Todavía estaba un poco vago, un tanto ondulante, insustancial, pero se consolidó como si se estuviera corrigiendo a sí mismo, y entonces, se quedó quieto.
Nunca llegó a ser enteramente sólido. Sam podía ver apagadamente la vegetación a través de él, y cuando recibió una ráfaga de viento se movió como si fuera un globo sujeto. Pero era real. No era creación de su mente. Sam estaba seguro.
Pero no podía quedarse sólo así, sin hacer nada. Un poco inseguro dijo:
—Hey, hola.
De alguna manera esperaba que el Otro Sam le hablara también, y por cierto que su boca se abrió y se cerró, pero no salió ningún sonido. Sólo debía haber imitado el movimiento de la boca de Sam.
Sam, de nuevo, dijo:
—Hola, ¿puedes hablar?
No se escuchaba ningún sonido a excepción de su propia voz, y aun así tenía un cosquilleo en su mente, una impresión de que se podrían comunicar.
Sam frunció el ceño. ¿Qué le hacía sentir tan seguro? El pensamiento pareció entrar de pronto en su mente.
—¿Es esto lo que se le apareció a las otras personas, humanos… como yo… en este mundo? —dijo.
Ningún sonido respondió, pero estaba bastante seguro de cuál era la respuesta a su pregunta. Esto se le había aparecido a las otras personas, no necesariamente en la misma forma, pero
algo
. Y no había funcionado.
¿Qué le hacía sentir seguro de
eso
? ¿De dónde venía esta convicción en respuesta a sus preguntas?
Sí, por supuesto,
eran
las respuestas a sus preguntas. El Otro Sam estaba poniendo pensamientos en su mente. Estaba ajustando las diminutas corrientes eléctricas de sus células cerebrales de tal modo que la respuesta apropiada llegara.
Asintió pensativo ante
ese
pensamiento, y el Otro Sam debía de haber captado el significado del gesto, porque también asintió.
Tenía que ser así. Primero se había formado una vaca, cuando Sam pensó en una vaca, y entonces cambió cuando Sam dijo que la vaca era imperfecta. De alguna manera, el otro Sam podía captar sus pensamientos, y si los podía captar, entonces podía modificarlos también, tal vez.
¿Era así la telepatía, entonces? No era como estar hablando. Era como tener pensamientos, sólo que se originaban en algún otro lugar y no estaban creados completamente por las operaciones mentales propias. Pero, ¿cómo se podían distinguir los propios pensamientos de los impuestos desde afuera?
Al instante, Sam supo la respuesta a eso. En ese momento, él no estaba acostumbrado al proceso. Nunca lo había practicado. Con el tiempo, y a medida que se hiciera más hábil, sería capaz de distinguir un tipo de pensamiento de otro, sin problemas.
De hecho, podía hacerlo ahora, si lo pensaba. ¿Acaso no estaba llevando adelante una conversación? Estaba preguntándose, y luego aprendiendo. La duda era su propia pregunta, el aprendizaje era la respuesta de Otro Sam. Por supuesto que lo era.
¡Eso! Ese
por supuesto que lo era
de recién, era una respuesta.
—No tan rápido, otro Sam —dijo Sam en voz alta—. No vayas demasiado rápido. Dame la oportunidad de distinguir las cosas, o me confundiré.
De repente, se sentó sobre el pasto, que se apartó de él en todas direcciones.
El otro Sam también trató de sentarse lentamente.
Sam se rió.
—Tus piernas se están doblando en el lugar equivocado.
Eso fue corregido al instante. El Otro Sam se sentó, pero permaneció muy tieso de la cintura hacia arriba.
—Relájate —dijo Sam.
Lentamente, el Otro Sam se derrumbó un poco hacia un lado, y luego lo corrigió.
Sam se sentía aliviado. Con el otro Sam tan deseoso de seguir sus instrucciones, estaba seguro de que había buena voluntad. ¡Eso es! ¡Exactamente!
—No —dijo Sam—. Dije que no tan rápido. No vayas según mis pensamientos. Permíteme hablar en voz alta, aunque no puedas escucharme.
Luego
ajusta mis pensamientos, entonces sabré que es un ajuste. ¿Entiendes?
Esperó un momento y así estuvo seguro de que el otro Sam entendía.
Ah, la respuesta había llegado, pero no inmediatamente, ¡Bien!
—¿Por qué te apareces a las personas? —preguntó Sam.
Miró ansiosamente al Otro Sam, y supo que quería comunicarse con las personas, pero que había fracasado.
No había hecho realmente una pregunta para esa respuesta. La respuesta era obvia. Pero entonces, ¿
por qué
habían fracasado?
Lo puso en palabras.
—¿Por qué has fracasado? Has tenido éxito en comunicarte conmigo.
Sam estaba comenzando a saber cómo comprender la manifestación extraterrestre. Era como si su mente se estuviera adaptando a una nueva técnica de comunicación, como si se estuviera adaptando a un nuevo idioma. ¿O era que el Otro Sam estaba influenciando la mente de Sam y le enseñaba el método sin que Sam lo supiera?
Sam se encontró vaciando su mente de pensamientos inmediatos. Después de hacer su pregunta, dejó que sus ojos se enfocaran en nada y sus párpados cayeron como si fuera a quedarse dormido, y entonces supo la respuesta. Había un pequeño chasquido, o algo, en su mente, una señal que le mostraba que algo había sido colocado allí desde afuera.
Ahora supo, por ejemplo, que los intentos previos de Otro Sam de comunicarse habían fracasado porque las personas a las que se apareció habían sentido miedo. Habían dudado de su propia cordura. Y porque estaban atemorizados, sus mentes… se tensaban. Sus mentes no recibían. Los intentos de comunicación disminuyeron gradualmente, aunque nunca acabaron por completo.
—Pero estás comunicándote conmigo —dijo Sam.
Sam era diferente a los demás. No había tenido miedo.
—¿No podías haberles quitado el miedo primero? ¿Y después hablarles?
No funcionaría. La mente llena de miedo resistía todo. Un intento de cambiarlo podría dañarla. Estaría mal dañar una mente pensante. Hubo un solo intento, pero no funcionó.
—¿Qué es lo que tratas de comunicar, Otro Sam?
Deseo estar solo. ¡Desesperación!
Desesperación era más que un pensamiento; era una emoción; era una sensación atemorizante. Sam sintió que la desesperación caía sobre él pesadamente… aunque no era parte de sí mismo. Se sintió desesperado en la superficie de su mente, intensamente, pero por debajo, donde estaba su propia mente, estaba libre de ella.
—Me parece —dijo Sam, extrañado— como si estuvieras dándote por vencido. ¿Por qué? No estamos interfiriendo contigo.
Los seres humanos han construido el Domo, limpiaron una gran área de toda la vida planetaria y la sustituyeron con la suya. Y una vez que la estrella de neutrones tenga su estación de energía… una vez que el flujo de energía se mueva a través del hiperespacio hacia mundos sedientos de energía… más estaciones de energía serán construidas y muchas más. Luego, qué sucederá al
Hogar
(Tenía que haber un nombre para el planeta que el Otro Sam utilizara, pero el único pensamiento que Sam encontró fue
Hogar
y por debajo de eso, el pensamiento:
nuestro… nuestro… nuestro…
)
Este planeta era la base conveniente más cercana a la estrella de neutrones. Sería inundada por más y más personas, más y más Domos, y su Hogar sería destruido.
—Pero podrías cambiar nuestras mentes si tuvieras que hacerlo, aunque dañaras a unos pocos, ¿verdad?
Si lo intentaran, las personas verían que son peligrosos. Las personas averiguarían lo que estaba sucediendo. Las naves se aproximarían, y desde la distancia utilizarían armas para destruir la vida en el Hogar, y entonces traer vida de Personas. Eso se podía ver en las mentes de las personas. Las personas tenían una historia violenta; no se detendrían ante nada.
—Pero, ¿qué puedo hacer yo? —dijo Sam—. Soy solamente un aprendiz. Sólo estuve aquí unos pocos días. ¿Qué puedo hacer?
Temor. Desesperación
.
Sam no podía distinguir otros pensamientos, sólo la entumecedora capa de temor y desesperación.
Se sintió conmovido. Era un mundo tan pacífico. No amenazaban a nadie. Ni siquiera lastimaban las mentes aunque podían hacerlo.
No era su culpa estar a una distancia conveniente de una estrella de neutrones. No tenían la culpa de estar en el camino de la humanidad en expansión.
—Déjame pensar —dijo.
Pensó, y tenía la sensación de que otra mente estaba observando. Algunas veces, sus pensamientos se lanzaban hacia adelante y reconocía una sugerencia desde afuera.
Entonces llegó el comienzo de la esperanza. Sam lo sentía, pero no estaba seguro.
—Lo intentaré —dijo dubitativamente.
Miró la cinta de tiempo sobre su muñeca y se sobresaltó. Había pasado mucho más tiempo del que creía.
Sus tres horas casi habían terminado.
—Debo regresar ahora —dijo.
Abrió su cesto de almuerzo y sacó el pequeño termo de agua, bebió sediento y lo vació. Colocó el termo vacío debajo del brazo. Quitó los envoltorios del emparedado y los metió en su bolsillo.
El otro Sam onduló y se volvió humoso. El humo adelgazó, se dispersó, y se fue.
Sam cerró el cesto, echó la correa sobre el hombro y se volvió hacia el Domo.
Su corazón estaba golpeteando. ¿Tendría el coraje de llevar a cabo su plan? Y si así era, ¿funcionaría?
Cuando Sam entró en el Domo, el Maestro del Corredor le estaba esperando, y mientras miraba ostentosamente su propia cinta de tiempo, dijo:
—Te salvaste por poco, ¿verdad?
Los labios de Sam se tensaron y trató de no sonar insolente.
—Tenía tres horas, señor.
—Y tomaste dos horas y cincuenta y ocho minutos.
—Eso es menos que tres horas, señor.
—Hmm —El Maestro del Corredor estaba frío y poco amistoso—. Al Dr. Gentry le gustaría verte.
—Sí, señor. ¿Para qué?
—No me lo dijo. Pero no me gusta que hayas regresado al filo del tiempo la primera vez que sales, Chase. Y tampoco me gusta tu actitud, y no me gusta que un oficial del Domo quiera verte. Te lo diré sólo una vez, Chase… si eres un revoltoso, no te querré en este Corredor. ¿Lo entiendes?
—Sí, señor. Pero, ¿qué problemas he causado?
—Lo averiguaremos muy pronto.
Sam no había visto a Donald Gentry desde el único encuentro el día en que los jóvenes aprendices llegaron al Domo. Gentry todavía le parecía bonachón y gentil, y no había nada en su voz que indicara algo diferente. Estaba sentado en una silla detrás de su escritorio, y Sam se paró delante, con el cesto aún colgando de su hombro.
—¿Cómo te esta yendo, Sam? —dijo Gentry—. ¿La pasas bien?
—Sí, señor —dijo Sam.
—¿Todavía sientes que podrías estar haciendo otra cosa, en algún otro lugar?
—No, señor —dijo Sam ansioso—. Éste es un buen lugar para mí.
—¿Porque estás interesado en alucinaciones?
—Sí, señor.
—Has estado preguntando a otros acerca de eso, ¿verdad?
—Es un tema interesante para mí, señor.
—¿Porque quieres estudiar el cerebro humano?
—Cualquier cerebro, señor.
—Y estuviste dando vueltas fuera del Domo, ¿verdad?
—Se me dijo que estaba permitido, señor.
—Lo está. Pero pocos aprendices aprovechan la oportunidad tan pronto. ¿Viste algo interesante?
Sam vaciló, luego dijo:
—Sí, señor.
—¿Una alucinación?
—No, señor —Lo dijo con énfasis.
Gentry lo miró por unos momentos, y había una especie de dureza especulativa en sus ojos.
—¿Podrías decirme qué has visto? Honestamente.
Sam vaciló otra vez. Entonces dijo:
—Vi y hablé con un habitante de este planeta, señor.
—¿Un habitante inteligente, joven amigo?
—Sí, señor.
—Sam, teníamos razones para preguntarnos acerca de ti cuando viniste —dijo Gentry—. La información del Computador Central sobre ti no encajaba con nuestras necesidades, aunque era favorable en varios sentidos, de modo que tomé la oportunidad de estudiarte ese primer día. Mantuvimos nuestra mirada colectiva sobre ti, y cuando saliste solo a pasear por el planeta, te mantuvimos bajo observación.