Authors: Isaac Asimov
Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos
Estábamos arriesgando todo el planeta, supongo, pero el planeta parecía algo muy lejano, solos como estábamos en las Montañas Rocosas. Josephine empezó a seleccionar artículos científicos de la Enciclopedia Terrestre. La ciencia, dijo, era probablemente el lenguaje universal.
Durante algún tiempo, no pasó gran cosa. Multivac siguió zumbando tranquilamente, pero no produjo nada. Por fin, al cabo de ocho días, Multivac nos informó que las características de las señales intrusas parecían haber cambiado.
—Han empezado a traducirnos —dijo Josephine—, e intentan utilizar el inglés.
Dos días más tarde las traducciones aparecieron finalmente a través de Multivac:
Se está acercando… se está acercando…
Eso se repitió una y otra vez, pero era algo que ya sabíamos. Y luego, una sola vez:
… y si no, serán destruidos.
Cuando nos repusimos de la impresión, Josephine solicitó comprobaciones y confirmación. Multivac se atuvo a esa frase, y no nos proporcionó nada más.
—¡Dios mío! —dije—, tenemos que comunicárselo al Consejo.
—¡No! —exclamó Josephine—. No hasta que sepamos más. No podemos permitir que caigan en la histeria.
—Tampoco podemos permitirnos el guardar la responsabilidad para nosotros solos.
—Al menos por un tiempo, debemos hacerlo.
Un objeto alienígena avanzaba cruzando el Sistema Solar hacia nosotros, y estaría cerca de la Tierra en tres meses. Tan sólo Multivac podía comprender sus señales, y tan sólo Josephine y yo podíamos comprender a Multivac, la gigantesca computadora de la Tierra.
Y las señales amenazaban destrucción:
Se está acercando…
empezaba el mensaje; y luego:
… y si no, serán destruidos.
Trabajamos hasta volvernos locos, y lo mismo hizo Multivac, supongo. Era Multivac quien tenía que realizar el auténtico trabajo de intentar todas las traducciones posibles para ver cuáles encajaban mejor con los datos. Dudo que ni Josephine ni yo fuéramos capaces de seguir las líneas generales de actuación de Multivac, pese a que Josephine había sido quien la había programado en términos generales.
Finalmente, el mensaje se amplió y se completó:
Se está acercando. ¿Son ustedes eficientes o peligrosos? ¿Son ustedes eficientes? Si no, serán destruidos.
—¿Qué entenderán por eficientes? —pregunté.
—Ese es el quid de la cuestión —respondió Josephine—. Ya no podemos silenciarlo por más tiempo.
Fue casi como si hubiera comunicación telepática implicada en todo aquello. No tuvimos que llamar a nuestro jefe, el secretario de Economía. Él nos llamó a nosotros. De todos modos, no era una coincidencia tan increíble. La tensión en el Consejo Planetario estaba subiendo día a día. Lo sorprendente era que no estuvieran incordiándonos a cada momento.
—Señora Durray —dijo—, el profesor Michelman, de la universidad de Melbourne, informa que la naturaleza del código de los mensajes ha variado. ¿Ha notado eso Multivac, y ha elaborado alguna explicación de su significado?
—El objeto está lanzando señales en inglés —informó Josephine a bocajarro.
—¿Está usted segura? ¿Cómo es posible…?
—Han estado captando nuestras emisiones de radio y de televisión durante décadas, y los invasores, sean quienes sean, han aprendido nuestros idiomas.
No dijo que les habíamos estado proporcionando información, de modo totalmente ilegal, a fin que pudieran aprender inglés.
—Si es así —dijo el secretario—, ¿por qué Multivac no…?
—Multivac sí —le atajó Josephine—. Tenemos partes del mensaje.
Hubo unos instantes de silencio, y finalmente el secretario dijo, con voz cortante:
—¿Bien? Estoy esperando.
—Si se refiere usted al mensaje, lo siento. Se lo entregaré directamente al Presidente del Consejo.
—Yo se lo entregaré.
—Prefiero hacerlo yo directamente.
El secretario pareció furioso.
—Usted me lo entregará a mí. Yo soy su superior.
—Entonces se lo entregaré a la Planetary Press. ¿Es eso lo que prefiere?
—¿Sabe lo que le ocurrirá en tal caso?
—¿Reparará eso los daños?
El secretario exhibió un aspecto asesino y vacilante al mismo tiempo. Josephine consiguió aparentar indiferencia, pero yo podía verla retorcer las manos tras ella… Y finalmente venció.
A última hora de la tarde apareció el Presidente… en una holografía completa. Era tan tridimensional que uno tenía casi la sensación que él estaba sentado allí en persona, excepto que su entorno era distinto del nuestro. El humo de su pipa flotaba hacia nosotros pero se desvanecía por completo a metro y medio de nuestras narices.
El Presidente parecía afable, pero esa era su actitud profesional después de todo: siempre se mostraba afable en público. Dijo:
—Señora Durray… Señor Durray… es un excelente trabajo el que realizan ustedes cuidando de Multivac. El Consejo es absolutamente consciente de su espléndida labor.
—Gracias —dijo Josephine, de forma cortante.
—Bien, tengo entendido que poseen ustedes una traducción de las señales de los invasores que no han querido entregar a nadie excepto a mí personalmente. Eso suena grave. ¿Cuál es esa traducción?
Josephine se la dijo.
La expresión del hombre no varió.
—¿Cómo pueden estar ustedes seguros?
—Porque Multivac ha estado enviando señales al invasor en inglés. El invasor debe haber traducido esas señales y adoptado el idioma para sus propias señales. A partir de ahí, sus señales han podido ser traducidas.
—¿Bajo qué autoridad envió Multivac señales en inglés?
—Bajo la mía, exclusivamente.
—¿O sea que envió usted las señales sin ninguna autorización superior?
—Sí, señor.
El Presidente suspiró.
—Eso significa la colonia penal lunar, ya sabe… O una condecoración, según los resultados.
—Si el invasor nos destruye, señor Presidente, no habrá ninguna oportunidad ni de colonia penal ni de condecoración.
—Puede que no nos destruya, si somos eficientes. Me gustaría pensar que lo somos.
Sonrió.
—El objeto puede utilizar nuestras palabras —dijo Josephine—, pero puede que no sepa captar exactamente su significado. No deja de decir constantemente se está acercando, cuando debería decir me estoy acercando o nos estamos acercando. Quizá no tenga el menor sentido de la individualidad personal. Y quizá, debido a ello, no sepamos lo que quiere dar a entender por «eficiente». La naturaleza de su inteligencia y de su comprensión puede ser, y probablemente debe ser, completamente distinta de la nuestra.
—También puede ser físicamente distinta —dijo el Presidente—. Mis informaciones son que el objeto, sea lo que sea, posee un diámetro de no más de diez metros. Parece improbable que pueda destruirnos.
—El objeto invasor puede ser una avanzada —dijo Josephine—. Según su estimación de la situación en la Tierra, una flota de naves puede acudir o no acudir a destruirnos.
—Bien —dijo el Presidente—, entonces debemos mantener todo esto de la forma más discreta posible y, con la misma quietud, empezar a movilizar el láser de la base lunar, y tantas naves como puedan equipar rayos de iones.
—Eso no me parece bien, señor Presidente —dijo apresuradamente Josephine—. Puede que no sea lo más seguro prepararse para la lucha.
—Más bien pienso —dijo el Presidente— que no será seguro no prepararse para la lucha.
—Eso depende de lo que el invasor entienda por «eficiente». Quizá para él «eficiente» signifique «pacífico», puesto que con toda evidencia la guerra es el menos eficiente de los ejercicios. Quizá lo que nos esté preguntando en realidad es si somos pacíficos o guerreros. Puesto que resulta improbable que nuestras armas puedan resistir una tecnología avanzada, ¿para qué desplegarlas inútilmente y hacer de ese despliegue la ocasión de nuestra destrucción?
—¿Qué sugiere que hagamos entonces, señora Durray?
—Debemos saber más.
—Tenemos poco tiempo.
—Sí, señor. Pero Multivac es la clave. Puede ser modificada de muchas formas para incrementar la versatilidad y eficiencia de sus capacidades…
—Eso es peligroso. Va contra nuestra política incrementar los poderes de Multivac sin prever antes los elementos de seguridad correspondientes.
—Sin embargo, en la actual emergencia…
—La responsabilidad es suya, y debe hacer usted lo que sea necesario.
—¿Tengo su autorización, señor? —preguntó Josephine.
—No —contestó el Presidente, genial como siempre—. La responsabilidad es suya, como todas las culpas si las cosas van mal.
—Eso no es justo, señor —salté.
—Por supuesto que no, señor Durray —admitió, pero así está el asunto.
Con lo cual no tuvo nada más que decirnos, y cortó la comunicación. La imagen se desvaneció, y me quedé mirando a la nada. Con la supervivencia de la Tierra en la balanza, todas las decisiones y todas las responsabilidades habían sido dejadas en nuestras manos.
Me sentía furioso ante lo que se aproximaba. En menos de tres meses el objeto invasor del espacio profundo iba a alcanzar la Tierra… y con una clara amenaza de destrucción si fracasábamos en superar una incomprensible prueba.
Y en esa tesitura, toda la responsabilidad descansaba sobre nuestros hombros, y sobre Multivac, la computadora gigante.
Josephine, que trabajaba con Multivac, mantenía una desesperada calma.
—Si todo resulta bien —dijo—, tendrán que concedernos algo del mérito. Si las cosas van mal… bien, puede que no quede ninguno de nosotros para preocuparse por ello.
Se estaba mostrando muy filosófica al respecto, pero yo no me sentía en absoluto así.
—¿Qué te parece si me dices lo que hacemos mientras tanto? —le pregunté.
—Vamos a modificar a Multivac —contestó Josephine—. De hecho, ella misma ha sugerido algunas de las modificaciones. Las necesitará si realmente tiene que comprender los mensajes alienígenas. Tendremos que hacerla más independiente y más flexible… más humana.
—Eso va contra la política del departamento —le advertí.
—Lo sé. Pero el Presidente del Consejo me dio mano libre. Tú lo oíste.
—Pero no puso nada por escrito, y no hay testigos.
—Si ganamos, eso no tendrá la menor importancia.
Pasamos varias semanas trabajando con Multivac. Soy un ingeniero electrónico razonablemente competente, pero Josephine me dejó muy pronto atrás en el juego. Hizo de todo, excepto silbar mientras trabajaba.
—He estado soñando con mejorar a Multivac desde hace años.
Aquello me preocupó.
—Josie, ¿cómo va a ayudar todo esto? —sujeté sus manos, me incliné para mirar directamente a sus ojos, y le pedí con un tono tan autoritario como me fue posible—: ¡Explícate!
Después de todo, llevábamos casados veintidós años. Podía mostrarme autoritario si era preciso.
—No puedo —respondió—. Todo lo que sé es que debemos confiar en Multivac. El invasor dice que o bien somos eficientes, o peligrosos, y que si somos peligrosos debemos ser destruidos. Tenemos que saber lo que significa «eficiente» para el invasor. Multivac tiene que decírnoslo, y cuanto más lista sea mejores posibilidades tendrá de descubrir lo que quiere decir el invasor.
—Sí, eso ya lo sé. Pero o bien estoy loco, o lo que estás intentando hacer es equipar a Multivac con voz.
—Correcto.
—¿Por qué, Josie?
—Porque deseo hablar con ella de hombre a hombre.
—De máquina a mujer —murmuré.
—¡Como quieras! No tenemos mucho tiempo. El invasor está rebasando la órbita de Júpiter en estos momentos y está penetrando en la parte interior del Sistema Solar. No deseo retrasar las cosas teniendo que pasar por el intermedio de la impresora, pantallas lectoras, o lenguaje de computadora entre Multivac y yo. Deseo hablar directamente. Es fácil de hacer, y ha sido tan sólo la política del departamento, torpe y temerosa, la que ha impedido que lo hiciéramos antes.
—¡Guau, vamos a tener problemas!
—Todo el mundo tiene problemas —dijo Josephine; luego, pensativamente, añadió—: Deseo una auténtica voz, una modelada sobre la voz humana. Cuando le hable a Multivac, quiero tener la sensación de estarle hablando a una auténtica persona.
—Usa la tuya propia —dije, glacial—. Tú eres quien lleva la voz cantante, después de todo.
—¿Qué? ¿Terminar hablándome a mí misma? Demasiado embarazoso. La tuya, Bruce.
—No —dije—. Eso me resultaría embarazoso a mí.
—Sin embargo —argumentó—, soy yo quien posee el más profundo acondicionamiento positivo con respecto a ti. Me gustaría que Multivac sonara como tú. Sería algo tan cálido…
Aquello me hizo sentir halagado. Josephine pasó siete días intentando ajustar la voz y conseguir la correcta entonación. Al principio sonaba un tanto chirriante, pero finalmente ganó el tipo de resonancia barítona que me gusta pensar que poseo, y al cabo de poco Josephine dijo que sonaba exactamente igual que yo.
—Tendré que introducir algún suave clic periódico —comentó—, para poder saber cuándo estoy hablando con ella y cuándo estoy hablando contigo.
—Sí —dije—, pero mientras tú has estado dedicando todo ese tiempo a tus extravagancias, no hemos hecho nada respecto a nuestro principal problema. ¿Qué hay del invasor?
Josephine frunció el ceño.
—Estás completamente equivocado. Multivac ha estado trabajando sin descanso sobre el problema. ¿No es así, Multivac?
Y por primera vez oí a Multivac responder de viva voz a una pregunta… con mi voz.
—Por supuesto que lo he hecho, señorita Josephine —dijo con aplomo.
—¿Señorita Josephine? —me asombré.
—Simplemente un gesto de respeto que creí debía introducirle —me explicó Josephine.
Observé, sin embargo, que cuando Multivac se dirigía a mí, o se refería a mí, siempre lo hacía con un simple «Bruce».
De todos modos, aunque desaprobaba todo el asunto, me sentí cautivado y complacido con el resultado. Era agradable hablar con Multivac. No era simplemente la cualidad de su voz. Era que hablaba con un ritmo humano, con el vocabulario de una persona educada.
—¿Qué piensas del invasor, Multivac? —preguntó Josephine.
—Es difícil de decir, señorita Josephine —contestó Multivac, con una casi agradable intimidad conversacional—. Estoy de acuerdo con usted en que no sería prudente preguntar de forma directa. Al parecer, la curiosidad no forma parte de su naturaleza. Es impersonal.