Cuentos completos (317 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

BOOK: Cuentos completos
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—Yo creo que sí.

—De acuerdo.

Roger se deslizó medio metro hacia arriba, y ejecutó diez veces un lento entrechat. Se quedó en el aire, las puntas de los pies apuntando hacia abajo, las piernas juntas, los brazos graciosamente extendidos en una amarga parodia de saludo.

—Mejor que Nijinski, ¿eh, Jim? —preguntó.

Sarle no hizo ninguna de las cosas que había sugerido que podía hacer. Excepto agarrar su pipa como si estuviera a punto de caérsele, no hizo absolutamente nada.

Jane había cerrado los ojos. Las lágrimas asomaban quietamente por entre sus párpados. .

—Baja, Roger —dijo Sarle.

Roger bajó. Tomó asiento y dijo:

—Escribí a una serie de físicos, hombres de gran reputación. Les expliqué la situación de una forma impersonal. Dije que pensaba que todo esto debería ser investigado. La mayor parte de ellos me ignoraron. Uno escribió al viejo Morton para preguntarle si yo era un farsante o estaba loco.

—Oh, Roger —murmuró Jane.

—¿Tú crees que se trata de algo malo? El decano me llamó hoy a su despacho. Me dijo que tenía que dejar de hacer esos juegos de salón. Parece que me caí por la escalera y automáticamente levité hasta abajo. Morton dice que no creerá que puedo volar ni siquiera aunque me vea en plena acción. En este caso ver no significa creer, dice, y en consecuencia me ordena que me tome un descanso. No pienso volver allí.

—Roger —dijo Jane, abriendo mucho los ojos—. ¿Estás hablando en serio?

—No puedo volver. Me dan asco, todos ellos. ¡Científicos!

—Pero ¿qué vas a hacer?

—No lo sé. —Roger hundió la cabeza entre las manos. Con voz ahogada, dijo—: Dímelo tú, Jim. Tú eres el psiquiatra. ¿Por qué no me creen?

—Quizá se trate de un asunto de autoprotección, Roger —dijo Sarle lentamente—. A la gente no le gustan las cosas que no puede comprender. Incluso hace algunos siglos, cuando muchas personas creían en la existencia de habilidades extranaturales, como volar sobre palos de escoba, por ejemplo, casi siempre se suponía que esos poderes eran originados por las fuerzas del mal.

»La gente aún sigue creyendo eso. Puede que no haya muchos que crean todavía literalmente en el diablo, pero la creencia generalizada de que todo lo extraño es malo subsiste. Lucharán contra la idea de creer en la levitación…, o se asustarán mortalmente si se ven obligados a tragar el hecho. Ésa es la verdad, así que enfréntate a ella.

Roger meneó la cabeza.

—Tú estás hablando de gente, y yo hablo de científicos.

—Los científicos también son gente.

—Ya sabes lo que quiero decir. Tengo aquí un fenómeno. No es brujería. No he hecho ningún trato con el diablo. Jim, tiene que existir una explicación natural. No sabemos todo lo que hay que saber sobre gravitación. Realmente, apenas sabemos nada. ¿No crees que es concebible que exista algún método biológico de anular la gravedad? Quizá yo sea una mutación de algún tipo. Quizá posea un…, bueno, llamémosle un músculo…, que puede anular la gravedad. Al menos puede anular el efecto de la gravedad en mí mismo. Bien, investiguemos eso. ¿Por qué quedarnos sentados con las manos cruzadas? Si conseguimos dominar la antigravedad, imagina lo que eso representará para la raza humana.

—Espera un momento, Roger —dijo Sarle—. Piensa un poco en el asunto. ¿Por qué te sientes tan infeliz al respecto? Según Jane, estabas casi loco de miedo el primer día que te ocurrió, antes de que tuvieras ninguna forma de saber que la ciencia iba a ignorarte y que tus superiores iban a mostrarse tan poco cooperativos.

—Eso es cierto —murmuró Jane.

—¿Por qué te ocurrió eso? —continuó Sarle—. Lo que tenías entre las manos era un nuevo, grande y maravilloso poder; una repentina liberación del horrible empuje de la gravedad.

—Oh, no digas tonterías —murmuró Roger—. Fue… horrible. No podía comprenderlo. Y sigo sin poder.

—Exacto, muchacho. Era algo que no podías comprender y, en consecuencia, algo horrible. Eres un físico. Sabes qué es lo que hace funcionar al universo. O si no lo sabes, sabes que hay otros que sí lo saben. Aunque nadie comprenda un determinado punto, sabes que algún día alguien lo comprenderá. La palabra clave es comprender. Forma parte de tu vida. Ahora te encuentras frente a frente con un fenómeno que consideras que viola una de las leyes básicas del universo. Los científicos dicen: dos masas se atraen mutuamente según una regla matemática preestablecida. Es una propiedad inalienable de la materia y del espacio. No hay excepciones. Y ahora tú eres una excepción.

—Y cómo —acotó Roger sombríamente.

—¿No lo entiendes, Roger? —prosiguió Sarle—. Por primera vez en la historia, la humanidad posee realmente lo que considera leyes inquebrantables. Repito, inquebrantables. En las culturas primitivas, un hechicero podía utilizar un encantamiento para producir lluvia. Si no funcionaba, eso no trastornaba la validez de la magia. Simplemente significaba que el chamán había olvidado alguna parte del encantamiento, o había roto un tabú, o había ofendido a un dios. En las modernas culturas teocráticas los mandamientos de la deidad son inquebrantables. Sin embargo, si un hombre quebranta los mandamientos y pese a ello prospera, eso no significa que esa religión en particular no sea válida. Los caminos de la providencia son admitidos como misteriosos, y todo el mundo sabe que en algún lugar le aguarda al culpable un invisible castigo.

»Hoy, sin embargo, existen leyes que realmente no pueden ser quebrantadas, y una de ellas es la ley de la gravedad. Funciona incluso cuando el hombre que la invoca ha olvidado murmurar lo de esto más eso más eso otro igual a aquello de más allá al cuadrado.

Roger consiguió esbozar una torcida sonrisa.

—Estás completamente equivocado, Jim. Las leyes inquebrantables han sido quebrantadas constantemente, una y otra vez. La radiactividad era algo imposible cuando fue descubierta. La energía surgió de la nada; cantidades increíbles de ella. Era algo tan ridículo como la levitación.

—La radiactividad era un fenómeno objetivo que podía ser transmitido y reproducido. El uranio velaba la película fotográfica para todo el mundo. Un tubo de Crookes podía ser construido por cualquiera y producía un flujo de electrones de idénticas características para todo el mundo. Tú…

—Yo he intentado transmitir…

—Lo sé. Pero ¿puedes decirme, por ejemplo, cómo puedo yo levitar?

—Por supuesto que no.

—Eso limita a los demás únicamente a la observación, sin reproducción experimental. Y sitúa tu levitación en el mismo plano que la evolución estelar, algo acerca de lo cual cabe teorizar, pero con lo que nunca se podrá experimentar.

—Sin embargo, hay científicos dispuestos a dedicar sus vidas a la astrofísica.

—Los científicos son gente. No pueden alcanzar las estrellas, así que se aproximan lo más que pueden. Pero sí pueden alcanzarte a ti, y ser incapaces de tocar tu levitación es algo que los pondrá furiosos.

—Jim, ni siquiera lo ha intentado. Hablas como si yo hubiera sido estudiado, pero lo cierto es que ni siquiera han tomado en consideración el problema.

—No tienen por qué hacerlo. Tu levitación forma parte de un tipo de fenómenos que nunca son tomados en consideración. La telepatía, la clarividencia, la presciencia, y un millar de otros poderes extranaturales, nunca han sido investigados con seriedad, ni siquiera cuando han sido descritos con todas las apariencias de credibilidad. Los experimentos de Rhine sobre la percepción extrasensorial han irritado a un número mayor de científicos que los que puedan haberse sentido intrigados. Así que entiéndelo, no necesitan estudiarte para saber que no desean estudiarte. Lo saben por anticipado.

—¿Y eso te parece divertido, Jim? Científicos negándose a investigar hechos; dándole la espalda a la verdad. Y tú te limitas a quedarte ahí sentado, sonriente y haciendo alegres afirmaciones.

—No, Roger, sé que todo esto es serio. Y no pretendo justificar a la humanidad, de veras. Estoy ofreciéndote mis pensamientos, una opinión. ¿Acaso no te das cuenta? Lo que intento en realidad es ver las cosas tal como son. Eso es lo que tendrías que hacer tú. Olvida tus ideales, tus teorías acerca de cómo debería actuar la gente. Considera lo que estás haciendo. Y trata de aceptarlo como una condición de la vida con la que tienes que vivir. Aunque no vaya a ser fácil.

—¿Cómo crees que puedo vivir con ello?

James Sarle vació la pipa y se la guardó.

—¿Quieres saber mi opinión?

—Te escucho.

—En tu estado de ánimo actual, no puedes seguir trabajando como científico. Tienes que vivir de tal modo que tu levitación pueda ser aceptada por los demás como una especie de hecho establecido. ¿No lo crees así?

—Eso sería un alivio.

—En tal caso te sugiero algo. Conozco a un hombre llamado William Magoun. Creo que puedo convencerle para que te ayude. Es una especie de productor teatral. Es propietario del “Black Mask”, una especie de club nocturno. O ésa es, al menos, la descripción más cercana a la realidad.

—¿Qué demonios me estás sugiriendo?

—¿No te parece evidente? ¿Por qué no actuar en un escenario? ¿Por qué no considerarte un mago?

Sarle colgó el abrigo y se incorporó.

Roger exclamó:

—¡Un mago!

—Traje conmigo la tarjeta de Magoun, por si acaso. Tómala, ¿quieres? Y, Roger, tienes un aspecto terrible. ¿Cuándo fue la última vez que pasaste una buena noche de sueño?

Roger murmuró algo vago.

—¿Quieres que te recete píldoras para dormir?

Roger se levantó.

—No, no las necesito. Aún me quedan algunas que me dio un miembro de la Escuela de Medicina… ¡Mago!

—Es un modo de vida respetable —dijo Sarle dirigiéndose hacia la puerta.

Jane estrechó la mano de Sarle y le dijo suavemente:

—Gracias, Jim. Gracias por haber hablado con él.

—No te preocupes, Jane —dijo Sarle apretándole los dedos.

—¿Jim? —llamó Roger.

—¿Sí?

—¿Cómo es que mi levitación no te ha inquietado?

—Yo no soy un científico físico, Roger —contestó Sarle sonriendo—. Me temo que en mi profesión no tenemos reglas. O, al menos, cada pequeña escuela de psiquiatría tiene sus propias reglas, que son a su vez excluyentes con respecto a las demás, lo que viene a ser lo mismo. De modo que, ¿qué significa una ley quebrantada? Es lo mismo…

—¿Y bien?

—No creo que asista a ninguna de tus actuaciones en el “Black Mask”, si es que Magoun decide aceptarte. No te importará, ¿verdad?

—No —contestó Roger sombríamente—, no me importará.

Sarle se marchó y Roger y Jane se quedaron solos.

—¿Qué piensas de todo esto, Jane? —preguntó Roger.

—No lo sé —contestó ella sin abandonar su apatía.

—¡Convertirme en un mago!

—¿Y qué importa eso? —dijo ella saliendo bruscamente de la habitación.

Roger la siguió con la mirada y después contempló lentamente la tarjeta que Sarle le había entregado.

—¡Ahora!

—¿Tal y como va vestido, con esas ropas?

—Desde luego.

—Bueno, eso me intriga. Tiene usted que ser un aficionado. Los magos que yo conozco serían incapaces de cortar una baraja en traje de calle. Se sentirían desnudos. ¿Comprende lo que quiero decir?

—No he imaginado ningún traje especial que ponerme —dijo Roger.

—¿No? Bueno, quizá debería haber empezado por ahí. La gente empieza a cansarse de todo lo que se inventan los magos. Puede que haya algo de original en ver a un tipo vestido con un simple traje haciendo sus triquiñuelas. Sería una especie de novedad, ¿comprende? Está bien, vayamos al escenario y yo me sentaré entre las mesas de la sala. ¿Dónde están sus artilugios de apoyo?

—Yo mismo me ocuparé de ellos —murmuró Roger.

Salieron a la sala vacía del club nocturno, en semipenumbras a causa de las pesadas cortinas que cubrían las ventanas. Magoun apretó un interruptor que arrojó luz sobre el escenario.

—Adelante —dijo, retrocediendo hacia la zona donde estaban situadas las mesas—. No tiene que preocuparse por los preámbulos o la jerga publicitaria. Demuéstreme simplemente cómo flota usted, ¿comprende? Hágalo como si acabaran de sonar los tambores anunciándole.

En uno de los extremos de la sala, un camarero se apoyó, interesado, sobre la escoba que había estado manejando.

Roger miró a su alrededor, sintiéndose confundido. Experimentó una horrible pero momentánea sensación de incapacidad. Ahora que, por primera vez, deseaba flotar, parecía haberse olvidado de cómo hacerlo. Allí estaba Magoun, haciéndole gestos de asentimiento con la cabeza, rodeando con los labios el grueso puro que estaba encendiendo. Allí estaba también aquel camarero, observándole atentamente. Y allí estaba también aquel enorme vacío desde el que, alguna noche, cientos de ojos podrían estar mirándole.

Y pensó para sí mismo: “Arriba, muchacho”

Y se elevó.

Flotó hacia el techo, permaneciendo a media altura. Escuchó el grito ronco de Magoun y vio al camarero salir precipitadamente por la puerta más cercana.

Roger describió una vuelta de campana en el aire y después descendió sobre el escenario.

Magoun ya estaba junto a él en cuanto tocó el suelo.

—Sensacional, Toomey, terrorífico. Es una ilusión maravillosa. ¿Cómo diablos lo hace?

—Bueno… Es un secreto profesional ya sabe…

—Oh, claro, claro. Le ruego me disculpe. Debería habérmelo imaginado antes de preguntárselo, pero lo que usted ha hecho me ha impresionado de veras, ¿sabe? Escuche, queda usted contratado. Con lo que acabo de ver, no necesita usted hacer nada más. Los va a dejar a todos impresionados.

—¿Cuánto? —preguntó Roger.

—Bueno… —Magoun dirigió un ojo hacia el techo—. Cincuenta semanales.

—Ciento cincuenta —dijo Roger.

—¿Qué? ¿Por una actuación nueva?

—Usted nunca ha visto nada parecido, ¿verdad?

—Está bien —admitió Magoun—, dejaré que se salga con la suya, teniendo en cuenta que viene recomendado por el doctor. Dos representaciones cada noche, excepto el domingo. Y el compromiso es sólo por una semana, hasta que veamos cómo marcha todo con los clientes. Veamos…, puede usted empezar el lunes, y yo me encargaré de hacer algo de publicidad por adelantado. Le presentaré como el Gran Flotino. ¿Qué le parece?

—Me parece bien —dijo Roger.

James Sarle entró, se desabrochó el abrigo y dijo en voz baja:

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