—Penny, lo que está ocurriendo entre nosotros, es complicado…
—No, es complejo —respondió ella. Él vaciló, y luego murmuró:
—Bueno, sí, pero…
—Hay una diferencia —dijo ella secamente.
Y por alguna razón, aquello le hizo sentirse irritado. Decidió callar, dejar que la velada transcurriera de forma automática, la forma breve-salida-agradable-con-la-esposa que a ella parecía gustarle. Era extraño cómo en un momento podía ser una muy inteligente y luchadora intelectual especializada en literatura y luego al momento siguiente convertirse en una vulgar y prosaica americana media. Quizás ella formaba parte también de aquel tiempo donde todas las cosas cambiaban.
Bailaron solamente las piezas lentas. Ella se movía hábil, suavemente, ataviada con un ligero traje rosa. Él llevaba unos pesados zapatos negros que se había traído de Nueva York, y de tanto en tanto perdía el ritmo. El vocalista masculino cantaba, con una voz típica de blues: La gente se queda, sólo un poquitito más. Sigamos gozando, sólo un poquitito más. Repentinamente, Penny se apretó contra él, rodeándolo con unos brazos sorprendentemente fuertes. —Sam Cooke —murmuró en su oído. Él no supo lo que quería significar. La idea de saber quién había compuesto una determinada canción pop parecía, bueno, ligeramente increíble.
El nivel de ruido en las mediciones de resonancia nuclear empezaba a elevarse. Cada día era un poco mayor. Normalmente, Gordon notaba el cambio en la primera toma de datos de la mañana. Al principio lo atribuyó al progresivo fallo de uno de los componentes. Repetidas comprobaciones de los puntos obvios del circuito no revelaron nada. Comprobar los puntos menos obvios tampoco sirvió. Cada día, el ruido era peor. Al principio Gordon pensó que podía tratarse de un nuevo tipo del efecto de «resonancia espontánea». La señal era demasiado entrecortada para saberlo, sin embargo. Pasó más tiempo intentando hacer descender la relación señal / ruido. Gradualmente, empezó a dedicarle más tiempo de su jornada de trabajo. Empezó a acudir por las noches. Se sentaba ante el osciloscopio y observaba su trazado. En una ocasión, teniendo una reunión a primera hora de la mañana siguiente, durmió en el laboratorio. Una descomposición de Fourier del espectro del ruido mostraba algunos componentes armónicos, pero ese indicio no conducía a ningún lado. Mientras tanto, el nivel de ruido seguía aumentando.
—¿Gordon? Aquí Claudia Zinnes.
—Oh, hola. No esperaba oírla tan pronto.
—Hemos tenido algunos retrasos. Nada fundamental, pero deseaba que supiera que estaremos en el aire dentro de una semana.
—Estupendo. Espero…
—Sí. Sí.
Un viento procedente de Santa Ana soplaba fuera. Deslizaba su seca y pesada mano por entre los pasos de las bajas montañas costeras, trayendo la mordedura del desierto. Se produjeron algunos incendios de maleza en las colinas. El viento rojo, lo llamaban algunos del lugar. Para Gordon, encerrado en el aire acondicionado del laboratorio, representó una ligera sorpresa cuando salió hacia su casa a última hora de la noche; el aire parecía denso y racheado revolviendo su pelo.
Recordó su cálido y seco contacto al día siguiente, mientras caminaba en dirección al edificio de química. Ramsey, ante la imposibilidad de verlo en su oficina, le había dejado un mensaje a Joyce, la secretaria del departamento. Gordon cruzó entre los edificios cruzando el puente adornado con hileras de hexágonos. Al entrar en los dominios de la química fue recibido por un olor agridulce, demasiado intenso y complejo como para que el sistema de renovación de aire pudiera eliminarlo. Encontró a Ramsey en medio de un bosque de redomas y tubos, hablando rápida y concisamente con un estudiante. Ramsey estaba tirando una solución mientras hablaba, señalando los cambios de color, añadiendo una gota de una sustancia lechosa en un momento crucial. Gordon se dejó caer agradecido en una silla. Aquella jungla de abrazaderas y válvulas y frascos parecía poseer más vida que un laboratorio de física; el golpeteo de las bombas y el tictaqueo de los cronómetros era como un complicado corazón, acompasando la intensa investigación de Ramsey. En la pared colgaba un diagrama de la gigantesca cadena molecular que descendía del anhídrido carbónico hasta convertirse en hidratos de carbono; una escalera forjada por los fotones. Un contador de destellos murmuraba, cliqueteando por entre una serie de etiquetados frascos de isótopos. Gordon se agitó en la silla, buscando una postura más cómoda, y volcó una copa cónica. No se derramó nada. La inspeccionó, y descubrió un poso de café, espeso como cola y punteado de moho. Todas las cosas estaban vivas allí. Tuvo una repentina visión de aquel palacio de cristal como una selva de ácidos nucléicos, respondiendo al seco soplo del viento rojo del exterior. Su laboratorio de resonancia nuclear parecía silencioso y estéril en comparación. Sus experimentos estaban aislados del pulso del mundo. Para los bioquímicos, en cambio, la vida cooperaba en el estudio de sí misma. El propio Ramsey parecía más vital, mirando a uno y otro lado y agitándose y hablando, un animal deslizándose por los senderos de su jungla química.
—Lo siento, Gordon, tenía que terminar esto… Hey, pareces agotado. ¿No te prueba el clima, muchacho?
Gordon agitó la cabeza y se puso en pie, siguiendo a Ramsey a una oficina en un rincón. Se sentía ligeramente aturdido. Debe de ser el aire de aquí dentro, pensó. Eso, y el de Santa Ana, y su escaso e incómodo dormir de la noche antes.
Ramsey estaba ya varias frases por delante de él antes de que Gordon registrara el hecho.
—¿Qué? —dijo, y su voz era un seco croar.
—Te decía que todos los indicios estaban ahí. Simplemente estaba demasiado ciego como para verlos.
—¿Indicios?
—Al principio no hice más que buscar datos preliminares. Ya sabes, algo para conseguir una subvención para lograr que alguna fundación se interesara. O el Departamento de Defensa incluso. Pero ése es precisamente el quid de la cuestión. Gordon… esto va mucho más allá que el propio Departamento de Defensa. La FNC debería intervenir en ello.
—¿Por qué?
—Porque es grande, por eso. Esa línea, «entra en régimen simulación molecular empieza a imitar anfitrión»… ésa es la clave. Preparé una solución como la que describe el mensaje. Ya sabes, todo lo que arrojamos a los ríos: pesticidas, algunos metales pesados… cadmio, níquel, mercurio. Le metí también algunas moléculas de cadenas largas. Hice que se encargara uno de mis estudiantes. Una cadena de latticina, como dice el mensaje. Conseguí que un amigo de U DuPont me proporcionara algunas de sus muestras experimentales de cadena larga.
—¿Descubriste las referencias comerciales que daba el mensaje? Ramsey frunció el ceño.
—No, eso es lo desconcertante. Ese amigo mío dice que no tienen nada con esa denominación. Y Springfield afirma que no tienen ningún pesticida identificado como AD45 tampoco. Tu señal debió llegar embrollada aquí.
—Así que no puedes duplicarlo.
—No exactamente… ¿pero quién necesita exactitud? Esas cadenas largas son versátiles.
—¿Cómo puedes estar…?
—Mira, llevé todo eso a Scrips. Me llevé a Hussinger a comer, le hablé del proyecto. Conseguí que me diera alguna de esas bateas para realizar pruebas con agua de mar. Son de primera clase… temperatura y salinidad constantes, comprobación permanente, todo eso. Montones de luz solar, además. Y… —hizo una pausa, reprimiendo una sonrisa— toda esa maldita cosa es cierta. Hasta el último detalle.
—¿La parte de la floración de las diatomeas, quieres decir?
—Seguro, sólo que en un estadio posterior. Esas malditas cadenas largas no hay por donde cogerlas, ya te lo he dicho. Esa agua de mar reaccionó al principio normalmente, supersaturada de oxigeno. Al cabo de dos meses, empezamos a obtener curiosas lecturas en la columna de oxígeno. Se trata de una medición del contenido de oxígeno en una columna vertical de agua de quizá treinta metros de altura. El plancton empezó a desaparecer. Así, simplemente… moría, o adoptaba nuevas y curiosas formas.
—¿Cómo?
Ramsey se alzó de hombros.
—Tu mensaje dice «impregnación virus». Tonterías, pensé. ¿Qué tienen que ver los virus con el agua del mar?
—¿Qué tiene que ver un pesticida con el plancton?
—Aja, un buen punto. No lo sabemos. Esa otra frase… «puede convertirse neuroenvoltura de plancton a su propia química utilizando oxígeno ambiental hasta que nivel oxígeno caiga a valores fatales para mayor parte de la cadena alimentaria superior»… suena como si alguien supiera, ¿no?
—Aparentemente.
—Sí, porque eso es precisamente lo que hemos descubierto.
—¿Utiliza el oxígeno?
—Y de qué manera. —Frunció el ceño—. Y se esparce como una hijaputa también. Esa mezcla convierte el plancton en parte de ella misma, al parecer. También produce algunos elementos secundarios completamente letales… cloruros de benzeno, policloruros de bifenilos, todo tipo de mierda. Échale una ojeada a esto.
Una fotografía, sacada con un floreo de una carpeta. Un pez estilizado sobre una superficie de cemento, los ojos vidriados. Sus labios estaban hinchados, verdes y estriados con filamentos azules. Una ulceración pálida se destacaba bajo sus branquias.
—Cáncer de labio, asimetrías, tumores… Hussinger se puso blanco cuando vio lo que le había ocurrido a sus muestras. Entiéndelo, normalmente no se preocupan de los agentes patógenos que incluyen en sus bateas. El agua del mar es fría y salada. Mata a los gérmenes portadores de enfermedades, todos excepto algunos…
Gordon se dio cuenta de la pausa.
—¿Excepto qué?
—Excepto algunos virus, dice Hussinger.
—Oh. «Impregnación virus». Y esos peces…
—Hussinger aisló mis bateas y lo detuvo todo. La totalidad de mis peces murieron.
Los dos hombres se miraron.
—Me pregunto quién estará usando eso en el Amazonas —dijo Ramsey suavemente.
—¿Los rusos? —La posibilidad le parecía ahora completamente real a Gordon.
—¿Cuál es la ventaja estratégica?
—Quizá se trate de algún tipo de accidente.
—No creo… ¿Sigues sin saber por qué están enviando esos mensajes a través de tu instalación de resonancia nuclear?
—No.
—Esa estupidez de Saul Shriffer…
Gordon lo desechó con un gesto de la mano.
—No fue idea mía. Olvídalo.
—No podemos olvidar esto. —Ramsey agitó la foto del pez.
—No, no podemos.
—Hussinger desea publicarlo inmediatamente.
—Adelante.
—¿Estás seguro de que no estás trabajando en algo para el Departamento de Defensa?
—No, mira… eso fue idea tuya.
—No me contradijiste.
—Digamos que no deseaba divulgar la fuente. Mira lo que ocurrió cuando Shriffer metió la mano en ello.
—Aja. —Ramsey le miró atentamente, una mirada distante y evaluativa—. Eres más bien elusivo.
Gordon pensó que aquello no era justo.
—Tú sacaste a relucir el Departamento de Defensa. Yo no dije nada.
—De acuerdo, de acuerdo. Pero fue un truco.
Gordon se preguntó si Ramsey estaría pensando para sí mismo: Mañosos judíos. Pero se reprochó a sí mismo aquel pensamiento apenas le vino a la cabeza. Cristo, vaya paranoia. Estaba empezando a actuar como su madre, siempre segura de que los no judíos eran los eternos perseguidores de los judíos.
—Lo lamento —dijo Gordon—. Temía que tú no quisieras trabajar en ello si yo, bueno…
—Hey, está bien. No hablemos más del asunto. Infiernos, me has metido entre las manos algo fantástico. Realmente importante.
Ramsey dio unas palmadas a la fotografía. Ambos hombres la miraron, reflexionando. Hubo un silencio entre ellos. Los labios del pez eran como globos hinchados, los colores horriblemente fuera de lugar. En la quietud, Gordon oyó los sonidos del laboratorio fuera de la pequeña oficina. El regular traqueteo y tactaqueo rodeaba indiferente a los dos hombres, ritmos y fuerzas, voces. Los ácidos nucléicos se perseguían los unos a los otros en los capilares de cristal. Un aroma ácido flotaba en el aire. Una luz como esmaltada lo inundaba todo. Tictoc, tictoc.
Saul Shriffer le miraba desde la portada del Life con una casual seguridad en sí mismo, un brazo apoyado en el telescopio de Monte Palomar. Dentro, el artículo se titulaba CONTROVERSIA EN EL CAMPO DE LA EXOBIOLOGÍA. Había fotos de Saul mirando a una fotografía de Venus, Saul inspeccionando un modelo de Marte, Saul ante el panel de control del radiotelescopio de Green Bank. Un párrafo trataba del mensaje de resonancia nuclear. Junto a los grandes imanes estaba Saul, con Gordon un poco más atrás. Gordon estaba mirando desde el espacio entre los polos del imán, aparentemente sin hacer nada. La mano de Saul estaba suspendida sobre unos cables, como si fuera a conectarlos. Las señales de la resonancia magnética eran descritas como «controvertidas» y «puestas en duda por la mayor parte de los astrónomos». Se citaba a Saul: «Hay que correr algunos riesgos en este campo. A veces pierdes. Otras puedes ganar la inmortalidad».
—Gordon, tu nombre está ahí una sola vez. Eso es todo —dijo Penny.
—El artículo se refiere a Saul, recuérdalo.
—Es por eso por lo que él está ahí. Está aprovechándose de tu…
Gordon la interrumpió burlonamente:
—De mi éxito.
—Bueno, no, pero…
Gordon dejó caer el dibujo sobre el escritorio de Ramsey.
—¿Te he dado alguna copia de esto?
—No. ¿Qué es?
—Otra parte de la señal.
—Oh, sí. Ahora lo recuerdo. Salió por televisión.
—Exacto. Shriffer la mostró.
Ramsey estudió las curvas interconectadas.
—Mira, en aquel momento no pensé en nada concreto. Pero…
—¿Sí?
—Bueno, me da la impresión como de algún tipo de cadena molecular. Esos puntos…
—¿Los que yo conecté entre sí?
—Sí, supongo. ¿Fuiste tú quien dibujó primero esto?
—No. Saul lo transcribió de una secuencia codificada. ¿Qué hay con ellos?
—Bueno, quizá no se trate de un conjunto de curvas. Quizá los puntos sean moléculas. O átomos. Nitrógeno, hidrógeno, fósforo.
—Como en el ADN.
—Bueno, esto no es el ADN. Es más complicado.
—¿Más complicado, o más complejo?
—Mierda, no lo sé. ¿Cuál es la diferencia?
—¿Crees que tiene alguna relación con esas moléculas de cadena larga?