La potencia de la señal aumentó bruscamente. Había párrafos enteros acerca de la teoría de Wheeler-Feynman. Gordon llamó a Claudia Zinnes para ver si el grupo de Columbia estaba obteniendo los mismos resultados.
—No, no desde hace cinco días —dijo ella—. Primero tuvimos algunos fallos en el equipo. El estudiante pilló la gripe… el que había estado realizando todas las pruebas. Creo que estaba demasiado agotado. Esos horarios que nos dio usted… son diez, doce horas en el laboratorio, Gordon.
—¿Quiere decir que no tiene nada?
—No, por ahora no.
—¿No podría hacer algo de este tiempo usted misma?
—Lo haré, empezando mañana. Pero tengo otras cosas que hacer también, ya lo sabe.
—Seguro, claro. Me gustaría tener alguna confirmación, eso es todo.
—Pero si ya lo tenemos, Gordon. El efecto, quiero decir.
—No es solamente el efecto lo importante. Claudia, revise esas señales. Piense en lo que significan.
—Gordon, no creo que sepamos lo suficiente todavía para…
—De acuerdo, lo acepto, básicamente. La mayor parte de mis datos son un revoltijo. Fragmentos. Trozos de frases. Fórmulas. Pero en su conjunto dan una impresión consistente.
La voz de ella adoptó la claridad precisa y profesional que recordaba de sus clases.
—Primero los datos, Gordon. Luego podremos aventurar alguna teoría, quizá.
—Sí, de acuerdo. —Sabía que era mejor no discutir con ella acerca de la filosofía de la experimentación en física. Sus puntos de vista eran más bien rígidos.
—Le prometo que empezaré mañana.
—De acuerdo, pero puede que por aquel entonces ya hayan desaparecido. Quiero decir…
—No kvetck, Gordon. Mañana empezaremos de nuevo.
Llegó menos de tres horas más tarde, un poco después del mediodía del martes 6 de noviembre. Nombres, datos. La floración extendiéndose. Las frases que lo describían eran entrecortadas y tensas. Algunas partes resultaban embrolladas. Faltaban letras. Un largo pasaje, sin embargo, relataba cómo habían empezado los experimentos y quiénes estaban implicados en ellos. Esas frases eran más largas y más relajadas y casi conversacionales, como si alguien estuviera simplemente enviando lo que pasaba por su cabeza.
…CON MARKHAM DESAPARECIDO Y ESE MALDITO ESTÚPIDO DE RENFREW LLEVÁNDOLO TODO NO HAY NINGÚN FUTURO PARA NUESTRO PEQUEÑO PLAN NI NINGÚN PASADO TAMPOCO SUPONGO QUE NADA DE ESO PUEDE EXPRESARSE CON EL LENGUAJE PERO LA COSA HUBIERA PODIDO HABER FUNCIONADO SI…
Hubo un crepitar de ruido. El largo pasaje desapareció y no regresó. La concisa información biológica reapareció. Faltaban palabras. El ruido estaba ascendiendo como un mar embraveciéndose. A través de las últimas entrecortadas frases parecía apreciarse un vago sentimiento de desesperación.
Penny vio algo diferente en su rostro cuando Gordon entró en la cocina. Sus alzadas cejas formularon una pregunta.
—Hoy lo conseguí. —Le sorprendió a sí mismo la forma fácil e inexperta en que era capaz de decirlo.
—¿Conseguiste qué?
—La respuesta, por el amor de Dios.
—Oh. Oh.
Gordon le tendió una fotocopia de su bloc de notas de laboratorio.
—¿De modo que es realmente lo que tú pensabas?
—Aparentemente. —Ahora había en él una tranquila seguridad. No sentía ninguna necesidad apremiante de decir nada acerca del resultado, ninguna tensión, ni siquiera un asomo de la maníaca alegría que había esperado. Los hechos estaban ahí al fin, y ellos podían hablar por sí mismos.
—Dios mío, Gordon.
—Sí, Dios mío.
Hubo un momento de silencio entre ellos. Penny dejó la fotocopia sobre la mesa de la cocina y se volvió para seguir deshuesando un pollo.
—Bien, eso debería garantizar tu promoción.
—Seguro que debería —dijo Gordon con un cierto placer.
—Y quizás… —ella le miró ligeramente de soslayo— quizá te devuelva las ganas de vivir. —La frase había empezado correctamente, pero al final un tono amargo se apoderó de ella. Gordon frunció los labios, irritado.
—Tú no me la has hecho más fácil.
—Hay límites, Gordon.
—Oh.
—Yo no soy tu maldita mujercita.
—Sí, lo dejaste brillantemente claro hace un cierto tiempo.
Ella resopló, los labios tan apretados que se pusieron pálidos, y se secó las manos con una toalla de papel. Se inclinó hacia delante y conectó la radio. Empezó a sonar una canción de Chubby Checker. Gordon avanzó unos pasos y la apagó. Ella lo miró, sin decir nada. Gordon tomó la fotocopia y la metió en el bolsillo de su chaqueta, después de doblarla cuidadosamente.
—Creo que voy a ir a leer un poco —dijo.
—Sí, hazlo —dijo ella.
Durante toda la tarde del 7 de noviembre el nivel de ruido ascendió. Durante casi todo el tiempo cubrió la señal. Gordon obtuvo algunas pocas palabras aquí y allá, y un muy claro AR 18 5 36 DEC 30 29.2, y eso fue todo. Las coordenadas tenían un punto preciso que debía corresponder a su posición en el firmamento. El ápex solar era una media del movimiento del Sol. Dentro de treinta y cinco años la Tierra estaría en una localización cercana a esa media. Gordon sintió una cierta relajación mientras observaba el embrollado ruido.
Todas las piezas encajaban ahora. Zinnes podía confirmar al menos parte de ello. Ahora la cuestión era cómo presentar los datos, cómo modificar un caso consistente que no pudiera ser echado a un lado con un simple movimiento de la mano. ¿Un artículo directo en la Physical Review? Ése sería el enfoque estándar. El tiempo normal de espera en la Phys Rev era al menos de nueve meses, sin embargo. Podía publicarlo en la Physical Review Letters, pero las cartas tenían que ser cortas. ¿Cómo podía resumir hasta tal punto todos los detalles experimentales, más los mensajes? Gordon sonrió tristemente. Tenía entre sus manos un resultado de enormes proporciones, y estaba dudando acerca de cómo presentarlo. Pura farándula.
Penny puso tenedores y cuchillos a la mesa; Gordon, los platos. A través de las persianas se filtraban amarillentos dardos de sol. Ella avanzaba graciosamente atravesando aquella luz, el rostro pensativo.
Comieron en silencio por un momento, hambrientos los dos.
—Hoy he estado pensando en tus experimentos —empezó ella, vacilante.
—¿Sí?
—No los comprendo. Considerar así el tiempo…
—Yo tampoco veo cómo puede tener sentido. Pero es un hecho.
—Y los hechos son los que mandan.
—Bueno, sí. Pero tengo la sensación de que estamos considerándolo desde un punto de vista erróneo. El espaciotiempo no puede funcionar de la forma en que piensan los físicos.
Ella asintió y se puso algunas patatas en el plato, aún pensativa.
—Thomas Wolfe: «Tiempo, oscuro tiempo, secreto tiempo, siempre fluyendo como un río». Recuerdo esto de
La tela y la roca
.
—No lo he leído.
—Hoy leí un poema de Dobson, pensando en ti. —Penny tomó un papel de entre sus libros y se lo tendió.
¿El tiempo pasa, dices? ¡Ah, no!
El tiempo permanece, nosotros pasamos
.
El se echó a reír.
—Sí, algo así. —Empezó a cortar su salchicha de Frankfurt con entusiasmo.
—¿Crees que la gente como Lakin va a seguir cuestionando tu trabajo?
Masticó lentamente.
—Bueno, en el mejor sentido de la palabra, espero que lo hagan. Cada resultado en ciencia tiene que enfrentarse a las críticas de cada día. Los resultados tienen que ser comprobados y repensados.
—No, quiero decir…
—Lo sé, si van a intentar darme algún golpe bajo. Espero que sí. —Sonrió—. Si llevan las cosas mucho más allá del legítimo escepticismo científico, simplemente van a caer desde mucho más arriba.
—Bueno, espero que no.
—¿Por qué?
—Porque… —su voz se quebró— va a ser duro para ti, y ya no puedo soportar que esto ocurra de nuevo.
—Amor…
—No puedo. Has estado tenso como un tambor durante todo este verano y otoño. Y cuando intento enfrentarme a ello, no puedo llegar hasta ti y empiezo a atacarte y…
—Amor…
—Las cosas se han puesto tan imposibles. Yo simplemente…
—Dios, lo sé. También ha podido conmigo.
—Y conmigo… —dijo ella suavemente.
—Empiezo a pensar en un problema, y las demás cosas, las demás personas, simplemente parecen ponerse en medio para molestar.
—También ha sido culpa mía. Deseo mucho de ti, mucho de nosotros, tanto, y no lo consigo.
—Hemos estado desgarrándonos mutuamente.
Ella suspiró.
—Sí.
—Yo… creo que la física empezará a ser menos dura a partir de ahora.
—Eso… eso es lo que espero. Quiero decir, estos últimos días las cosas han sido un poco distintas. Mejores. Como eran hace un año, realmente. Estás relajado, yo no estoy pinchándote todo el tiempo para… Creo que vamos mejor. Por primera vez desde hace siglos.
—Sí. Yo también lo creo. —Gordon sonrió, vacilante. Comieron en un confortable silencio. En el húmedo resplandor del atardecer, Penny hizo girar el contenido de su vaso de vino blanco y miró al techo, pensativa. Gordon sabía que acababan de firmar una implícita tregua.
Penny empezó a sonreír, los ojos vagos. Dio otro sorbo al ambarino vino y clavó su tenedor en una salchicha. Sujetándola frente a ella con una sonrisa apreciativa, la giró de un lado y de otro, estudiándola críticamente.
—La tuya es más grande —dictaminó. Gordon asintió solemnemente.
—Quizás. Esa tiene, ¿cuánto, treinta centímetros? Sí, puedo batir eso.
—En esos asuntos, la unidad preferida es la pulgada. Es más tradicional.
—Está bien.
—No es que yo sea una purista, compréndelo.
—Oh, no, jamás se me ocurriría pensarlo.
Despertó con un brazo dormido. Apartó suavemente la cabeza de ella de su bíceps y permaneció tendido allí, sintiendo como el punzante dolor iba desapareciendo. Fuera, había llegado la refrescante noche. Se sentó lentamente y ella se arrimó, a él, murmurando. Estudió las redondeadas protuberancias de su columna vertebral, una sucesión de colinas entre la bronceada extensión de su piel. Pensó en el tiempo, que podía fluir y enlazarse consigo mismo, como ningún río podía hacer, y sus ojos siguieron el estrechamiento de la espalda de ella. Luego venía el ensanchamiento de las caderas, un complejo de lisas superficies descendiendo hasta el maduro promontorio más abajo, el bronceado fundiéndose en un sorprendente blanco puro. Medio adormilada, ella le había informado solemnemente que Lawrence había llamado al órgano masculino un pilar de sangre, una frase que él consideró como grotesca. Pero por otra parte, añadió ella, no dejaba de ser algo así, ¿no? «Todo en persecución de la petite mort», murmuró ella, y se deslizó en el sueño. Gordon sabía que ella había tenido razón respecto a la tensión entre los dos. Ahora estaba desvaneciéndose. Sabía que la había amado durante todo aquel tiempo, pero había habido tantas cosas…
Oyó una distante sirena. Algo le hizo desprenderse lentamente de ella. Avanzó por el frío suelo hasta la ventana. Podía ver gente andando de un lado para otro por el bulevar La Jolla bajo las pálidas luces de neón. Una moto de la policía pasó a toda velocidad. Allí la policía llevaba botas y tenía un aspecto casi militar, con cascos, gafas, sus rostros cuadrados e inexpresivos, como actores de una anticipación futurista, una película de serie B en blanco y negro. En Nueva York los policías eran más blandos, sus uniformes de un descolorido y más familiar color azul. La sirena aulló. Un coche de la policía pasó velozmente. Edificios, palmeras, cabezas volviéndose, tiendas y letreros… todo pulsó rojo en respuesta a la histérica luz giratoria sobre el veloz coche. Fragmentos de rojo rebotaron en los escaparates de las tiendas. La confusión cinética desapareció, aullando, su boca mecánica anunciando tumultos. La muerte Doppler de su sonido agitó a los peatones, llenando sus pasos con nuevas energías. Algunas cabezas se volvieron para ver el crimen o fuego que había lanzado al coche como una bala. Gordon pensó en los mensajes y en el delgado hilo de desesperación que había cruzado por ellos. Una sirena. Había llegado como salpicaduras, impulsos, luz reflejada por las ondas al azar, visiones de un lugar lejano al otro lado del río. Debía contestar. Por razones científicas, sí, pero también por mucho más que eso.
—Oh, ¿está usted ocupado?
Era Cooper.
—No, adelante, entra. —Gordon empujó el montón de papeles que estaba corrigiendo hacia una esquina de su escritorio. Luego se echó hacia atrás en su silla y puso los pies encima de ellos. Unió sus manos detrás de su nuca, los codos separados, y sonrió—. ¿Qué puedo hacer por tí?
—Bueno, tengo mi examen de nuevo dentro de tres semanas, ya sabe. ¿Qué tengo que decir acerca de esas interrupciones? Quiero decir, Lakin y los otros se echaron sobre mí como si quisieran lapidarme con mierda la última vez.
—Exacto. Si yo fuera tú, ignoraría ese punto.
—Pero no puedo. Me atraparán de nuevo.
—Yo me haré cargo de ellos.
—¿Eh? ¿Cómo?
—Esta vez tengo también un trabajito mío que presentarles.
—Bueno, yo no… Sacarme a Lakin de la espalda no es un asunto trivial. Ya vio usted la forma en que él…
—¿Por qué dices «no trivial»? ¿Por qué no «duro» o «difícil»?
—Bueno, ya sabe usted, así se habla en física…
—Sí, así se habla en física… Tenemos un montón de jerga como ésta. Me pregunto si a veces no sirve para ocultar las cosas, en vez de hacerlas más claras.
Cooper miró a Gordon de una forma extraña.
—Bueno, no sé.
—No seas indeciso —dijo Gordon jovialmente—. No tienes ningún problema. Yo voy a proteger tu retaguardia.
—Oh, bueno. —Cooper se dirigió inseguro hacia la puerta—. Si usted lo dice…
—Nos veremos en las murallas —dijo Gordon como despedida.
Estaba aproximadamente en la cuarta parte del primer borrador de su artículo para Science cuando llamaron a su puerta. Se había decidido por Science porque era una revista grande y prestigiosa y publicaba las cosas con bastante rapidez. Aceptaban además artículos largos, de modo que podía explicarlo todo de una sola vez, acumulando las pruebas de tal modo que nadie pudiera echarlas por tierra. Ya lo había comprobado todo con Claudia Zinnes. Ella publicaría una carta en el mismo número, confirmando algunas de sus observaciones.