Se había quedado adormilado. Se despertó con un sobresalto y se frotó los ojos. A la mitad de su gesto, apartó las manos y miró la registradora.
Líneas quebradas. Las líricas curvas de la resonancia estaban rotas por repentinas interrupciones.
Rebobinó la cinta. Si había perdido el inicio… Pero no; ahí estaba. Empezó a decodificar:
NEUROM I OL AJ ESCRIBIR COMILLAS MENSAJE RECIBIDO LA JOLLA COMILLAS EN UN PAPEL COLOCAR EN CAJA DE SEGURIDAD EN BANCO FIRST FEDERAL SAVINGS SAN DIEGO A NOMBRE IAN PETERSON DEBE GARANTIZARSE QUE CAJA SERÁ MANTENIDA DURANTE TREINTA Y SEIS AÑOS ENVIAR ESTE MENSAJE CONFIR MARÁ RECEPCIÓN DE TRANSWRSODRMCJ RESULTANDO DINOFLAGELADOS Y PLANCTÓNICOS AVSDLDU AHXNDUROPFLM.
El empleado se lo quedó mirando.
—Sí, es cierto, disponemos de cajas de seguridad gratuitas para nuestros clientes. ¡Pero hasta finales de siglo…! —Alzó las cejas.
—Ustedes ofrecen eso, ¿no?
—Bueno, sí, pero…
—En un anuncio público.
—Por supuesto. Sin embargo, la intención…
—Su publicidad dice que puedo conseguir una caja de seguridad si mantengo un saldo mínimo de veinticinco dólares, ¿correcto?
—Por supuesto. Pero como había empezado a decirle, consideramos esto como una oferta inicial para animar a los clientes a abrir cuentas. Naturalmente, la firma no tiene intención de que sus clientes mantengan éstas indefinidamente, bajo la única base de…
—Su publicidad no menciona nada de lo que está diciendo usted ahora.
—No creo que usted…
—Tengo razón, y usted lo sabe. ¿Desea que pida por el director? Es usted nuevo aquí, ¿verdad?
El rostro del empleado no dejó traslucir nada de lo que estaba pensando.
—Bueno… Parece que usted ha descubierto un aspecto de nuestra oferta que nosotros no habíamos anticipado…
Gordon sonrió. Sacó la hoja amarilla de papel de dentro de un sobre, y la depositó sobre el mostrador.
—¿Sí?
—¿Gordon? Gordon, ¿eres tú?
—Tío Herb, oh.
Gordon, vaciló y miró totalmente desconcertado al receptor telefónico de su oficina, como si la voz de su tío estuviera fuera de lugar allí.
—¿Tanto trabajas, que no puedes ir a casa por la noche?
—Bueno, ya sabes, algunos experimentos.
—Eso es lo que dice tu chica.
Gordon sonrió. No señora, como acostumbraba a decir siempre. No, Penny era una chica. E indudablemente su madre le había dicho al tío Herb qué tipo de chica.
—Llamo por tu madre.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Está krank.
—¿Eh? ¿Qué has dicho?
—Krank, enferma. Lleva ya un cierto tiempo enferma.
—No cuando yo estuve ahí.
—Cuando estuviste aquí también, sí. Lo estaba. Pero no dejó que te dieras cuenta.
—Buen Dios. ¿Qué es lo que tiene?
—Algo del páncreas, dicen. No están seguros. Esos doctores nunca están seguros de nada.
—Ella me habló de pleuresía, hace mucho tiempo…
—Eso fue. Ahí es donde empezó todo.
—¿Está muy mal?
—Ya conoces a los doctores, todavía no lo saben. Pero pienso que deberías ir a casa.
—Tío Herb, mira, precisamente ahora no puedo.
—Ella ha empezado a preguntar por ti.
—¿Por qué no ha llamado?
—Ya sabes, los problemas entre tú y ella.
—No hemos tenido ningún problema serio.
—No puedes engañar a tu tío, Gordon.
—No, de veras. No ha habido ningún problema.
—Ella cree que sí. Y yo también lo creo, pero sé que no vas a escuchar los consejos de tu viejo tío tonto.
—Mira, no eres ningún tonto. Yo…
—Ve a verla.
—Tengo un trabajo, tío Herb. Clases que dar. Y esos experimentos ahora. Son importantes.
—Tu madre, sabes que no va a llamarte, pero…
—Lo haría si pudiera, y lo haré, lo haré tan pronto como…
—Es importante para ella, Gordon.
—¿Dónde está ahora?
—En el hospital, ¿dónde quieres que esté?
—¿Para qué?
—Algunas pruebas —admitió él.
—De acuerdo, mira, realmente no pudo ir ahora mismo. Pero iré muy pronto. Sí, tan pronto como pueda.
—Gordon, creo que deberías ir ahora.
—No, mira, tío Herb, sé cómo te sientes. E iré. Pronto.
—¿Cuánto significa para ti pronto?
—Te llamaré. Te lo haré saber tan pronto como pueda.
—De acuerdo entonces. Pronto. Ella no ha sabido mucho de ti últimamente.
—Sí, lo sé. Pronto. Pronto.
Llamó a su madre, para que le explicara. La voz de la mujer era débil y aguda, ahogada además por los kilómetros. Parecía animada, sin embargo. Los doctores eran encantadores, la habían tratado con toda consideración. No, no había ningún problema con las facturas del hospital, no tenía que preocuparse por eso. Rechazó la idea de que él fuera a verla pronto. Era un profesor, tenía estudiantes que atender, y ¿para qué gastar todo aquel dinero para unos pocos días?
Podía ir para el día de Acción de Gracias, ya no faltaba tanto, sería estupendo. El tío Herb estaba preocupándose inútilmente, eso era todo. Bruscamente, Gordon dijo al teléfono:
—Dile de mi parte que aquí estoy intentando no ser un potzer. Mi trabajo está en un momento crucial.
Su madre hizo una pausa. Potzer no era una palabra educada, estaba cerca de putzer, que era un insulto. Pero no dijo nada.
—Lo comprenderá. Yo también lo comprendo, Gordon. Haz tu trabajo, sí.
La universidad había preparado la conferencia de prensa de Ramsey y Hussinger. Había un equipo de tres hombres de la estación local de la CBS, y el periodista que escribió lo de «Una universidad en su camino a la grandeza», así como hombres del San Diego Union y del Los Ángeles Times. Gordon se quedó en la parte de atrás de la sala. Había diapositivas de los resultados, imágenes de Hussinger al lado de las bateas de pruebas, gráficas del desequilibrio de los ecosistemas oceánicos. La audiencia se mostró impresionada. Ramsey planteó bien las cuestiones. Hussinger —un hombre grueso y medio calvo, con rápidos ojos azules— habló con una intensidad casi de ametralladora. Un periodista preguntó a Ramsey qué le había llevado a la conjetura de que algo tan terrible pudiera proceder de una causa tan oscura. Ramsey dio una explicación elusiva. Miró a Gordon, y luego hizo una vaga observación acerca de los presentimientos que surgían de ninguna parte. Gente a la que conocías o con la que trabajabas decía algo, y luego tú sumabas dos más dos, sin darte cuenta realmente de dónde había surgido el destello inicial. Oh, dijo el periodista, ¿había alguien más en la Universidad de La Jolla trabajando en cosas como aquéllas? Ramsey pareció incómodo.
—No creo que pueda decir nada sobre esto por el momento —murmuró. Gordon salió furtivamente por la parte de atrás antes de que terminara la conferencia. Afuera el aire parecía humoso. Inspiró profundamente, se sintió mareado, tosió. Los rayos del sol tenían una apariencia acuosa, oscilante.
Hércules desaparecía ahora detrás del horizonte a las nueve de la noche, de modo que Gordon podía dejar sus observaciones a una hora razonable. Quedaba todavía el trabajo de decodificación, por supuesto, si encontraba alguna interrupción en las huellas de la resonancia nuclear. Durante una semana regresó a casa razonablemente pronto casi todos los días. Luego el nivel de ruido empezó a ascender de nuevo. Recibió señales esporádicas. Hércules estaba en el cielo desde media mañana hasta la noche. Pasaba el día tomando datos. Luego, después de las nueve, preparaba sus notas y corregía ejercicios. Empezó a quedarse de nuevo cada vez más tarde en el laboratorio. En una ocasión durmió toda la noche en su oficina.
Penny alzó la vista sorprendida mientras descorría el cerrojo interior de la puerta.
—Bien, bien. ¿Os habéis quedado sin electricidad?
—No. Simplemente terminé pronto, eso es todo.
—Jesús, tu aspecto es terrible.
—Un poco cansado, sí.
—¿Quieres un poco de vino?
—No Brookside, si es eso lo que estás bebiendo.
—No, es Krug.
—¿Qué hacía aquel Brookside por ahí?
—Era para cocinar.
—Oh.
Se puso algo de vino y unas cuantas cortezas de maíz, y se sentó en la mesa de la cocina. Penny estaba calificando unos ensayos. La radio estaba aullando una canción en amplitud modulada. No sé mucho de historia. Gordon frunció el ceño.
—No sé mucho de biología.
—Cristo, apaga esto.
—No sé para qué sirve una regla de cálculo.
Penny inclinó la cabeza para escuchar.
—Es una de mis favoritas, Gordon.
—Pero sé que te quiero…
Se puso bruscamente en pie y desconectó el aparato con un golpe brutal.
—No dice más que una sarta de imbecilidades.
—Es una canción divertida.
Gordon rió secamente.
—Cristo, ¿qué demonios te ocurre?
—Simplemente no me gusta oír una música de mierda interpretada varios decibelios demasiado alta.
—Creo que lo que te ocurre es que te sientes estafado por eso de Ramsey y Hussinger.
—No, no es cierto.
—Bueno, ¿por qué no? Les has dejado que se llevaran todo el crédito.
—Se lo merecen.
—No fue su idea.
—Pueden quedársela. Yo estoy trabajando en algo mucho más grande que eso.
—Si funciona.
—Funcionará. Las señales están llegando mejor.
—¿Qué dicen?
—Algo sobre bioquímica. Más especulaciones sobre taquiones.
—¿Y eso es bueno? Quiero decir, ¿para qué puedes utilizarlo?
—Estoy seguro de que todo va a encajar en cuanto tenga las suficientes piezas. Tengo que conseguir alguna afirmación clara que confirme mis suposiciones, mis sospechas, y todo quedará encajado.
—¿Cuáles son tus suposiciones?
Gordon agitó silenciosamente la cabeza.
—Oh, vamos, Gordon. Mira, a mí puedes decírmelo.
—No. A nadie. Y digo a nadie hasta que esté seguro. Todo esto va a ser mío. No deseo que se sepa ni una sola palabra hasta que yo lo tenga bien agarrado.
—Cristo, Gordon. Soy Penny. ¿Me recuerdas?
—Mira, no estoy bromeando.
—Infiernos, te has vuelto completamente chiflado, ¿te has dado cuenta?
—Si no te gusta, puedes dejarme solo.
—Sí, bien, quizá lo haga, Gordon. Quizá lo haga.
Se dio cuenta de que estaba empezando a dormirse durante el día. Se despertaba con un sobresalto delante del osciloscopio como alarmado por algún ruido, temeroso instantáneamente de haber perdido algún dato.
Daba sus clases de electromagnetismo clásico como en un sueño. Iba de una pizarra a la otra, garabateando fórmulas frente a la clase, pero tenía la impresión de estar sosteniendo un debate interno consigo mismo. Ocasionalmente, después de la clase, echaba una mirada a las pizarras antes de irse, y se sentía impresionado ante las apretadas líneas de escritura casi indescifrable.
Lakin evitaba hablar con Gordon de otra cosa que no fuera las operaciones de rutina del laboratorio. Cooper también permanecía en su pequeña oficina y apenas acudía al encuentro de Gordon, ni siquiera cuando se hallaba bloqueado en algún punto particular. Gordon raramente subía ya a la oficina del departamento de física en el tercer piso. Las secretarias tenían que acudir a buscarle al laboratorio. Se traía su propia comida en una bolsa y la comía allí, atendiendo a los aparatos de resonancia nuclear, luchando contra los recurrentes problemas señal / ruido, observando las oscilantes líneas amarillas de las curvas de resonancia.
—¿Doctor Bernstein?
—¿Eh? —Gordon se había quedado adormilado frente al osciloscopio. Sus ojos se clavaron en las líneas de resonancia, pero no había ninguna alteración en ellas. Bien; no se había perdido nada. Sólo entonces alzó la vista hacia el delgado hombre que estaba de pie en la puerta del laboratorio.
—Soy de la United Press. Estoy preparando un artículo de fondo sobre los resultados Ramsey-Hussinger. Han despertado un montón de preocupaciones, ya sabe. Pensé que sería interesante examinar las contribuciones efectuadas por otras personas a…
—¿Por qué ha acudido a mí?
—No pude dejar de notar que el profesor Ramsey no dejaba de mirarle durante su conferencia de prensa. Me pregunté si usted podía ser las «otras fuentes» que el profesor Ramsey admitió recientemente…
—¿Cuándo dijo eso?
—Precisamente ayer, mientras yo estaba entrevistándole.
—Mierda.
—¿Qué ocurre, doctor? Parece usted preocupado.
—No, nada. Mire, no tengo nada que decir.
—¿Está usted seguro, doctor?
—Le he dicho que no tengo nada que decir. Ahora váyase, por favor.
El hombre abrió la boca. Gordon señaló violentamente la puerta con un dedo.
—Largo, he dicho. Largo.
Gordon trabajaba todos los días, recolectando gradualmente fragmentos de frases. Llegaban sin orden ni concierto. La información técnica era repetitiva, probablemente para asegurar que llegaba correctamente, pese a los errores de transmisión y recepción. ¿Pero por qué?, pensó. Todo esto corresponde a mis suposiciones. Pero debe existir una explicación en este mismo texto. Una explicación racional, claramente formulada. Una noche tuvo un sueño en el cual el tío Herb estaba observándole jugar al ajedrez en Washington Square. Su tío frunció el ceño mientras Gordon movía las piezas por los cuadrados, y decía una y otra vez, desaprobadoramente: «Dios prohíbe que no exista una explicación racional».
En la mañana del lunes 5 de noviembre acudió tarde a trabajar. Había tenido una inútil discusión con Penny acerca de asuntos domésticos de poca importancia. Puso la radio del coche para alejar sus pensamientos de todo aquello. La noticia más sobresaliente era que María Goeppert Mayer, de la Universidad de La Jolla, había ganado el premio Nobel de física. Gordon se quedó tan sorprendido por la noticia que apenas se recuperó a tiempo para girar al final de Torrey Pines Road. Un Lincoln le lanzó un bocinazo y el conductor —un hombre con sombrero que conducía con los faros encendidos —le miró furiosamente. Mayer había ganado el premio por su modelo a capas del núcleo. Lo compartía con Eugene Wigner de Princeton y Hans Jensen, un alemán que había imaginado el modelo a capas casi al mismo tiempo que María.
La universidad dio una conferencia de prensa aquella tarde. María Mayer, observó Gordon, se mostró tímida, hablando en voz muy baja ante el aluvión de preguntas. Las preguntas que le formulaban eran en su mayor parte estúpidas, pero cabía esperarlo. La amable mujer que lo había parado un día para preguntarle por sus resultados, cuando el resto del departamento lo ignoraba olímpicamente, era ahora una ganadora del premio Nobel. Necesitó un cierto tiempo para asimilar el hecho. Tuvo la repentina sensación de que, esta vez, las cosas estaban convergiendo en su lugar. La investigación realizada allí era importante. Estaban los Carroway y su enigma del quásar, la ordenación de las partículas de Gell-Mann, las visiones de Dyson, Marcuse y María Mayer, y las noticias de que Jonas Salk estaba empezando a construir un instituto, La Jolla era un nexo. Se sentía agradecido de estar allí.