—Me sorprende que Peterson no pueda conseguirlo por usted simplemente alzando un dedo ante el teléfono —dijo Cathy secamente. Todas las cabezas se volvieron hacia ella. Agitó nerviosamente su mandíbula, un movimiento lateral intenso e inconsciente.
—Se sobreestima mi omnipotencia —dijo Peterson calmadamente.
—Es impresionante ver la cola científica meneando al perro de la CIA.
—Creo que no comprendo lo que quiere decir.
—La gente debería volver a dejar los archivos allá donde los encontró.
—Le aseguro que no tengo la menor idea de lo que está usted…
—¿Piensa usted ocultarse siempre tras esa frase aprendida de memoria?
Marjorie los miró a los dos, horrorizada, prendida por la chispa de la tensión.
—¿Quiere usted algo de beber, Jan? —intervino desesperadamente, con voz un poco demasiado alta. La seca observación de Peterson ahogó la suave respuesta de Jan.
—Aquí en Inglaterra todavía seguimos pensando que la discreción y la urbanidad lubrican las ruedas de las relaciones sociales, señorita Wickham.
—Doctora Wickham, si debemos ser formales, señor Peterson.
—Doctora Wickham, por supuesto. —Convirtió la palabra en un insulto. Cathy se envaró, sus hombros rígidos por la furia—. Los de su clase no pueden soportar el ver a una mujer que sea algo más que una fornicadora sin seso, ¿verdad?
—Le aseguro que éste no es el caso en relación con usted —dijo Peterson sedosamente. Se volvió a Renfrew, que parecía como si deseara hallarse a un millar de kilómetros de distancia. Markham dio un sorbo a su bebida, mirando de uno a otra con despierto interés. Aquello era mejor que la charla habitual de cualquier fiesta…
—Curioso, ésa no ha sido la impresión que he sacado esta tarde —prosiguió Cathy obstinadamente—. Pero sin duda no ha aprendido usted a aceptar bien los rechazos, ¿verdad?
La mano de Peterson se crispó en su vaso; sus nudillos se pusieron blancos. Se volvió con lentitud. Marjorie dijo débilmente:
—Oh, Dios mío.
—Creo que debe de haber interpretado usted mal algo de lo que dije, doctora Wickham —dijo Peterson finalmente—. Difícilmente me atrevería a plantear el tema con una mujer de su… esto… persuasión.
Por un momento nadie se movió ni dijo nada. Luego John Renfrew se dirigió hacia la chimenea y se detuvo frente a ella, las piernas abiertas firmemente plantadas, sujetando su jarra de cerveza. Frunció el ceño, cada centímetro de su figura era la imagen de un sólido hacendado inglés.
—Miren —dijo—, ésta es mi casa, y espero que mis invitados se comporten civilizadamente en ella.
—Tiene usted toda la razón, Renfrew —respondió rápidamente Peterson—. Le pido disculpas. Atribúyalo a una provocación intolerable. —Aquello tuvo el efecto de echarle toda la culpa a Cathy.
—Oh, Dios mío —dijo ella desconsoladamente—. John, lamento que me haya visto arrastrada a esto en su casa. No me ha gustado tampoco verme obligada a ser ruda con él…
—Ya basta —declaró Renfrew—. No sigamos. —Hizo un gesto con su jarra de olvidarlo todo.
—Bien hecho, John —le dijo Jan—. Defiende tus derechos. Ahora, si alguien pudiera proporcionarme esa copa… —Avanzó hacia él, sonriendo. El rígido círculo se rompió, la tensión se disipó. Él la tomó del brazo y se dirigieron hacia el aparador. Peterson se fue a hablar con Marjorie. Greg se quedó sentado en el sofá junto con Cathy Wickham.
—Bien, creo que he pisado la lona en este asalto —dijo ella alegremente—. Pero ese minuto o dos han valida la pena.
—¿Le hizo realmente alguna proposición? —preguntó Greg—. Yo estaba allí y no noté nada. —Jan se les unió, inclinándose sobre el borde del sofá.
—¿Está usted bromeando? —Cathy se echó a reír—. Por supuesto que me la hizo.
—Por intentarlo no se pierde nada, por supuesto. Pero directamente, así, sin conocerse siquiera, y…
—Oh, fue muy sutil y discreto al respecto. Dejó margen suficiente para un gracioso rechazo, para salvar su ego y todo lo demás. Es un bastardo vanidoso. Pero Jan desaprueba mi comportamiento, ¿verdad, Jan?
—Bueno, sí. Creo que ha hecho usted que la situación se pusiera un poco incómoda para John y Marjorie. Francamente, yo tengo la misma opinión de él que usted, pero…
—Esto es fascinante —dijo Greg—. Presenciemos como las dos clavan sus garras en el pobre tipo.
—¿Pobre tipo? Es un asqueroso sapo que ha conseguido el éxito, que se siente seguro de sí mismo y que desprecia a las mujeres. ¿Va a ponerse de su lado como un machista más?
—¿Que desprecia a las mujeres? —murmuró Greg, sorprendido—. Creía que era precisamente al revés. Jan y Cathy intercambiaron miradas.
—Nos detesta, a todas. Y no puede soportar el rechazo de un ser inferior. ¿Por qué cree que dio a entender que yo era homo?
—¿Lo es?
Ella se alzó de hombros.
—En realidad soy bi. Pero es cierto, tiendo a preferir a las mujeres. No mire ahora, pero el viejo Ian está apretándole fuertemente los tornillos a nuestra querida anfitriona. Ella está enrojeciendo como una loca.
Markahm se retorció en su silla y miró al otro lado de la habitación, curioso.
—Cristo, no puedo imaginarme esto. Es una mujer que no me atrae en absoluto sexualmente. Además, probablemente debe pasarse todo el tiempo hablando.
—¿Quién está siendo chismoso ahora? Al menos ella es obviamente heterosexual… eso es todo lo que Peterson necesita para curar su ego herido. Luego le tocará el turno a Jan.
Jan alzó una ceja.
—Oh, vamos. ¿Con Greg aquí en la habitación? De todos modos, él tiene que saber ya que no me atrae particularmente.
—¿Piensa que todo eso va a importarle algo? Vaya a hablar con él… Apuesto a que no pasarán cinco minutos antes de que empiece a hacerle insinuaciones. Entonces será el momento de ponerle de nuevo en su lugar.
Jan agitó la cabeza.
—Prefiero evitar la experiencia.
—Dios, esto es demasiado —dijo Greg—. No puedo creer que sea tan mala persona.
Cathy le obsequió con una mueca.
—Bueno, es su problema. Voy a ir a hablar con John acerca de su experimento. —Se levantó y se fue.
—¿Y bien? —preguntó Greg.
—¿Y bien, qué?
—¿No crees que ella se está pasando un poco con Peterson? ¿Piensas que realmente le hizo proposiciones?
—Estoy segura de que se las hizo. Pero pienso que lo que a ella le molesta es haber sido arrancada de su propio trabajo por alguien que ni siquiera la trata como a una científica. Y no debe ser en absoluto agradable saber que los archivos personales de una pueden estar al alcance de cualquiera.
—Oh, al infierno con ello. Peterson me parece una persona completamente razonable, comparada con el resto de la compañía. Renfrew se vuelve apático apenas sale del laboratorio, Marjorie es una estúpida y Cathy es insoportable. Jesús. Sólo somos tres, y el único normal soy yo.
—E incluso tú eres un poco raro —dijo ella irónicamente—. Pensaba que todo iba bien en el experimento. ¿Por qué todo el mundo está de un humor tan terrible?
—Tienes razón… Todos estamos un poco salidos de tono, ¿verdad? No se trata del experimento. Personalmente, no me hace la menor gracia tener que tomar el avión a Washington.
—¿Que tienes qué?
—Oh, Dios claro… Todavía no he tenido oportunidad de decírtelo. Espera, te prepararé otro vaso y te lo explicaré.
—Pero habíamos planeado…
—Lo sé, pero esto tomará tan sólo unos cuantos días, y…
Los otros huéspedes evitaron prudentemente el sofá mientras Jan y Greg ordenaban su logística familiar. Luego los Markham se relajaron un poco y escucharon el fluir de conversación inglesa en torno suyo, las aes largas, las agudas inflexiones. Cathy había salido al patio, anunciando que la lluvia había cesado, cosa que no había sido advertida en su momento debido a la tensión en la sala de estar. Un buen humor tenso y artificial parecía agarrotar las gargantas de Peterson y Renfrew mientras hablaban. Sus palabras eran entrecortadas y ligeramente elevadas de tono. Marjorie intercalaba alguna frase entre las de los dos hombres con una especie de pitido. Peterson estaba describiendo la enorme e inútil campaña de prensa que había rodeado el salvamento de las especies de rinocerontes de Sumatra y Java. El Consejo Mundial había decidido reorientar los fondos hacia aislar en una reserva los rinocerontes de Java. El ecoinventario había dictado esta medida como parte del plan de estabilización orientado a salvaguardar especies. La única especie que sobraba era, por supuesto, la humana. La política del Consejo había sido aplaudida por los tipos ambientalistas, que no habían mencionado en absoluto el hecho de que, al nivel cero de recursos, esto significaba menos tierra disponible y menos dinero para la gente.
—Cuestión de elegir —dijo Peterson en forma distanciada, haciendo girar el líquido ambarino en su vaso. Todos asintieron juiciosamente.
—No, no —le dijo Greg Markham a Marjorie Renfrew—, olvide esa escena entre Cathy e Ian. No significa nada. Todos nos hemos dejado llevar últimamente por los nervios.
Estaban de pie en el patio, al límite de la anaranjada luz que llegaba de dentro.
—Pero los científicos son menos emocionales, tenía entendido, y verlos atacarse así…
—En primer lugar, Peterson no es un científico. En segundo lugar, todo eso acerca de suprimir las emociones es más bien una leyenda convencional. Cuando Newton y Hooke tuvieron su famosa disputa acerca de quién descubrió la ley de la inversa del cuadrado, estoy seguro de que ambos estaban lívidos de rabia. Pero se necesitaban dos semanas para que una carta llegara del uno al otro. Newton tenía tiempo de pensar su respuesta. Con eso la discusión se mantenía a un alto nivel, naturalmente. En nuestros días, si un científico escribe una carta, hace que la publiquen. El tiempo intermedio es muy corto y los temperamentos estallan. Sin embargo…
—¿No cree usted que eso explica la irritabilidad en nuestros tiempos? —observó Marjorie sagazmente.
—No, hay algo más, una sensación… —Greg agitó la cabeza—. Oh, mierda, debería quedarme dentro de los límites de la física. Aunque incluso ahí, por supuesto, no sabemos realmente mucho de lo que es básico.
—¿De veras? ¿Por qué?
—Bueno, tomemos el hecho desnudo de que todos los electrones poseen la misma masa y carga. E igual hacen sus antipartículas, los positrones. ¿Por qué? Uno puede hablar acerca de campos y fluctuaciones del vacío y de todo lo demás, pero me gusta la antigua idea de Wheeler… tienen la misma masa porque todos ellos son la misma partícula.
Marjorie sonrió.
—¿Cómo es eso posible?
—Entiéndalo, sólo hay un electrón en el universo. Un electrón viajando hacia atrás en el tiempo se parece a una antipartícula, el positrón. De modo que usted lanza un electrón hacia delante y hacia atrás en el tiempo, y tenemos que todo sale de una sola partícula… perros y dinosaurios, piedras y estrellas.
—¿Pero por qué debería viajar hacia atrás en el tiempo?
—¿Una colisión con un taquión? No lo sé. —La frivolidad de Greg desapareció—. Mi idea es que los fundamentos de todo son frágiles. Incluso la lógica está llena de agujeros. Las teorías están basadas en imágenes del mundo… imágenes humanas. —Alzó la vista y los ojos de Marjorie siguieron su mirada. Las constelaciones colgaban en el cielo como parpadeantes velas. Un lejano avión zumbó. Una luz verde se encendía y apagaba en su cola.
—Prefiero las cosas antiguas y seguras —empezó ella, con un hilo de voz.
—¿Para que lleguen a convertirse en arcaicas y podamos digerirlas? —preguntó Greg aviesamente—. ¡Tonterías! Debemos seguir adelante. Pero por ahora volvamos dentro…
Markham se dirigió a la ventana y miró al cielo, que se estaba aclarando.
—Me preguntó qué tipo de nubes nos habrá arrojado toda esta agua —murmuró, casi para sí mismo, Giró ligeramente su cabeza, contemplando ociosamente el patio, y de pronto se inmovilizó—. Hey, ¿quiénes son ésos?
John Renfrew acudió junto a la ventana y miró hacia la oscuridad.
—¿Dónde…? ¡Hey, están en nuestro garaje!
Markham se apartó de la ventana, pensando en el hombre en la parada del autobús el otro día.
—¿Qué es lo que tienes ahí?
Renfrew vaciló, estudiando las oscuras siluetas que ahora habían abierto de par en par las puertas del garaje.
—Herramientas, trastos viejos, yo…
—¡Comida! —exclamó Marjorie—. Mis conservas, almacené algunas allí. Y cosas enlatadas.
—Eso es lo que están buscando —dijo Markham con decisión.
—Los intrusos de ahí abajo —murmuró Renfrew para sí mismo—. Llama a la policía, Marjorie.
—Oh, Dios mío —dijo ella, sin moverse.
—Vamos —John le dio un ligero empujón.
—Yo lo haré —dijo Jan. Echó a correr hacia el vestíbulo.
—Vamos a echarlos —dijo Markham. Tomó un atizador de la chimenea, con un movimiento casual.
—No —dijo John—. La policía…
—Cuando lleguen, esos tipos habrán desaparecido hará horas —dijo Markham. Se dirigió rápidamente hacia la puerta delantera y la abrió—. ¡Vamos!
—Puede que estén armados —dijo la voz de Peterson tras él. Markham salió y se detuvo en mitad del césped. Renfrew le siguió.
—¡Eh! —gritó una voz en el garaje— ¡larguémonos!
—¡Fuera! —gritó Markham.
Corrió hacia el oscuro rectángulo del abierto garaje. Pudo distinguir a un hombre inclinado, alzando una caja de cartón. Otros dos llevaban cosas. Vacilaron cuando Markham se dirigió directamente hacia ellos. Alzó el atizador y gritó en dirección a la casa:
—¡Eh, John! ¿Has cogido tu revólver?
Los hombres recuperaron su movimiento. Dos de ellos se lanzaron hacia el sendero. Greg cargó y les cortó el camino hacia la verja. Agitó violentamente el atizador. Un sonoro fuzzz hendió el aire. Los hombres se detuvieron. Retrocedieron un poco, mirando los setos a ambos lados del patio.
Renfrew corrió hacia el tercer hombre. La oscura silueta hizo una finta y lo eludió. En aquel momento Cathy Wickham bajaba los escalones del porche. Renfrew resbaló en la mojada hierba.
—¡Cristo! —juró.
El hombre aceleró su marcha, mirando hacia atrás a Renfrew. Cathy Wickham, intentando descubrir quién era quién en las sombras, se detuvo en mitad del sendero. La figura chocó con ella. Ambos cayeron sobre las piedras.
Markham agitaba el atizador a uno y otro lado ante él. Los hombres parecían paralizados por el sonido de hendir el aire que hacía. En la oscuridad no podían decir cuan cerca estaba de ellos. Markham tampoco podía calcular la distancia. Ejércitos ignorantes enfrentándose en la noche, pensó atolondradamente. ¿Debía cargar contra ellos?