Cronopaisaje (35 page)

Read Cronopaisaje Online

Authors: Gregory Benford

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Cronopaisaje
5.99Mb size Format: txt, pdf, ePub

Gates sonreía de una forma amistosa, intentando eliminar la tensión que siempre había en los exámenes orales. Los estudiantes casi siempre se encallaban en algún lugar, incapaces de desarrollar la menor noción de física simplemente a causa de su propio nerviosismo.

Cooper empezó con buen pie la resolución del problema, dibujando un esquema del estado más bajo de energía. Luego se encalló. Gordon era incapaz de decir si era un simple amilanamiento o una calculada táctica dilatoria. Últimamente, los estudiantes habían encontrado en el fruncimiento de cejas y el repentino silencio un método para extraer alguna ayuda del comité. A menudo funcionaba. Al cabo de un momento, Gates dijo:

—Bien… la parte espacial de la función de onda, ¿debe ser simétrica? Cooper respondió finalmente:

—Oh., no… creo que no. Los spins deberían ser… —Y a partir de ahí, deteniéndose de tanto en tanto, elaboró con éxito todo el resto.

Gordon se sintió inquieto mientras Gates conducía a Cooper a través de una serie de preguntas de rutina, todas ellas destinadas a descubrir si el candidato conocía el trasfondo general del problema que pretendía abordar en su tesis. El aire acondicionado zumbaba con suave energía; la tiza de Cooper chirriaba y rasgeaba en la pizarra. Gordon echó una ojeada a Bernard Carroway, el astrofísico. No había ningún problema por aquel lado. Carroway parecía aburrido, impaciente por terminar con aquel ritual y regresar a sus cálculos. El cuarto y último miembro del comité era el único problema; Isaac Lakin. Como el profesor más antiguo en el campo de las tesis de Cooper, su presencia era inevitable.

Gates terminó sus preguntas y Carroway, parpadeando soñoliento, pasó a Lakin. Aquí está, pensó Gordon.

Pero Lakin no era tan directo. Llevó a Cooper a una discusión de su propio experimento… normalmente un terreno seguro para el estudiante, puesto que era lo que mejor conocía. Lakin insistió en las bases teóricas de los efectos de la resonancia nuclear. Cooper escribió las ecuaciones, trabajando rápidamente. Cuando Lakin sondeó más profundamente, Cooper frenó su ritmo, luego se detuvo. Probó la táctica del encallamiento. Lakin lo adivinó y se negó a proporcionarle a Cooper ningún dato significativo. Carroway empezó a demostrar un cierto interés, sentándose erguido por primera vez durante el examen. Gordon se preguntó por qué un estudiante en dificultades provocaba una mayor atención del comité; ¿era el instinto de la caza? ¿O la preocupación propia del profesor de que el estudiante, presumiblemente capaz hasta que se demostrara lo contrario, revelara repentinamente una ignorancia fatal? Cualquiera de las dos respuestas era demasiado simplista, concluyó Gordon.

Por aquel entonces Lakin tenía ya a Cooper contra las cuerdas. Le hizo describir una imagen clara del modelo teórico, y describir las hipótesis subyacentes. Luego Lakin hizo trizas las explicaciones de Cooper. Sus afirmaciones eran vagas, su razonamiento lleno de lagunas. Había descuidado dos efectos importantes. Gordon permanecía sentado completamente inmóvil, sin deseos de interrumpir porque aún seguía aferrándose a la esperanza de que Cooper pudiera salirse por sí mismo tras ser derribado por aquella repentina tormenta, y empezara a responder correctamente. Esa esperanza fue desvaneciéndose. Gordon recordó un comentario que Lakin había escrito con respecto a una tesis, hacía años: «Joven, una parte de este trabajo es original, y una parte es correcta. Desgraciadamente, la que es correcta no es original, y la que es original no es correcta».

Carroway intervino con algunas preguntas incisivas. Cooper pareció animarse, luego volvió a su táctica anterior, encallándose para ganar tiempo. Pero en un examen de dos horas hay tiempo más que suficiente para descubrir todas las debilidades. Carroway escuchó las vacilantes respuestas de Cooper, los ojos entrecerrados, pero obviamente alerta ahora, una agria expresión extendiéndose por todo su rostro. Gates observaba a Cooper como intentando comprender el motivo por el cual un estudiante que hacía tan sólo unos momentos había parecido tan brillante podía encontrarse ahora en tales problemas. Cuando Cooper se volvió para responder a una salida de Lakin, Gates agitó la cabeza.

Gordon decidió intervenir. No era una buena idea defender mucho al propio candidato en el examen de candidatura, precisamente a causa de que resultaba muy evidente, y eso implicaba que uno también le concedía defectos al estudiante. Gordon alzó la voz, interrumpiendo el fluir de las preguntas de Carroway. Señaló que en el tiempo que quedaba el comité debía tomar en consideración la forma y los detalles del experimento de Cooper, y que todavía no habían abordado ese tema. Dio resultado. Gates asintió. Cooper, que había permanecido de pie con su espalda apoyada contra la pizarra, sonrió con evidente alivio. La sala del comité se llenó con los pequeños ruidos de manos hojeando papeles, cuerpos cambiando de postura en incómodas sillas: la tensión de antes se había roto. Cooper podía reparar algo del daño.

Pasaron cinco fáciles minutos. Cooper explicó la forma como se había organizado el experimento, y detalló los aparatos que componían la instalación. Distribuyó copias de sus primeros resultados.

Lakin concedió a esos papeles apenas una ojeada. En vez de ello, pasó algunas páginas de su propio dossier y transmitió sus datos a Cooper.

—Lo que me preocupa aquí, señor Cooper, no es solamente los resultados fáciles de comprender. Estoy seguro de que el comité no encontrará en ellos ninguna sorpresa. Lo que deseo saber es si son correctos.

—¿Señor? —dijo Cooper, con un hilo de voz.

—Todos sabemos que hay… detalles curiosos en su trabajo.

—Esto, yo…

—¿Puede explicarnos esas cosas?

Lakin señaló hacia sus propias páginas, puestas boca arriba sobre la mesa. Había trazos subrayando la repentina interrupción de las regulares curvas de resonancia. Gordon las contempló con una sensación enfermiza.

El resto del examen pareció transcurrir muy rápidamente. Cooper perdió el tranquilo distanciamiento que había conseguido mantener con éxito durante todo el interrogatorio anterior. Explicó el efecto de la resonancia espontánea con frases entrecortadas. Dio una precipitada explicación de todo lo que sabía y, al llegar al final de ella, volvió hacia atrás, hacia sus implicaciones. Intentó eludir la cuestión de qué era lo que causaba el efecto. Carroway, visiblemente interesado ahora, le hizo volver a ello. Las intervenciones de Gordon no sirvieron de nada. Gates empezó a secundar el escepticismo de Carroway, de modo que Cooper iba de Lakin a Carroway a Gates, encontrándose con nuevas objeciones cada vez que se volvía de derecha a izquierda.

—Esta cuestión es el núcleo de toda la tesis —dijo Lakin, y los otros asintieron—. Debe ser aclarada. Solamente el señor Cooper conoce la verdad del asunto.

Todos en la sala sabían que se estaba refiriendo a los mensajes y a Gordon y a Saul Shriffer, no solamente a la exactitud de los instrumentos electrónicos de Cooper. Pero aquel examen era una forma para la facultad de expresar su juicio profesional sobre todo el asunto, y la batalla debía ser librada sobre aquel terreno.

Gordon dejó que todo aquello prosiguiera durante tanto tiempo como le fue posible soportar, hasta haber consumido casi las dos horas. Finalmente dijo:

—Todo esto está muy bien, pero ¿estamos centrándonos en el tema? Ustedes han visto los datos…

—Por supuesto —respondió rápidamente Lakin—. ¿Pero son correctos?

—Opino que esta cuestión no es la que estamos considerando. Se trata del examen para una candidatura. Juzgamos el valor de una experiencia… no su resultado final.

Gates asintió. Luego, ante la sorpresa de Gordon, también lo hizo Carroway. Lakin permaneció en silencio. Como si la cuestión hubiera quedado solventada, Gates le hizo a Cooper una inocua pregunta acerca de su equipo. El examen estaba finalizando. Carroway se reclinó de nuevo en su silla, los ojos medio cerrados hacia su propio mundo interior, el destello de interés desaparecido ya. Gordon se preguntó irónicamente qué pensarían los contribuyentes de aquel semidespierto servidor público, y luego recordó que Carroway seguía el ritmo de trabajo de los teóricos. Llegaba al mediodía, listo para sustituir el almuerzo por el desayuno. Los seminarios y las discusiones con los estudiantes le tomaban hasta el anochecer. Por aquel entonces estaba preparado para iniciar sus cálculos… es decir, el auténtico trabajo. Aquel examen a primera hora de la tarde era, para él, un ejercicio para despertarse.

El auténtico trabajo de Gordon empezó cuando Cooper abandonó la estancia. Era entonces cuando el profesor de la tesis escuchaba atentamente los comentarios y críticas de sus colegas, ostensiblemente para un futuro uso en dirigir la investigación de tesis del candidato. Una sutil competencia entre dos bandos tirando de extremos opuestos de la cuerda.

Lakin abrió el fuego dudando de que Cooper comprendiera el problema. Cierto, admitió Gordon, Cooper tenía sus debilidades en la comprensión global de la teoría. Pero los estudiantes experimentales estaban tradicionalmente más preocupados por los detalles del trabajo de laboratorio —«dar achuchones a sus aparatos», lo llamó Gordon, para provocar algo de una cada vez más necesaria hilaridad— que con los aspectos sutiles de la teoría. Gates lo admitió; Carroway frunció el ceño.

Lakin se alzó de hombros, concediendo aquel punto. Hizo una pausa mientras Carroway, y luego Gates, expresaban algunas dudas respecto al trabajo ocasionalmente descuidado de Cooper con respecto a los problemas de física básica… los dos electrones en una caja, por ejemplo. Gordon admitió aquello. Señaló, sin embargo, que el departamento de física únicamente podía exigir que los estudiantes tomaran los cursos pertinentes y esperar que luego el conocimiento quedara en sus cabezas. Cooper había pasado ya el examen de calificación del departamento… tres días de problemas escritos, seguidos por un examen oral de dos horas. El hecho de que la comprensión de Cooper de algunos puntos determinados fuera todavía deficiente era, por supuesto, lamentable. ¿Pero qué podía hacer al respecto este comité de candidatura? Gordon prometió presionar a Cooper sobre estos aspectos para, de una forma efectiva, obligar al estudiante a eliminar sus deficiencias. El comité aceptó esta respuesta más bien estándar con asentimientos.

Hasta aquel momento, Gordon había ido avanzando sobre hielo relativamente firme. Entonces Lakin golpeteó reflexivamente su pluma sobre la mesa, tic, y lentamente, casi lánguidamente, revisó los datos de Cooper. El auténtico test de un experimento, dijo, eran sus datos. El punto crucial de la tesis de Cooper era el efecto de resonancia espontánea. Y esto era precisamente lo que había que tomar en consideración.

—La tesis es un razonamiento, déjeme recordárselo, no un montón de páginas —dijo Lakin con una soñolienta suavidad.

Gordon contraatacó del mejor modo que pudo. El fenómeno de la resonancia espontánea era importante, sí, pero Cooper no estaba primariamente ocupado de él. Su objetivo en la prueba era mucho más convencional. El comité debía considerar la resonancia espontánea como una especie de cubierta que oscurecía ocasionalmente los datos mucho más convencionales que Cooper estaba intentando obtener. Lakin contraatacó a su vez con decisión. Extrajo el artículo de la Physical Review Letters, que llevaba los nombres de Lakin, Bernstein y Cooper. La tesis final debería mencionarlo.

—Y esto, por supuesto —dirigió una triste y fatigada mirada a Gordon—, significa que debemos tener en cuenta todos los resultados de la… interpretación… que le ha sido dada a esas… interrupciones… de las curvas de resonancia.

—No estoy de acuerdo —restalló Gordon.

—El comité debe considerar todos los hechos —dijo Lakin suavemente.

—El hecho es que Cooper se enfrenta aquí con un problema estándar.

—Eso no es lo que se nos ha dicho.

—Mire, Isaac, lo que yo haga no tiene ninguna conexión con su tesis y este comité.

—Sin embargo —intervino Gates—, yo creo más bien que deberíamos centrarnos en las posibilidades del experimento en sí…

—Completamente de acuerdo —murmuró Carroway, pareciendo despertar de su somnolencia.

—Cooper probablemente no trabajará con la, esto, teoría del mensaje, en absoluto —dijo Gordon.

—Pero debe hacerlo —dijo Lakin con tranquila energía.

—¿Por qué? —dijo Gordon.

—¿Cómo podemos estar seguros de que sus montajes electrónicos están funcionando correctamente? —señaló Gates.

—Exactamente —dijo Lakin.

—Miren, no hay nada excepcional acerca de su equipo.

—¿Quién puede decirlo? —murmuró Lakin—. Contiene algunas modificaciones por encima y más allá de un montaje normal para resonancias. Esas modificaciones, si las he comprendido correctamente… —había una ligera nota de sarcasmo allí, observó Gordon— fueron diseñadas para incrementar la sensibilidad. ¿Pero es eso todo lo que hacen? ¿No existirá ahí algún efecto no previsto? ¿Algo que haga que este experimento, este aparato, capte nuevos efectos en el sólido en cuestión… el antimoniuro de indio? ¿Cómo podemos saberlo?

—Una buena observación —murmuró Gates.

—¿En qué tipo de efecto está usted pensando, Isaac? —dijo Carroway, genuinamente perplejo.

—No lo sé —admitió Lakin—. Pero ahí está la cuestión. Precisamente ahí.

—No estoy de acuerdo —dijo Gordon.

—No, creo que Isaac tiene toda la razón —murmuró Carroway.

—Es justo —dijo Gates, reflexionando—. ¿Cómo podemos estar seguros de que se trata de un buen tema para una tesis hasta saber si el equipo dará los resultados que Cooper dice que dará? Quiero decir, tenemos aquí a Isaac, que expresa dudas. Usted, Gordon… usted piensa que todo está bien. Pero yo tengo la impresión de que deberíamos obtener más información antes de seguir adelante.

—Ésa no es la finalidad de este examen —dijo Gordon categóricamente.

—Me temo que se trata de una objeción legítima —añadió Carroway.

—Yo también —corroboró Gates.

Lakin asintió. Gordon se dio cuenta de que todos ellos estaban incómodos, sin deseos de abordar el problema enterrado bajo los detalles de los aparatos de Cooper y los elaborados extremos de su teoría. Sin embargo, Gates, Carroway y Lakin pensaban que la hipótesis del mensaje era pura y simplemente un fraude. No iban a dejarla de lado. Cooper no podía explicar todos sus datos, no los más interesantes, al menos. Mientras aquel enigma colgara en el aire, el comité no iba a dejar que se convirtiera en una tesis. Además, no era simplemente una cuestión de teorías en conflicto. Cooper estaba flojo en algunas áreas importantes. Necesitaba más estudio, más tiempo dedicado a los libros de texto. Nunca había sido un estudiante particularmente brillante en clase, y allí lo había demostrado con toda claridad. Eso, más las inconcreciones respecto a los mensajes, era suficiente.

Other books

First Chance by A. L. Wood
Educating Simon by Robin Reardon
Growth by Jeff Jacobson
In My Wildest Fantasies by Julianne Maclean
The Last Friend by Tahar Ben Jelloun
Tryst by Cambria Hebert