Sin embargo, la quebrada línea verde no era ni sencilla ni hermosa. Aquí y allí había fragmentos de lo que hubieran debido obtener: curvas de resonancia nuclear, regulares y significativas. Pero en la mayor parte de los gráficos había repentinas líneas quebradas de estallidos de ruido electrónico, apareciendo bruscamente por un instante, luego desapareciendo con la misma brusquedad.
—Los mismos intervalos —murmuró Gordon.
—Sí —dijo Cooper—. Los de un centímetro… —señaló— y los más cortos, medio centímetro. Infernalmente regulares.
Los dos hombres se miraron, luego volvieron a observar las hojas de papel. Cada uno de ellos había esperado un resultado distinto. Habían efectuado aquellos experimentos una y otra vez eliminando todas las posibles fuentes de ruido. Los bruscos estallidos no habían desaparecido.
—Es un maldito mensaje —dijo Cooper—. Tiene que serlo. Gordon asintió, la fatiga rezumando por todos sus poros.
—No es posible eludirlo —dijo—. Tenemos horas de señal aquí. No puede ser una coincidencia, no hasta este punto.
—No.
—De acuerdo entonces —dijo Gordon, intentando poner una chispa de optimismo en su voz—. Vamos a decodificar esa maldita cosa.
REDUCCIÓN DEL CONTENIDO DE OXÍGENO HASTA POR DEBAJO DOS PARTES POR MILLÓN DENTRO DE UN RADIO CINCUENTA KILÓMETROS DE LA FUENTE DESPUÉS QUE SE MANIFIESTE FLORACIÓN DE DIATOMEAS AEMRUDYCO PEZQUEASKL POLUCIONANTES MENORES PRESENTES EN DEITRICH POLYXTROPO 174A UNO SIETE CUATRO A SE COMBINA EN CADENA DE LATTICINA CON HERBICIDAS SPRINGFIELD AD45 AD CUATRO CINCO O DU PONT ANALAGAN 58 CINCO OCHO EMITIENDO DESDE EL PUNTO DE REPETIDO USO AGRÍCOLA UTILICEN CUENCA AMAZÓNICA OTROS EMPLAZAMIENTOS OTRAS CADENAS MOLECULARES SINERGISTAS LARGAS POSIBLES EN AMBIENTES TROPICALES COLUMNA DE OXÍGENO SUJETA A EXTENSIÓN DEL ÍNDICE pE.
CONVENCIÓN ALZSNRUD ASMA WSUEXIO 829 CMXDROQ ESTADIO IMPREGNACIÓN VIRUS RESULTANTE EN 3 TRES SEMANAS PLAZO SI DENSIDAD DEL SPRINGFIELD AD45 AD CUATRO CINCO EXCEDE DE 158 UNO CINCO OCHO PARTES POR MILLÓN ENTONCES ENTRA EN RÉGIMEN SIMULACIÓN MOLECULAR EMPIEZA A IMITAR ANFITRIÓN ENTONCES PUEDE CONVERTIR NEUROENVOLTURA DE PLANTACIÓN A SU PROPIA QUÍMICA UTILIZANDO OXÍGENO AMBIENTAL HASTA QUE NIVEL OXÍGENO CAIGA A VALORES FATALES PARA MAYOR PARTE DE LA CADENA ALIMENTARIA SUPERIOR WTESJDKU DE NUEVO AMMA YS ACCIÓN DE LUZ ULTRAVIOLETA DEL SOL SOBRE CADENAS PARECE RETARDAR DIFUSIÓN EN CAPAS SUPERFICIALES DEL OCÉANO PERO CRECIMIENTO PROSIGUE MÁS AL FONDO PESE A FORMACIÓN DE CÉLULAS CONVECTIVAS QUE TIENDEN A MEZCLAR LAS CAPAS EN XMC AHSU URGENTE MADUDLO 374 ÚNICO SEGMENTO AMZLSOUDP ALYN QUE DEBEN DETENER POR ENCIMA SUSTANCIAS MENCIONADAS DE ENTRAR EN LA CADENA DE VIDA DEL OCÉANO AMZSUY RDUCDK POR PROHIBICIÓN SIGUIENTES SUSTANCIAS CALLANAN B471 CUATRO SIETE UNO MESTOFITE SALEN MARINE COMPUESTO ALFA A TRAVÉS DELTA YDEMCLW URGENTE YXU REALIZA ANÁLISIS DE TITRACIÓN SOBRE INGREDIENTES METAESTABLES PWMXSJR ALSUDNCH.
Gordon no tuvo oportunidad de pensar en el mensaje hasta la tarde. Su mañana estuvo llena de una clase y luego una reunión del comité de admisión de estudiantes graduados. Eran estudiantes de primera clase y procedían de todas partes… Chicago, Caltech, Berkeley, Columbia, MIT, Cornell, Princeton, Stanford. Las sedes canónicas de la sabiduría. Unos cuantos casos pocos usuales —dos sorprendentes candidatos que venían de Oklahoma y podían ser prometedores, un muchacho tranquilo y muy dotado de la universidad de Long Beach— fueron dejados a un lado para posterior estudio. Resultaba claro que la fama de La Jolla iba extendiéndose rápidamente. En parte era la prolongación del fenómeno Sputnik. El propio Gordon estaba cabalgando en esta oleada, y lo sabía; eran tiempos fecundos para la ciencia. Sin embargo, pensaba en los estudiantes que emprendían el camino de la física. Algunos de ellos parecían de la misma clase que los que iniciaban leyes o medicina… no porque les fascinara la disciplina, sino porque prometía buenos ingresos. Gordon se preguntaba en privado si Cooper estaba motivado también parcialmente por aquello; el hombre mostraba destellos de la antigua llama, pero permanecían ocultos tras una sábana de blanda relajación, un aura de segundad física. Incluso el mensaje, la auténtica existencia de un mensaje, había impresionado a Cooper como algo ciertamente curioso pero básicamente aceptable, un extraño efecto que pronto podría ser explicado. Gordon no podía decir si aquello era una pose o genuina serenidad; de cualquier modo, era desconcertante. Gordon estaba acostumbrado a un estilo más intenso. Envidiaba a los físicos que habían efectuado grandes descubrimientos cuando fue desarrollada la mecánica cuántica, cuando se escindió por primera vez el núcleo. Los miembros más antiguos del departamento, Eckart y Lieberman, hablaban a veces de esos días. Antes de los años cuarenta, un título de física era una sólida base para una carrera de ingeniería eléctrica, punto. La bomba había cambiado todo aquello. En la avalancha de sofisticadas armas, nuevos campos de estudio, subvenciones cada vez más grandes y horizontes en expansión, todo el mundo descubría de pronto una sed nacional hacia la física. En los años que siguieron a Hiroshima, una historia periodística referida a un físico lo llamaba invariablemente «el brillante físico nuclear», corno si no pudiera haber físicos de otra clase. La física engordaba. Pese a lo cual, los físicos seguían estando pobremente pagados; Gordon podía recordar a un profesor de visita en Columbia pidiendo dinero prestado para asistir al «lunch chino» de los viernes que Lee y Yang habían empezado a celebrar. Las comidas tenían lugar en uno de los excelentes restaurantes chinos que rodeaban el campus, y era allí donde se oía hablar generalmente por primera vez de los nuevos resultados. Asistir a ellos era una buena idea si uno deseaba estar al tanto. Así que muchos sableaban a sus compañeros para asistir, y devolvían el dinero durante la semana siguiente. Tales días le parecían distantes ahora a Gordon, aunque se dio cuenta de que debían estar muy presentes en las mentes de los físicos más viejos. Algunos, como Lakin, mostraban un aire de intranquila espera, como si la burbuja estuviera a punto de estallar. El aturdido público, con el muy corto alcance de su capacidad, podía ser distraído con el cuerno de la ambulancia de estabilizadores traseros en sus coches y casas estilo rancho, y olvidaban todo lo relativo a la ciencia. La sencilla ecuación —ciencia igual a ingeniería igual a artículos de consumo— terminaba desvaneciéndose. La física había pasado más tiempo en el fondo de la curva de la S que la química —la Primera Guerra Mundial se había encargado de ello—, y ahora estaba gozando de la difícil escalada. Tenía que llegar a una meseta. Y luego la curva de la S se inclinaría en la otra dirección.
Gordon pensaba en todo esto mientras se dirigía desde el laboratorio escaleras arriba hacia la oficina de Lakin. Los libros de registro del laboratorio estaban cuidadosamente organizados, y habían comprobado multitud de veces la decodificación del mensaje. Sin embargo, no dejaba de sentir deseos de dar media vuelta y evitar ver a Lakin. Llevaban tan sólo unas cuantas frases después de los saludos preliminares cuando Lakin dijo:
—Realmente, Gordon, había confiado en que a estas alturas habría solucionado usted ya su problema.
—Isaac, ésos son los hechos.
—No. —El compuesto hombre se alzó de detrás de su escritorio y empezó a pasear arriba y abajo—. He estudiado con detalle su experimento. He leído sus notas… Cooper me mostró en qué punto se hallaban.
Gordon frunció el ceño.
—¿Por qué no me las pidió a mí personalmente?
—Estaba usted en clase. Y… le hablaré francamente… deseaba ver las anotaciones de Cooper, escritas por su propia mano.
—¿Por qué?
—Admite usted no haber tomado por sí mismo todos los datos.
—No, por supuesto que no. Él tiene que hacer algo por su tesis.
—Y ya está retrasado, sí. Significativamente retrasado. —Lakin se detuvo e hizo uno de sus característicos movimientos, inclinando ligeramente su cabeza y alzando las cejas mientras miraba a Gordon, como si estuviera observándole por encima del borde de unas inexistentes gafas. Gordon suponía que aquélla era una mirada que pretendía comunicar algo imposible de probar pero obvio, una comprensión sin palabras entre colegas.
—No creo que lo esté falsificando, si es eso lo que usted quiere decir —murmuró con firmeza, manteniendo con un cierto esfuerzo Una voz desprovista de inflexiones.
—¿Cómo podría saberlo?
—Los datos que tomé yo personalmente encajan con la sintaxis del resto del mensaje.
—Eso podría ser un efecto deliberado, algo preparado por el propio Cooper. —Lakin se volvió hacia la ventana, las manos juntas tras su espalda, su voz arrastrando ahora una sombra de vacilación.
—Vamos, Isaac.
Lakin se volvió bruscamente hacia él.
—Muy bien. Dígame, entonces, qué es lo que está ocurriendo —dijo crispadamente.
—Tenemos un efecto, pero no una explicación. Eso es lo que está ocurriendo. Nada más. —Agitó la página de mensaje decodificado en el aire, haciendo que reflejara destellos de la luz que penetraba por las ventanas.
—Entonces estamos de acuerdo —sonrió Lakin—. Un efecto realmente extraño. Algo que hace que el spin nuclear se relaje, bing, así simplemente. Resonancia espontánea.
—Eso son tonterías. —Gordon había pensado que estaban llegando realmente a algo concreto, y ahí estaba de nuevo la vieja canción.
—Es una simple exposición de lo que sabemos.
—¿Cómo explica usted esto? —agitó de nuevo el mensaje.
—No lo hago. —Lakin se alzó elaboradamente de hombros—. Y ni siquiera lo mencionaría, si yo fuera usted.
—Hasta que lo comprendamos…
—No. Lo comprendemos suficientemente. Lo bastante al menos como para hablar en público acerca de resonancia espontánea.
—Lakin empezó a trazar un resumen técnico, acentuando los puntos con sus dedos en un gesto preciso. Gordon podía darse cuenta de que había sonsacado a fondo a Cooper. Lakin sabía cómo presentar los datos, qué enfatizar, cómo unas cuantas cifras sobre un papel podían montar un caso extremadamente convincente. «Resonancia espontánea» podía ser un artículo interesante. No, excitante incluso.
Cuando Lakin hubo terminado, planteando ante sí toda la argumentación científica, Gordon dijo casualmente:
—Una historia verdadera sólo a medias sigue siendo una mentira, y usted lo sabe. Lakin hizo una mueca.
—Gordon, durante mucho tiempo le he seguido la corriente. Durante meses. Ya es hora de admitir la verdad.
—Oh. ¿Sobre qué?
—Sobre que sus técnicas deben ser revisadas.
—¿Cómo?
—No lo sé. —Se alzó de hombros, inclinando la cabeza y alzando sus cejas de nuevo—. No puedo estar constantemente en el laboratorio.
—Hemos conseguido poner en orden las señales de resonancia.
—De modo que parezcan decir algo. —Lakin sonrió tolerantemente—. Pueden llegar a decir cualquier cosa, Gordon, si usted trastea lo suficiente con ellas. Mire. —Abrió las manos—. ¿Recuerda, en astronomía, al amigo Lowell?
—Sí —dijo Gordon, suspicaz.
—«Descubrió» los canales de Marte. Los vio durante años, décadas. Otras personas informaron haberlos visto también. Lowell tenía su propio observatorio construido en el desierto, era un hombre rico. Tenía excelentes condiciones de observación allí. Tenía tiempo y buenas dotes observadoras. De modo que descubrió pruebas de que existía inteligencia en Marte.
—Sí, pero… —empezó Gordon.
—El único error fue que llegó a una conclusión errónea. La vida inteligente estaba en su lado del telescopio, no en Marte, al otro extremo. Su mente… —Lakin se llevó un índice a su sien— vio una imagen inconcreta e impuso un orden en ella. Su propia inteligencia estaba engañándole.
—De acuerdo, de acuerdo —dijo Gordon agriamente. No podía pensar en un contraargumento. Lakin era mejor que él en esas cosas, sabía más anécdotas, tenía un instinto sutil para la maniobra.
—Propongo que no nos convirtamos nosotros también en unos Lowell.
—Publicar inmediatamente lo de la resonancia espontánea —dijo Gordon, intentando pensar.
—Sí. Tenemos que terminar esta semana nuestra proposición a la FNC. Podemos presentar el material sobre la resonancia espontánea. Puedo redactarlo a partir de las notas, de tal modo que podamos utilizar el mismo manuscrito para un artículo en la Physical Review Letters.
—¿De qué servirá enviarlo a la PRL? —preguntó Gordon, intentando decidir qué significaba su propia reacción.
—En nuestra proposición a la FNC podemos listar el artículo en la página de referencias como «sometido a la PRL». Eso llamará la atención sobre él, indica que el artículo es de primera calidad. De hecho… —frunció los labios, juzgando, mirando por encima de sus imaginarias gafas—, ¿por qué no decir «de próxima aparición en la PRL»? Estoy seguro de que lo aceptarán, y «de próxima aparición» tiene mucho más peso.
—Pero no es cierto.
—Lo será pronto. —Lakin se sentó tras su escritorio y se inclinó hacia delante uniendo las manos—. Y le diré francamente que sin algo interesante, algo nuevo, nuestra subvención va a tener problemas.
Gordon lo miró fijamente durante un largo momento. Lakin se levantó de nuevo y reanudó sus paseos.
—No, por supuesto, era sólo una idea. Diremos «sometido a», y eso tendrá que ser suficiente. —Circunnavegó la oficina con un paso comedido, pensando. Se detuvo delante de la pizarra, con sus rápidas anotaciones de los datos—. Un efecto realmente extraño, y el crédito de su descubrimiento es… suyo.
—Isaac —dijo Gordon prudentemente—, no voy a abandonar esto.
—Por supuesto, por supuesto —dijo Lakin, sujetando el brazo de Gordon—. Vaya usted hasta el fondo. Estoy seguro de que el asunto con Cooper se resolverá por sí mismo a su debido tiempo. Deberá arreglar usted la fecha del examen de su candidatura al doctorado, ya sabe.
Gordon asintió ausentemente. Para dedicarse a un programa de investigación exclusivo para una tesis, un estudiante debía someterse a un examen de candidatura oral de dos horas. Cooper iba a necesitar una cierta preparación; tendía a quedarse helado si más de dos miembros de la facultad estaban al alcance de sus oídos, un efecto notablemente común entre los estudiantes.
—Me alegra haber dejado esto bien sentado —murmuró Lakin—. Le mostraré un borrador del artículo para la PRL el lunes. Mientras tanto… —consultó su reloj— el coloquio va a empezar.