Cronopaisaje (20 page)

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Authors: Gregory Benford

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Cronopaisaje
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—Oh, no, nada tan convencional —dijo él suavemente, devolviéndole la sonrisa. Pensaba en los filósofos como en gente que pasa grandes períodos de tiempo meditando sobre cuestiones no más profundas que: «Si no existe Dios, ¿entonces quién me pasará el próximo kleenex?» Estaba a punto de formar esto en un epigrama cuando Kiefer volvió a la habitación con un vaso de vino y una botella pequeña.

—Aquí está tu vino, amor. Y un poco de zumo de limón —esto a Peterson—. ¿Cuánto, sólo unas gotas?

—Eso es suficiente, gracias.

Kiefer se sentó y se volvió a Peterson.

—¿Le ha dicho Mitsuoko que pasó un año en la Universidad de Londres? Mi esposa es una brillante mujer. Obtuvo el doctorado a los veinticinco años. Brillante, y hermosa también. Soy un hombre afortunado. —La miró orgullosamente.

—Alex, no hagas eso. —Las palabras eran cortantes, pero su sonrisa afectuosa mellaba su filo. Se alzó desaprobadoramente de hombros hacia Peterson—. Es embarazoso. Alex siempre está alabándome ante sus amigos.

—Puedo comprender el porqué. —Bajo su suave sonrisa exterior, Peterson estaba calculando. Disponía tan sólo de una noche. ¿Era aquél un matrimonio abierto? ¿Cuan directo aceptaría ella un avance? ¿Cómo enfocar el asunto con Kiefer allí?—. Su esposo me ha dicho que las cosas también están bastante mal aquí, aunque no parecen así a los ojos de un visitante.

¿Qué significaba su sonrisa? Era casi como si estuvieran compartiendo un secreto.

¿Estaba ella leyendo sus pensamientos? ¿Estaba simplemente flirteando? ¿O podía ser —el pensamiento llameó de pronto en su mente— que estuviera nerviosa? Evidentemente, estaba mandándole señales.

—Existe una incapacidad psicológica de abandonar los estándares de lujo —estaba diciendo Kiefer—. La gente no va a abandonar un estilo de vida que cree que es, esto, exclusivamente americano.

—¿Ésa es una frase de moda? —preguntó Peterson—. La he visto empleada en un par de revistas que leí en el avión.

Kiefer concedió a aquella hipótesis su más preocupado fruncimiento de ceño.

—Hum, «¿exclusivamente americano?». Sí, supongo que lo es. Leí un editorial acerca de algo parecido esta semana. Oh, discúlpeme, voy a echarles un vistazo a los chicos.

Kiefer abandonó la habitación en un ansioso estilo terrier. Al cabo de un momento Peterson pudo oírle hablar suave pero firmemente con los chicos en algún lugar por el vestíbulo. Lo interrumpían regularmente con sus voces de tenor de chico-brillante-que-sabe-que-es-brillante. Peterson dio un sorbo a su bebida y reflexionó acerca de lo juicioso de efectuar mayores avances con Mitsuoko. Kiefer era un eslabón en la cadena de información de Peterson, la parte más esencial de la maquinaria de trabajo de un ejecutivo. Aquello era por supuesto California, notoriamente California, y la fecha era muy posterior al siglo XIX, pero uno nunca podía estar seguro de cómo reaccionaría un marido ante esas cosas, sin importar lo que dijera la teoría acerca de tales asuntos. Pero más allá de esos cálculos estaba el hecho de que el hombre lo irritaba con su fanatismo acerca de las comidas sanas y el no fumar y la poco dignificante devoción hacia aquellos decididamente desagradables chicos.

Bien, se suponía que los ejecutivos eran capaces de efectuar rápidas e incisivas decisiones, ¿correcto? Correcto.

Se volvió hacia Mitsuoko, buscando la mejor manera de utilizar aquellos momentos a solas. Ella estaba mirando por el ventanal, que seguramente se sabía de memoria desde hacía mucho tiempo.

Antes de que él pudiera efectuar ningún avance, ella preguntó, sin mirarle:

—¿Dónde se hospeda usted, señor Peterson?

—En el Valencia. Y mi nombre es Ian.

—Oh, sí. Hay una hermosa porción de playa allí, al sur de la ensenada. A menudo voy a dar un paseo por allí al anochecer. —Le miró directamente—. Alrededor de las diez.

—Entiendo —dijo Peterson. Sintió que el pulso latía fuertemente en su cuello. Fue el único signo exterior de excitación. Por Dios, había sido ella. Había establecido una cita con él casi en las narices de su esposo. Cristo, vaya mujer.

Kiefer regresó a la habitación.

—Hay una creciente crisis por aquí —dijo.

Peterson sintió un estallido de risa que transformó hábilmente en una tos.

—Creo que tiene razón —consiguió decir. No se atrevió a mirar a Mitsuoko.

En el largo vuelo por encima del polo Peterson tuvo tiempo de hojear el dossier del Caltech. Se sentía relajado y agradablemente bien dispuesto, con la sensación de tranquilidad que uno obtiene cuando sabe que ha hecho absolutamente todo lo que se esperaba de él en el campo de la pasión. Nada de lamentos, ése era el juego; como si no hubiera ocurrido nada. Llegar a la tumba con tal seguridad tenía que ser al menos algo reconfortante.

Mitsuoko había hecho honor a todas sus promesas subliminales del principio. Se había marchado al cabo de tres horas, presumiblemente con un buen pretexto, o quizá mejor aún, el acuerdo tácito de «no preguntas» por parte de Kiefer. Un buen remate para un viaje que se había presentado más bien aburrido.

El dossier del Caltech era algo distinto. Había algunos informes internos sombríamente detallados, todo un amasijo de palabras y de símbolos matemáticos. Markham podría desentrañarlos, si quería. Había indicios de que el dossier no había sido recopilado de una forma oficial. Una fotocopia de una carta oficial, inspirada por Peterson, firmada por el Consejo, llevaba una anotación garabateada abajo: Que se vayan al diablo… no les dejemos meterse en nuestros asuntos. Evidentemente el autor de la nota la habría borrado antes de dar a conocer su contenido. La explicación era obvia. El gobierno americano disponía de gente muy efectiva en seguridad interna. Antes de traficar cartas con el Caltech, habían fotocopiado clandestinamente todo lo que habían podido encontrar. Peterson suspiró. Un método poco recomendable, pero ahí también no era problema suyo.

La única porción inteligible del dossier era una carta personal, presumiblemente incluida a causa de algunas palabras clave.

Querido Jeff:

No me va a ser posible ir por Pascua; hay demasiado que hacer aquí en Caltech. Las últimas semanas han sido terriblemente excitantes. Estoy trabajando con un par de personas más y realmente no deseamos interrumpir nuestros cálculos, ni siquiera para unas vacaciones en Baja. Lo lamento realmente, porque ya estaba anticipando el momento de encontrarme de nuevo con vosotros dos (¡ya sabes lo que quiero decir!). Echaré a faltar los cactos llenos de púas y también ese delicioso calor seco. Lo siento, quizá la próxima vez, Dile a Linda que la llamaré para charlar un rato con ella dentro de unos días si consigo encontrar un poco de tiempo. ¿Hay alguna posibilidad de que vosotros vengáis aquí, aunque sólo sea por un día (o mejor aún, una noche)?

Después de romper una promesa como ésta supongo que debería deciros qué es lo que me ata aquí. Probablemente un biólogo marino como tú no pensarás que vale la pena preocuparse mucho por esto —la cosmología no tiene demasiada importancia en un mundo de enzimas y soluciones titradas y todo eso, supongo—, pero para aquellos que trabajamos en teoría gravitatoria parece como si hubiera una auténtica revolución a la vuelta de la esquina. O quizás haya llegado ya.

Está relacionado con un problema que durante mucho tiempo ha estado llevando de cabeza a los astrofísicos. Si existe una cierta cantidad de materia en el universo, entonces es que posee una geometría cerrada… lo cual significa que finalmente dejará de expandirse y empezará a contraerse, bajo la acción de la atracción gravitatoria. De modo que la gente que trabaja en nuestra misma dirección lleva algún tiempo preguntándose si existe suficiente materia en nuestro universo como para cerrar su geometría. Hasta ahora, las mediciones directas de la materia en nuestro universo no han permitido llegar a ninguna conclusión.

Simplemente contar las estrellas luminosas en el universo proporciona una muy pequeña cantidad de materia, no suficiente para cerrar el espacio-tiempo. Pero hay indudablemente un montón de masa que no podemos ver, tal como el polvo, las estrellas muertas y los agujeros negros.

Estamos completamente seguros de que la mayor parte de las galaxias posee grandes agujeros negros en sus centros. Eso representa suficiente materia no observable como para cerrar nuestro universo. Lo más nuevo que tenemos son los recientes datos acerca de cómo están reagrupadas las galaxias distintas. Esas aglomeraciones a escala galáctica significan que hay amplias fluctuaciones en la densidad de la materia por todo nuestro universo. Si las galaxias se arraciman en algún lugar de nuestro universo, y su densidad llega a ser lo suficientemente alta, su geometría espaciotemporal local se cerrará sobre sí misma, de la misma forma que puede cerrarse nuestro universo.

Ahora poseemos las pruebas suficientes como para creer en la vieja idea de Tommy Gold… que existen partes de nuestro universo que poseen suficientes galaxias arracimadas como para formar su propia geometría cerrada. No deben ofrecerse a nuestra vista de una forma muy evidente… apenas pequeñas zonas con una débil luz rojiza brotando de ellas. El rojo procede de la materia que sigue cayendo aún a esos aglutinamientos. Lo más impresionante aquí es que esas fluctuaciones locales de densidad califican esos lugares como universos independientes. El tiempo de formación de un universo independiente no tiene ninguna relación con su tamaño. Se presenta como la raíz cuadrada de Gn, donde G es la constante gravitatoria y n la densidad de la región que se está contrayendo. De modo que no tiene nada que ver con el tamaño del miniuniverso. Un universo pequeño se cerrará tan rápido como uno grande. Eso significa que todos los universos de distintos tamaños andan por ahí desde hace aproximadamente el mismo «tiempo». (Definir exactamente lo que es el tiempo en este problema te empujaría a la bebida si no eres matemático… y si lo eres quizá también).

Lo más importante aquí es que pueden existir universos cerrados en el interior del nuestro. De hecho, sería una notable coincidencia el que nuestro universo fuera el más grande de todos. Puede que seamos únicamente un pequeño montoncito de materia en el interior del universo de alguien. ¿Recuerdas la vieja película, de dibujos en la que un pececillo era tragado por otro ligeramente mayor que él, y éste a su vez por otro mayor, y así ad infinitum? Bien, puede que nosotros seamos uno de esos peces.

Estas últimas semanas he estado trabajando en el problema de conseguir información acerca de esos universos que hay dentro del nuestro. Evidentemente, la luz no puede trasladarse de un universo al siguiente. Como tampoco puede la materia. Eso es lo que significa una geometría cerrada. La única posibilidad es algún tipo de partícula que no esté sometida a las limitaciones establecidas por la teoría de Einstein. Hay varias cantidades que reúnen esas condiciones, pero Thorne (el viejo que está a cargo de todo esto) no desea meterse en aguas tan cenagosas. Demasiado complicado, dice.

Yo creo que los taquiones son la respuesta. Pueden escapar de los «universos» más pequeños dentro del nuestro. De modo que el reciente descubrimiento de los taquiones tiene enormes implicaciones para la cosmología. Es difícil detectar taquiones, de modo que no sabemos mucho acerca de ellos. Nos proporcionan un lazo directo con el espacio-tiempo sellado que hay dentro de nuestro universo, sin embargo, y es por eso por lo que estoy trabajando tan intensamente en el problema. Aquí hay una posibilidad de un descubrimiento de primera clase. Pero es infernalmente difícil proseguir las cosas con la penuria alimentaria y el gran fuego de Los Ángeles. Probablemente nadie va a preocuparse mucho de lo que encontremos, con el mundo en su estado actual. Pero así es la vida académica.

Lamento haberme dejado arrastrar por esto hasta escribirte una carta tan larga, que además probablemente no tiene sentido, pero todo esto es tremendamente excitante para mí, y tiendo a dejarme arrastrar. De todos modos, siento lo de Baja. Espero veros pronto a los dos.

Cariños,

CATHY

Peterson sintió una momentánea punzada de culpabilidad por leer una carta privada. En la actualidad el Consejo utilizaba tales métodos como una rutina más, por supuesto, a fin de neutralizar rápidamente los intereses recalcitrantes que no aceptaban la necesidad de una acción rápida. Sin embargo, él era un caballero, y un caballero no lee el correo de otra persona. Su reluctancia, sin embargo, se vio pronto sumergida bajo el interés de las implicaciones de lo que decía aquella «Cathy». ¿Subuniversos? Increíble. El paisaje del científico estaba alcanzando la irrealidad.

Peterson se reclinó en su asiento y estudió las desérticas extensiones canadienses que se deslizaban bajo el aparato. Sí, quizá fuera eso. Desde hacía décadas la imagen del mundo pintada por los científicos se había vuelto extraña, distante, increíble. En consecuencia, era mucho más fácil ignorarla que intentar comprenderla. Las cosas eran demasiado complicadas. ¿Por qué preocuparse? Mejor conecta la tele, querida. Bien.

12 - 3 de diciembre de 1962

Cooper depositó las hojas milimetradas en rojo formando una larga hilera sobre la mesa del laboratorio. Retrocedió unos pasos, balanceándose sobre la punta de sus pies como un corredor preparándose para la salida, y supervisó su trabajo. El zumbido de fondo del laboratorio subrayaba la expectación en el aire.

—Ya está —dijo Cooper lentamente—. Puestas en el orden correcto.

—¿Son nuestros mejores datos? —murmuró Gordon.

—Los mejores que yo pueda conseguir jamás —dijo Cooper, frunciendo el ceño por algo en la voz de Gordon. Se volvió, las manos en las caderas—. Todo consecutivo, además. Tres horas completas.

—Parece perfecto —dijo Gordon con tono conciliador—. Un buen trabajo.

—Sí —admitió Cooper—. Aquí no hay nada divertido. Si hubiera habido resonancia clara aquí, la hubiera visto.

Gordon pasó el dedo a lo largo de la línea verde del gráfico. No había en absoluto resonancias estándar. En el interior de su muestra, enfriada hasta los tres grados absolutos en el burbujeante helio, había núcleos atómicos. Cada uno de ellos era un pequeño imán. Tendía a alinearse a lo largo del campo magnético que Cooper había aplicado a la muestra. El experimento estándar era simple: aplicar un breve impulso electromagnético, que apartaría los imanes nucleares de su campo magnético. Al cabo de un momento, los núcleos volverían a alinearse de nuevo con el campo. Este proceso de relajación nuclear podía decirle al experimentador mucho acerca del entorno en el interior sólido. Era una forma relativamente simple de aprender acerca de la configuración microscópica de la compleja estructura sólida. A Gordon le gustaba el trabajo por su claridad y precisión, además de sus aplicaciones a los transistores o detectores de infrarrojos que a la larga pudiera tener. Aquella rama de la física de estado sólido no poseía la gran espectacularidad de cosas como los quásares o la investigación de partículas de alta energía, pero era clara y poseía la belleza de las cosas sencillas.

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