Dio la vuelta de regreso hacia su casa y hacia Penny. Era fácil sobreexcitarse acerca de amenazas… Cliff, el Cong, Lakin. Las olas no podían derribar la línea de la costa en una sola noche. Y las vagas ideas acerca de los cubanos arrojando fertilizantes al Atlántico y matando la vida allí… sí, todo aquello era demasiado improbable, otro fruto de su paranoia, sí, esta noche estaba seguro de ello.
Gordon abrió el San Diego Union y lo desplegó sobre el banco de trabajo del laboratorio. Inmediatamente lamentó no haberse tomado la molestia de buscar un ejemplar de Los Ángeles Times, porque el Union, con su habitual estilo provinciano, dedicaba un montón de espacio al matrimonio entre Hope Cooke, la chica recientemente graduada en la universidad Sarah Lawrence, con el príncipe coronado Palden Thonup Namgyal de Sikkim. El Union lanzaba las campanas al vuelo ante el hecho de que una simple chica americana, en nuestros días, pudiera casarse con un hombre que dentro de algunos años se convertiría en marajá. La auténtica noticia aparecía tan sólo como un artículo menor en la primera página: Davey Moore había muerto. Gordon pasó impacientemente las páginas hasta llegar a los deportes, y modificó su opinión al encontrar un artículo más amplio. Sugar Ramos había noqueado a Moore en el décimo asalto de su pelea para el título de los pesos pluma, en Los Ángeles. Gordon lamentó de nuevo no haber comprado entradas; los problemas de las clases y la investigación había hecho que lo olvidara hasta que ya estaban agotadas. De modo que Moore había muerto de una hemorragia cerebral sin siquiera recuperar el conocimiento; otra mancha en el boxeo. Gordon suspiró. Allí estaban los predecibles comentarios de la gente predecible, exigiendo la prohibición de aquel deporte. Por un momento se preguntó si no tendrían razón.
—Aquí está el nuevo material —dijo Cooper junto a él. Gordon tomó las hojas de los gráficos.
—¿Más señales?
—Sí —dijo Cooper llanamente—. Llevaba recibiendo buenas curvas de resonancia desde hacía unas semanas, y de repente… clac.
—¿Lo has decodificado?
—Por supuesto. Hay un montón de repeticiones, por alguna razón.
Gordon siguió al otro hasta la zona de trabajo de Cooper, donde estaban esparcidos los libros de notas de laboratorio. Se dio cuenta de que estaba deseando que los resultados no dieran nada concreto de sí, fueran simple interferencia. Hubiera sido todo mucho más fácil así. No tendría que preocuparse acerca de ningún tipo de mensajes. Cooper podría seguir adelante con su tesis. Lakin se sentiría feliz. Su vida no necesitaba más complicaciones precisamente ahora, y había esperado que todo aquel asunto de la resonancia espontánea desapareciera. Su nota en la Physical Review Letters había despertado un cierto interés, y nadie en el campo había criticado el trabajo; quizá fuera mejor dejar las cosas así.
Sus esperanzas se desvanecieron cuando estudió la gruesa letra de Gordon.
TRANSWBPRY 7 DE CL998 CAMBE19983ZX AR 18 5 36 DEC 30 29.2
AR 18 5 36 DEC 30 29.2
AR 18 5 36 DEC 30 29.2
La enigmática serie de letras y números se reproducía a lo largo de tres páginas. Luego se interrumpía y era sustituida por:
DEBERÍA APARECER COMO FUENTE PUNTUAL EN EE ESPECTRO DE TAQUIONES 263 KEV PICO PUEDE VERIFICARSE CON DIRECCIONALIDAD RMN SIGUE MEDICIÓN ZPASUZC AKSOWLP INTERRUPCIÓN EN SMISION COORDMZALS RECTANGULARES DE 19BD 1998COORGHQE.
A partir de ahí no había nada comprensible. Gordon estudió los datos de Cooper.
—El resto del material parece como simplemente un encendido y apagado. No hay ningún código en él.
Cooper asintió, y se rascó la pierna por debajo de sus téjanos cortos.
—Sólo puntos y rayas —murmuró Gordon—. Curioso.
Cooper asintió de nuevo. Gordon se había dado cuenta últimamente de que Cooper se limitaba a tomar los datos, sin aventurar opiniones. Quizá su confrontación con Lakin le había enseñado que lo mejor era una postura agnóstica. Cooper parecía bastante feliz cuando recibía tan sólo señales de resonancia convencionales; eran las piedras angulares que le permitirían edificar su tesis.
—Este primer material… AR y DEC. —Gordon se frotó la mandíbula—. Suena como algo astronómico…
—Hummm —murmuró Gordon—. Quizá sí.
—Sí… Ascensión Recta y Declinación. Se trata de coordenadas, fijando un punto en el espacio.
—Huh. Podría ser.
Gordon miró irritadamente a Cooper. Aquello era pasarse con la prudencia.
—Mira, deseo echarle una buena mirada a esto. Sigue tomando mediciones.
Cooper asintió y se alejó, obviamente aliviado de desentenderse de los desconcertantes datos. Gordon abandonó el laboratorio y subió dos pisos hasta el 317, la oficina de Bernard Carroway. No hubo respuesta a su llamada. Fue a la oficina del departamento, asomó la cabeza y preguntó:
—Joyce, ¿dónde está el doctor Carroway? —Por costumbre, el personal de las oficinas era llamado por sus nombres de pila, mientras que los universitarios siempre tenían título. Gordon siempre se había sentido incómodo siguiendo aquella práctica.
—¿El grande o el pequeño? —preguntó la morena secretaria del departamento, alzando las cejas; casi nunca las dejaba descansar.
—El grande. En masa, no en altura.
—En el seminario de astrofísica. Tiene que estar a punto de volver.
Se deslizó discretamente en el seminario, donde John Boyle estaba terminando su conferencia; las pizarras verdes estaban cubiertas con ecuaciones diferenciales sobre la nueva teoría gravitatoria de Boyle. Boyle terminó con una floritura, en la que introdujo un chiste de escoceses, y el seminario se quebró en riachuelos de conversación. Bernard Carroway se alzó y se lanzó a una discusión con Boyle y un tercer hombre al que Gordon no conocía. Se inclinó hacia Bob Gould y le preguntó:
—¿Quién es ése? —señalando hacia el hombre alto de pelo ensortijado.
—¿Ése? Saul Shriffer, de Yale. Él y Frank Drake fueron quienes prepararon ese proyecto Ozma, escuchando señales de radio procedentes de otras civilizaciones.
—Oh. —Gordon se reclinó y observó a Shriffer discutir con Boyle acerca de algún detalle técnico. Sintió que una zumbante energía crecía en él, el olor de la caza. Había echado a un lado todo el asunto de los mensajes durante varios meses, frente a la indiferencia de Lakin y a la desaparición del efecto. Pero ahora estaba de vuelta y repentinamente estaba seguro de que se estaban acercando a alguna conclusión.
Boyle y Shriffer estaban discutiendo acerca de la validez de una aproximación que John había efectuado para simplificar una ecuación. Gordon observaba con interés. No era una fría argumentación intelectual entre hombres razonables, como los legos lo pintaban a menudo. Era una discusión acalorada, con exclamaciones reprimidas y gestos. Estaban disputando sobre ideas, pero bajo esa superficie chocaban las personalidades. Shriffer era con mucho el más ruidoso de los dos. Apretaba tan fuertemente la tiza que terminó partiéndola por la mitad. Agitaba los brazos, se alzaba de hombros, fruncía el ceño. Escribía y hablaba rápidamente, refutando frecuentemente lo que él mismo había dicho hacía tan sólo unos momentos. Efectuaba errores de cálculo a lo que no daba la menor importancia, corrigiéndolos a medida que se iba dando cuenta mediante rápidos golpes de borrador. Los errores triviales no eran importantes… estaba intentando aprehender la esencia del problema. La solución exacta podía venir más tarde. Sus rápidos garabatos llenaban todo el tablero.
Boyle era totalmente distinto. Hablaba con una voz mesurada, casi monótona, en contraste con el rápido y quebrado tono que Gordon recordaba del Limehouse. Aquélla era su personalidad científica. Ocasionalmente, su voz descendía tanto de volumen que Gordon tenía que aguzar el oído para entenderle. Los que estaban más cerca habían dejado de hablar entre sí para escuchar también… una táctica hábil para llamar la atención. Nunca interrumpía a Shriffer. Empezaba sus frases con un «Creo que si intentamos esto…», o «Saul, ¿no ves lo que ocurriría si…?». Una forma del arte de superar a los demás. Nunca hacía una afirmación positiva, enérgica, era el desapasionado perseguidor de la verdad. Pero gradualmente el esfuerzo de mantenerse en su contenido papel fue haciéndose evidente. No podía probar de forma rigurosa que su aproximación fuera justificada, de modo que se veía reducido a una acción defensiva. En suma, su actitud no era más que una repentina invitación a «pruebe que estoy equivocado». Gradualmente, su voz fue haciéndose más fuerte. Su rostro fue tensándose en una actitud de terquedad.
Repentinamente, Saul proclamó que sabía cómo refutar la aproximación de John. Su idea era resolver un problema test particularmente simple, del que conocían ya la respuesta. Saul se lanzó a calcular precipitadamente. Sólo dentro de un estrecho margen de condiciones físicas la aproximación de John daba la respuesta correcta.
—¡Aquí está! ¿Lo ves?… No es buena.
John agitó la cabeza.
—Tonterías… funciona precisamente para el caso más interesante.
Saul se encendió.
—¡Absurdo! Lo único que has hecho ha sido prescindir completamente de las longitudes de ondas largas.
Pero las cabezas estaban asintiendo a su alrededor. John había vencido. Puesto que la aproximación en discusión no era totalmente inútil, era aceptable. Saul lo admitió a regañadientes, y un momento más tarde estaba sonriendo y discutiendo alguna otra cosa, completamente olvidado del asunto. No tenía ninguna utilidad permanecer excitado acerca de algo que podía ser probado. Gordon sonrió también. Aquél era un ejemplo de lo que él llamaba la ley de la controversia: la pasión era inversamente proporcional al conjunto de información real disponible.
Se acercó a Carroway y le tendió las coordenadas de su mensaje.
—Bernard, ¿tienes alguna idea de dónde está esto en el cielo?
Carroway parpadeó como un búho mientras miraba las cifras.
—No, no, yo nunca recuerdo tales detalles. ¿Saul? —Le mostró el papel.
—Cerca de Vega —dijo Saul—. Lo comprobaré con más exactitud, si quieres.
Tras su clase de electrodinámica clásica, Gordon tenía intención de ir en busca de Saul Shriffer, pero cuando pasó por su oficina para dejar sus notas había alguien esperándole. Era Ramsey, el químico.
—He venido un momento porque tenía algo pendiente contigo —dijo Ramsey—. Le he echado un vistazo a aquel pequeño rompecabezas que me dejaste.
—¿Oh?
—Creo que hay algo jugoso ahí. Todavía nos falta mucho que comprender acerca de las cadenas moleculares largas, ya sabes, pero estoy interesado en ese acertijo. La parte donde dice «en régimen de simulación molecular empieza a imitar anfitrión». Eso suena como un mecanismo autorreproductor del que no sabemos absolutamente nada.
—¿Se produce eso con las fórmulas moleculares que tú conoces?
Ramsey frunció el ceño.
—No. Pero he estado estudiando las formas especiales de fertilizantes con los que están experimentando algunas compañías y… bueno, es demasiado pronto para decirlo. En realidad se trata tan sólo de una corazonada. Lo que he venido a decirte es que no he olvidado lo que me dijiste. Las clases y todo mi trabajo habitual, ya sabes… me llevan de cabeza. Pero sigo pensando en ello. Quizá vaya a ver a Walter Munk para la relación con la oceanografía. De todos modos… —se puso en pie, haciendo un irónico saludo de adiós— agradezco la información. Puede salir algo de ella. Gratzs.
—¿Eh?
—Gratzs… gracias. Es español.
—Oh, claro. —La desenvuelta apropiación californiana del español convirtiéndolo en una jerga parecía muy apropiada para Ramsey. Sin embargo, bajo aquellos modales de vendedor de coches usados había una mente rápida y ágil. Gordon se alegraba de que el hombre siguiera estudiando el primer mensaje, y no lo hubiera echado a la papelera. Aquél parecía ser un día afortunado; los diversos hilos parecían estar empezando a tejerse. Sí, era un día de suerte. Por de pronto le daré un sobresaliente, se dijo para sí mismo, y fue en busca de Shriffer.
—Se lo he localizado —dijo Saul con decisión, clavando un dedo en un punto marcado en una carta estelar—. Es un punto muy cercano a una estrella normal F7, llamada la 99 de Hércules.
—¿Pero no se corresponde con ella?
—No, pero está muy cerca. De todos modos, ¿qué hay detrás de todo eso? ¿Para qué necesita un físico especializado en estado sólido la posición de una estrella?
Gordon le habló de las persistentes señales, y le mostró la última decodificación de Cooper. Saul se mostró rápidamente excitado. Él y un ruso, Kadarski, estaban escribiendo juntos un artículo sobre la detección de civilizaciones extraterrestres. Su suposición operativa era que las señales de radio eran la elección natural. Pero si las señales de Gordon eran a todas luces inexplicables en términos de transmisiones terrestres, sugirió Saul, ¿por qué no considerar la hipótesis de un origen extraterrestre? Las coordenadas apuntaban claramente en esa dirección.
—Mire… la Ascensión Recta es 18 horas, 5 minutos, 36 segundos. Ahora bien, la 99 Hércules es este punto a 18 horas, 5 minutos, 8 segundos, un poco desplazada. La declinación de su señal es 30 grados, 29'2 minutos. Eso concuerda.
—Bueno, en conjunto, no exactamente.
—¡Pero están condenadamente cerca! —Saul agitó sus manos—. Unos pocos segundos de diferencia no son nada.
—¿Cómo demonios puede conocer un extraterrestre nuestro sistema de medidas astronómicas? —dijo Gordon escépticamente.
—¿Cómo conocen nuestro idioma? Escuchando nuestros viejos programas de radio, por supuesto. Mire… el paralaje de la 99 de Hércules es 0'06. Eso significa que está a más de dieciséis parsecs.
—¿Y eso significa?
—Oh, aproximadamente unos cincuenta y un años luz.
—Entonces, ¿cómo pueden estar emitiendo señales? La radio no hace más de sesenta años que empezó a funcionar. La luz no ha tenido tiempo de ir y volver… eso tomaría más de un siglo. Así que no pueden estar respondiendo a nuestras propias estaciones de radio.
—Cierto. —Saul pareció momentáneamente desanimado—. ¿Dice que hay algo más en el mensaje? —Su rostro volvió a iluminarse—. Déjeme ver.
Al cabo de un momento, dio una palmada al mensaje impreso y exclamó:
—¡Correcto! Eso es. ¿Ve esta palabra?
—¿Cuál?
—Taquión. De origen griego. Significa «el rápido», apostaría a que sí. Eso significa que están utilizando algún tipo de transmisión más rápido que la luz.