Cuando despertó, se sintió más lúcido. La cabeza le pulsaba con un latente dolor. Llamó con el timbre a la enfermera. Era otra distinta, una chica india esta vez. Supo que estaba mejor cuando se dio cuenta de que estaba intentando medir el tamaño de sus pechos bajo el almidonado uniforme.
—¿Cómo se siente hoy, señor Peterson? —preguntó con una voz cantarina, inclinándose sobre él.
—Mejor. ¿Qué hora es?
—Las cinco y media.
—Me gustaría que me devolvieran mi reloj. Y tengo hambre. Creo que podré tomar algo muy ligero.
—Veré si podemos dárselo —dijo ella, y abandonó silenciosamente la habitación.
Con algún esfuerzo, consiguió sentarse en la cama. La enfermera entró de nuevo, con una radio y una nota.
—Ha tenido usted una visita, señor Peterson —dijo, sonriendo—. No podía quedarse, pero ha dejado esto. Y puede usted tomar algo de caldo. Se lo traeré.
Reconoció los amplios y elegantes trazos y florituras de Sarah en el sobre, y abrió la nota.
Arrugó la nota y la tiró a la papelera. Conectó la radio, un práctico aparato a pilas, pequeñito. Parecía no haber más que música en todas partes. Miró automáticamente su reloj, y se dio cuenta de que no lo llevaba. ¿Qué hora había dicho la enfermera que era? Su estómago gruñía fuertemente. De pronto, tres pitidos interrumpieron la música.
—«Aquí Radio Cuatro de la BBC —anunció una voz de mujer—, y éstas son las noticias de las seis. Primero, los titulares: cincuenta personas resultaron muertas anoche tras unos violentos disturbios por las calles de París. Un avión de las United Airlines en vuelo de Londres a Washington se estrelló a primera hora de esta mañana; no hay supervivientes. La floración que se está extendiendo por el océano Atlántico ha avanzado varios kilómetros en un solo día. El Consejo Mundial ha aprobado un plan de energía pese al veto de los países de la OPEP. Cortes de energía de más de seis horas de duración han obligado a cerrar hoy varias fábricas en los Midlands. El partido de cricket en Lord ha debido ser cancelado hoy, cuando diez miembros del equipo australiano han tenido que ser hospitalizados a causa de envenenamiento alimentario. Tiempo para mañana: soleado en algunos lugares, riesgo creciente de tormentas. —Una pausa—. Los disturbios provocados por los estudiantes franceses en París han tenido el apoyo de los trabajadores…».
Peterson no escuchó. Se sentía como flotando. La enfermera entró con una bandeja. Le indicó que le dejara en una mesa al lado de la cama. Algo en las noticias lo había alterado, y no estaba completamente seguro de lo que era. Debían de ser las noticias de la floración. Y sin embargo, no había reaccionado en absoluto cuando había vuelto a pensar en ella.
—«El vuelo 347 de las United Airlines, de Londres a Washington, D.C., encontró algunas turbulencias a su aproximación al aeropuerto Dulles, y se estrelló a última hora de la tarde, hora local. Las transmisiones del piloto son inconexas. Parece que tanto el piloto como el copiloto sufrieron un ataque un momento antes del accidente. Algunos testigos han afirmado que el aparato pareció estallar cuando colisionó contra los árboles. No hay supervivientes. Éste es el último de una serie de desastres aéreos que…».
¡Jesús! Sus palmas estaban empapadas. Pulsó el timbre llamando a la enfermera. No acudió inmediatamente. Mantuvo el timbre pulsado y gritó:
—¡Enfermera!
Llegó apresuradamente, dejando la puerta abierta.
—¿Qué le ocurre ahora? Vamos, ni siquiera ha tocado usted su caldo.
—Al diablo el caldo. ¿Qué día es hoy? ¿Miércoles?
—Sí, Pero usted…
—Necesito un teléfono. ¿Por qué no hay aquí ningún teléfono?
—Lo retiramos para que nadie le molestara.
—Bien, tráigalo de nuevo.
—No sé si puedo hacerlo…
—¿Qué ocurre aquí? —La enfermera jefe entró apresuradamente.
—Hermana, el señor Peterson pide un teléfono.
—Oh, no, no lo necesitamos para nada aquí. No queremos que nadie le moleste, señor Peterson.
—Ya estoy lo suficientemente molesto —gritó Peterson—. ¡Traigan un teléfono!
—Vamos, vamos, señor Peterson, no podemos…
—Escuche, estúpido coño —dijo con una voz clara y tensa—, quiero un teléfono aquí inmediatamente, ¡o voy a hacer que la despidan!
Hubo un impresionado silencio, y las dos mujeres salieron de la habitación, mirándole cautelosamente. Se dejó caer en la cama, temblando. A través de la puerta, que habían dejado abierta, pudo oír gemidos.
Al cabo de un momento entró un enfermero con un teléfono y lo conectó. Peterson tomó un sorbo de agua y luchó contra la creciente náusea. Marcó el número de su secretaria.
Gordon caminaba corredor abajo, en dirección al laboratorio, cuando oyó la observación. Dos profesores titulares estaban hablando en voz baja. «… Y como decía Pauli, ¡eso ni siquiera es falso!», terminó uno mientras Gordon se aproximaba. Le vieron, e instantáneamente guardaron silencio. Gordon conocía la historia. Pauli era un físico prominente y altamente crítico de la primera mitad del siglo. Había hecho la observación refiriéndose a un artículo científico: «Este trabajo es tan malo que ni siquiera es falso». Dando a entender que empezaba y terminaba en el aire, que estaba tan mal formulado que ni siquiera podía comprobarse. Gordon supo instantáneamente que estaban hablando de él. El artículo del Life había hecho su trabajo. Cuando alcanzó el extremo del corredor hubo más murmullos de conversación tras él, y finalmente un estallido de risas.
Penny llevó a casa un ejemplar del National Enquirer, y se lo dejó para que pudiera verlo cuando regresara a casa. En la primera página había un titular: LLAMADA NUCLEAR DEL ESPACIO EXTERIOR, y debajo: Prominentes científicos contactan con otro mundo. Había dos fotografías de Saul y Gordon, tomadas por el fotógrafo del Life. Gordon lo tiró a la basura sin siquiera leerlo.
Al principio de las clases hubo una fiesta para la facultad de ciencias físicas, para celebrar la inauguración del nuevo edificio del instituto de geofísica. El personal esterilizó la taza de una fuente en medio del césped. Hugh Bradner y Harold Urey la llenaron con una potente mezcla de vodka y zumos de frutas. Gordon había tirado su invitación con las demás informaciones universitarias; Penny la descubrió, e insistió en que fueran. Él deseaba descansar un poco, pero su insistencia le hizo ponerse su chaqueta más ligera y, por primera vez, ir sin corbata. En California tales detalles carecían de importancia. Penny se puso un sombrero flexible de paja… «para dar un toque de distinción», dijo. Tras él podía ocultar parte de su rostro. Aquella sensación de misterio adicional encendió de nuevo un poco su interés hacia ella. Se dio cuenta de que aquellas últimas semanas había estado muy atareado, entre la preparación de sus clases y pasando la mayor parte de su tiempo con el equipo de resonancia nuclear. Aquella idea lo impresionó. Los placeres del principio de su vida en común habían ido desapareciendo poco a poco. La abrasión entre ellos había ido limando las ilusiones cosméticas.
Habló con varios miembros del departamento de física, pero sin comprometerse en ninguna conversación interesante. Penny encontró algunos tipos del área de literatura, pero no se sentía con humor, y fue yendo de un grupo de académicos a otro. La gente del departamento de inglés parecía ya un poco borracha, citando poetas modernos y antiguas películas. Había gente refinada y brillante a la que nunca había visto, princesas goyin, rubias e insoportablemente seguras de sí mismas, el tipo de gente que tiene las neveras llenas de yogures y champaña. Gordon vio a un visitante de Berkeley entre la multitud, alto y bien vestido, uno de los ganadores de un Nobel hacía unos años. Habían sido presentados en una ocasión anterior. Se abrió camino en el semicírculo de gente que se había formado en torno al hombre y, cuando los ojos del laureado con el Nobel se posaron en él, lo saludó con la cabeza. Pero los ojos pasaron de largo. Ningún saludo, nada. Gordon se quedó allí de pie, la copa de plástico en una mano, una helada sonrisa en su rostro. Los ojos del otro volvieron a cruzarse con los suyos. Ninguna pausa, ningún parpadeo de reconocimiento. Gordon se apartó del charloteante semicírculo, el rostro enrojecido. Quizá no me ha reconocido, pensó, alejándose. Se sirvió otra copa de vodka. Por otra parte, quizá sí lo hizo.
—Buen juego para emborracharse, ¿eh? —dijo un hombre junto a él—. Intente decir «espectroscopio» tres veces, muy rápido.
—Gordon probó el ejercicio, y fracasó. El hombre resultó llamarse Book y, por supuesto, haciendo honor a su nombre, parecía aficionado a los libros. Era de la General Atomic, y resultó ser mucho más amistoso que la gente universitaria. Se detuvieron bajo un cartel que proclamaba: SI PUEDE USTED LEER ESTO, DÉLE LAS GRACIAS A SU MAESTRO. Nada de la frivolidad de Book consiguió penetrar en el ánimo de Gordon. El vodka, sin embargo, empezó a aliviar al mundo de su horrible concreción. Empezó a comprender por qué los goyim bebían tanto. Book se fue a algún lado y Gordon inició una conversación con un físico de partículas, un visitante, Steingruber. Ambos compartían una cada vez más profunda inclinación hacia el vodka. Empezaron a discutir del tema eterno: las mujeres. Gordon hizo varias afirmaciones acerca de Penny. De una forma curiosa, que no pudo llegar a comprender en absoluto, invirtió sus roles, de modo que Penny había sido la estudiante sexual iniciada al mundo adulto por él, el refinado neoyorquino. Steingruber aceptó aquello como algo razonable. Gordon se dio cuenta de que el otro era a todas luces un tipo estupendo, capaz de un profundo discernimiento. Tomaron otra copa juntos. Steingruber señaló hacia una rubia de pie a poca distancia y preguntó:
—¿Cuál es su opinión sobre esa de ahí?
Gordon miró y se pronunció:
—Su aspecto es más bien vulgar. Sí.
Steingruber miró severamente a Gordon.
—Es mi mujer —dijo. En un momento, antes de que Gordon pudiera encontrar una respuesta adecuada, se había ido.
Lakin se le acercó, sonriendo amistosamente. Iba con Bernard Carroway.
—He oído decir que está usted repitiendo el experimento de Cooper —dijo Lakin sin ningún preámbulo.
—¿Dónde ha oído usted eso?
—He podido darme cuenta por mí mismo.
Gordon se tomó su tiempo. Fue a dar un sorbo a su copa, y descubrió que estaba vacía. Luego miró a Lakin.
—Váyase al diablo —dijo con voz clara. Y se marchó. Encontró a Penny en un numeroso grupo rodeando a Marcuse.
—¿El recién nombrado comunista residente? —preguntó Gordon cuando fue presentado. Para su sorpresa, Marcuse se echó a reír. Una estudiante negra de pie cerca de él no lo encontró en absoluto divertido. Le hizo saber que su nombre era Ángela y que la revolución no iba a hacerla la gente en los cócteles; eso fue todo lo que Gordon pudo sacar en claro de la conversación, o al menos todo lo que pudo recordar.
Tomó la mano de Penny y se alejaron.
Jonas Salk estaba solo en un rincón. Gordon dudó en acercársele. Quizá pudiera averiguar lo que pensaba Salk acerca de Sabin… ¿quién había desarrollado realmente la vacuna? Una interesante pregunta, por supuesto.
—Una parábola de la ciencia —murmuró Gordon para sí mismo.
—¿Qué? —preguntó Penny.
En vez de responder, él la condujo hacia un grupo de físicos. Una voz insistente dentro de él le ordenaba que se mantuviera callado, de modo que dejó que Penny se llevara su parte de la conversación. La gente a su alrededor parecía distante y vaga. Intentó decir si era debido a él o a ellos. El eterno problema relativista. Quizá Marcuse supiera la respuesta. Algunos franceses le preguntaron acerca de sus experimentos, y él intentó resumir lo que creía. Le resultó sorprendentemente difícil. El extraño grosor de su lengua había desaparecido, pero quedaba el problema de si lo que él pensaba era cierto. Los franceses le preguntaron acerca de Saul. Gordon eludió la cuestión. Intentó mantener la discusión enfocada en los resultados de sus experimentos.
—Como dijo Newton, «no construyo hipótesis»… no todavía, al menos. Pregúntenme tan sólo acerca de datos. —Se alejó en busca de más vodka, pero la taza de la fuente estaba vacía. Tristemente, tomó la última de las galletas saladas con paté. Cuando regresó, Penny estaba de pie a poca distancia de los franceses, contemplando la vista de La Jolla y el satinado resplandor del mar. Los franceses estaban hablando en francés.
Penny parecía irritada. El la apartó de allí y ella le siguió, mirando furiosa hacia atrás. Penny insistió en conducir de vuelta a casa, aunque Gordon no podía ver ninguna razón por la que no pudiera hacerlo él. Mientras pasaban junto a los clubs de la playa y las irregulares casas particulares, Penny dijo:
—Esos bastardos —con una repentina vehemencia.
—¿Eh? ¿Qué? —murmuró él. Ella hizo una mueca.
—Después de que te fueras, dijeron que eras un chapucero.
Gordon frunció el ceño.
—¿Te lo dijeron a ti?
—No, tonto. Empezaron a hablar en francés. Debían suponer que naturalmente ningún americano comprende otro idioma más que el suyo.
—Oh.
—Te llamaron farsante. Un fraude, dijeron.
—Oh.
—Dijeron que todo el mundo iba diciendo lo mismo de ti.
—¿Todo el mundo?
—Sí —dijo ella amargamente.
Brotó del ruido, repentinamente. En un momento determinado el osciloscopio no mostraba más que estática y Gordon estaba trasteando con un nuevo filtro de banda, un reciente circuito que había incluido al equipo para eliminar el ruido. Entonces, bruscamente, las curvas de resonancia nuclear empezaron a retorcerse y cambiar. Se quedó contemplando el osciloscopio, sin moverse. Eran las once de la noche.
Se llevó una mano a los labios, como para ahogar un grito. Las oscilantes líneas prosiguieron. Gordon pensó que podía tratarse de una alucinación. Se mordió un dedo. No, las líneas irregulares proseguían. Rápidamente, enterrando su excitación bajo la urgencia de ser metódico, empezó a tomar datos.
ACCIÓN DE LOS ULTRAVIOAMSLDUZ SUNEYDUFK OM CADENAS PARECEN RETRASAR DIFUSIÓN EN CAPAS SUPERFICIE DE AMSUWLDOP PERO CRECIMIENTO