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Authors: E. L. James

Tags: #Erótico, #Romántico

Cincuenta sombras más oscuras (23 page)

BOOK: Cincuenta sombras más oscuras
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¿Qué?

—No, Christian… tienes que quedarte aquí conmigo —le ruego.

Christian me suelta.

—Haz lo que dicen, Anastasia. Espera aquí.

¡No!

—¿Sawyer? —dice Christian.

Sawyer abre la puerta del vestíbulo para dejar que Christian entre en el apartamento, y después cierra la puerta y se coloca delante de ella, mirándome impasible.

Oh, no… ¡Christian! Imágenes terribles de todo tipo acuden a mi mente, pero lo único que puedo hacer es quedarme a esperar.

8

Sawyer vuelve a hablarle a su manga.

—Taylor, el señor Grey ha entrado en el apartamento.

Parpadea, coge el auricular y se lo saca del oído, probablemente porque acaba de recibir un contundente improperio por parte de Taylor.

Oh, no… si Taylor está preocupado…

—Por favor, déjeme entrar —le ruego.

—Lo siento, señorita Steele. No tardaremos mucho. —Sawyer levanta ambas manos en gesto exculpatorio—. Taylor y los chicos están entrando ahora mismo en el apartamento.

Ahhh… Me siento tan impotente. De pie y completamente inmóvil, escucho muy atenta, pendiente del menor sonido, pero lo único que oigo es mi propia respiración convulsa. Es fuerte y entrecortada, me pica el cuero cabelludo, tengo la boca seca y me siento mareada. Por favor, que no le pase nada a Christian, rezo en silencio.

No tengo ni idea de cuánto tiempo ha pasado, y seguimos sin oír nada. Probablemente eso sea buena señal: no hay disparos. Me pongo a dar vueltas alrededor de la mesa del vestíbulo y a contemplar los cuadros de las paredes para intentar distraer mi mente.

La verdad es que nunca me había fijado: hay dieciséis, todas obras figurativas y de temática religiosa:
la Madona y el Niño
. Qué extraño…

Christian no es religioso… ¿o sí? Todas las pinturas del gran salón son abstractas; estas son muy distintas. No consiguen distraer mi mente durante mucho rato. ¿Dónde está Christian?

Observo a Sawyer, que me mira impasible.

—¿Qué está pasando?

—No hay novedades, señorita Steele.

De repente, se mueve el pomo de la puerta. Sawyer se gira rápidamente y saca una pistola de la cartuchera del hombro.

Me quedo petrificada. Christian aparece en el umbral.

—Vía libre —dice.

Mira a Sawyer con el ceño fruncido, y este aparta la pistola y da un paso atrás para dejarme pasar.

—Taylor ha exagerado —gruñe Christian, y me tiende la mano.

Yo le miro con la boca abierta, incapaz de moverme, absorbiendo cada detalle: su cabello despeinado, la tensión que expresan sus ojos, la rigidez en la mandíbula, los dos botones desabrochados del cuello de la camisa. Parece que haya envejecido diez años. Sus ojos me observan con aire sombrío y preocupado.

—No pasa nada, nena. —Se me acerca, me rodea con sus brazos y me besa en el pelo—.Ven, estás cansada. Vamos a la cama.

—Estaba tan angustiada —murmuro con la cabeza apoyada en su torso, disfrutando de su abrazo e inhalando su dulce aroma.

—Lo sé. Todos estamos nerviosos.

Sawyer ha desaparecido, seguramente está dentro del apartamento.

—Sinceramente, señor Grey, sus ex están resultando ser muy problemáticas —musito con ironía.

Christian se relaja.

—Sí, es verdad.

Me suelta, me da la mano y me lleva por el pasillo hasta el gran salón.

—Taylor y su equipo están revisando todos los armarios y rincones. Yo no creo que esté aquí.

—¿Por qué iba a estar aquí? No tiene sentido.

—Exacto.

—¿Podría entrar?

—No veo cómo. Pero Taylor a veces es excesivamente prudente.

—¿Has registrado tu cuarto de juegos? —susurro.

Inmediatamente Christian me mira y arquea una ceja.

—Sí, está cerrado con llave… pero Taylor y yo lo hemos revisado.

Lanzo un suspiro, profundo y purificador.

—¿Quieres una copa o algo? —pregunta Christian.

—No. —Me siento exhausta—. Solo quiero irme a la cama.

La expresión de Christian se dulcifica.

—Ven. Deja que te lleve a la cama. Se te ve agotada.

Yo tuerzo el gesto. ¿Él no viene? ¿Quiere dormir solo?

Cuando me lleva a su dormitorio me siento aliviada. Dejo mi bolso de mano sobre la cómoda, lo abro para vaciar el contenido, y veo la nota de la señora Robinson.

—Mira. —Se la paso a Christian—. No sé si quieres leerla. Yo prefiero no hacer caso.

Christian le echa una breve ojeada y aprieta la mandíbula.

—No estoy seguro de qué espacios en blanco pretende llenar —dice con desdén—. Tengo que hablar con Taylor. —Baja la vista hacia mí—. Deja que te baje la cremallera del vestido.

—¿Vas a llamar a la policía por lo del coche? —le pregunto mientras me doy la vuelta.

Él me aparta el pelo, desliza los dedos suavemente sobre mi espalda desnuda y me baja la cremallera.

—No, no quiero que la policía esté involucrada en esto. Leila necesita ayuda, no la intervención de la policía, y yo no les quiero por aquí. Simplemente hemos de redoblar nuestros esfuerzos para encontrarla.

Se inclina y me planta un beso cariñoso en el hombro.

—Acuéstate —ordena, y luego se va.

Me tumbo y miro al techo, esperando a que vuelva. Cuántas cosas han pasado hoy, hay tanto que procesar… ¿Por dónde empiezo?

Me despierto de golpe, desorientada. ¿Me he quedado dormida? Parpadeo al mirar hacia la tenue luz del pasillo que se filtra a través de la puerta entreabierta del dormitorio, y observo que Christian no está conmigo. ¿Dónde está? Levanto la vista. Plantada, a los pies de la cama, hay una sombra. ¿Una mujer, quizá? ¿Vestida de negro? Es difícil de decir.

Aturdida, alargo la mano y enciendo la luz de la mesita, y me doy rápidamente la vuelta para mirar, pero allí no hay nadie. Meneo la cabeza. ¿Lo he imaginado? ¿Soñado?

Me siento y miro alrededor de la habitación, dominada por una sensación de intranquilidad vaga e insistente… pero estoy sola.

Me froto los ojos. ¿Qué hora es? ¿Dónde está Christian? Miro el despertador: son las dos y cuarto de la madrugada.

Salgo aún aturdida de la cama y voy a buscarle, desconcertada por mi imaginación hiperactiva. Ahora veo cosas. Debe de ser la reacción a los espectaculares acontecimientos de la velada.

El salón está vacío, y solo hay encendida una de las tres lámparas pendulares sobre la barra del desayuno. Pero la puerta de su estudio está entreabierta y le oigo hablar por teléfono.

—No sé por qué me llamas a estas horas. No tengo nada qué decirte… Bueno, pues dímelo ahora. No tienes por qué dejar una nota.

Me quedo parada en la puerta, escuchando con cierto sentimiento de culpa. ¿Con quién habla?

—No, escúchame tú. Te lo pedí y ahora te lo advierto. Déjala tranquila. Ella no tiene nada que ver contigo. ¿Lo entiendes?

Suena beligerante y enfadado. No sé si llamar a la puerta.

—Ya lo sé. Pero lo digo en serio, Elena, joder. Déjala en paz. ¿Lo quieres por triplicado? ¿Me oyes?… Bien. Buenas noches.

Cuelga de golpe el teléfono del escritorio.

Oh, maldita sea. Llamo discretamente a la puerta.

—¿Qué? —gruñe, y me dan ganas de correr a esconderme.

Se sienta a su escritorio con la cabeza entre las manos. Alza la vista con expresión feroz, pero al verme dulcifica el gesto enseguida. Tiene los ojos muy abiertos y cautelosos. De pronto se le ve tan cansado, que se me encoge el corazón.

Parpadea, y me mira de arriba abajo, demorándose en mis piernas desnudas. Me he puesto una de sus camisetas.

—Deberías llevar algo de seda o satén, Anastasia —susurra—. Pero, incluso con mi camiseta, estás preciosa.

Oh, un cumplido inesperado.

—Te he echado en falta —digo—. Ven a la cama.

Se levanta despacio de la silla. Todavía lleva la camisa blanca y los pantalones negros. Pero ahora sus ojos brillan, cargados de promesas… aunque también tienen un matiz de tristeza. Se queda de pie frente a mí, mirándome fijamente pero sin tocarme.

—¿Sabes lo que significas para mí? —murmura—. Si te pasara algo por culpa mía…

Se le quiebra la voz, arruga la frente y aparece en su rostro un destello de dolor casi palpable. Parece tan vulnerable, y su temor es tan evidente…

—No me pasará nada —le aseguro con dulzura. Me acerco para acariciarle la cara, paso los dedos sobre la sombra de barba de sus mejillas. Es sorprendentemente suave—. Te crece enseguida la barba —musito, incapaz de ocultar mi fascinación por el hermoso y dolido hombre que tengo delante.

Resigo el perfil de su labio inferior y luego bajo los dedos hasta su garganta, hasta un leve resto de pintalabios en la base del cuello. Se le acelera la respiración. Mis dedos llegan hasta su camisa y bajan hasta el primer botón abrochado.

—No voy a tocarte. Solo quiero desabrocharte la camisa —murmuro.

Él abre mucho los ojos y me mira con expresión alarmada. Pero no se mueve y no me lo impide. Yo desabotono muy despacio el primero, mantengo la tela separada de la piel y bajo cautelosamente hasta el siguiente, y repito la operación lentamente, muy concentrada en lo que hago.

No quiero tocarle. Bueno, sí… pero no lo haré. En el cuarto botón reaparece la línea roja, y levanto los ojos y le sonrío con timidez.

—Volvemos a estar en territorio familiar.

Trazo la línea con los dedos antes de desabrochar el último botón. Le abro la camisa y paso a los gemelos, y retiro las dos gemas de negro bruñido, una después de otra.

—¿Puedo quitarte la camisa? —pregunto en voz baja.

Él asiente, todavía con los ojos muy abiertos, mientras yo se la quito por encima de los hombros. Se libera las manos y se queda desnudo ante mí de cintura para arriba. Es como si, una vez sin camisa, hubiese recuperado la calma, y me sonríe satisfecho.

—¿Y qué pasa con mis pantalones, señorita Steele? —pregunta, arqueando la ceja.

—En el dormitorio. Te quiero en la cama.

—¿Sabe, señorita Steele? Es usted insaciable.

—No entiendo por qué.

Le cojo de la mano, le saco del estudio y le llevo al dormitorio. La habitación está helada.

—¿Tú has abierto la puerta del balcón? —me pregunta con gesto preocupado cuando entramos en su cuarto.

—No, no recuerdo haberlo hecho. Recuerdo que examiné la habitación cuando me desperté. Y la puerta estaba cerrada, seguro.

Oh, no… Se me hiela la sangre, y miro a Christian pálida y con la boca abierta.

—¿Qué pasa? —inquiere, con los ojos muy fijos en mí.

—Cuando me desperté… había alguien aquí —digo en un susurro—. Pensé que eran imaginaciones mías.

—¿Qué? —Parece horrorizado, sale al balcón, mira fuera, y luego vuelve a entrar en la habitación y echa el cerrojo de la puerta—. ¿Estás segura? ¿Quién era? —pregunta con voz de alarma.

—Una mujer, creo. Estaba oscuro. Me acababa de despertar.

—Vístete —me ordena—. ¡Ahora!

—Mi ropa está arriba —señalo quejumbrosa.

Abre uno de los cajones de la cómoda y saca un par de pantalones de deporte.

—Ponte esto.

Son enormes, pero no es momento de poner objeciones. Saca también una camiseta y se la pone rápidamente. Coge el teléfono que tiene al lado y aprieta dos botones.

—Sigue aquí, joder —masculla al auricular.

Unos tres segundos después, Taylor y otro guardaespaldas irrumpen en el dormitorio de Christian, quien les informa brevemente de lo ocurrido.

—¿Cuánto hace? —me pregunta Taylor en tono muy expeditivo. Todavía lleva puesta la americana. ¿Es que este hombre nunca duerme?

—Unos diez minutos —balbuceo, sintiéndome culpable por algún motivo.

—Ella conoce el apartamento como la palma de su mano —dice Christian—. Estará escondida en alguna parte. Encontradla. Me llevo a Anastasia de aquí. ¿Cuándo vuelve Gail?

—Mañana por la noche, señor.

—Que no vuelva hasta que el apartamento sea seguro. ¿Entendido? —ordena Christian.

—Sí, señor. ¿Irá usted a Bellevue?

—No pienso cargar a mis padres con este problema. Hazme una reserva en algún lado.

—Sí, señor. Le llamaré para decirle dónde.

—¿No estamos exagerando un poco? —pregunto.

Christian me fulmina con la mirada.

—Puede que vaya armada —replica.

—Christian, estaba ahí parada a los pies de la cama. Podría haberme disparado si hubiera querido.

Christian hace una breve pausa para refrenar su mal humor, o al menos eso parece.

—No estoy dispuesto a correr ese riesgo —dice en voz baja pero amenazadora—. Taylor, Anastasia necesita zapatos.

Christian se mete en el vestidor mientras el otro guardaespaldas me vigila. No recuerdo cómo se llama, Ryan quizá. No deja de mirar al pasillo y las ventanas del balcón, alternativamente. Pasados un par de minutos Christian vuelve a salir con tejanos y el bléiser de rayas y una bandolera de piel. Me pone una chaqueta tejana sobre los hombros.

—Vamos.

Me sujeta fuerte de la mano y casi tengo que correr para seguir su paso enérgico hasta el gran salón.

—No puedo creer que pudiera estar escondida aquí —musito, mirando a través de las puertas del balcón.

—Este sitio es muy grande. Todavía no lo has visto todo.

—¿Por qué no la llamas, simplemente, y le dices que quieres hablar con ella?

—Anastasia, está trastornada, y puede ir armada —dice irritado.

—¿De manera que nosotros huimos y ya está?

—De momento… sí.

—¿Y si intenta disparar a Taylor?

—Taylor sabe mucho del manejo de armas —replica de mala gana—, y será más rápido con la pistola que ella.

—Ray estuvo en el ejército. Me enseñó a disparar.

Christian levanta las cejas y, por un momento, parece totalmente perplejo.

—¿Tú con un arma? —dice incrédulo.

—Sí. —Me siento ofendida—. Yo sé disparar, señor Grey, de manera que más le vale andarse con cuidado. No solo debería preocuparse de ex sumisas trastornadas.

—Lo tendré en cuenta, señorita Steele —contesta secamente, aunque divertido, y me gusta saber que, incluso en esta situación absurdamente tensa, puedo hacerle sonreír.

Taylor nos espera en el vestíbulo y me entrega mi pequeña maleta y mis Converse negras. Me deja atónita que haya hecho mi equipaje con algo de ropa. Le sonrío con tímida gratitud, y él corresponde enseguida para tranquilizarme. E, incapaz de reprimirme, le doy un fuerte abrazo. Le he cogido por sorpresa y, cuando le suelto, tiene las mejillas sonrojadas.

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