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Authors: E. L. James

Tags: #Erótico, #Romántico

Cincuenta sombras más oscuras (27 page)

BOOK: Cincuenta sombras más oscuras
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Inmediatamente se le ilumina la cara.

—¿Te apetece salir a tomar un poco de aire fresco? Quiero enseñarte una cosa.

—Claro.

Me maravilla la rapidez con que cambia de humor… tan voluble como siempre. Me mira risueño, con esa sonrisa espontánea y juvenil de «Solo soy un chaval de veintisiete años», y mi corazón da un salto. Así que se trata de algo muy importante para él, lo noto. Me da un cachete en el trasero, juguetón.

—Vístete. Con unos vaqueros ya va bien. Espero que Taylor te haya metido algunos en la maleta.

Se levanta y se pone los calzoncillos. Oh… podría estar sentada aquí todo el día, viéndole moverse por la habitación.

—Arriba —ordena, tan autoritario como siempre.

Le miro, sonriente.

—Estoy admirando las vistas.

Y alza los ojos al cielo con aire resignado y divertido.

Mientras nos vestimos, me doy cuenta de que nos movemos con la sincronización de dos personas que se conocen bien, ambos muy atentos y pendientes del otro, intercambiando de vez en cuando una sonrisa tímida y una tierna caricia. Y caigo en la cuenta de que esto es tan nuevo para él como para mí.

—Sécate el pelo —ordena Christian cuando estamos vestidos.

—Dominante como siempre —le digo bromeando, y se inclina para besarme la cabeza.

—Eso no cambiará nunca, nena. No quiero que te pongas enferma.

Pongo los ojos en blanco, y él tuerce la boca, con expresión divertida.

—Sigo teniendo las manos muy largas, ¿sabe, señorita Steele?

—Me alegra oírlo, señor Grey. Empezaba a pensar que habías perdido nervio —replico.

—Puedo demostrarte que no es así en cuanto te apetezca.

Christian saca de su bolsa un jersey grande de punto trenzado color beis, y se lo echa con elegancia sobre los hombros. Con la camiseta blanca, los vaqueros, el pelo cuidadosamente despeinado y ahora esto, parece salido de las páginas de una lujosa revista de moda.

Debería estar prohibido ser tan extraordinariamente guapo. Y no sé si es la distracción momentánea, la mera perfección de su aspecto o ser consciente de que me quiere, pero su amenaza ya no me da miedo. Así es él, mi Cincuenta Sombras.

Mientras cojo el secador, vislumbro ante mí un rayo de esperanza tangible. Encontraremos la vía intermedia. Lo único que hemos de hacer es tener en cuenta las necesidades del otro y acoplarlas. De eso soy capaz, ¿verdad?

Me observo en el espejo del vestidor. Llevo la camisa azul claro que Taylor me compró y que ha metido en mi maleta. Tengo el pelo hecho un desastre, la cara enrojecida, los labios hinchados… Me los palpo, recordando los besos abrasadores de Christian, y no puedo evitar que se me escape una sonrisa. «Sí, te quiero», me dijo.

—¿Dónde vamos exactamente? —pregunto mientras esperamos en el vestíbulo al empleado del aparcamiento.

Christian se da golpecitos en un lado de la nariz y me guiña un ojo con aire conspiratorio, como si hiciera esfuerzos desesperados por contener su alegría. Francamente, esto es bastante impropio de mi Cincuenta.

Estaba así cuando fuimos a volar en planeador; quizá sea eso lo que vamos a hacer. Yo también le sonrío, radiante. Y me mira con ese aire de superioridad que le confiere esa sonrisa suya de medio lado. Se inclina y me besa tiernamente.

—¿Tienes idea de lo feliz que me haces? —pregunta en voz baja.

—Sí… lo sé perfectamente. Porque tú provocas el mismo efecto en mí.

El empleado del aparcamiento aparece a gran velocidad con el coche de Christian y una enorme sonrisa en la cara. Vaya, hoy todo el mundo parece muy feliz.

—Un coche magnífico, señor —comenta al entregarle las llaves a Christian.

Él le guiña un ojo y le da una propina escandalosamente generosa.

Yo le frunzo el ceño. Por Dios…

Mientras avanzamos entre el tráfico, Christian está sumido en sus pensamientos. Por los altavoces suena la voz de una mujer joven, con un timbre precioso, rico, melodioso, y me pierdo en esa voz triste y conmovedora.

—Tengo que desviarme un momento. No tardaremos —dice con aire ausente, y me distrae de la canción.

Oh, ¿por qué? Estoy intrigada por conocer cuál es la sorpresa. La diosa que llevo dentro está dando saltitos como una niña de cinco años.

—Claro —murmuro.

Aquí pasa algo. De pronto parece muy serio y decidido.

Entra en el aparcamiento de un enorme concesionario, para el coche y se gira hacia mí con expresión cauta.

—Hay que comprarte un coche —dice.

Le miro con la boca abierta. ¿Ahora? ¿En domingo? ¿Qué demonios…? Y esto es un concesionario de Saab.

—¿Un Audi no? —es la única tontería que se me ocurre decir, y el pobre, bendito sea, se ruboriza.

Christian, avergonzado… ¡Esto es algo insólito!

—Pensé que te apetecería variar —musita incómodo, como si no supiera dónde meterse.

Oh, por favor… No hay que dejar pasar esta oportunidad única de burlarse de él.

—¿Un Saab? —pregunto.

—Sí. Un 9-3. Vamos.

—¿A ti qué te pasa con los coches extranjeros?

—Los alemanes y los suecos fabrican los coches más seguros del mundo, Anastasia.

¿Ah, sí?

—Creí que ya habías encargado otro Audi A3 para mí.

Me mira con aire enigmático y divertido.

—Eso puede anularse. Vamos.

Baja tranquilamente del coche, se acerca a mi lado y me abre la puerta.

—Te debo un regalo de graduación —dice en voz baja, y me tiende la mano.

—Christian, de verdad, no tienes por qué hacer esto.

—Sí, quiero hacerlo. Por favor. Vamos.

Su tono no admite réplica.

Yo me resigno a mi destino. ¿Un Saab? ¿Quiero yo un Saab? Me gustaba bastante el Audi Especial para Sumisas. Era muy práctico.

Claro que ahora está cubierto por una tonelada de pintura blanca… Me estremezco. Y ella aún anda suelta por ahí.

Acepto la mano de Christian, y nos dirigimos a la sala de exposición.

Troy Turniansky, el encargado de las ventas, se pega como una lapa a Cincuenta. Huele la venta. Tiene un peculiar acento que parece del otro lado del Atlántico… ¿inglés, quizá? Es difícil saberlo.

—¿Un Saab, señor? ¿De segunda mano?

Se frota las manos con fruición.

—Nuevo.

Christian se pone muy serio.

¡Nuevo!

—¿Ha pensado en algún modelo, señor?

Y encima es un pelota suavón.

—Un sedán deportivo 9-3 2.0T.

—Excelente elección, señor.

—¿De qué color, Anastasia? —me pregunta Christian, ladeando la cabeza.

—Eh… ¿negro? —Me encojo de hombros—. De verdad, no hace falta que hagas esto.

Tuerce el gesto.

—El negro no se ve bien de noche.

Oh, por Dios. Resisto la tentación de poner los ojos en blanco.

—Tú tienes un coche negro.

Me mira con expresión ceñuda.

—Pues amarillo canario —digo, encogiéndome de hombros.

Christian hace una mueca de desagrado: está claro que el amarillo canario no es su estilo.

—¿De qué color quieres tú que sea el coche? —le pregunto como si fuera un niño pequeño, lo cual es cierto en muchos aspectos.

Y ese inoportuno pensamiento me pone triste y me da que pensar.

—Plateado o blanco.

—Plateado, pues. Sabes que me quedaría con el Audi —añado, escarmentada por mis pensamientos.

Troy palidece al percatarse de que puede perder la venta.

—¿Quizá preferiría el descapotable, señora? —pregunta, dando nerviosas y entusiastas palmaditas.

Mi subconsciente está avergonzada y disgustada, mortificada por todo este asunto de la compra del coche, pero la diosa que llevo dentro le hace un placaje y la tira al suelo. ¿Un descapotable? ¡Para morirse…!

Christian frunce el ceño y me echa un vistazo.

—¿El descapotable? —pregunta, arqueando una ceja.

Me ruborizo. Es como si tuviera una línea erótica directa con la diosa que llevo dentro, algo que sin duda es muy cierto. A veces resulta muy incómodo. Me miro las manos.

Christian se vuelve hacia Troy.

—¿Qué dicen las estadísticas de seguridad del descapotable?

Troy capta la vulnerabilidad de Christian y, lanzándose a muerte, le recita todo tipo de cifras y estadísticas.

A Christian le preocupa mi seguridad, está claro. Para él eso es como una religión y, como el fanático que es, escucha atentamente la consabida perorata de Troy. No cabe duda de que a Cincuenta le importa.

«Sí, te quiero.» Recuerdo las palabras entrecortadas que susurró esta mañana y una emoción resplandeciente se expande por mis venas como miel derretida. Este hombre, este regalo de Dios a las mujeres, me quiere.

Me doy cuenta de que estoy mirándole sonriendo embobada, y cuando se percata de ello se queda desconcertado, aunque también divertido por mi expresión. Yo solo tengo ganas de abrazarme a mí misma, de lo feliz que soy.

—Yo también quiero un poco de eso que se ha tomado, señorita Steele, sea lo que sea —cuchichea mientras Troy va hacia su ordenador.

—Lo que me he tomado eres tú, señor Grey.

—¿En serio? Pues la verdad es que pareces que estés embriagada. —Me da un beso fugaz—. Y gracias por aceptar el coche. Esta vez ha sido más fácil que la anterior.

—Bueno, este no es un Audi A3.

Sonríe satisfecho.

—Ese no es un coche para ti.

—A mí me gustaba.

—Señor, ¿el 9-3? He localizado uno en nuestro concesionario de Beverly Hills. En un par de días podemos tenerlo aquí.

Troy está radiante por el éxito.

—¿De gama alta?

—Sí, señor.

—Excelente.

Christian saca la tarjeta de crédito, ¿o es la de Taylor? Pensar en eso me pone nerviosa. Me pregunto cómo estará Taylor, y si habrá encontrado a Leila en el apartamento. Me masajeo la frente. Sí, está también todo el bagaje que lleva consigo Christian.

—Si quiere acompañarme, señor… —Troy echa un vistazo al nombre de la tarjeta—… Grey.

* * *

Christian me abre la puerta, y yo ocupo el asiento del pasajero.

—Gracias —le digo en cuanto se sienta a mi lado.

Él sonríe.

—Lo hago con mucho gusto, Anastasia.

Christian enciende el motor y vuelve a sonar la música.

—¿Quién es? —pregunto.

—Eva Cassidy.

—Tiene una voz preciosa.

—Sí, la tenía.

—Oh.

—Murió joven.

—Oh.

—¿Tienes hambre? No te terminaste el desayuno.

Me mira de reojo con expresión reprobatoria.

Oh, oh…

—Sí.

—Entonces comamos primero.

Christian conduce hacia los muelles y después hacia el norte, por el viaducto Alaskan Way. Es otro día precioso en Seattle. Llevamos varias semanas con buen tiempo, y eso no es habitual.

Christian parece feliz y relajado mientras circulamos por la autovía escuchando la voz dulce y melancólica de Eva Cassidy. ¿Me había sentido así de cómoda con él antes? No lo sé.

Ahora sé que no me castigará y sus cambios de humor me preocupan menos, y también él parece más tranquilo conmigo. Gira a la izquierda, por la carretera de la costa, y finalmente deja el coche en un aparcamiento frente a un puerto deportivo enorme.

—Comeremos aquí. Espera, te abriré la puerta —dice de un modo que me indica que no es aconsejable moverse, y le veo rodear el coche.

¿Es que nunca se cansará de esto?

Caminamos de la mano hacia la zona del muelle, donde el puerto se extiende frente a nosotros.

—Cuántos barcos —comento, admirada.

Hay centenares, de todas las formas y tamaños, meciéndose sobre las tranquilas aguas del puerto deportivo. Fuera, en el estrecho de Puget, hay docenas de veleros oscilando al viento, gozando del buen tiempo. Es la viva imagen del disfrute al aire libre. Se ha levantado un poco de viento, así que me pongo la chaqueta sobre los hombros.

—¿Tienes frío? —me pregunta, y me atrae hacia sí.

—No, simplemente disfrutaba de la vista.

—Yo me pasaría el día contemplándola. Ven por aquí.

Christian me lleva a un bar inmenso situado frente al mar y se dirige hacia la barra. La decoración es más del estilo de Nueva Inglaterra que de la costa Oeste: paredes blancas encaladas, mobiliario azul claro y parafernalia marina colgada por todas partes. Es un local luminoso y alegre.

—¡Señor Grey! —El barman saluda afectuosamente a Christian—. ¿Qué puedo ofrecerle hoy?

—Dante, buenos días. —Christian asiente y los dos nos encaramamos a los taburetes de la barra—. La encantadora dama es Anastasia Steele.

—Bienvenida al local de SP —me dice Dante con una cálida sonrisa.

Es negro y guapísimo, y me examina con sus ojos oscuros y, por lo que parece, da su visto bueno. Lleva un gran diamante en la oreja que centellea cuando me mira. Me cae bien al instante.

—¿Qué les apetece beber?

Miro a Christian, que me observa expectante. Oh, va a dejarme escoger.

—Por favor, llámame Ana, y tomaré lo mismo que Christian.

Sonrío con timidez a Dante. Cincuenta sabe mucho más de vinos que yo.

—Yo tomaré una cerveza. Este es el único bar de Seattle donde puedes encontrar Adnam Explorer.

—¿Una cerveza?

—Sí —me dice risueño—. Dos Explorer, por favor, Dante.

Dante asiente y coloca las cervezas en la barra.

—Aquí también sirven una sopa de marisco deliciosa —comenta Christian.

Me lo está preguntando.

—Sopa de marisco y cerveza suena estupendo —le digo sonriente.

—¿Dos sopas de marisco? —pregunta Dante.

—Por favor —le pide Christian con amabilidad.

Nos pasamos la comida charlando, como no habíamos hecho nunca. Christian está a gusto y tranquilo; tiene un aspecto juvenil, feliz y animado, pese a todo lo que pasó ayer. Me cuenta la historia de Grey Enterprises Holdings, Inc., y, cuanto más habla, más noto su pasión por reflotar empresas con problemas, su confianza en la tecnología que está desarrollando y sus sueños de convertir en productivos extensos territorios del tercer mundo. Le escucho embelesada. Es divertido, inteligente, filantrópico y hermoso, y me quiere.

Llegado el momento, me acribilla a preguntas sobre Ray y mi madre, sobre el hecho de crecer en los frondosos bosques de Montesano, y sobre mis breves estancias en Texas y Las Vegas. Se interesa por saber mis películas y mis libros preferidos, y me sorprende comprobar cuánto tenemos en común.

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