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Authors: E. L. James

Tags: #Erótico, #Romántico

Cincuenta sombras más oscuras (22 page)

BOOK: Cincuenta sombras más oscuras
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—Inmensamente. Es un joven muy decidido, muy capaz, muy brillante. Pero, entre tú y yo, Anastasia, verlo cómo está esta noche… relajado, comportándose como alguien de su edad… eso es lo que realmente nos emociona a su madre y a mí. Eso es lo que estábamos comentando hoy mismo. Y creo que debemos darte las gracias por ello.

Una sensación de rubor me invade de la cabeza a los pies. ¿Qué debo decir ahora?

—Siempre ha sido un chico muy solitario. Nunca creímos que le veríamos con alguien. Sea lo que sea lo que estás haciendo con él, por favor, sigue haciéndolo. Nos gusta verle feliz. —De pronto se calla, como si fuera él quien hubiera ido demasiado lejos—. Lo siento, no pretendía incomodarte.

Niego con la cabeza.

—A mí también me gusta verle feliz —musito, sin saber qué más decir.

—Bien, estoy encantado de que hayas venido esta noche. Ha sido un auténtico placer veros a los dos juntos.

Mientras los últimos acordes de «Come Fly with Me» se apagan, Carrick me suelta y se inclina educadamente, y yo hago una reverencia, imitando su cortesía.

—Ya está bien de bailar con ancianos.

Christian ha vuelto a aparecer. Carrick se echa a reír.

—No tan «anciano», hijo. Todo el mundo sabe que he tenido mis momentos.

Carrick me guiña un ojo con aire pícaro, y se aleja con paso tranquilo y elegante.

—Me parece que le gustas a mi padre —susurra Christian mientras observa a Carrick mezclándose entre el gentío.

—¿Cómo no voy a gustarle? —comento, coqueta, aleteando las pestañas.

—Bien dicho, señorita Steele. —Y me arrastra a sus brazos en cuanto la banda empieza a tocar «It Had to Be You»—. Baila conmigo —susurra, seductor.

—Con mucho gusto, señor Grey —le respondo sonriendo, y él me lleva de nuevo en volandas a través de la pista.

* * *

A medianoche bajamos paseando hasta la orilla, entre la carpa y el embarcadero, donde los demás asistentes a la fiesta se han reunido para contemplar los fuegos artificiales. El maestro de ceremonias, de nuevo al mando, ha permitido que nos quitáramos las máscaras para poder ver mejor el espectáculo. Christian me rodea con el brazo, pero soy muy consciente de que Taylor y Sawyer están cerca, probablemente porque ahora estamos en medio de una multitud. Miran hacia todas partes excepto al embarcadero, donde dos pirotécnicos vestidos de negro están haciendo los últimos preparativos. Al ver a Taylor, pienso en Leila. Quizá esté aquí. Oh, Dios… La idea me provoca escalofríos, y me acurruco junto a Christian. Él baja la mirada y me abraza más fuerte.

—¿Estás bien, nena? ¿Tienes frío?

—Estoy bien.

Echo un vistazo hacia atrás y veo, cerca de nosotros, a los otros dos guardaespaldas, cuyos nombres he olvidado. Christian me coloca delante de él y me rodea los hombros con los brazos.

De repente, los compases de una pieza clásica retumban en el embarcadero y dos cohetes se elevan en el aire, estallando con una detonación ensordecedora sobre la bahía e iluminándola por entero con una deslumbrante panoplia de chispas naranjas y blancas, que se reflejan como una fastuosa lluvia luminosa sobre las tranquilas aguas de la bahía. Contemplo con la boca abierta cómo se elevan varios cohetes más, que estallan en el aire en un caleidoscopio de colores.

No recuerdo haber visto nunca una exhibición pirotécnica tan impresionante, excepto quizá en televisión, y allí nunca se ven tan bien. Está todo perfectamente acompasado con la música. Una salva tras otra, una explosión tras otra, y luces incesantes que despiertan las exclamaciones admiradas de la multitud. Es algo realmente sobrecogedor.

Sobre el puente de la bahía, varias fuentes de luz plateada se alzan unos seis metros en el aire, cambiando de color: del azul al rojo, luego al naranja y de nuevo al gris plata… y cuando la música alcanza el
crescendo
, estallan aún más cohetes.

Empieza a dolerme la mandíbula por culpa de la bobalicona sonrisa de asombro que tengo grabada en la cara. Miro de reojo a Cincuenta, y él está igual, maravillado como un niño ante el sensacional espectáculo. Para acabar, una andanada de seis cohetes surca el aire y explotan simultáneamente bañándonos en una espléndida luz dorada, mientras la multitud irrumpe en un aplauso frenético y entusiasta.

—Damas y caballeros —proclama el maestro de ceremonias cuando los vítores decrecen—. Solo un apunte más que añadir a esta extraordinaria velada: su generosidad ha alcanzado la cifra total de ¡un millón ochocientos cincuenta y tres mil dólares!

Un aplauso espontáneo brota de nuevo, y sobre el puente aparece un mensaje con las palabras «Gracias de parte de Afrontarlo Juntos», formadas por líneas centelleantes de luz plateada que brillan y refulgen sobre el agua.

—Oh, Christian… esto es maravilloso.

Levanto la vista, fascinada, y él se inclina para besarme.

—Es hora de irse —murmura, y una enorme sonrisa se dibuja en su hermoso rostro al pronunciar esas palabras tan prometedoras.

De repente, me siento muy cansada.

Alza de nuevo la vista, buscando entre la multitud que empieza a dispersarse, y ahí está Taylor. Se dicen algo sin pronunciar palabra.

—Quedémonos por aquí un momento. Taylor quiere que esperemos hasta que la gente se vaya.

Ah.

—Creo que ha envejecido cien años por culpa de los fuegos artificiales —añade.

—¿No le gustan los fuegos artificiales?

Christian me mira con cariño y niega con la cabeza, pero no aclara nada.

—Así que Aspen, ¿eh? —dice, y sé que intenta distraerme de algo.

Funciona.

—Oh… no he pagado la puja —digo apurada.

—Puedes mandar el talón. Tengo la dirección.

—Estabas realmente enfadado.

—Sí, lo estaba.

Sonrío.

—La culpa es tuya y de tus juguetitos.

—Te sentías bastante abrumada por toda la situación, señorita Steele. Y el resultado ha sido de lo más satisfactorio, si no recuerdo mal. —Sonríe lascivo—. Por cierto, ¿dónde están?

—¿Las bolas de plata? En mi bolso.

—Me gustaría recuperarlas. —Me mira risueño—. Son un artilugio demasiado potente para dejarlo en tus inocentes manos.

—¿Tienes miedo de que vuelva a sentirme abrumada, con otra persona quizá?

Sus ojos brillan peligrosamente.

—Espero que eso no pase —dice con un deje de frialdad en la voz—. Pero no, Ana. Solo deseo tu placer.

Uau.

—¿No te fías de mí?

—Se sobreentiende. Y bien, ¿vas a devolvérmelas?

—Me lo pensaré.

Me mira con los ojos entornados.

Vuelve a sonar música en la pista de baile, pero ahora es un disc-jockey el que ha puesto un tema disco, con un bajo que marca un ritmo implacable.

—¿Quieres bailar?

—Estoy muy cansada, Christian. Me gustaría irme, si no te importa.

Christian mira a Taylor, este asiente, y nos encaminamos hacia la casa siguiendo a un grupo de invitados bastante ebrios. Agradezco que Christian me dé la mano; me duelen los pies por culpa de estos zapatos tan prietos y con unos tacones tan altos.

Mia se acerca dando saltitos.

—No os iréis ya, ¿verdad? Ahora empieza la música auténtica. Vamos, Ana —me dice, cogiéndome de la mano.

—Mia —la reprende Christian—, Anastasia está muy cansada. Nos vamos a casa. Además, mañana tenemos un día importante.

¿Ah, sí?

Mia hace un mohín, pero sorprendentemente no presiona a Christian.

—Tenéis que venir algún día de la próxima semana. Ana, tal vez podríamos ir juntas de compras.

—Claro, Mia.

Sonrío, aunque en el fondo de mi mente me pregunto cómo, porque yo tengo que trabajar para vivir.

Me da un beso fugaz y luego abraza fuerte a Christian, para sorpresa de ambos. Y algo todavía más extraordinario: apoya las manos en las solapas de su chaqueta y él, indulgente, se limita a bajar la vista hacia ella.

—Me gusta verte tan feliz —le dice Mia con dulzura y le besa en la mejilla—. Adiós, que os divirtáis.

Y corre a reunirse con sus amigos que la esperan, entre ellos Lily, quien, despojada de la máscara, tiene una expresión aún más amarga si cabe.

Me pregunto vagamente dónde estará Sean.

—Les diremos buenas noches a mis padres antes de irnos. Ven.

Christian me lleva a través de un grupo de invitados hasta donde están Grace y Carrick, que se despiden de nosotros con simpatía y cariño.

—Por favor, vuelve cuando quieras, Anastasia, ha sido un placer tenerte aquí —dice Grace afectuosamente.

Me siento un poco superada tanto por su reacción como por la de Carrick. Por suerte, los padres de Grace ya se han ido, así que al menos me he ahorrado su efusividad.

Christian y yo vamos tranquilamente de la mano hasta la entrada de la mansión, donde una fila interminable de coches espera para recoger a los invitados. Miro a Cincuenta. Parece feliz y relajado. Es un auténtico placer verle así, aunque sospecho que no tiene nada de extraño después de un día tan extraordinario.

—¿Vas bien abrigada? —me pregunta.

—Sí, gracias —respondo, envolviéndome en mi chal de satén.

—He disfrutado mucho de la velada, Anastasia. Gracias.

—Yo también. De unas partes más que de otras —digo sonriendo.

Él también sonríe y asiente, y luego arquea una ceja.

—No te muerdas el labio —me advierte de un modo que me altera la sangre.

—¿Qué querías decir con que mañana es un día importante? —pregunto, para distraer mi mente.

—La doctora Greene vendrá para solucionar lo tuyo. Además, tengo una sorpresa para ti.

—¡La doctora Greene!

Me paro en seco.

—Sí.

—¿Por qué?

—Porque odio los preservativos —dice tranquilamente.

Sus ojos, que brillan bajo la suave luz de los farolillos de papel, escrutan mi reacción.

—Es mi cuerpo —murmuro, molesta porque no me lo haya consultado.

—También es mío —susurra.

Le miro fijamente mientras varios invitados pasan por nuestro lado sin hacernos caso. Su expresión es muy seria. Sí, mi cuerpo es suyo… él lo sabe mejor que yo.

Alargo la mano y él parpadea levemente, pero se queda quieto. Cojo una punta de la pajarita, tiro de ella y la desato, dejando a la vista el botón superior de su camisa. Lo desabrocho con cuidado.

—Así estás muy sensual —susurro.

De hecho, siempre está sensual, pero así aún más.

Sonríe.

—Tengo que llevarte a casa. Ven.

Cuando llegamos al coche, Sawyer le entrega un sobre a Christian. Frunce el ceño y me mira cuando Taylor me abre la puerta para que suba. Por alguna razón, Taylor parece aliviado. Christian entra en el coche y me da el sobre, sin abrir, mientras Taylor y Sawyer ocupan sus asientos delante.

—Va dirigido a ti. Alguien del servicio se lo dio a Sawyer. Sin duda, de parte de otro corazón cautivo.

Christian hace una mueca. Es obvio que la idea le desagrada.

Miro la nota. ¿De quién será? La abro y me apresuro a leerla bajo la escasa luz. Oh, no… ¡es de ella! ¿Por qué no me deja en paz?

Puede que te haya juzgado mal. Y está claro que tú me has juzgado mal a mí. Llámame si necesitas llenar alguno de los espacios en blanco; podríamos quedar para comer. Christian no quiere que hable contigo, pero estaría encantada de poder ayudar. No me malinterpretes, apruebo lo vuestro, créeme… pero si le haces daño, no sé lo que haría… Ya le han hecho bastante daño.

Llámame: (206) 279-6261.

Sra. Robinson

¡Maldita sea, ha firmado como «Sra. Robinson»! Él se lo contó. Cabrón…

—¿Se lo dijiste?

—¿Decirle qué?

—Que yo la llamo señora Robinson —replico.

—¿Es de Elena? —Christian se queda estupefacto—. Esto es ridículo —exclama. Se pasa una mano por el cabello y le noto indignado—. Mañana hablaré con ella. O el lunes —masculla malhumorado.

Y aunque me avergüenza admitirlo, una parte muy pequeña de mí se alegra. Mi subconsciente asiente sagazmente. Elena le está irritando, y eso solo puede ser bueno… seguro. Decido no decir nada más de momento, pero me guardo la nota en el bolso y, para asegurarme de que recupere el buen humor, le devuelvo las bolas.

—Hasta la próxima —murmuro.

Él me mira; es difícil ver su cara en la oscuridad, pero creo que está complacido. Me coge la mano y la aprieta.

Contemplo la noche a través de la ventanilla, pensando en este día tan largo. He aprendido mucho sobre él, he recopilado muchos detalles que faltaban —los salones, el mapa corporal, su infancia—, pero todavía queda mucho por descubrir. ¿Y qué hay de la señora R.? Sí, se preocupa por él, y además mucho, se diría. Eso lo veo claro, y también que él se preocupa por ella… pero no del mismo modo. Ya no sé qué pensar. Tanta información me empieza a dar dolor de cabeza.

* * *

Christian me despierta justo cuando paramos frente al Escala.

—¿Tengo que llevarte en brazos? —pregunta, cariñoso.

Yo meneo la cabeza medio dormida. Ni hablar.

Al entrar en el ascensor, me apoyo en él y recuesto la cabeza en su hombro. Sawyer está delante de nosotros y no deja de removerse, incómodo.

—Ha sido un día largo, ¿eh, Anastasia?

Asiento.

—¿Cansada?

Asiento.

—No estás muy habladora.

Asiento y sonríe.

—Ven. Te llevaré a la cama.

Me da la mano y salimos del ascensor, pero cuando Sawyer levanta la mano nos paramos en el vestíbulo. Y basta esa fracción de segundo para despertarme totalmente. Sawyer le habla a la manga de su chaqueta. No tenía ni idea de que llevara una radio.

—Entendido, T. —dice, y se vuelve hacia nosotros—. Señor Grey, han rajado los neumáticos y han embadurnado de pintura el Audi de la señorita Steele.

Qué horror… ¡Mi coche! ¿Quién habrá sido? Y en cuanto me formulo la pregunta mentalmente, sé la respuesta: Leila. Levanto la vista hacia Christian, que está pálido.

—A Taylor le preocupa que quien lo haya hecho pueda haber entrado en el apartamento y que aún siga ahí. Quiere asegurarse.

—Entiendo. —Christian suspira—. ¿Y qué piensa hacer?

—Está subiendo en el ascensor de servicio con Ryan y Reynolds. Lo registrarán todo y luego nos darán luz verde. Yo esperaré con ustedes, señor.

—Gracias, Sawyer. —Christian tensa el brazo que me rodea el hombro—. El día de hoy no para de mejorar. —Suspira amargamente, con la boca pegada a mi cabello—. Escuchad, yo no soporto quedarme aquí esperando. Sawyer, ocúpate de la señorita Steele. No dejes que entre hasta que esté todo controlado. Estoy seguro de que Taylor exagera. Ella no puede haber entrado en el apartamento.

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