Cincuenta sombras más oscuras (21 page)

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Authors: E. L. James

Tags: #Erótico, #Romántico

BOOK: Cincuenta sombras más oscuras
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Me obsequia con una sonrisa breve y afectuosa que hace que me sienta algo más a gusto.

—Usted es el psiquiatra, doctor Flynn. Dígamelo usted.

Sonríe.

—Ese es el problema, ¿verdad? ¿Que soy psiquiatra?

Se me escapa una risita.

—Me siento un poco intimidada y avergonzada, porque me preocupa lo que pueda revelarme. Y la verdad es que lo único que quiero hacer es preguntarle acerca de Christian.

Sonríe.

—En primer lugar, estamos en una fiesta, de manera que no estoy de servicio —musita con aire cómplice—. Y, en segundo, lo cierto es que no puedo hablar contigo sobre Christian. Además —bromea—, le necesitamos al menos hasta Navidad.

Doy un respingo, atónita.

—Es una broma de médicos, Anastasia.

Me ruborizo, incómoda, y me siento un poco ofendida. Está bromeando a costa de Christian.

—Acaba de confirmar lo que he estado diciéndole a Christian… que no es usted más que un charlatán carísimo —le reprocho.

El doctor Flynn reprime una carcajada.

—Puede que tengas parte de razón.

—¿Es usted inglés?

—Sí. Nacido en Londres.

—¿Y cómo acabó usted aquí?

—Por una feliz circunstancia.

—No es muy extrovertido, ¿verdad?

—No tengo mucho que contar. La verdad es que soy una persona muy aburrida.

—Eso es ser muy autocrítico.

—Típico de los británicos. Forma parte de nuestro carácter nacional.

—Ah.

—Y podría acusarte a ti de lo mismo, Anastasia.

—¿De ser también una persona aburrida, doctor Flynn?

Suelta un bufido.

—No, Anastasia, de no ser extrovertida.

—No tengo mucho que contar —replico sonriendo.

—Lo dudo, sinceramente.

Y, de forma inesperada, frunce el ceño.

Me ruborizo, pero entonces la música cesa y Christian vuelve a aparecer a mi lado. El doctor Flynn me suelta.

—Ha sido un placer conocerte, Anastasia.

Vuelve a sonreírme afectuosamente, y tengo la sensación de haber pasado una especie de prueba encubierta.

—John —le saluda Christian con un gesto de la cabeza.

—Christian —le devuelve el saludo el doctor Flynn, luego gira sobre sus talones y desaparece entre la multitud.

Christian me coge entre sus brazos para el siguiente baile.

—Es mucho más joven de lo que esperaba —le digo en un murmullo—. Y tremendamente indiscreto.

—¿Indiscreto? —pregunta Christian, ladeando la cabeza.

—Ah, sí, me lo ha contado todo.

Christian se pone rígido.

—Bien, en ese caso iré a buscar tu bolso. Estoy seguro de que ya no querrás tener nada que ver conmigo —añade en voz baja.

Me paro en seco.

—¡No me ha contado nada!

Mi voz rezuma pánico.

Christian parpadea y el alivio inunda su cara. Me acoge de nuevo en sus brazos.

—Entonces disfrutemos del baile.

Me dedica una sonrisa radiante, me hace girar al compás de la música, y yo me tranquilizo.

¿Por qué ha pensado que querría dejarle? No tiene sentido.

Bailamos dos temas más, y me doy cuenta de que tengo que ir al baño.

—No tardaré.

Al dirigirme hacia el tocador, recuerdo que me he dejado el bolso sobre la mesa de la cena, así que vuelvo a la carpa. Al entrar veo que sigue iluminada pero prácticamente desierta, salvo por una pareja al fondo… ¡que debería buscarse una habitación! Recojo mi bolso.

—¿Anastasia?

Una voz suave me sobresalta, me doy la vuelta y veo a una mujer con un vestido de terciopelo negro, largo y ceñido. Lleva una máscara singular. Le cubre la cara hasta la nariz, pero también el cabello. Está hecha de elaboradas filigranas de oro, algo realmente extraordinario.

—Me alegro mucho de encontrarte a solas —dice en voz baja—. Me he pasado toda la velada queriendo hablar contigo.

—Perdone, pero no sé quién es.

Se aparta la máscara de la cara y se suelta el pelo.

¡Oh, no! Es la señora Robinson.

—Lamento haberte sobresaltado.

La miro boquiabierta. Madre mía… ¿qué diablos querrá esta mujer de mí?

No sé qué dicta el protocolo acerca de relacionarse socialmente con pederastas. Ella me sonríe con dulzura y me indica con un gesto que me siente a su mesa. Y, dado que carezco de todo punto de referencia y estoy anonadada, hago lo que me pide por educación, agradeciendo no haberme quitado la máscara.

—Seré breve, Anastasia. Sé lo que piensas de mí… Christian me lo contó.

La observo impasible, sin expresar nada, pero me alegro de que lo sepa. Así me ahorro tener que decírselo y ella puede ir al grano. Hay una parte de mí que se muere por saber qué tendrá que decirme.

Hace una pequeña pausa y echa un vistazo por encima de mi hombro.

—Taylor nos está vigilando.

Echo un vistazo de reojo y le veo examinando la carpa desde el umbral. Sawyer le acompaña. Miran a todas partes salvo a nosotras.

—No tenemos mucho tiempo —dice apresuradamente—. Ya debes tener claro que Christian está enamorado de ti. Nunca le había visto así, nunca —añade, enfatizando la última palabra.

¿Qué? ¿Que me quiere? No. ¿Por qué me dice ella esto? ¿Para tranquilizarme? No entiendo nada.

—Él no te lo dirá porque probablemente ni siquiera sea consciente de ello, a pesar de que se lo he dicho, pero Christian es así. No acepta con facilidad ningún tipo de emoción o sentimiento positivo que pueda experimentar. Se maneja mucho mejor con lo negativo. Aunque seguramente eso ya lo has comprobado por ti misma. No se valora en absoluto.

Todo me da vueltas. ¿Christian me quiere? ¿Él no me lo ha dicho, y esta mujer tiene que explicarle qué es lo que siente? Todo esto me supera.

Un aluvión de imágenes acude a mi mente: el iPad, el planeador, coger un avión privado para ir a verme, todos sus actos, su posesividad, cien mil dólares por un baile… ¿Es eso amor?

Y oírlo de boca de esta mujer, que ella tenga que confirmármelo, es, francamente, desagradable. Preferiría oírselo a él.

Se me encoge el corazón. Christian cree que no vale nada. ¿Por qué?

—Yo nunca le he visto tan feliz, y es evidente que tú también sientes algo por él. —Una sonrisa fugaz brota en sus labios—. Eso es estupendo, y os deseo lo mejor a los dos. Pero lo que quería decir es que, si vuelves a hacerle daño, iré a por ti, señorita, y eso no te gustará nada.

Me mira fijamente, perforándome el cerebro con sus gélidos ojos azules que intentan llegar más allá de la máscara. Su amenaza es tan sorprendente, tan descabellada, que se me escapa sin querer una risita incrédula. De todas las cosas que podía decirme, esta era la que menos esperaba de ella.

—¿Te parece gracioso, Anastasia? —masculla consternada—. Tú no le viste el sábado pasado.

Palidezco y me pongo seria. No es agradable imaginar a Christian infeliz, y el sábado pasado le abandoné. Tuvo que recurrir a ella. Esa idea me descompone. ¿Por qué estoy aquí sentada escuchando toda esta basura, y de ella, nada menos? Me levanto despacio, sin dejar de mirarla.

—Me sorprende su desfachatez, señora Lincoln. Christian y yo no tenemos nada que ver con usted. Y si le abandono y usted viene a por mí, la estaré esperando, no tenga ninguna duda de ello. Y quizá le pague con su misma moneda, para resarcir al pobre chico de quince años del que usted abusó y al que probablemente destrozó aún más de lo que ya estaba.

Se queda estupefacta.

—Y ahora, si me perdona, tengo mejores cosas que hacer en vez de perder el tiempo con usted.

Me doy la vuelta, sintiendo una descarga de rabia y adrenalina por todo el cuerpo, y me dirijo hacia la entrada de la carpa, donde están Taylor y Christian, que acaba de llegar, con aspecto nervioso y preocupado.

—Estás aquí —musita, y frunce el ceño al ver a Elena.

Yo paso por su lado sin detenerme, sin decir nada, dándole la oportunidad de escoger entre ella y yo. Elige bien.

—Ana —me llama. Me paro y le miro mientras él acude a mi lado—. ¿Qué ha pasado?

Y baja los ojos para observarme, con la inquietud grabada en la cara.

—¿Por qué no se lo preguntas a tu ex? —replico con acidez.

Él tuerce la boca y su mirada se torna gélida.

—Te lo estoy preguntando a ti.

No levanta la voz, pero el tono resulta mucho más amenazador.

Nos fulminamos mutuamente con la mirada.

Muy bien, ya veo que esto acabará en una pelea si no se lo digo.

—Me ha amenazado con ir a por mí si vuelvo a hacerte daño… armada con un látigo, seguramente —le suelto.

El alivio se refleja en su cara y dulcifica el gesto con expresión divertida.

—Seguro que no se te ha pasado por alto la ironía de la situación —dice, y noto que hace esfuerzos para que no se le escape la risa.

—¡Esto no tiene gracia, Christian!

—No, tienes razón. Hablaré con ella —dice, adoptando un semblante serio, pero sonriendo aún para sí.

—Eso ni pensarlo —replico cruzando los brazos, nuevamente indignada.

Parpadea, sorprendido ante mi arrebato.

—Mira, ya sé que estás atado a ella financieramente, si me permites el juego de palabras, pero…

Me callo. ¿Qué le estoy pidiendo que haga? ¿Abandonarla? ¿Dejar de verla? ¿Puedo hacer eso?

—Tengo que ir al baño —digo al fin con gesto adusto.

Él suspira e inclina la cabeza a un lado. ¿Se puede ser más sensual? ¿Es la máscara, o simplemente él?

—Por favor, no te enfades. Yo no sabía que ella estaría aquí. Dijo que no vendría. —Emplea un tono apaciguador, como si hablara con una niña. Alarga la mano y resigue con el pulgar el mohín que dibuja mi labio inferior—. No dejes que Elena nos estropee la noche, por favor, Anastasia. Solo es una vieja amiga.

«Vieja», esa es la palabra clave, pienso con crueldad mientras él me levanta la barbilla y sus labios rozan mi boca con dulzura. Yo suspiro y pestañeo, rendida. Él se yergue y me sujeta del codo.

—Te acompañaré al tocador y así no volverán a interrumpirte.

Me conduce a través del jardín hasta los lujosos baños portátiles. Mia me dijo que los habían instalado para la gala, pero no sabía que hubiera modelos de lujo.

—Te espero aquí, nena —murmura.

Cuando salgo, estoy de mejor humor. He decidido no dejar que la señora Robinson me arruine la noche, porque seguramente eso es lo que ella quiere. Christian se ha alejado un poco y habla por teléfono, apartado de un reducido grupo que está charlando y riendo. A medida que me acerco, oigo lo que dice.

—¿Por qué cambiaste de opinión? Creía que estábamos de acuerdo. Bien, pues déjala en paz —dice muy seco—. Esta es la primera relación que he tenido en mi vida, y no quiero que la pongas en peligro basándote en una preocupación por mí totalmente infundada. Déjala… en… paz. Lo digo en serio, Elena. —Se calla y escucha—. No, claro que no. —Y frunce ostensiblemente el ceño al decirlo. Levanta la vista y me ve mirándole—. Tengo que dejarte. Buenas noches.

Aprieta el botón y cuelga.

Yo inclino la cabeza a un lado y arqueo una ceja. ¿Por qué la ha telefoneado?

—¿Cómo está la vieja amiga?

—De mal humor —responde mordaz—. ¿Te apetece volver a bailar? ¿O quieres irte? —Consulta su reloj—. Los fuegos artificiales empiezan dentro de cinco minutos.

—Me encantan los fuegos artificiales.

—Pues nos quedaremos a verlos. —Me pasa un brazo alrededor del hombro y me atrae hacia él—. No dejes que ella se interponga entre nosotros, por favor.

—Se preocupa por ti —musito.

—Sí, y yo por ella… como amiga.

—Creo que para ella es más que una amistad.

Tuerce el gesto.

—Anastasia, Elena y yo… es complicado. Compartimos una historia. Pero solo es eso, historia. Como ya te he dicho muchas veces, es una buena amiga. Nada más. Por favor, olvídate de ella.

Me besa el cabello, y, para no estropear nuestra noche, decido dejarlo correr. Tan solo intento entender.

Caminamos de la mano hacia la pista de baile. La banda sigue en plena actuación.

—Anastasia.

Me doy la vuelta y ahí está Carrick.

—Me preguntaba si me harías el honor de concederme el próximo baile.

Me tiende la mano. Christian se encoge de hombros, sonríe y me suelta, y yo dejo que Carrick me lleve a la pista de baile. Sam, el líder de la banda, empieza a cantar «Come Fly with Me», y Carrick me pasa el brazo por la cintura y me conduce girando suavemente hacia el gentío.

—Quería agradecerte tu generosa contribución a nuestra obra benéfica, Anastasia.

Por el tono, sospecho que está dando un rodeo para preguntarme si puedo permitírmelo.

—Señor Grey…

—Llámame Carrick, por favor, Ana.

—Estoy encantada de poder contribuir. Recibí un dinero que no esperaba, y no lo necesito. Y la causa lo vale.

Él me sonríe, y yo sopeso la conveniencia de hacerle un par de preguntas inocentes.
Carpe diem
, sisea mi subconsciente, ahuecando la mano en torno a su boca.

—Christian me ha hablado un poco de su pasado, así que considero muy apropiado apoyar este proyecto —añado, esperando que eso anime a Carrick a desvelarme algo del misterio que rodea a su hijo.

Él se muestra sorprendido.

—¿Te lo ha contado? Eso es realmente insólito. Está claro que ejerces un efecto positivo en él, Anastasia. No creo haberle visto nunca tan… tan… optimista.

Me ruborizo.

—Lo siento, no pretendía incomodarte.

—Bueno, según mi limitada experiencia, él es un hombre muy peculiar —apunto.

—Sí —corrobora Carrick.

—Por lo que me ha contado Christian, los primeros años de su infancia fueron espantosamente traumáticos.

Carrick frunce el ceño, y me preocupa haber ido demasiado lejos.

—Mi esposa era la doctora de guardia cuando le trajo la policía. Estaba en los huesos, y seriamente deshidratado. No hablaba. —Carrick, sumido en ese terrible recuerdo, ajeno al alegre compás de la música que nos rodea, tuerce otra vez el gesto—. De hecho, estuvo casi dos años sin hablar. Lo que finalmente le sacó de su mutismo fue tocar el piano. Ah, y la llegada de Mia, naturalmente.

Me sonríe con cariño.

—Toca maravillosamente bien. Y ha conseguido tantas cosas en la vida que debe de estar muy orgulloso de él —digo con la voz casi quebrada.

¡Dios santo! Estuvo dos años sin hablar.

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