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Authors: E. L. James

Tags: #Erótico, #Romántico

Cincuenta sombras más oscuras (29 page)

BOOK: Cincuenta sombras más oscuras
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Me acaricia la mano, sonriendo.

—Estás preciosa, Anastasia. Es agradable ver tus mejillas con algo de color… y no porque te ruborices. Tienes el mismo aspecto que en las fotos de José.

Me doy la vuelta y le beso.

—Sabes cómo hacer que una chica lo pase bien, señor Grey.

—Mi único objetivo es complacer, señorita Steele. —Me aparta el pelo y me besa la parte baja de la nuca, provocándome unos deliciosos escalofríos que me recorren toda la columna—. Me gusta verte feliz —murmura, y me abraza más fuerte.

Contemplo la inmensidad del agua azul, preguntándome qué debo haber hecho para que la suerte me haya sonreído y me haya enviado a este hombre.

Sí, eres una zorra con suerte, me replica mi subconsciente. Pero aún te queda mucho por hacer con él. No va a aceptar siempre esta chorrada de relación vainilla… vas a tener que transigir. Fulmino mentalmente con la mirada a ese rostro insolente y mordaz, y apoyo la cabeza en el torso de Christian. En el fondo sé que mi subconsciente tiene razón, aunque me niego a pensar en ello. No quiero estropearme el día.

* * *

Al cabo de una hora atracamos en una cala pequeña y guarecida de la isla de Bainbridge. Mac ha bajado a la playa en la lancha —no sé bien para qué—, pero me lo imagino, porque en cuanto pone en marcha el motor fueraborda, Christian me coge de la mano y prácticamente me arrastra al interior de su camarote: es un hombre con una misión.

Ahora está de pie ante mí, emanando su embriagadora sensualidad mientras sus dedos hábiles se afanan en desatar las correas de mi chaleco salvavidas. Lo deja a un lado y me mira intensamente con sus ojos oscuros, dilatados.

Ya estoy perdida y apenas me ha tocado. Levanta la mano y desliza los dedos por mi barbilla, a lo largo del cuello, sobre el esternón, hasta alcanzar el primer botón de mi blusa azul, y siento que su caricia me abrasa.

—Quiero verte —musita, y desabrocha con destreza el botón.

Se inclina y besa con suavidad mis labios abiertos. Jadeo ansiosa, excitada por la poderosa combinación de su cautivadora belleza, su cruda sexualidad en el confinamiento de este camarote, y el suave balanceo del barco. Él retrocede un paso.

—Desnúdate para mí —susurra con los ojos incandescentes.

Ah… Obedezco encantada. Sin apartar mis ojos de él, desabrocho despacio cada botón, saboreando su tórrida mirada. Oh, esto es embriagador. Veo su deseo: es palpable en su rostro… y en todo su cuerpo.

Dejo caer la camisa al suelo y me dispongo a desabrocharme los vaqueros.

—Para —ordena—. Siéntate.

Me siento en el borde de la cama y, con un ágil movimiento, él se arrodilla delante de mí, me desanuda primero una zapatilla, luego la otra, y me las quita junto con los calcetines. Me coge el pie izquierdo, lo levanta, me da un suave beso en la base del pulgar y luego me roza con la punta de los dientes.

—¡Ah! —gimo al notar el efecto en mi entrepierna.

Se pone de pie con elegancia, me tiende la mano y me aparta de la cama.

—Continúa —dice, y retrocede un poco para contemplarme.

Yo me bajo la cremallera de los vaqueros, meto los pulgares en la cintura y deslizo la prenda por mis piernas. En sus labios juguetea una sonrisa, pero sus ojos siguen sombríos.

Y no sé si es porque me hizo el amor esta mañana, y me refiero a hacerme realmente el amor, con dulzura, con cariño, o si es por su declaración apasionada —«sí… te quiero»—, pero no siento la menor vergüenza. Quiero ser sexy para este hombre. Merece que sea sexy para él… y hace que me sienta sexy. Vale, esto es nuevo para mí, pero estoy aprendiendo gracias a su experta tutela. Y la verdad es que para él es algo nuevo también. Eso equilibra las cosas entre los dos, un poco, creo.

Llevo un par de prendas de mi ropa interior nueva: un minitanga blanco de encaje y un sujetador a juego, de una lujosa marca y todavía con la etiqueta del precio. Me quito los vaqueros y me quedo allí plantada para él, con la lencería por la que ha pagado, pero ya no me siento vulgar… me siento suya.

Me desabrocho el sujetador por la espalda, bajo los tirantes por los brazos y lo dejo sobre mi blusa. Me bajo el tanga despacio, lo dejo caer hasta los tobillos y salgo de él con un elegante pasito, sorprendida por mi propio estilo.

Estoy de pie ante él, desnuda y sin la menor vergüenza, y sé que es porque me quiere. Ya no tengo que esconderme. Él no dice nada, se limita a mirarme fijamente. Solo veo su deseo, su adoración incluso, y algo más, la profundidad de su necesidad… la profundidad de su amor por mí.

Él se lleva la mano hasta la cintura, se levanta el jersey beis y se lo quita por la cabeza, seguido de la camiseta, sin apartar de mí sus vívidos ojos grises. Luego se quita los zapatos y los calcetines, antes de disponerse a desabrochar el botón de sus vaqueros.

Doy un paso al frente, y susurro:

—Déjame.

Frunce momentáneamente los labios en una muda exclamación, y sonríe:

—Adelante.

Avanzo hacia él, introduzco mis osados dedos por la cintura de sus pantalones y tiro de ellos, para obligarle a acercarse más. Jadea involuntariamente ante mi inesperada audacia y luego me mira sonriendo. Desabrocho el botón, pero antes de bajar la cremallera dejo que mis dedos se demoren, resiguiendo su erección a través de la suave tela. Él flexiona las caderas hacia la palma de mi mano y cierra los ojos unos segundos, disfrutando de mi caricia.

—Eres cada vez más audaz, Ana, más valiente —musita, sujetándome la cara con las dos manos e inclinándose para besarme con ardor.

Pongo las manos en sus caderas, la mitad sobre su piel fría y la otra mitad sobre la cintura caída de sus vaqueros.

—Tú también —murmuro pegada a sus labios, mientras mis pulgares trazan lentos círculos sobre su piel y él sonríe.

—Allá voy.

Llevo las manos hasta la parte delantera de sus pantalones y bajo la cremallera. Mis intrépidos dedos atraviesan su vello púbico hasta su erección, y la cojo con firmeza.

Su garganta emite un ruido sordo, impregnándome con su suave aliento, y vuelve a besarme con ternura. Mientras muevo mi mano por su miembro, rodeándolo, acariciándolo, apretándolo, él me rodea con el brazo y apoya la palma de la mano derecha con los dedos separados en mitad de mi espalda. Con la mano izquierda en mi pelo, me retiene pegada a sus labios.

—Oh, te deseo tanto, nena —gime, y de repente se echa hacia atrás para quitarse pantalones y calzoncillos con un movimiento ágil y rápido.

Es una maravilla poder contemplar sin ropa cada milímetro de su cuerpo.

Es perfecto. Solo las cicatrices profanan su belleza, pienso con tristeza. Y son mucho más profundas que las de la simple piel.

—¿Qué pasa, Ana? —murmura, y me acaricia tiernamente la mejilla con los nudillos.

—Nada. Ámame, ahora.

Me coge en sus brazos y me besa, entrelazando sus dedos en mis cabellos. Nuestras lenguas se enroscan, me lleva otra vez a la cama, me coloca encima con delicadeza y luego se tumba a mi lado.

Me recorre la línea de la mandíbula con la nariz mientras yo hundo las manos en su pelo.

—¿Sabes hasta qué punto es exquisito tu aroma, Ana? Es irresistible.

Sus palabras logran, como siempre, inflamarme la sangre, acelerarme el pulso, y él desliza la nariz por mi garganta y a través de mis senos, mientras me besa con reverencia.

—Eres tan hermosa —murmura, y me atrapa un pezón con la boca y chupa despacio.

Gimo y mi cuerpo se arquea sobre la cama.

—Quiero oírte, nena.

Baja las manos a mi cintura, y yo me regodeo con el tacto de sus caricias, piel con piel… su ávida boca en mis pechos y sus largos y diestros dedos acariciándome, tocándome, amándome. Se mueven sobre mis muslos, sobre mi trasero, y bajan por mi pierna hasta la rodilla, sin dejar en ningún momento de besarme y chuparme los pechos.

Me coge por la rodilla, y de pronto me levanta la pierna y se la coloca alrededor de las caderas, provocándome un gemido, y no la veo, pero siento en la piel la sonrisa con que reacciona. Rueda sobre la cama, de manera que me quedo a horcajadas sobre él, y me entrega un envoltorio de aluminio.

Me echo hacia atrás y tomo su miembro en mis manos, y simplemente soy incapaz de resistirme ante su esplendor. Me inclino y lo beso, lo tomo en mi boca, enrollo la lengua a su alrededor y chupo con fuerza. Él jadea y flexiona las caderas para penetrar más a fondo en mi boca.

Mmm… sabe bien. Lo deseo dentro de mí. Vuelvo a incorporarme y le miro fijamente. Está sin aliento, tiene la boca abierta y me mira intensamente.

Abro rápidamente el envoltorio del preservativo y se lo coloco. Él me tiende las manos. Le cojo una y, con la otra, me pongo encima de él y, lentamente, le hago mío.

Él cierra los ojos y su garganta emite un gruñido sordo.

Sentirle en mí… expandiéndose… colmándome… —gimo suavemente—, es una sensación divina. Coloca sus manos sobre mis caderas y empieza a moverse arriba y abajo, penetrándome con ímpetu.

Ah… es delicioso.

—Oh, nena —susurra, y de repente se sienta y quedamos frente a frente, y la sensación es extraordinaria… de plenitud.

Gimo y me aferro a sus antebrazos, y él me sujeta la cabeza con las manos y me mira a los ojos… intensos y grises, ardientes de deseo.

—Oh, Ana. Cómo me haces sentir —murmura, y me besa con pasión y anhelo ciego.

Yo le devuelvo los besos, aturdida por la deliciosa sensación de tenerle hundido en mi interior.

—Oh, te quiero —musito.

Él emite un quejido, como si le doliera oír las palabras que susurro, y rueda sobre la cama, arrastrándome con él sin romper nuestro preciado contacto, de manera que quedo debajo de él, y le rodeo la cintura con las piernas.

Christian baja la mirada hacia mí con maravillada adoración, y estoy segura de reflejar su misma expresión cuando alargo la mano para acariciar su bellísimo rostro. Empieza a moverse muy despacio, y al hacerlo cierra los ojos y suspira levemente.

El suave balanceo del barco y la paz y el silencio del camarote, se ven únicamente interrumpidos por nuestras respiraciones entremezcladas, mientras él se mueve despacio dentro y fuera de mí, tan controlado y tan agradable… una sensación gloriosa. Pone su brazo sobre mi cabeza, con la mano en mi pelo, y con la otra me acaricia la cara mientras se inclina para besarme.

Estoy envuelta totalmente en él, mientras me ama, entrando y saliendo lentamente de mí, y me saborea. Yo le toco… dentro de los límites estrictos: los brazos, el cabello, la parte baja de la espalda, su hermoso trasero… Y cuando aumenta más y más el ritmo de sus envites, se me acelera la respiración. Me besa en la boca, en la barbilla, en la mandíbula, y después me mordisquea la oreja. Oigo su respiración entrecortada cada vez que me penetra con ímpetu.

Mi cuerpo empieza a temblar. Oh… esa sensación que ahora conozco tan bien… se acerca… Oh…

—Eso es, nena… Entrégate a mí… Por favor… Ana —murmura, y sus palabras son mi perdición.

—¡Christian! —grito, y él gime cuando nos corremos juntos.

10

Mac no tardará en volver —dice en voz baja.

—Mmm…

Abro los ojos parpadeantes y me encuentro con su dulce mirada gris. Dios… los suyos tienen un color extraordinario; sobre todo aquí, en mar abierto: reflejan la luz que reverbera en el agua y en el interior de la cabina a través de los pequeños ojos de buey.

—Aunque me encantaría estar aquí tumbado contigo toda la tarde, Mac necesitará que le ayude con el bote. —Christian se inclina sobre mí y me besa dulcemente—. Estás tan hermosa ahora mismo, Ana, toda despeinada y tan sexy. Hace que te desee aún más.

Sonríe y se levanta de la cama. Yo me tumbo boca abajo y admiro las vistas.

—Tú tampoco estás mal, capitán.

Chasqueo los labios admirada y él sonríe satisfecho.

Le veo deambular con elegancia por el camarote mientras se viste. Ese maravilloso hombre acaba de hacerme el amor tiernamente otra vez. Apenas puedo creer la suerte que tengo. Apenas puedo creer que ese hombre sea mío. Se sienta a mi lado para ponerse los zapatos.

—Capitán, ¿eh? —dice con sequedad—. Bueno, soy el amo y señor de este barco.

Ladeo la cabeza.

—Tú eres el amo y señor de mi corazón, señor Grey. Y de mi cuerpo… y de mi alma.

Mueve la cabeza, incrédulo, y se inclina para besarme.

—Estaré en cubierta. Hay una ducha en el baño, si te apetece. ¿Necesitas algo? ¿Una copa? —pregunta solícito, y lo único que soy capaz de hacer es sonreírle.

¿Es este el mismo hombre? ¿Es el mismo Cincuenta?

—¿Qué pasa? —dice como reacción a mi bobalicona sonrisa.

—Tú.

—¿Qué pasa conmigo?

—¿Quién eres tú y qué has hecho con Christian?

Tuerce la boca y sonríe con tristeza.

—No está muy lejos, nena —dice suavemente, y hay un deje melancólico en su voz que hace que inmediatamente lamente haberle hecho esa pregunta. Pero Christian sacude la cabeza para desechar la idea—. No tardarás en verle —dice sonriendo—, sobre todo si no te levantas.

Se acerca y me da un cachete fuerte en el culo, y yo chillo y me río al mismo tiempo.

—Ya me tenías preocupada.

—¿Ah, sí? —Christian arquea una ceja—. Emites señales contradictorias, Anastasia. ¿Cómo podría un hombre seguirte el ritmo? —Se inclina y vuelve a besarme—. Hasta luego, nena —añade y, con una sonrisa deslumbrante, se levanta y me deja a solas con mis dispersos pensamientos.

Cuando salgo a cubierta, Mac está de nuevo a bordo, pero enseguida se retira a la cubierta superior en cuanto abro las puertas del salón. Christian está con su BlackBerry. ¿Hablando con quién?, me pregunto. Se me acerca, me atrae hacia él y me besa el cabello.

—Una noticia estupenda… bien. Sí… ¿De verdad? ¿La escalera de incendios?… Entiendo… Sí, esta noche.

Aprieta el botón de fin de llamada, y el ruido de los motores al ponerse en marcha me sobresalta. Mac debe de estar arriba, en el puente de mando.

—Hora de volver —dice Christian, y me besa una vez más mientras me coloca de nuevo el chaleco salvavidas.

Cuando volvemos al puerto deportivo, con el sol a nuestra espalda poniéndose en el horizonte, pienso en esta tarde maravillosa. Bajo la atenta y paciente tutela de Christian, he estibado una vela mayor, un foque y una vela balón, y he aprendido a hacer un nudo cuadrado, un ballestrinque y un nudo margarita. Él ha mantenido los labios prietos durante toda la clase.

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