Authors: Greg Egan
Pero no es así.
Vestuario me ha ataviado escrupulosamente: una camiseta holográfica reflectante de recuerdo de la gira mundial de Las Mujeres Solteras Gordas Deben Morir, los téjanos adecuados, el modelo correcto de zapatillas. Paradójicamente, los usuarios de S tienden a ceñirse estrictamente a la moda "local", en oposición a la de sus sueños; quizá sea una cuestión de desear separar la vida onírica de la vida en vigilia. Por ahora, mi camuflaje es perfecto, pero no espero que dure mucho; a medida que la vorágine gane velocidad, lanzando zonas diferentes del ghetto a historias diferentes, los cambios de estilo serán el indicador más claro. Si dentro de poco mis ropas no parecen estar fuera de lugar, sabré que me he equivocado de dirección.
Un hombre alto y calvo, con un pulgar humano reducido colgándole del lóbulo de una oreja, choca contra mí al salir corriendo de un bar. Al separarnos, se vuelve hacia mí y me grita insultos v obscenidades. Respondo con cautela; puede que tenga amigos en la multitud y no tengo tiempo que perder metiéndome en esos problemas. No llevo la situación al siguiente nivel respondiendo, pero me muestro confiado, sin parecer arrogante o desdeñoso. Este juego de equilibro tiene su recompensa. Insultarme con impunidad durante treinta segundos aparentemente satisface su orgullo y se aleja sonriendo.
Pero al moverme, no puedo dejar de preguntarme cuántas versiones de mí no salieron tan bien paradas.
Gano velocidad y compenso el retraso.
Alguien se sitúa a mi altura y comienza a andar a mi lado,
—Eh, me gustó cómo manejaste la situación. Sutil. Manipulador. Pragmático, Sobresaliente —una mujer de casi treinta años, con un pelo azul metálico y corto.
—Que te jodan. No me interesa.
—¿El qué?
—Lo que sea.
Agita la cabeza.
—No es cierto. Eres nuevo por aquí, y buscas algo. O a alguien. Quizá te sea de ayuda.
—He dicho que te jodan.
Se encoge de hombros y se queda atrás. Pero me grita:
—Todo cazador necesita un guía. Piénsalo.
Algunas esquinas más tarde, giro para entrar en una calle lateral sin iluminación. Desierta, silenciosa; apesta a basura medio quemada, insecticida barato y pis, Y juro que puedo
sentirlo
: en los edificios oscuros y en ruinas que me rodean, la gente sueña con S.
S no se parece a ninguna otra droga, Los sueños S no son ni surrealistas ni eufóricos. Tampoco son como los viajes de simulador: fantasías vacías, cuentos de hadas absurdos sobre prosperidad ilimitada y dicha indescriptible. Son sueños de vidas que, literalmente, el soñador
podría haber vivido
, tan sólidas y plausibles como su vida despierta.
Con una excepción: si la vida soñada va mal, el soñador puede abandonarla a voluntad y escoger otra (sin necesidad de soñar que toma S... aunque se sabe que ha pasado). Puede montarse una segunda vida, en la que ningún error es irrevocable, ninguna decisión es absoluta. Una vida sin fracaso, carente de callejones sin salida. Todas las posibilidades están siempre accesibles.
S concede al soñador el poder de vivir a través de otro en cualquier mundo paralelo en el que tenga un alter ego: alguien con el que comparte suficiente fisiología cerebral para mantener la resonancia parásita del enlace. Los estudios sugieren que para eso no es preciso un ajuste genético perfecto, pero tampoco es suficiente; las primeras experiencias de la infancia también parecen afectar las estructuras neuronales que intervienen en el proceso.
Para la mayoría de los usuarios, la droga no hace más. Pero para uno entre cien mil, los sueños no son más que el comienzo. Durante el tercer o cuarto año tomando S, comienzan a
desplazarse físicamente
de un mundo a otro, a medida que intentan ocupar el lugar del alter ego que han escogido.
El problema es que nunca se produce una situación tan simple como un infinito de intercambios directos, entre todas las versiones del usuario mutante que han logrado ese poder y todas las versiones en las que desean convertirse. Tales transiciones son desfavorables energéticamente; en la práctica, cada soñador debe desplazarse gradualmente, continuamente, atravesando todos los puntos intermedios. Pero esos "puntos" están ocupados por otras versiones de ellos mismos; es como moverse en una multitud... o un fluido. Los soñadores deben
fluir.
Al principio, los alter egos que han desarrollado la habilidad están distribuidos de forma demasiado dispersas para provocar ningún efecto. Más tarde, parece producirse una especie de parálisis en la simetría; todos los flujos potenciales son igualmente posibles, incluyendo el opuesto de cada uno. Todos se cancelan mutuamente.
Las primeras veces que se rompe la simetría, normalmente no sucede nada excepto un breve estremecimiento, un desplazamiento momentáneo, un sobresalto mundial casi imperceptible. Los detectores registran esos acontecimientos, pero no tienen sensibilidad suficiente para localizarlos.
Con el tiempo, se atraviesa un umbral crítico. Se producen flujos complejos y sostenidos: vastas corrientes retorcidas en las topologías patológicas que sólo un espacio de infinitas dimensiones puede contener. Esos flujos son viscosos, los puntos cercanos son arrastrados. Eso también crea la vorágine; cuanto más cerca estás del soñador mutante, más rápido pasas de un mundo a otro.
A medida que más y más versiones del soñador contribuyen al flujo, éste gana velocidad, y cuanto más rápido es, más lejos se percibe su influencia.
A La Empresa, claro, le importa una mierda si la realidad se altera en los ghettos. Mi trabajo consiste en evitar que el efecto se extienda más allá.
Sigo por la calle lateral hasta la parte superior de la colina. Hay otra carretera principal como a unos cuatrocientos metros. Encuentro un cobijo entre los restos de un edificio medio derribado, abro unos binoculares y paso cinco minutos observando a los peatones de allá abajo. Cada diez o quince segundo aprecio una pequeña mutación: una prenda de ropa que se altera; una persona que de pronto cambia de posición, desaparece por completo o se materializa de la nada. Los binoculares son inteligentes; cuentan los sucesos que se producen en su campo de visión y calculan las coordenadas en el mapa del punto al que miran.
Giro ciento ochenta grados y vuelvo a mirar a la multitud que he atravesado para llegar aquí. La tasa es sustancialmente menor, pero son visibles los mismos efectos. Los espectadores, por supuesto, no se dan cuenta de nada, ya que por ahora los gradientes de la vorágine son tan reducidos que dos personas cercanas en una multitud más o menos cambiarían juntas de universo. Los cambios sólo se aprecian en la distancia.
De hecho, ya que estoy más cerca del centro de la vorágine que la gente al sur de mi posición, la mayoría de los cambios que veo en esa dirección se deben a mi propia tasa de cambio. Hace tiempo que abandoné el mundo de mis empleadores más recientes; pero no tengo ninguna duda de que la plaza libre ya estará ocupada, y se ocupará en el futuro.
Voy a tener que realizar una tercera observación para determinar la posición, a cierta distancia de la línea norte-sur que une a los dos primeros puntos. Con el tiempo, evidentemente, el centro se desplazará, pero no muy rápidamente; el flujo corre entre mundos donde los centros están juntos, por lo que su posición es lo último que cambia.
Desciendo la colina hacia el oeste.
Otra vez entre la multitud y las luces, esperando un hueco en el tráfico, alguien me toca el codo. Me vuelvo para ver a la misma mujer de pelo azul que me acosó antes. Le dedico una mirada de ligera molestia, pero cierro la boca; no tengo forma de saber si esta versión de ella se ha encontrado con una versión de mí, y no quiero contradecir sus expectativas. A estas alturas, algunos de los residentes se habrán dado cuenta de lo que está pasando —el simple hecho de escuchar una emisora de radio externa, cambiando aleatoriamente de una canción a otra, debería ser suficiente para dejarlo claro— pero no me interesa extender la noticia.
Ella me dice:
—Puedo ayudarte a encontrarla.
—¿Ayudarme a encontrar a quién?
—Sé exactamente dónde está. No hay necesidad de malgastar el tiempo en medidas y cálc...
—Calla. Ven conmigo.
Me sigue, sin quejarse, hasta un callejón cercano.
Quizá me estén preparando una trampa.
¿
El culto de la vorágine
? Pero el callejón está desierto. Cuando estoy seguro de que estamos solos, la empujo contra la pared y le pego la pistola a la cabeza. No grita o se resiste; está alterada, pero no creo que mis actos le sorprendan. La examino con un lector de resonancia magnética de mano; no hay armas, ni trampas, ni transmisores.
—¿Por qué no me cuentas de qué va todo esto? —le digo; juraría que era imposible que alguien me hubiese visto en la colina, pero quizá viese a otra versión de mí. No es propio de mí cagarla de esa forma, pero sucede.
Cierra los ojos durante un momento y luego, casi con tranquilidad, dice:
—Quiero ahorrarte tiempo, eso es todo. Sé dónde está la mutante. Quiero ayudarte a encontrarla todo lo rápido que sea posible.
—¿Por qué?
—
¿
Por qué
? Aquí tengo un
negocio
, y no quiero verlo destrozado. ¿Sabes lo difícil que es volver a reconstruir la red de contactos después de una vorágine? ¿Qué te crees, que tengo seguro?
No me creo ni una palabra, pero no veo razón para no seguirle la corriente; probablemente sea la forma más simple de lidiar con ella, aparte de volarle los sesos. Retiro la pistola y me saco un mapa del bolsillo.
—Enséñamelo.
Señala un edificio como a dos kilómetros al noreste de donde estamos.
—Quinto piso. Apartamento 522.
—¿Cómo lo sabes?
—Un amigo vive en el edificio. Se dio cuenta de los efectos justo antes de la medianoche, y se puso en contacto conmigo —ríe nerviosa—. En realidad, no conozco demasiado bien al tipo... pero creo que la versión que me telefoneó tenía un lío con otro yo mío.
—¿Por qué no te fuiste al conocer la noticia? ¿Por qué no pusiste distancia de por medio?
Agita vehementemente la cabeza.
—Irse es lo peor de todo; acabaría todavía más alienada. El mundo exterior no importa. ¿Crees que me importa si cambia el gobierno o las estrellas del pop tienen otro nombre? Este es mi hogar. Si Leightown cambia, me irá mejor cambiando con ella. O con parte de ella.
—¿Cómo diste conmigo?
Se encoge de hombros.
—Sabía que vendrías. Todo el mundo lo sabe. Evidentemente, no sabía qué aspecto tendrías... pero conozco bien la zona y presté atención a los extraños. Y parece que tuve suerte.
Suerte.
Exacto. Algunos de mis alter egos estarán manteniendo versiones de esta conversación, pero otros no. Un retraso aleatorio más.
Pliego el mapa.
—Gracias por la información.
Asiente.
—En cualquier momento.
Mientras me alejo, me grita:
—En todo momento.
Durante un rato acelero el paso; otras versiones de mí deberían estar haciendo lo mismo, compensando el tiempo que hayan perdido. No puedo esperar mantener una sincronización perfecta, pero la dispersión es insidiosa; si como mínimo no intentase minimizarla, acabaría llegando al centro por todas las rutas concebibles, y estaría llegando durante días.
Y aunque normalmente puedo compensar el tiempo perdido, no siempre puedo cancelar por completo los efectos de los retrasos variables. Invertir cantidades diferentes de tiempo en distancias diferentes al centro significa que mis versiones no cambian uniformemente. Hay modelos teóricos que demuestran que bajo ciertas condiciones, podrían producirse huecos; podría quedarme comprimido en ciertas porciones del flujo y desaparecer de otras: un poco como reducir a la mitad todos los números entre 0 y 1, dejando un agujero entre 0,5 y 1... apiñando un infinito en otro que es cardinalmente idéntico, pero que tiene la mitad del tamaño geométrico. Ninguna versión de mí sería destruida, y ni siquiera existiría dos veces en el mismo mundo, pero igualmente habría un hueco.
En cuanto a dirigirme directamente al edificio donde mi "informadora" afirma que sueña el mutante, no me siento tentado. Independientemente de si la información es genuina, dudo mucho que haya recibido el aviso en algo más que una porción insignificante —técnicamente, un conjunto de medida cero— de los mundos atrapados en la vorágine. Cualquier acción que se realizase en un conjunto tan disperso de mundos sería totalmente ineficaz ante el propósito de alterar el flujo.
Si tengo razón, entonces no importa
lo que
yo haga; si todas las versiones de mí que recibieron la pista se limitasen a salir de la vorágine, ese hecho no afectaría en nada a la misión. Nadie echaría de menos un conjunto de medida cero. Pero mis acciones, como individuo, son
siempre
irrelevantes en ese sentido; si yo,
y sólo yo
, desertase, la pérdida sería infinitesimal. La trampa radica en que nunca sabría que estoy actuando solo.
Y la verdad es que probablemente algunas versiones de mí han desertado; por estable que sea mi personalidad, es difícil creer que
no
hay permutaciones cuánticas válidas que permitan esa acción. Independientemente de cuáles sean las acciones físicamente posibles, mis alter egos las han realizado todas, y las seguirán realizando. Mi estabilidad se debe a la distribución, y a la densidad relativa, de todas esas ramas con la forma de una estructura estática y preordenada. El libre albedrío es una racionalización; no puedo evitar tomar las decisiones correctas. Y todas las incorrectas.
Pero "prefiero" (concediéndole sentido a esa palabra) no pensar a menudo en esos detalles. La única forma cuerda de considerarlo es pensar en mí mismo como en un agente libre entre muchos, y "aspirar" a la coherencia; dejar de lado los atajos, ceñirme al procedimiento, "hacer todo lo posible" por concentrar mi presencia.
En cuanto a preocuparme por los alter egos que desertan, o fracasan, o mueren, la solución es muy simple: los repudio. Depende de mí definir mi identidad como mejor me parezca. Puede que esté obligado a aceptar mi multiplicidad, pero yo puedo dibujar los bordes. "Yo" soy los que sobreviven y tienen éxito. Los demás son otros.
Llego hasta un punto de vigilancia adecuado y tomo la tercera medida. La vista empieza a parecer una grabación de vídeo de media hora montada en cinco minutos, sólo que la escena completa no cambia simultáneamente; aparte de algunas parejas muy correlacionadas, personas diferentes se desvanecen y aparecen independientemente, sufriendo sus saltos individualmente. Todavía cambian de universo más o menos juntas, pero lo que eso significa, en términos de donde resultan están situadas físicamente en cualquier instante, es tan complejo que bien puede considerarse aleatorio. Algunas personas no se desvanecen en absoluto; un hombre vaguea consistentemente en la misma esquina, aunque su corte de pelo cambia, radicalmente, al menos cinco veces.