Axiomático (5 page)

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Authors: Greg Egan

BOOK: Axiomático
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El ancho de banda sigue siendo un problema, aunque la generación actual de Máquinas Hazzard dispone de longitudes de trayectoria de un centenar de años luz, y detectores compuestos de millones de píxeles, cada uno con sensibilidad suficiente para permitir la modulación con tasas de megabaudios. Los gobiernos y las grandes corporaciones emplean gran parte de esas vastas capacidades, con propósitos que siguen siendo oscuros; y aun así desesperadamente desean más.

Pero por derecho de nacimiento, a todos los habitantes del planeta se les concede ciento veintiocho bytes al día. Empleando los esquemas de compresión más eficiente, se pueden codificar unas cien palabras de texto; no lo suficiente para describir el futuro con detalle microscópico, pero suficiente para un resumen de los acontecimientos del día.

Cien palabras al día; tres millones de palabras durante una vida. La última entrada de mi diario se recibió en 2032, dieciocho años antes de mi nacimiento, cien años antes de mi muerte. En las escuelas se enseña la historia del próximo milenio: el final del hambre y la enfermedad, el fin del nacionalismo y el genocidio, el fin de la pobreza, la intolerancia y la superstición. El futuro es glorioso.

Si nuestros descendientes nos están contando la verdad.

La boda fue, en general, como ya sabía que sería. El padrino, Pria, llevaba el brazo en cabestrillo por un atraco a primera hora de la mañana, nos habíamos reído de ese suceso cuando nos conocimos por primera vez, en el instituto, una década antes.

—¿Y si no entro en el callejón? —había bromeado.

—Entonces tendré que rompértelo yo, ¿no? ¡No vas a derivar el día de mi boda!

Derivar
era una fantasía infantil, el tema de ROMs basura para jóvenes.
Derivar
era lo que sucedía cuando hacías una mueca, sudabas, apretabas los dientes y te
negabas absolutamente
a participar en algo desagradable que sabías que iba a pasar. En los ROMs, el mal futuro mágicamente pasaba a un universo paralelo, por pura fuerza mental y la fuerza de la conveniencia narrativa. Beber la marca correcta de cola también parecía funcionar.

En la vida real, con la llegadas de las Máquinas Hazzard, las tasas de muerte y heridas debido a crímenes, desastres naturales, accidentes industriales y de transporte, y muchos tipos de enfermedades efectivamente habían caído; pero esos acontecimientos no se preveían y luego paradójicamente se "evitaban"; simple y consistentemente se iban haciendo más escasos en los informes del futuro, informes que resultaron ser tan fiables como los del pasado.

Pero permanecía un residuo de tragedias "aparentemente inevitables", y las personas que saben que van a estar implicadas reaccionan de formas muy diferentes: algunas aceptan su destino con alegría; algunas buscan el confort (o la anestesia) de las religiones sonambulistas; unas pocas sucumben a las fantasías de los ROMs, y se van pataleando y chillando durante todo el camino.

Cuando me encontré con Pria, como estaba previsto, en el Departamento de Víctimas de St. Vincent, era una desastre de sangre y nervios. Tenía el brazo roto, como era de esperar. También le habían sodomizado con una botella y le habían cortado en brazos y pecho. Estuve a su lado, aturdido, tragándome el sabor amargo de todos los chistes estúpidos que había hecho, incapaz de librarme de la sensación de que yo tenía la culpa.
Le había mentido, me había mentido a mí mismo...

Mientras le llenaban de calmantes y tranquilizantes, me dijo:

—Que se jodan, James, no voy a hacerlo. No voy a contarlo en toda su gravedad; no voy a matar de miedo a ese niño. Y mejor será que

tampoco lo hagas, asentí seriamente y juré que no lo haría; redundantemente, por supuesto, pero el pobre tipo deliraba.

Y cuando llegó la hora de escribir los acontecimientos del día, debidamente regurgité la versión ligera del asalto a mi amigo que había memorizado mucho antes de conocerle.

¿
Debidamente
? ¿O simplemente porque el ciclo se había cerrado, porque no tenía más elección que escribir lo que ya había leído? ¿O... ambas cosas? Adscribir motivos es un asunto extraño, pero estoy seguro de que siempre lo ha sido. Conocer el futuro no significa que nos hayan eliminado de las ecuaciones que le dan forma. Algunos filósofos todavía parlotean sobre "la pérdida del libre albedrío" (supongo que no pueden evitarlo), pero nunca he sido capaz de encontrar una definición con sentido de lo que creen que
era
ese objeto mágico. El futuro siempre ha estado determinado. ¿Qué más podría afectar a las acciones humanas, excepto la herencia y las experiencias pasadas —únicas y complejas— de cada individuo? ¿
Quiénes somos
decide qué
hacemos
?, ¿y podría exigirse mayor "libertad"? Si la "elección" no estuviese totalmente asentada en la causa y el efecto, ¿qué decidiría su resultado? ¿Activaciones aleatorias sin sentido en el cerebro a partir del ruido cuántico? (Una teoría popular, antes de que se demostrase que el indeterminismo cuántico no era más que un artefacto de la vieja visión del mundo asimétrica en el tiempo). O alguna invención mística llamada
el alma...
¿pero exactamente qué controlaría
su
comportamiento? Leyes metafísicas tan problemáticas como las de la neurofisiología.

Creo que no hemos perdido nada; más bien, hemos ganado la única libertad que siempre nos faltó: ahora el futuro da forma a
quiénes somos
, al igual que el pasado. Nuestras vidas entran en resonancia como las cuerdas de un instrumento musical, ondas estacionarias formadas por la colisión de información fluyendo hacia delante y hacia atrás en el tiempo.

Información, y desinformación.

Alison miró por encima del hombro a lo que había escrito.

—Estás de broma —dijo.

Respondí pulsando la tecla COMPROBACIÓN —un detalle totalmente innecesario, pero eso no ha impedido nunca su uso. El texto que acababa de teclear se ajustaba por completo a la versión recibida. (Se ha hablado de la posibilidad de automatizar el proceso —transmitir lo que
debe ser
transmitido, sin intervención humana de ningún tipo— pero nadie lo ha hecho nunca, así que quizá sea imposible.)

Le doy a GUARDAR, quemando la entrada del día en el chip que se transmitirá poco después de mi muerte, y luego dije, paralizado, idiota (e inevitablemente):

—¿Y si le advirtiésemos?

Agitó la cabeza.

—Entonces le habrías advertido. Aun así hubiese sucedido.

—Quizá no. ¿Por qué la vida no podría ser mejor que en el diario, no peor? ¿Por qué no pudo ser que nos lo hubiésemos inventado todo... que no sufrió ningún ataque?

—Porque no fue así.

Me quedé sentado en la mesa un momento más, mirando las palabras que ya no podía borrar,
que jamás hubiese podido borrar.
Pero mis mentiras eran las mentiras que había prometido contar; había hecho lo correcto, ¿no? Durante años había sabido lo que "decidiría" escribir, pero eso no cambiaba el hecho de que las palabras no las había determinado el "destino", ni el "azar", sino
quien yo era.

Apagué el terminal, me puse en pie y empecé a desvestirme. Alison se dirigió al baño. Le grité.

—¿Esta noche hacemos el amor o no? Nunca lo comento.

Ella rió.

—No me preguntes, James. Eres tú el que insistió en mantenerse al día en esas cosas.

Me senté en la cama, desconcertado. Después de todo, era nuestra noche de bodas; seguro que podría leer entre líneas.

Pero nunca se me dio bien lo de improvisar.

Las elecciones federales australianas de 2077 fueron las más apretadas de los últimos cincuenta años, y lo seguirían siendo durante casi un siglo. Una docena de independientes —incluyendo a tres miembros de un nuevo modo de ignorancia llamado Dios Aparta la Vista— controlaban el equilibrio del poder, pero los acuerdos para garantizar un gobierno estable se habían resuelto muy por adelantado, y aguantarían los cuatro años de gobierno.

Consecuentemente, supongo, la campaña también fue la más acalorada de las reciente, o de las próximas. El que pronto sería líder de la oposición nunca se cansó de relatar las promesas que la nueva primer ministro iba a romper; ella a su vez replicaba con estadísticas sobre el desastre que él crearía como ministro de hacienda, a mediados de los ochenta, (los economistas todavía debatían las causas de esa recesión venidera; muchos afirmaban que era un "precursor esencial" de la prosperidad de los noventa, y que El Mercado, en su infinita y eterna sabiduría, escogería/había escogido el mejor de todos los futuros posibles. Personalmente, sospecho que simplemente demuestra que la previsión no cura la incompetencia).

A menudo me preguntaba cómo se sentían los políticos, dando forma a las palabras que sabían que dirían desde que sus padres les mostraron por primera vez los ROM de historia futura, y les explicaron lo que estaba por venir. Ninguna persona normal podía permitirse el ancho de banda para enviar al pasado imágenes en movimiento; sólo los famosos se veían obligados a enfrentarse a un registro tan detallado de sus vidas, sin espacio para la ambigüedad o el eufemismo, Las cámaras, por supuesto,
podían
mentir —el fraude de vídeo digital era lo más fácil del mundo— pero en general no lo hacían. No me sorprendía que la gente diese mítines electorales (aparentemente) apasionados que sabrían que no les servirían de nada; había leído suficiente historia del pasado para saber que ése siempre había sido el caso. Pero me hubiese gustado descubrir qué les pasaba por la cabeza cuando hacían playback de entrevistas y debates, intervenciones parlamentarias y conferencias de partido, todo registrado para la anteridad con perfección holográfica de alta resolución. Con cada sílaba, cada gesto, conocido de antemano, ¿se sentían reducidos a marionetas temblorosas? (si así era, quizá también eso había sido siempre así). ¿O el flujo de las racionalizaciones era tan efectivo como siempre? Después de todo, cuando yo escribía en mi diario cada noche, me encontraba igualmente limitado, pero podía —casi siempre— encontrar una buena razón para escribir lo que escribía.

Lisa pertenecía al personal de un candidato local que estaba a punto de ganar su puesto. La conocí una quincena antes de las elecciones, en una cena de recaudación de fondos. Hasta la fecha, yo no había tenido ninguna relación con el candidato, pero en el cambio de siglo —para cuando el partido del tipo volviese a tener el poder, con una mayoría importante— yo dirigiría la empresa de ingeniería que ganaría varios grandes contratos de gobiernos estatales con el mismo color político. No daría muchas descripciones sobre los antecedentes de esa buena suerte, pero mi informe bancario incluía transacciones con seis meses de antelación, y debidamente realicé la generosa donación que los registros daban a entender. Es más, me había conmocionado un poco al ver la información bancaria, pero había tenido tiempo de acostumbrarme a la idea, y el soborno
de facto
ya no me parecía tan alejado de mi personalidad.

La velada fue mortalmente aburrida (más tarde la describiría como "tolerable"), pero a medida que los invitados se dispersaban en la noche, Lisa apareció junto a mí y dijo con seriedad:

—Creo que tú y yo vamos a compartir un taxi.

Me senté en silencio a su lado, mientras el vehículo robótico nos llevaba silenciosamente a su apartamento. Alison pasaba el fin de semana con una vieja amiga del colegio, cuya madre había muerto esa noche. Yo
sabía
que no le sería infiel. Amaba a mi esposa, y siempre lo haría.
O al menos, siempre afirmaría amarla.
Pero si eso no era prueba suficiente, no podía creer que mantendría conmigo mismo un secreto como ése durante el resto de mi vida.

Cuando el taxi se detuvo, dije:

—¿Ahora qué? ¿Me invitas a café? ¿Y yo lo rechazo cortésmente?

Ella dijo:

—No tengo ni idea. Todo el fin de semana me resulta un misterio.

El ascensor estaba roto; una pegatina de la administración del edificio decía: NO FUNCIONA HASTA 11:06 a.m., del 2/3/78. Seguí a Lisa subiendo doce tramos de escaleras, inventando excusas durante todo el camino:
Estaba demostrando mi libertad, mi espontaneidad, demostrando que mi vida era algo más que un patrón fosilizado de acontecimientos en el tiempo.
Pero la verdad era que nunca me había sentido atrapado por mi conocimiento del futuro, nunca sentí ninguna necesidad de engañarme a mí mismo creyendo que tenía el poder de vivir una vida que no fuese ésta. La misma idea de una relación desconocida me llenaba de pánico y vértigo. Las mentiras blancas que ya había escrito me resultaban lo suficientemente perturbadoras, pero si en el espacio entre las palabras podía pasar
cualquier cosa
, entonces ya no sabía quién era, o en quién me convertiría. Toda mi vida se disolvería en las arenas movedizas.

Yo temblaba mientras nos desvestíamos.

—¿Por qué lo hacemos?

—Porque podemos.

—¿Me conoces? ¿Escribirás sobre mí? ¿Sobre
nosotros
?

Negó con la cabeza.

—No.

—Pero... ¿cuánto tiempo durará esto?
Tengo que saberlo.
¿Una noche? ¿Un mes? ¿Un año? ¿Cómo acabará? —estaba perdiendo la cabeza: ¿cómo podía iniciar algo así,
cuando ni siquiera sabía cómo terminaría
?

Ella rió.

—No me preguntes a mí. Mira tu propio diario, si te es tan importante.

No podía dejarlo estar, no podía callarme.

—Debes haber escrito algo. Sabías que compartiríamos un taxi.

—No. Simplemente lo dije.

—Tú... —la miré fijamente.

—Pero se cumplió, ¿no? ¿Qué te parece? —suspiró, me pasó las manos por la columna y me llevó hasta la cama. A las arenas movedizas.

—¿Nosotros...?

Me cubrió la boca con la mano.

—Se acabaron las preguntas. No llevo un diario. No sé nada en absoluto.

Mentir a Alison fue fácil; estaba casi completamente seguro de que me saldría bien. Mentirme a mí mismo fue todavía más fácil. Llenar el diario se convirtió en una formalidad, un ritual sin sentido; apenas miraba las palabras que escribía. Cuando prestaba atención, apenas podía mantenerme serio: en medio de las elisiones y eufemismos vagos y engañosos había párrafos de ironía deliberada que me habían resultado invisibles durante años, pero que finalmente podía apreciar por lo que eran en realidad. Algunos de mis cantos a la felicidad matrimonial parecían "peligrosamente" torpes; apenas podía creer que nunca antes hubiese comprendido el subtexto.
Pero no lo había hecho.
No corría "peligro" de darme información, tenía "libertad" para ser todo lo sarcástico que "escogiese" ser.

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