Arcángeles. Doce historias de revolucionarios herejes del siglo XX (11 page)

BOOK: Arcángeles. Doce historias de revolucionarios herejes del siglo XX
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Los patios de la SEP y las muchachas de la Lerdo

Rivera terminó definitivamente
La Creación
en enero de 1923 y pasó a planear la realización del contrato que tenía con Vasconcelos para decorar la SEP. Lo acompañaban Guerrero, Amado de la Cueva y Charlot, que había terminado su
Masacre en el templo mayor
: un mural apasionante en su renarración de la conquista de México, donde los caballeros españoles dominaban gracias al hierro y al caballo.

El 20 de marzo de 1923, los pintores hicieron una fiesta en el taller de la Cooperativa Tresguerras para celebrar el fin del primer mural de Rivera, a la que invitaron a Vasconcelos y a Lombardo Toledano. En la invitación se pedía a todos los asistentes, incluso a los celebrados, que llevaran sus cinco pesos para pagar la comida.

Tres días después, Rivera se lanzó febrilmente a decorar los 124 muros de la secretaría.

Durante los últimos meses, Diego había modificado el proyecto inicial para la decoración de la SEP del que había hablado Vasconcelos. Una nueva idea había tomado forma en su cabeza. Mientras su biógrafo B. Wolfe sugiere que
La Creación
había sido un inicio en falso, y que sus grandes desnudos violentamente mexicanos le indicaron el camino a seguir, Jean Charlot atribuye la evolución de Diego Rivera a la influencia que sobre él desarrollaron los jóvenes pintores que trabajaron en la preparatoria; la Virgen de colores audaces de Revueltas, los peregrinos de Chalma de Leal, o los robóticos caballeros acorazados del propio Charlot.

Fuera por una u otra razón, o ambas combinadas, Rivera no sólo mexicanizó absolutamente sus temas como ya había indicado en la propuesta que Vasconcelos reseñó en julio del año anterior, sino que, siguiendo los alineamientos del manifiesto del sindicato, los politizó.

Mientras dejaba que sus compañeros Charlot y Amado trabajaran en un patio al que llamó «de las fiestas», donde se recogería el folklore popular, el color y los paisajes humanos mexicanos, él se sumergió en el «patio del trabajo». Laborando durante todas las horas de luz hasta que quedaba totalmente agotado, Rivera, ayudado por Xavier Guerrero, comenzó a llevar a los muros historias de obreros y campesinos, luchas y labores, empezando, consciente y obsesionado, enloquecido y ansioso, una de las historias inmortales de México, una de las narrativas paralelas a la historia oficial, en la que, muchos años después, los mexicanos aún nos reconocemos...

Ahí lo encuentra Bertram Wolfe, un brillante periodista y comunista norteamericano recién llegado a México, que trabajaba como profesor de inglés para la Secretaria de Educación. De este primer encuentro nace el siguiente retrato:

«Un hombre de rostro de rana, de inmenso volumen, genial, de movimientos lentos, vestido con un overol gastado por el uso, un inmenso sombrero Stetson, bien provisto cinturón de cartucheras, gran pistola al cinto, amplios zapatos manchados con pintura y yeso. Todo lo suyo parecía pesado, lento, tosco, excepto la vívida y brillante inteligencia, los alertas sentidos prensiles, las pequeñas manos regordetas, sensitivas, ágiles, inesperadamente pequeñas para este hombre monumental, y que terminaban, a pesar de su gordura, en dedos casi esbeltos».

En los primeros días de abril, Diego se permitió una pausa en su trabajo y asistió como delegado del sindicato de pintores al II Congreso del PCM. En él, el partido trató de reorganizar sus mermadas fuerzas y reconstruyó su Comité Ejecutivo Nacional incorporando a Diego Rivera al equipo dirigido por Manuel Díaz Ramírez y Rosendo Gómez Lorenzo. Sin duda influyó en esta decisión el que, por primera vez en su historia y gracias al sindicato de pintores, el PCM tenía un cierto eco entre los intelectuales.

Tras este breve intervalo, Rivera volvió a sus muros. En rápida secuencia pintó un mural sobre una fábrica textil, se introdujo en el mundo de los mineros, narró gráficamente el interior de una fundición, donde el ritmo del trabajo está marcado por un tosco ballet, se fue al campo a contar el corte de la caña, y al fin, en el mural
Salida de la mina
, donde se ve a un minero registrado por los capataces, para hacer más explícito el mensaje pintó unas frases del poema de su amigo Carlos Gutiérrez Cruz que decían:

Compañero minero,

doblado por el peso de la tierra tu mano yerra

cuando saca metal para el dinero. Haz puñales

con todos los metales, y así

verás que los metales después son para ti.

Uno de los ministros del gobierno, Pani, se quejó al presidente Obregón y éste a Vasconcelos. La prensa, siempre atenta a los retos del muralismo, y repentinamente hostil, cargó contra Diego.

Vasconcelos presionó a Rivera para que borrara el poema. Los miembros del sindicato se reunieron urgentemente y se produjeron acaloradas discusiones. Finalmente se decidió ceder, pero sólo en este caso, ¿eh?, y salvar los murales a costa de los versos, y Rivera accedió a borrarlos. En cambio, pintó un nuevo cuadro:
El abrazo
, donde un obrero y un campesino se estrechan, y en él escribió otros versos menos explícitos de Gutiérrez Cruz. Las protestas volvieron a hacerse oír, pero Rivera no cedió. Los medios tampoco.

La campaña de prensa arreciaba y en junio del 23 llegó a su punto más alto.
El Heraldo
acusó a Vasconcelos de estar dilapidando grandes sumas; habló de «precios fabulosos, ganancias pingües, con gran derroche». El sindicato respondió con un manifiesto dos días más tarde en que invitaba a que se hicieran públicos los contratos, porque en ellos se demostraba que los muralistas no ganaban más que un pintor de brocha gorda, y acusaba a sus detractores de «retardatarios ignorantes» y de «fracasados envidiosos de los artistas que trabajan de acuerdo con el sentir del pueblo».

Pero la cosa no se detenía allí; la prensa estaba fabricando un mal ambiente para el naciente muralismo mexicano, la batalla política se convertía en batalla estética. ¿O no era lo mismo? En el teatro Lírico, un teatro de variedades y comedia, los cómicos cantaban:

Las muchachas de Lerdo

toman baños de regadera

pa´ que no parezcan

monos de Diego Rivera

El Universal
decía: «Las niñas de algunos ministerios escribiendo en la máquina, vestidas a lo Tutankamen, con una falda abierta en el costado y luciendo en la pierna una guirnalda o un nuevo decorado entre egipcio y moderno, cual si fuera un fresco de Charlot o de Rivera».

Y
El Demócrata
añadía, hablando de los murales: «La mayoría los considera una broma de mal gusto o fruto de una aberración estética».

Si bien el debate estético les importaba un bledo, porque consideraban a sus detractores analfabetos en materia de plástica, los muralistas estaban inquietos por la campaña sobre «el derroche» que significaban sus muros. Bertram Wolfe respondió por Diego en
The Nation
: «Mientras que Manuel Lourdes, un pintor burgués, cobra ocho mil pesos por un retrato de Horacio Casasús, Diego gana doce pesos diarios trabajando doce o catorce horas».

Y Diego, al comparar su salario con el de un obrero, para reenfocar la polémica, declaró con grandeza: «Trabaja más duro que yo. A él no le gusta su trabajo. Yo amo el mío. Debería estar mejor pagado que yo».

Mariguaneros

Un día, Rivera, en una de las múltiples asambleas que el sindicato realizaba lanzó la siguiente aventurada hipótesis: «Lo excepcional de la creación artística prehispánica se debe a que se realizaba bajo los influjos de la
cannabis indica
, la mariguana».

El asunto fue discutido y logró la unanimidad, incluso la del retorcido Orozco, que en una nota se adhirió: «Por principio, toda proposición del farolón Rivera debería ser desechada, pero en este caso, como sucede con la adhesión a una religión que garantice la posibilidad del paraíso en el más allá, en caso de confesión premortum, yo me adhiero a la experiencia, por las dudas».

Rivera consiguió a un introductor llamado enigmáticamente Chema. En la primera sesión, el personaje declaró: «Aquí, dentro de esta maleta, hay arte, hay ciencia, hay política; está todo lo que necesitamos no solamente para que ustedes hagan ese arte gigantesco que quieren construir, sino para la salvación de nuestra patria».

La experiencia se desarrolló a lo largo de varios días hasta que Siqueiros y su ayudante Reyes Pérez, por pasarse de fumada, se cayeron de un andamio de siete metros y casi se electrocutan.

Finalmente los miembros del sindicato llegaron a la conclusión de que ya eran de naturaleza mariguaneros y que el consumo de la droga no los hacía más inteligentes, sino más lentos, y decidieron abandonar la experiencia.

Orozco pinta, Rivera se pelea y estalla una rebelión

Al fin, la persistencia del sindicato hizo su efecto ante Vasconcelos y José Clemente Orozco fue contratado para pintar en la Escuela Nacional Preparatoria. El 7 de julio, tras un par de meses de preparación, comenzó a trazar el mural
Los presentes del hombre
.

Orozco, al igual que sus compañeros, se debatía en sus inicios en la búsqueda formal, donde el clasicismo llegaba hasta el Renacimiento (
Maternidad
) y los demonios que llevaba dentro y que poco a poco fue soltando (como en
El padre eterno
, un mural en boceto dominado por un dios bobalicón, autoritario y arbitrario con diablillos en el lado derecho martirizando al pueblo y una burguesía de híbridos de oligarcas y niños chismosos); pero lo esencial, lo dominante, era aprender a hacer del muro como narrativa, en el caso de Orozco con un cierto tremendismo que a veces amortigua con sus virtudes de caricaturista.

Su trabajo pronto fue combatido por la prensa hostil y un joven poeta relamido, Salvador Novo, calificó sus figuras como «repulsivas». Orozco se lo cobraría más tarde con una cruel caricatura donde se alude a la homosexualidad de Novo y algunos miembros de su joven grupo de intelectuales, en que los personajes se encuentran tocándose las nalgas embutidas en femeninos y ajustados pantalones.

Orozco, más allá de las críticas, y enfrentado más bien a sus demonios personales, avanzó en un proyecto donde mezclaba la pintura de una Virgen italianizante con la aparición de cuerpos, deformados y agresivos, pero temáticamente se mantuvo dentro de la línea oscura que caracteriza todo el trabajo inicial de los muralistas:
Cristo destruye su cruz
,
Maternidad
y
Hombre matando a un gorila
fueron las primeras obras, apasionantes, dotadas de una capacidad narrativa extraña, llenas de alegorías inquietantes. Orozco y sus murales, en ángulos de la escuela oscuros y un tanto tétricos, mantenían a Vasconcelos a distancia, que recuerda: «Al edificio principal de la preparatoria me presentaba rara vez; Orozco me hacía mala cara cada vez que me asomaba a ver sus frescos».

Temáticamente, también Siqueiros, que pintaba en otra parte de la escuela (el patio chico), andaba en las mismas, y de su brocha surgía la fuerza de las figuras aladas que se desprenden del techo, y propuestas extrañas, de enormes fuerza y belleza.

Sin duda los choques entre el gobierno y Rivera a raíz del texto de Gutiérrez Cruz en
Saliendo de la mina
invitaron a la reflexión a los dos creadores, porque una nueva temática apareció en las paredes realizada por Siqueiros y Orozco. El primero pintó
La revolución desencadenada
, y hacia los últimos meses del año 1923 pintaría el
Entierro del minero
, en cuyo féretro aparecen claramente grabados una hoz y un martillo, En esos mismos días Orozco comenzaría a trabajar en la
Trinidad revolucionaria
.

Parecía que el sindicato en su conjunto buscaba endurecer social y políticamente los temas narrados en las paredes de una manera explícita, mientras se consolidaban los estilos. Los golpes unían a los creadores. Pero en junio de 1923 se presentó la primera fisura.

Mientras Diego terminaba el «patio del trabajo» en la Secretaría de Educación Pública, Charlot y Amado de la Cueva habían culminado cinco murales en el «patio de las fiestas». Rivera se dirigió hacia el trabajo de sus compañeros dispuesto a tomarlo en sus manos. Supuestamente los dos pintores tenían que haber pintado veinticuatro murales y Vasconcelos, apremiado por la opinión pública, los presionaba. Fuera esto, o el que Diego se sentía responsable del conjunto de la obra y quería intervenir en su realización, de la que no estaba muy contento, el caso es que chocó con Charlot y Amado y decidió continuar el solo el trabajo con la ayuda de Guerrero, e incluso borrar uno de los tres paneles que había realizado Charlot. Siqueiros, como secretario general del sindicato, intervino apoyado por Fermín Revueltas y Diego accedió a readmitir a los dos pintores, pero subordinándolos. Con las relaciones viciadas, la ruptura no tardó en producirse y el 10 de agosto Charlot abatido abandonó la SEP y se fue a trabajar como ayudante de Siqueiros en la preparatoria; dos meses después, el 16 de octubre, Amado de la Cueva renunció y partió para Guadalajara.

Tampoco en la preparatoria las cosas iban mejor entre los pintores: Revueltas estaba sin trabajo propio y se limitaba a ayudar a alguno de los otros; Fernando Leal se había peleado con Charlot y Siqueiros por una mezcla de envidias, motivos políticos (sin duda Leal era el más conservador del grupo) y roces personales, y Orozco no quería saber nada de nadie y pintaba en solitario.

Un acontecimiento exterior vino a restablecer la unidad del sindicato y a darle un lugar importante dentro de la política de la izquierda y en particular del partido comunista.

El partido se había movido a lo largo de 1923 como barco a la deriva buscando un espacio propio en el movimiento popular. Cercado por los cromistas por su derecha y los anarcosindicalistas de la CGT por la izquierda, se encontraba desplazado totalmente del movimiento obrero. Sus experiencias en la huelga inquilinaria de 1922 habían terminado con derrotas. Había acordado abandonar el abstencionismo y promovía la intervención electoral, pero no tenía fuerza para desarrollarla; y apenas brillaban en su horizonte los trabajos en el movimiento campesino iniciados por las secciones de Morelia y de Veracruz. En julio se había reorganizado el Comité Ejecutivo Nacional y Rivera había permanecido formalmente dentro de él, aunque no asistía a las reuniones. Pero en diciembre una parte de los generales de la facción revolucionaria triunfante se alzaron en armas contra la voluntad del presidente Álvaro Obregón de imponer a su sucesor en la presidencia, Plutarco Elías Calles. La revuelta abrió un espacio por donde los comunistas trataron de meterse.

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