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Authors: Laura Gallego García

Alas negras (19 page)

BOOK: Alas negras
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El Loco Mac lo obsequió con una carcajada estridente, y Zor retrocedió un paso, alarmado.

—Nadie pertenece a Gorlian en realidad —explicó el viejo, con una torcida sonrisa—. Todos vinimos de otro sitio. Salvo tú, claro. Tú y unos pocos que nacieron en este lugar inmundo y no conocen nada más. Pero una cosa es no haber visto nunca el mundo real, y otra, muy distinta, ignorar siquiera que existe —añadió, lanzándole una mirada penetrante—. ¿Es que tu madre no te contó nada?

—¿Mi... madre?

El Loco Mac puso los ojos en blanco.

—La Reina de la Ciénaga. La Señora de Gorlian. Ahriel. El ángel.

Zor se estremeció.

—No la he visto nunca —confesó, a media voz—. Ni siquiera estoy seguro de que sea mi madre. Me crió un hombre llamado Dag, en el Desierto. Hasta hace unos días, ni siquiera sabía que la Reina de la Ciénaga tiene alas, como yo. Pero eso no nos convierte en madre e hijo.

Mac se rió otra vez.

—Es la única explicación, chaval. Sólo los ángeles tienen alas, y Ahriel es el único ángel que ha pisado Gorlian alguna vez. Y tú naciste aquí. Suma dos y dos.

—Si ella es mi madre, ¿quién fue mi padre? —replicó Zor; una posibilidad inquietante lo dejó clavado en el sitio—. ¿Dag?

—¿El viejo Dag? —Mac sacudió la cabeza—. Lo dudo. No te ofendas, muchacho, pero tu padre podría ser cualquiera, aunque yo apostaría por el rufián que vivía con ella en aquella casa ruinosa... Aunque, no, espera: a ése lo mataron. No tenía lo que hay que tener para sobrevivir en Gorlian, si entiendes lo que quiero decir.

»El ángel se lo tomó muy mal. Su venganza fue bastante sangrienta, o al menos eso he oído, y salpicó al mismo Rey de la Ciénaga. Ahriel acabó con él y ocupó su puesto. Nunca se supo que ella hubiese tenido ningún hijo, aunque pudo haberlo ocultado, claro —lo examinó con mayor atención—. Y la edad coincide, más o menos. Diría que hasta te pareces un poco a él, con esa cara de rata —le sonrió, mostrando una hilera de dientes negros y torcidos.

Zor escuchaba, entre incrédulo y abatido. Aquella historia podía no ser más que el delirio de un loco; pero, si no lo era, significaba que su madre lo había abandonado, que su padre estaba muerto y que su abuelo le había mentido durante toda su vida.

No quería seguir escuchando. Sacudió la cabeza y preguntó, cambiando de tema:

—¿Conociste a Dag?

El Loco Mac entornó los ojos.

—Claro, chaval. Todo el mundo conocía al viejo Dag. Cuando yo llegué a Gorlian y, créeme, de eso hace ya mucho tiempo, él ya estaba aquí. De hecho, fue el primero que empezó a llamarme «el Loco Mac» —se rió, y un nuevo eco de demencia resonó en sus carcajadas—, cuando les dije lo de la bola de cristal. Cuando les conté por qué nadie podría nunca escapar de Gorlian. Y él dijo que el sol me había tostado los sesos —movió la cabeza, resignado—. El viejo Dag era un tipo listo, pero conmigo se equivocó... y de qué manera. Desde entonces, nadie volvió a creer en mí. Y les habría convenido hacerlo, vaya que sí. Porque, indirectamente, yo tengo la culpa de que esa bruja de Marla los encerrara aquí a todos.

Zor lo miró, confuso. No entendía la mitad de lo que estaba diciendo, pero había oído mencionar a Marla.

Cuando su abuelo se enfurecía solía maldecirla, y también repetía a menudo la expresión «más negro que el corazón de Marla». Cuando Zor le había preguntado al respecto, Dag había proferido primero una sarta de insultos y palabras malsonantes destinados a ella, y después había cambiado de tema, diciendo que no era algo de lo que pudiese hablarse a los niños, porque tendrían pesadillas por las noches.

Mac se dio cuenta de su perplejidad y se rió otra vez.

—Ya veo que el viejo te mantuvo en tu bendita ignorancia, ¿eh? Puedo hablarte de la historia de este lugar, pequeño, si estás dispuesto a escucharme. Y puedo hablarte de tu padre y de tu madre, y de lo que hay allí fuera; de dónde proceden los engendros y quién es esa Marla a la que todos los presos de Gorlian invocamos en nuestras maldiciones —añadió, con una oscura sonrisa—. ¿Qué me dices?

Zor dudó un instante. Vio que Cosa se había acurrucado a los pies del Loco Mac, sin intención de despegarse de él, y por un instante se sintió molesto porque su fiel compañera parecía tener tanto aprecio a aquel mugriento chiflado. Pero no quería separarse de ella y, por otro lado, empezaba a anochecer, de modo que suspiró y dijo:

—Bien, de acuerdo. Busquemos un lugar donde acampar y podrás contarme toda esa locura de la bola de cristal.

Se refugiaron del viento en un recoveco que encontraron en la falda de la montaña. Encendieron un fuego y compartieron con Mac sus raíces y su odre de agua.

Entonces, a la luz de las llamas, el Loco Mac empezó a contar su historia.

Primero habló de un mundo enorme, inmenso, cuyas fronteras no estaban delimitadas por ningún muro de cristal.

En aquel mundo, explicó, había océanos, cadenas de montañas, valles y ciudades. Y entre ellas estaba Karishia, capital del reino de Karish, donde gobernaba la reina Marla, que tenía un ángel guardián, una guerrera alada que la había protegido desde que era niña.

Pero Marla no necesitaba protección. Siendo aún muy joven destacaba ya por su astucia y su perversidad. Bajo su reinado se inauguró Gorlian, una prisión que debía encerrar a los ladrones, asesinos y demás delincuentes que ensuciaban el reino. Nadie sabía exactamente qué era Gorlian ni dónde se encontraba, pero todo el mundo tenía claro que los criminales que destinaban allí desaparecían sin dejar ni rastro.

—Yo sabía más cosas acerca de Marla que ninguna otra persona —explicó Mac—. Más cosas, incluso, que su ángel. Porque yo era uno de sus maestros. Uno de aquellos que la instruyeron desde las sombras y la enseñaron a usar la magia negra en su propio provecho —añadió, con un suspiro desdichado.

Les dijo que fuera de Gorlian se había llamado Karmac, y que había sido un joven erudito apasionado por los libros y por el saber oculto.

—Y también un loco enamorado —sonrió—. En toda mi vida sólo amé a una mujer, mi dulce Silka, a la que adoraba desde que éramos niños. Íbamos a casarnos, pero ella enfermó y murió... Creí perder la razón —confesó, con la voz rota—, y puede que sí la perdiera un poco entonces. Desesperado, busqué en mis libros algo que me permitiera devolverle la vida, o viajar hacia atrás en el tiempo, algo, cualquier cosa... que me reuniese con Silka. Fue entonces cuando oí hablar del maestro Fentark, un hombre sabio del que, se decía, era capaz de burlar a la muerte y generar vida.

«Naturalmente, esto se murmuraba en voz baja y en lugares poco recomendables, porque olía demasiado a magia negra —volvió a reírse como un loco, sobresaltando a Zor—, y eso era algo que el ángel de la reina Marla, que entonces era muy niña, no veía con buenos ojos...

Pero a Karmac no le había importado infringir la ley. Asistió a las reuniones de Fentark y sus acólitos, y no tardó en unirse a ellos. Juntos investigaron las posibilidades del espíritu y de la materia y exploraron los límites del espacio y el tiempo, de la vida y de la muerte. Sin embargo, había una sutil diferencia entre ambos: mientras que Karmac buscaba el modo de devolver a la vida a una persona muerta, a Fentark, por el contrario, lo obsesionaba la idea de crear nueva vida de la nada, como si fuese un dios.

Sus primeros logros, les contó, no eran más que masas sanguinolentas que se convulsionaban sobre la mesa de su laboratorio. Con el tiempo, consiguió dotarlas de extremidades, boca, ojos... Karmac veía que aquellas horripilantes criaturas no eran naturales, no eran hermosas; incluso el simple hecho de existir las hacía sufrir de forma espantosa, y las volvía violentas e inestables. Pero para Fentark eran válidas, porque eran creación suya. Cuando una de ellas se escapó del laboratorio, causando estragos en uno de los barrios más pobres de la ciudad, el ángel de Marla estuvo a punto de descubrirlos, y el grupo tuvo que trasladarse a otro lugar.

—Para entonces —les explicó—, y mientras Fentark experimentaba con la vida y la muerte, yo descifraba los secretos del espacio-tiempo. Por las noches me asaltaban pesadillas en las que veía a mi Silka regresando a la vida en el cuerpo de uno de los engendros de Fentark, y eso me llevó, poco a poco, a desvincularme de su proyecto y a investigar por otra vía: estaba seguro de que podría viajar atrás en el tiempo y, después, una vez me hubiese reunido con Silka, detener las vidas de ambos en un lugar, alejado del tiempo y del espacio, donde la enfermedad no llegara a alcanzarla nunca. Debo decir que jamás conseguí viajar al pasado —añadió, con una sonrisa—, pero, para cuando tuvimos que abandonar nuestra base en la ciudad, ya sabía cómo crear espacios atemporales, lugares por donde no pasa el tiempo, o transcurre de forma diferente. Y eso fue lo que hicimos cuando levantamos la Fortaleza Negra, nuestra sede definitiva: separarla del resto del mundo para que nadie pudiera encontrarnos.

—Pero... pero... —interrumpió Zor, atónito—. ¿Cómo conseguisteis todo eso? ¿De dónde sacasteis el poder o las instrucciones para llevar a cabo algo así? ¿De los libros?

El Loco Mac respondió con una sarta de risotadas desquiciadas. El muchacho se apartó un poco de él y aguardó, inquieto, a que se tranquilizara.

—De los libros, sí —dijo el viejo finalmente, con una tenebrosa sonrisa—, pero no sólo de ellos. Contactamos... Fentark contactó... con seres más sabios y más poderosos que nosotros. Algunos eran brutales y crueles, pero otros poseían vastos conocimientos que pondrían a nuestro alcance a cambio de algo... siempre a cambio de algo...

—¿Quiénes... eran esos seres? —preguntó Zor, sin aliento; fuera o no verdad lo que le estaba contando el Loco Mac, era el mejor relato de terror que había escuchado jamás.

—Los enemigos mortales de los ángeles, pequeño. Los demonios. Unas criaturas muy peligrosas que llevan milenios atrapadas en su propia dimensión y están deseando escapar... sí, como los prisioneros de Gorlian... la diferencia es que, si bien algunos de los que aquí habitan, como tú, por ejemplo, no merecen esta suerte... es mejor para el mundo entero que los demonios sigan encerrados en su mundo, el infierno, para toda la eternidad.

»Sin embargo, nosotros éramos unos necios arrogantes y creíamos que lo teníamos todo bajo control. Fentark invocaba a menudo a un demonio, un ser antiguo y astuto, al que creía tener completamente dominado. De él aprendió todo lo que sabe. Gracias a él, su habilidad para crear engendros mejoró día a día, y por esta razón llamábamos a nuestro grupo la Hermandad de la Senda Infernal, aunque los profanos nos calificaban como «los Siniestros».

Karmac, sin embargo, nunca había confiado en los demonios, así que se fue encerrando más y más en sí mismo y en sus estudios. Pero el grupo siguió ganando adeptos, hasta que un día Fentark se presentó con una invitada de excepción: una jovencísima reina Marla, que se había escapado del palacio y de la tutela de su ángel para contactar con ellos. A Fentark le dolió un poco que ella mostrase más interés en su demonio que en sus intentos de crear vida, y consiguió alejarla de su estudio, y de las invocaciones, hablándole del trabajo de Karmac.

—Y la enseñé a crear espacios fuera del tiempo, maldita sea mi estampa —gruñó él—. Nosotros llevábamos nuestras actividades en secreto, como criminales, y confieso que me halagó que la misma reina mostrara interés por mi trabajo. Mucho más tarde me habló de su ángel; me dijo que era inflexible e intransigente, pero que, cuando ella cumpliera la mayoría de edad, tendría poder para gobernar sobre su propio reino, y favorecería la ciencia y el estudio, en lugar de perseguirlos como si fuesen un crimen. Me dijo, también, que cuando eso sucediera, el ángel obtendría su merecido. Y eso debería haberme hecho sospechar. El ángel no era santo de mi devoción, porque estaba en contra de la magia negra que podía ayudarme a recuperar a Silka, pero yo había visto al demonio de Fentark y, si los ángeles eran enemigos de aquellas malvadas criaturas, no me cabía duda acerca de en qué bando querría encontrarme.

Con el tiempo, explicó, Marla creció y aprendió muchas más cosas, no sólo de él, sino también de Fentark, que, superado el recelo inicial, la convirtió en su discípula. A su vez, el poder del líder de la Hermandad también aumentaba, y sus creaciones eran más y más perfectas. Seguían siendo seres contrahechos qué sufrían horriblemente por el simple hecho de estar vivos, pero algunos, como Cosa, tenían inteligencia.

—Con todo, Fentark nunca estuvo satisfecho con ella —añadió, mirándola con ternura—. Porque era buena y amable, y no servía para pelear. La tenía suelta en el bestiario, como una mascota, y, aunque ella lo adoraba, él la trataba con desprecio. Llegó a crear una especie de sapo repulsivo, también inteligente, pero con un corazón pequeño y mezquino, al que tenía más aprecio que a ella. Sin embargo, con el tiempo creó a seres más perfectos... y abandonó al sapo en Gorlian, donde, con las armas que el propio Fentark le proporcionó, acabó convirtiéndose en el Rey de la Ciénaga. Pero eso fue después de que yo llegara aquí.

—¿Y cómo llegaste aquí? ¿Y de dónde surgió Gorlian? —preguntó Zor, ansioso.

—Paciencia, pequeño, ahora voy. Sucedió que, con el tiempo, mi dolor se fue apagando. No he olvidado a Silka, pero aprendí a aceptar su pérdida, y a asumir que nunca podría recuperarla. Para entonces, ya no me sentía a gusto con lo que se hacía en la Fortaleza, y mucho menos con el papel que Marla tenía en todo aquello. Se hablaba ya de Gorlian, la prisión donde se encarcelaba a los enemigos de Karish, y, cuando se mencionaba el tema, Marla y Fentark cruzaban una sonrisa de complicidad que no me gustaba un pelo. Por otra parte, los oí hablar alguna vez acerca de invocar a demonios más poderosos, incluso, de abrir las puertas del infierno para que ambas dimensiones fueran una sola. Un día hablé con Fentark y le dije que aquello estaba llegando demasiado lejos; que Marla, lejos de ser una encantadora muchacha apasionada por el saber, era en realidad una reina codiciosa que buscaba un poder superior a través de la magia negra, y que debíamos cortar todo contacto con demonios inmediatamente. Fentark me dijo que lo pensaría. Y cuando desperté, al día siguiente... estaba aquí. Abandonado. Como tantos otros. Con los desechos de Marla y de Fentark: los criminales y los engendros.

»Todos los presos de Gorlian saben o intuyen que ésta es una prisión mágica, pero nadie tenía idea de cuál era su origen, su aspecto externo o su naturaleza. Yo sospechaba que Marla había utilizado los conocimientos que había aprendido de mí para crear un espacio separado del tiempo normal, pero no lo confirmé hasta mi famosa expedición a lomos de un engendro alado, de la que habrás oído hablar —sonrió— . Entonces fue cuando vi que el Muro de Cristal no era solamente un muro; está por todas partes, chaval, cubriendo el cielo como una cúpula, y también bajo tierra. Estamos todos atrapados dentro de una maldita bola de cristal. Y sé de qué bola de cristal se trata; yo mismo la vi en manos de Marla más de una vez, pero nunca se me ocurrió mirar en el interior. Qué perversa genialidad... encerrar a tus enemigos en un mundo minúsculo, para que se maten unos a otros, mientras los tienes a todos atrapados en la palma de tu mano. Claro que nadie me creyó cuando lo conté. Aquí todos me tienen por loco y, la verdad, tampoco es que yo haya hecho gran cosa para sacarlos de su error. ¿Te imaginas cómo se tomarían los habitantes de Gorlian, en su mayoría asesinos y otros criminales, la noticia de que este lugar fue creado gracias a los conocimientos que yo le transmití a la reina Marla? —volvió a estallar en risotadas histéricas, sobresaltando a Zor y a Cosa—. No duraría ni un momento aquí, muchacho, te lo aseguro. Y tal vez es lo que merezca —añadió, con un suspiro—, por necio y por loco, pero soy demasiado cobarde para afrontarlo. Además, no hay día que no me pregunte si toda esta fantástica historia no será una invención en realidad. Quizá soy sólo un pobre diablo que quiere creer que fue alguien importante en el pasado, un gran sabio, el mentor de la reina Marla —se rió otra vez, con una serie de salvajes carcajadas teñidas de sarcasmo—. Un mentor, en todo caso, no mucho peor que el ángel que debía educarla. De todas formas, supongo que ella terminó dándose cuenta de cómo era su protegida en realidad. Aunque demasiado tarde, me temo, porque Marla se las arregló para arrojarla a Gorlian, junto con el resto de la gente que la estorbaba.

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