A bordo del naufragio (16 page)

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Authors: Alberto Olmos

BOOK: A bordo del naufragio
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Route aux cyprès et ciel étoilé
(los títulos, no se sabe por qué, están en francés, aunque compraste los pósters aquí al lado) y que has traducido como
Roto por el ciprés el cielo estalla
, un poco por analogía fonética, otro poco por intuición interpretativa. En el margen blanco del cuadro, has escrito, no sabes cuándo, una frase de caligrafía ascendente y escalonada: normalmente no me suicido
...porque estás muerto entre la sombra y la espera muerto siempre y desde el principio no eres otra cosa que muerte de modo que no temas no hay nada que temer el miedo ha de irse porque no vives tú no vives no puede ser que esto sea vivir la muerte es cuando no hay nada y es que ahora tampoco hay nada estás muerto a efectos prácticos a efectos reales a efectos lúdicos eres invisible eres el último de la fila y nadie va a notar que te has muerto que te estás muriendo o que te estás matando de qué te viene ese creerte importante para alguien tú no vales nada ni nunca valdrás nada ya lo dijo el abuelo y lo dijo el padre lo dijo sin palabras pero lo dijo porque hay bastantes maneras de decir las cosas sin usar las palabras o qué te habías creído no todo se aprende en los libros eso lo sabe todo el mundo no todo se aprende en la vida pero todo debe aprenderse en la muerte la muerte maestra final maestra de vida morirse para comprender la vida si mueres quizá desees vivir aunque será ya un poco tarde un poco a destiempo en mal momento cuando ya no puedes volver atrás
... ¿Qué vas a hacer? ¿Qué coño vas a hacer? (Hay una diferencia bastante grande entre ambas preguntas.) La huida es siempre deshonrosa, incluso cuando está causada por el primordial deseo de salvar la vida. Bueno, tampoco dramatices: la ciudad puede no tener sitio para ti en su universidad, pero seguro que te admiten de nuevo en la pizzería, o en algún otro lugar en el que no metas mucha bulla ni estorbes a tus preclaros coetáneos que ocuparán pronto los sillones de los informativos televisivos y te amargarán eternamente la comida recordándote, mientras te informan de alguna sangre, que eres un fracasado de mierda. Sí, no debe de haber nada tan acuchillante como levantarse cada día y ver en el espejo a alguien que odias; o, dicho de otro modo, que no admiras. El objetivo de la vida (otro) es amarse a uno mismo. Esto de amarse a uno mismo no significa que hayas triunfado, que estés presentando informativos o concursos morbosos; quiere decir simplemente que moviste tus trebejos lo mejor que pudiste y que, si alguien tiene algo que decir al respecto, en sentido ominoso, le pueden dar mucho por el culo, pues tú te encuentras bastante orgulloso de tu actitud ante el aquelarre de la vida. Debes tener en cuenta que irse de la Gran Cacharrería es abandonar el meollo del asunto, el epicentro de todas las infamias y delicias, la olla donde se cuecen todos los potajes (cocido, para ser gastronómicamente exactos) que luego se reparten por el resto del país (eso sí, acompañados con un poco de vino del Penedés). ¿Qué se supone que vas a hacer en el pueblo, aparte de mirar el crepúsculo, el oleaje cereal, las algodonales y levelivianas nubes y demás mariconadas? ¿Vas a ponerte a cultivar patatas, tomates, repollos, o vas a pedir empleo en la fábrica de piensos, llevando sacos de cincuenta kilos de aquí para allá, rodeado de un hedor a intestinos en polvo? Tú no tienes estómago para eso. Ni para eso ni para nada. La cuestión es que no tienes nada, ni futuro ni pasado, y al no poder perder cosa alguna, todo te está permitido (ante ti mismo, claro). Miras la tele y todo lo que dice te resbala, ¿quién es el presidente del gobierno?, es más, ¿de qué gobierno o país es este gilipollas presidente?, ¿existen los Estados Unidos?, ¿existe la Comunidad Europea?, ¿existe Sadam Hussein? No, ésa es la respuesta. Existirán para vosotros, pero para mí de ninguna de las maneras. Quizás el problema no seas tú; quizás ellos, todos ellos, desde el apuntador al gilipollas que preside, tengan la culpa de todo. Son ellos los que te han hecho así. Tú llegaste al mundo a verlas venir. No trajiste requisito alguno, ni prerrogativas ni reclamaciones. Llegaste como un montón informe de arcilla y son ellos, sólo ellos, los que han moldeado un búcaro esperpéntico. Luego que no te culpen si coges un día y decides matar a siete tipos siguiendo la lista de los pecados capitales y llevándote como recuerdos algunos testículos o varios ovarios; que no te vengan con penas capitales, no te jode, que te metan en un frenopático con bellas doctoras llamadas Clarisa y muchas ventanas abiertas al campo. Y, hablando de ventanas, echa un ojo a tu trocito impávido de cielo dudosamente azul: ahí lo tienes, isósceles a pesar de todo, oriflama sobre el hormigón gris que le da forma. ¿Y el pájaro, lo ves? Sí, ya lo divisas, en el ángulo derecho, azulado de brisas, elucubración alada, solitaria, reinante. Nadie diría que sobre ti, en esos seis pisos que te aplastan con sus televisores a todo volumen, sus armarios ahítos de ropas inservibles, sus electrodomésticos runruneantes, sus percheros, sus muebles, nadie diría que vive alguien; pero viven. Viven porque tienden la ropa, viven porque pesan y suenan y manchan la ropa que luego cuelgan sobre ti, goteante de rutina o discoteca (según el caso), fláccidas siempre, arrugadas, gastándose. Nunca has visto una cabeza, una mano, algo humano sobresalir de los alféizares (qué feo suena), como si la ropa se colgara y descolgara sola, o de noche, o no estuviera ahí y fuera sólo sueño. No tienes vecinos en este sótano húmedo y dantesco. No tienes vecinos ni ropa que tender, a no ser que, poéticos, digamos que el cerúleo isósceles que cubre el patio interior constituye tu inmaculado guardarropía. Te pones boca abajo. Las gafas se te clavan en la carne. Te las quitas y las pierdes. Hundes la frente en la almohada, gélida de soledad y sudor, y cierras los ojos. Escuchas tu propia respiración. ¿Qué vas a hacer? ¿Qué coño vas a hacer? Sal a la calle con el cuchillo del pan y empieza a degollar niñas guapas. Viólalas. Viólalas a todas. Sal a la calle con el cuchillo del pan y córtate las venas delante de un ministerio (preferiblemente el de sanidad). Sal a la calle y no hagas nada, coge el metro, anónimo y gris, llega a la facultad, anónimo y gris, aguanta estulticias, anónimo y gris, y vuelve, anónimo y gris, a tu pecera. Si pudieras vaciarte y estar. Si pudieras detener el torrente interno que te arrasa las neuronas en su afán de no se sabe muy bien qué. Pero no se puede hacer nada, sólo intentar conciliar el sueño. ¿Quién se inventó esto de conciliar el sueño? ¿Quién se inventó todo, sí, todo, lo general, lo que abulta, este conglomerado de gilipolleces que te rodea? ¿Quién fue la mente feraz y primigenia que dijo cosas como conciliar el sueño, flamante campeón, flaco favor, etcétera? Humphrey Bogart murió el catorce de enero de mil novecientos cincuenta y siete de cáncer de esófago. ¿Dónde está, qué es el esófago? Bueno, el caso es que se murió, la causa carece de interés, se murió, requiescat in pace, a las dos y diez de la madrugada, el día de tu cumpleaños, el catorce de enero, el catorce del primer mes del año, catorce, catorce, catorce cadáveres sobre la cama deshecha, donceles, sufijo, persona anónima, una mujer con analectas tatuadas en el perineo, Buda el Iluminado, Buda y el bodhi, Sidartha,
El juego de los abalorios
, bonita palabra, abalorios, abalorios, lo malo es que seguro que significa algo,
El juego de Hollywood
, las tetas de Susan Sarandon, el vientre de Geena Davis deslizándose sobre sábanas blancas,
La casa de los muertos, Crimen y castigo ...por qué lees tantos libros
... el techo sobre tu cabeza, el techo pergamino de un alfabeto en bajorrelieve, Borges leía mensajes de Dios en la piel de los tigres, Borges se quedó ciego de tanto leer
...no todo se aprende en los libros
... no, se quedó ciego de tanto ver,
El libro del esplendor
o
Zohar
es la obra más conocida de la Cábala, el eucologio romano de tu abuela es de mil ochocientos setenta y siete y le faltan algunas páginas y quizás valga una pasta gansa pero tú no quieres venderlo porque los libros no se venden igual que no se venden los amigos ni los padres ni las madres ni nada de lo que se quiere salvo que seas un inmenso desalmado, el eucologio romano de tu abuela recoge las tablas de Moisés y hace una exégesis de cada mandamiento, cuarto mandamiento, honrar padre y madre, en este mandamiento van comprendidos padres e hijos, los primeros deben examinar si han cumplido debidamente sus deberes para con sus hijos, esto es, si los han educado en el santo temor de Dios, si los han instruido en las máximas fundamentales de nuestra santa religión, y en los principios de la santa moral, si les dan carrera según sus facultades para que no se críen en la ociosidad y de consiguiente viciosos, si notándoles defectos no se los corrigen, y por último si les han dado algún mal ejemplo por el cual se han apartado o se pueden apartar de seguir el camino de la virtud
...en Miquel en Miquel
... hay una enfermedad que surge de permanecer mucho tiempo en la cama, seguro que la descubrió Onetti, se llama úlceras de encentamiento o, en latinajo, decubitus,
El juntacadáveres
, después es cuando no hay nada, después de la lluvia, solo, el techo escrito por alguien, telarañas escritas por alguien, sinfonías en las telarañas, Vissi d’arte, esto es mejor que leer a Virgilio, Val y Mona, Henry y June, Fred Ward y Uma Thurman, los ojos universales de Uma Thurman, la mirada naïf de Uma Thurman, las pupilas inocentemente lascivas de Uma Thurman, ¿no los odias?, el qué, los silencios incómodos, el señor rosa, el señor azul, el señor negro, are you talking to me?,
Toro salvaje, Corazón salvaje
, tú no eres Nicolas Cage, tú no eres Joe Pesci en
Uno de los nuestros
, tú no eres Robert de Niro en el papel de Robert de Niro, are you talking to me?,
El código de Manu, El anticristo
, quiero saber más, ¿dónde está el esófago?, ¿dónde está en Miquel, Miguel, san Miguel de Unamuno mártir?, y de consiguiente viciosos, la ventana, el sol, la mañana se acaba y llega la hora de comer, la hora de comer la mañana, la mañana de sal, no des tantas vueltas en la cama, la mañana de sal, suena el despertador y tienes que levantarte y salir a la calle, a la mañana, hacer lo que sea que tienes que hacer, y es demasiado pronto, las siete, demasiado pronto para vivir, hay que ser rico, estar montado en el dólar, para poder bloquear las campanillas del despertador y salir de la cama a la hora de comer, hay que ser rico, estar montado en el dólar, para ahorrarse estas horas en carne viva de la mañana, y despertar a la tarde de miel, la mañana llega para despertarte, te dice, las cosas van en serio, los sueños son sueños, hace frío, llueve, no hay nadie desayunando contigo, la tostada cae siempre por el lado de la mantequilla, William Faulkner colaboró en
El sueño eterno
de Howard Hawks sobre una novela de Raymond Chandler
...por qué lees tantos libros
... las cuerdas vocales no son cuerdas pero se les llama así para simplificar pues la gente es bastante corta de entendederas y amplia de tragaderas cualquier cosa que salga por la tele ven sin chistar ni decir qué puta bazofia es ésta que me ponéis no les da igual quieren más y lo piden cuarenta canales no son muchos canales cien canales no son muchos canales queremos tantos canales que no podamos pensar en otra cosa que en los episodios de los culebrones de cada uno de los canales dónde estoy vomitando ahora de dónde vengo de vomitar adónde voy a ir a vomitar el pueblo está lleno de sol y nubes blancas solamente una oportunidad le pedimos nada más que una oportunidad sarcasmo suena como orgasmo pero es mucho más divertido Stewart Kronisgberg es más feo que la pared de un cementerio pero Woody Allen es un genio y se tira a Annie Hall o Diane Keaton o Diane Hall y también se tira a Mia Farrow la semilla del diablo Polanski está loco conducta sexual en el hombre conducta sexual en la mujer Alfred Kinsey documentos TV que no hay que confundir con Ben Kingsley Gandhi en una película a la que dieron ocho oscars muy bien dados por una vez y sin que haya servido de precedente nadie te ha dicho nunca por qué ves tantas películas el cine es el arte del siglo
XX
la literatura va a morir tú crees que va a morir la literatura sí por supuesto teniendo en cuenta los excrementos que se publican diariamente con forma de libro y nombre de novela tú quieres ser escritor no yo quiero ser rico para poder silenciar despertadores y poder regalar un diamante del tamaño de un coco a Uma Thurman y besarla en la punta del dedo gordo toe tao yin yang todo esto no es más que masturbación mental y Confucio o Lao-Tse o Michael Stipe no van a ayudarte por mucho que tú creas lo contrario
...Simón Tejedor Manrique 16 de marzo de 1919 23 de julio de 1995 rip tu abuela dice ya te dije que no te fueras te dije que no te fueras recuerda te lo dije te dije no te vayas en el pueblo hay trabajo en el pueblo hay Simón Tejedor Manrique 16 de marzo de 1919 23 de julio de 1995 rip estás labrando pinos miras a tu espalda y no ves sino pinos con la boca blanca y abierta miras hacia delante y no ves más que pinos con la boca oscura y cerrada golpeas con la escoda varias veces el suelo transido de agujas de pino cruje cuando lo pisas huele a espliego corre una brisa gélida golpeas varias veces alzas la vista hay alguien escondido detrás de aquellos pimpollos caminas hacia allí con la herramienta en la mano derecha expiras aire blanco por la boca allí no hay nadie vuelves al trabajo te calientas las manos con tu propio aliento y golpeas varias veces la brisa se hace viento el viento se hace voz algún mal ejemplo por el cual se ha apartado de seguir el camino de la virtud de la virtud la virtud virtud virtud sientes pasos a tu espalda te vuelves ves sus zapatos sus pantalones su camisa azul pinos no tiene cara no hay nadie estás solo coges la escoda y golpeas golpeas golpeas varias veces y el pino se desangra lentamente sobre el tarro
... Te levantas de la cama con la cabeza entre las manos. Aprietas con todas tus fuerzas, pero no hay nada que hacer. Llegas al baño, te ves fugazmente en el espejo, abres la portezuela del armario. No encuentras aspirinas. No hay nada. Sólo prospectos y cajas vacías, un peine, Crossmen y la maquinilla. Te cagas en lo más alto. Abres el grifo del lavabo. El agua está fría y tiene un color amarillo, rojo, azul, un color cuyo nombre no recuerdas, verde, negro, blanco. Sientes el agua correr por tu rostro y por tu cuello, notas cómo el cabello, humedecido, se reduce, se pliega, dejando a la vista tu cuero cabelludo. Ves el lavabo blanco, el desagüe plateado, el remolino del agua antes de perderse para siempre, los cabellos atorando la tubería inmediata, el ruido del agua que fluye. Te frotas el pelo con la toalla incolora que cuelga de una barra, a tu derecha, y te miras, al fin, en el espejo. Tu cabello arde, negro y directísimo hacia el cielo, lleno de carencias, con dos entradas abisales a cada lado, y una vena haciéndote la raya. Te miras directamente a los ojos. Te estás mirando a los ojos, castaños, enrojecidos, de largas pestañas, tus ojos llenos de letras, como ollas de la literatura, gastados. Y tomas la inaplazable decisión de coger el primer autobús para tu tierra castellana, tu abuela y tus nubes. Se acabó, finis, au revoir. Pasarse la vida cultivando repollos o labrando pinos no es tan malo. Lo cierto es que lo de los pinos no va a llegar al dos mil veinte, siendo optimista. Seguro que alguien (cráneo privilegiado) se inventa algo que supla al resinero. Es más, creo que ya lo han inventado, ahora no se usa la escoda (tu abuelo, al final, no te enseñó nada), ahora se quita la roña (o sea, la corteza del pino) y se le rocía con cierta sustancia que le hace sudar la miera. Esto es cosa de los americanos, que, como no leen a los clásicos, tienen mucho tiempo para joder al personal. Bien, la decisión está tomada. Te vas. Entras en tu cuarto. Parece que tener una idea clara en la cabeza (irte) hace que todo tu cerebro se estructure, se jerarquice, pues ya no sientes el crepitar de la masa encefálica, sólo un leve resto de dolor, que casi se agradece. ¿Qué te vas a llevar contigo y qué dejarás aquí olvidado? Nada, o sea, todo. Te largas con lo puesto, la camisa de leñador, los vaqueros, la camiseta, los calzoncillos, los calcetines blancos con el zancajo roto, los zapatos sucios, un pañuelo azul en el bolsillo derecho, un reloj y la documentación. Y la pasta qué, no eres un mendigo de esos a los que expulsan gratis de las ciudades. Tú se supone que tenías tu sitio, cumplías tu función, sí, en el fondo del aula, en la última fila, al lado de las ventanas, solo. Sin embargo, renuncias, que se queden con todo, con sus grandes almacenes y sus salarios mínimos, con todo, yo me largo, sí señor, me voy y no volveré a pisar una calle que sea más ancha que la plaza de mi pueblo. Abres los cajones del armario, remueves la ropa interior, un juego de sábanas, varios pantalones arrugados, las camisas hediondas; estás buscando en cada bolsillo, en cada pliegue, el tintineo amable de la calderilla, el crujir amabilísimo de un billete, ese billete que te sacará de la Gran Cacharrería. Por fin lo encuentras, tu viejo monedero de punto rojo. Pesa, algo tiene. Abres la cremallera y encuentras una moneda de quinientas pesetas, dos de doscientas, una de veinticinco y tres duros. Cierras el monedero y te lo metes en el bolsillo derecho. Miras lo que cuelga de las perchas. Y decides, como en una iluminación, ponerte esa chaqueta que te compraste un día, no sabes para qué, y que nunca has lucido en público. Pues claro, me voy en americana de aquí, con la cabeza muy alta, no te digo. Te la pones. No te encuentras muy a gusto. Revisas los bolsillos. No hay nada. La chaqueta es azul, suave, te gusta. Un poco corta, de las mangas sobre todo, pero no está mal, lo que pasa es que no estás acostumbrado, ve al espejo, ¿ves?, imponente. Entras en el comedor, botella de Ribera (uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho). ¿Y las gafas? Bah, para lo que hay que mirar. Echas un último vistazo al cuchitril y no encuentras en tu corazón ni una sola gota de nostalgia o ternura por el lugar que dejas. La última mirada que lanzas a la vivienda es de desprecio. Te odio. Cierras la puerta de un portazo, has dejado las llaves sobre la mesa, todo lo que queda tras esa puerta queda, para siempre, tras esa puerta. Que te vayan a buscar, si quieren. Avanzas por el pasillo. La vieja no está. Lo lamentas. Tú querías decirle adiós, gritarle adiós. Ella no te iba a contestar, tiene bastante con pasearse de arriba abajo con su bata azul y su patética permanente. Estás a la altura de su puerta. Te da un arrebato y llamas al timbre,

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