Venus Prime - Máxima tensión (20 page)

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Authors: Arthur C. Clarke,Paul Preuss

BOOK: Venus Prime - Máxima tensión
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Sparta saludó y se dirigió a paso vivo hacia el helicóptero que aguardaba. El comandante la estuvo mirando mientras avanzaba y no consiguió disimular su envidia.

Aparte de la tripulación de tres personas, el cúter impulsado por antorcha sólo transportaba a bordo a Sparta. La esbelta nave blanca, portadora de la banda azul y la estrella dorada de la Junta de Control del Espacio, avanzó como un rayo en dirección al sol describiendo una órbita hiperbólica y se acercó a Port Hesperus una semana después de que Sparta subiera apresuradamente a ella. Al cabo de dos días de viaje, cuando estaban a menos de una semana del encuentro con Port Hesperus, llegó un mensaje por radio. «Aquí la
Star Queen
; habla el comandante Peter Grant. El oficial ingeniero McNeil y yo hemos llegado conjuntamente a la conclusión de que queda suficiente oxígeno para un solo hombre...»

En menos de una hora la Central de la Tierra estaba al habla con Sparta; la arrugada y ennegrecida cara del comandante apareció en la pantalla del vídeo de la cabina de comunicaciones del cúter.

—Muy bien, Troy; esto viene a añadir una complicación más al asunto. Necesitamos saber si ese miembro de la tripulación salió esta mañana por la escotilla por propia iniciativa o si lo empujaron.

—Sí, señor. ¿Están disponibles los informes que pedí acerca de los pasajeros de la Helios?

Hubo una demora de un minuto en lo que las palabras de la muchacha hacían el viaje a la Tierra y las de él el camino de vuelta.

—Estamos metiéndole en la computadora lo que nosotros tenemos en los canales negros —le dijo—. Puedo asegurarle que se las va a ver usted con un puñado de tipos raros ahí. Un tipo que trabaja para las compañías de seguros es un conocido timador; ellos también están al corriente, así que se ve que están conformes con ello. La temperamental novia de éste. Otro tipo que es el propietario de una nave con una historia tan extraña que tuvo que cambiársele el nombre. Y otro tipo prácticamente sin historia.

—Gracias, comandante.

Un minuto después él dijo:

—Cuídese, inspectora.

Y cortó.

Tres días antes de llegar a Port Hesperus, el cúter atravesó la trayectoria de la Helios, y un día después la de la
Star Queen
. Si Sparta hubiera tenido un telescopio, habría podido mirar las rápidas naves con la perspectiva de un observador cósmico. Pero eran las personas que iban a bordo lo que le interesaba.

Con la poderosa antorcha resplandeciendo, el cúter disminuía la velocidad en dirección a los grandes anillos, radios y cilindros que era la estación espacial, suspendida en elevada órbita sobre las deslumbrantes nubes de Venus y con el eje apuntando directamente al centro del planeta.

Al llegar al perímetro de radiación, la antorcha del cúter lanzó una llamarada y se apagó. Se aproximó bajo energía química, cautelosamente.

Port Hesperus era uno de los triunfos de la ingeniería del siglo xxi, construido casi enteramente con materias primas procedentes de asteroides capturados. Explotando los recursos de la superficie del planeta, se había amortizado su coste en dos décadas; corrientemente albergaba a cien mil personas en unas condiciones que los habitantes de la Tierra del siglo xx hubieran considerado lujosas. Parques, por ejemplo, y espacios verdes... La gran esfera central de vidrio de la estación estaba llena de exuberantes jardines, algunos de los cuales eran un tributo a los viejos sueños sobre Venus como un mundo lleno de pantanos y junglas. Vengan a Venus y podrán ver junglas, de acuerdo, a condición de limitarse a los senderos de la brillantemente iluminada esfera central de Port Hesperus. No intenten visitar la superficie del planeta, ni siquiera pregunten. De los cinco seres humanos que lo habían intentado en naves de aterrizaje blindadas y protegidas contra el calor, sólo dos habían regresado para contarlo.

El cúter en que viajaba Sparta se puso a girar al mismo ritmo que la bahía de aterrizaje, que miraba hacia las estrellas impulsada por energía química; al cabo de quince minutos, y con los controles de aterrizaje puestos en automático, se había adentrado en la enorme bahía del eje, que se hallaba atestada de tráfico local.

El lado de alta seguridad de la bahía de aterrizaje estaba ideado de un modo totalmente funcional, sin tonterías ni comodidades superfluas, todo acero blanco y vidrio negro, tuberías, mangueras y luces cegadoras. Un tubo como una sanguijuela gigantesca se cerró sobre la cámara de descompresión del cúter; el aire entró de golpe bajo una elevada presión y la escotilla del cúter saltó.

Sparta se tapó los doloridos oídos con las manos. Flotando en la cámara de descompresión se encontró de repente cara a cara con una delegación del cuartel general local de la Junta de Control del Espacio que avanzaba hacia ella por el tubo de aterrizaje. No parecían muy amistosos.

El más alto de los lugareños era la capitana de la unidad de Port Hesperus, Kara Antreen. Llevaba un traje gris de lana que costaba al menos un mes de su muy respetable salario; tenía el cabello cortado de un modo severo, estilo paje, y los ojos de color gris pálido estaban fijos en Sparta por debajo de unas tupidas cejas negras.

Incluso quitándose las manos de las orejas, Sparta se encontraba en desventaja social. Era cuestión de la ropa que llevaba. Había hallado poca cosa que pedir de los almacenes de la nave, a pesar de la invitación del comandante —la imaginación del furriel parecía limitarse a los pantalones cortos de gimnasia, algunos productos para aseo personal, cerveza sin alcohol y varios artículos de «entretenimiento», haciendo énfasis en unos vídeos de porno suave—, de modo que, aparte de coger unas cuantas mudas de calcetines y ropa interior y adquirir un peine y un cepillo de dientes, había llegado a Port Hesperus vistiendo todavía el traje de paisano de un inspector ayudante destinado en aduanas y entradas de un puerto de transbordadores espaciales, es decir, el disfraz de paisano de una rata de muelle sobornable: pantalones de plástico con bolsillos de parche, camisa de un color oliva desvaído y chubasquero de lona de polímero. El conjunto era claramente informal, pero por lo menos estaba pulcro y limpio.

—Ellen Troy, capitana —se presentó Sparta—. Estoy impaciente por trabajar con usted y su gente.

—Troy. —Antreen le sonrió haciendo que disminuyera la tensión—. Y nosotros estamos impacientes por trabajar con usted. Cualquier tipo de cooperación que podamos prestarle, cualquiera absolutamente, queremos que sepa que la ayudaremos.

—Eso es muy...

—¿Entendido?

—Desde luego, capitana. Gracias.

Antreen le tendió la mano; se dieron un fuerte apretón.

—Inspectora Troy, le presento a mi ayudante la teniente Kitamuki. Y éste es el inspector Proboda.

Sparta estrechó la mano de los demás. Kitamuki, una esbelta mujer con el pelo largo y negro anudado en la nuca que le caía sobre un hombro en una sinuosa cola de caballo, y Proboda, un gigantesco rubio y tosco, polaco o quizás ucraniano, con un toque de antiguo cosaco en aquellos ojos sesgados que tenía. Antreen era toda sonrisas, pero sus dos compinches estudiaban a Sparta como si estuvieran considerando la posibilidad de arrestarla en el acto.

—Vayamos adonde haya un poco de gravedad —dijo Antreen—. Le enseñaremos dónde va a alojarse usted, Troy. Y cuando esté instalada, veremos si podemos despejarle un escritorio en el cuartel general. —Echó a andar rápidamente; Kitamuki y Proboda se apartaron para dejarle paso a Sparta; luego se cerraron en apretada formación detrás de ella.

Sparta siguió fácilmente a Antreen por el pasadizo ingrávido —había pasado tres días sin aceleración en mitad del viaje y no había perdido la memoria física de cómo se tienen las piernas en el espacio— pasando desde el centro inmóvil de la estación a través de los tabiques de metal gris del sector de la estación. Sparta se detuvo un momento para adaptarse al movimiento giratorio. Siguieron avanzando a través de escotillas de emergencia pintadas a rayas negras y amarillas, y fueron a dar a unos pasillos más amplios, hasta llegar finalmente a una de las salas principales en la sección de giro de la estación que estaba lo bastante alejada del centro como para generar curvas fraccionales hacia la derecha que establecieran un «suelo», siendo éste la superficie cilíndrica de la propia sala. Una vez en la sala, Antreen torció en dirección al planeta, hacia el cuartel general de la Junta de Control del Espacio en la esfera central de la estación.

Sparta se detuvo. Kitamuki y Proboda casi se tropezaron con ella.

—¿Ocurre algo, inspectora? —preguntó Antreen.

—Es muy amable por su parte —le dijo Sparta sonriendo—. Pero no dispongo de mucho tiempo, de modo que ya veré mi alojamiento más tarde.

—Como usted quiera. De todos modos, estoy segura de que podemos instalarla en el cuartel general.

—Primero voy a ir a control de tráfico. La llegada de la
Star Queen
se espera para dentro de una hora.

—Aún no hemos tramitado la autorización para usted —dijo Antreen.

—No hay problema —repuso Sparta.

Antreen asintió con la cabeza.

—Tiene usted razón, desde luego. Con su insignia es suficiente. ¿Conoce el camino?

—Si alguno de ustedes quiere acompañarme... —dijo Sparta.

—El inspector Proboda la acompañará. Él se encargará de atenderla en el caso de que necesite cualquier cosa —le dijo Antreen.

—Muy bien, gracias. Vamos.

Sparta ya había echado a andar en dirección a las estrellas, hacia la cúpula transparente de control de tráfico que coronaba la enorme estación espacial. Aunque nunca había viajado más allá de la luna de la Tierra, conocía el trazado de Port Hesperus con tanto detalle que hubiera dejado atónitos a los residentes más antiguos, incluso a los propios diseñadores y constructores.

Le costó sólo unos momentos abrirse paso por los pasadizos y pasillos, pasando al hacerlo por delante de atareados trabajadores y oficinistas. Cuando llegó a la doble puerta de vidrio del centro, Proboda, que venía detrás de ella, le dio alcance. Tenía el mismo rango que Sparta, pero más antiguo; manejar un asunto de éste iba a ser el primer desafío que la joven iba a encontrar en aquella misión.

El policía local que custodiaba la estación echó una ojeada a la insignia de Sparta y luego al jadeante Proboda, a quien reconoció. El guardia les hizo seña con la mano para que pasaran a la brillante oscuridad del Control de Tráfico de Hesperus.

A través de la arqueada cúpula de cristal, Sparta pudo ver los duros puntos que eran las miles de estrellas fijas. Debajo de la cúpula unas hileras circulares sobre otras terminales suavemente resplandecientes estaban dispuestas como las gradas de un anfiteatro romano. Delante de cada consola flotaba un controlador ingrávido con las correas de sujeción flojas. Las puertas por la que habían entrado Sparta y Proboda se encontraban en el centro del círculo, de modo que hicieron su aparición como un par de gladiadores en la arena, aunque nadie se percató de su llegada. En lo alto, por encima de sus cabezas, más arriba de la consola más elevada, la plataforma del controlador jefe estaba suspendida sobre tres finas tornapuntas ante el foco parabólico en forma de plato de la sala.

Sparta se dio impulso hacia arriba.

Se dio la vuelta en el momento en que se posaba con ligereza sobre el borde de la plataforma. El controlador jefe y el adjunto solamente dieron muestras de un ligero interés por la llegada de la muchacha.

—Soy la inspectora Ellen Troy, de los Servicios Centrales de Investigación, señor Tanaka... —Se había aprendido los nombres de todo el personal clave de la estación—. Y éste es el inspector Proboda —añadió cuando llegó la mole rubia detrás de ella, con el ceño fruncido—. Tengo instrucciones de dirigir la investigación de la
Star Queen
.

—Hola, Vik —dijo el controlador alegremente dirigiéndole una sonrisa al aturullado policía. Le hizo una inclinación de cabeza a Sparta—. Muy bien, inspectora. Hemos mantenido a la
Star Queen
en automático durante las últimas treinta y seis horas. Esperamos tenerla a bordo dentro de unos setenta y dos minutos.

—¿Dónde va a hacer atracar usted la nave, señor?

—No vamos a hacerlo. Tiene usted razón, normalmente no albergaríamos en la plataforma de aterrizaje a una nave de este calibre, sino que la dejaríamos en uno de los caminos. Pero la capitana Antreen, del departamento al que usted pertenece, nos ha sugerido que traigamos a la
Star Queen
al sector de seguridad para facilitar de ese modo la extracción del..., superviviente. De modo que la operación tendrá lugar en la plataforma Q3, inspectora.

Sparta se quedó un poco sorprendida ante aquella orden de Antreen; el tripulante de la
Star Queen
había sobrevivido él solo durante una semana, y la media hora extra que costaría traerlo desde una órbita de atraque en un transbordador utilitario no supondría mucha diferencia para él.

—Me gustaría quedarme para observar el procedimiento de aterrizaje en la plataforma, si no le importa —dijo la muchacha—. Y quiero ser la primera de la fila cuando se abra la escotilla, si es usted tan amable de informar de ello a su personal. —Volvió la cabeza al advertir que Proboda estaba a punto de poner objeciones—. Naturalmente, usted estará ante la escotilla, inspector —concluyó.

—Por nosotros muy bien —dijo Tanaka. A él todo aquello no podía importarle menos—. Nuestro trabajo termina una vez que la nave se encuentra dentro y a salvo. Y ahora, si me disculpa...

Aquel musculoso hombre de pequeño tamaño se pasó ligeramente una mano compacta por el pelo negro, que llevaba muy corto. No fue hasta que se adelantó y se desprendió de las correas que lo sujetaban y en las que había estado flotando, que Sparta se dio cuenta de que no tenía piernas.

Pasó una hora en el Control de Tráfico; el caliente sol salió por algún punto situado debajo. Desde su puesto en la plataforma del controlador jefe, Sparta podía ver las estrellas y, más allá, el intenso sol naciente; divisaba hasta el primer anillo de los muchos que tenía Port Hesperus, que giraba incesantemente en torno a su centro estacionario como un tiovivo celestial. No alcanzaba a ver el disco de Venus, que quedaba inmediatamente debajo de la estación, pero el resplandor de las nubes de ácido sulfúrico del planeta que se reflejaba sobre el metal pintado de la estación resultaba casi tan brillante, procedente de abajo, como lo eran los rayos directos del sol, que venían de arriba.

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