Venus Prime - Máxima tensión (21 page)

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Authors: Arthur C. Clarke,Paul Preuss

BOOK: Venus Prime - Máxima tensión
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La atención de Sparta no estaba puesta en la estación, sino en la nave blanca de cien metros que se alzaba vertical contra las estrellas; iba bajando centímetro a centímetro a base de acelerones de sus impulsores de maniobras, dirigiéndose hacia la gran apertura de la bahía en el centro de la estación, debajo de la cúpula de control de tráfico.

Aquella visión le evocó un extraño recuerdo, una barbacoa en un jardín trasero, en Maryland. ¿Quiénes estaban allí? ¿Su padre? ¿Su madre? No. Un hombre, una mujer con el pelo canoso, y otros matrimonios mayores a quienes ahora no lograba situar ni imaginarse del todo. Pero no era eso el recuerdo; el recuerdo era un comedero para pájaros suspendido de la rama de un olmo por medio de un cable largo y fino, esa clase que se usa para embalar. Al final de dicho cable se encontraba el comedero lleno de semillas, que colgaba allí a dos metros largos por debajo de la rama y a un metro por encima del suelo, con el fin de proteger las semillas de las ardillas. Pero había una ardilla que no iba a permitir que la estorbasen; esta ardilla había aprendido a agarrarse al cable con las cuatro patas y a deslizarse —poco a poco y con evidente agitación— cabeza abajo por el alambre, desde la rama hasta el comedero. Las personas que celebraban la barbacoa quedaron tan impresionadas por el atrevimiento del animalito que ni siquiera se molestaron en inventar otro sistema para impedirle que lo hiciera. Estaban tan orgullosos de ello que quisieron que Sparta viera al animal llevando a cabo aquella artimaña.

Y ahora he aquí aquel enorme carguero espacial de color blanco, deslizándose cabeza abajo por un cable invisible hacia la gran boca de la bahía de aterrizaje.

Aquel recuerdo trataba de decirle algo más..., pero Sparta no lograba traerlo a la mente. Se esforzó por volver a poner la atención en el momento presente. La
Star Queen
casi había acabado la maniobra de aterrizaje.

A la salida del sector de seguridad, todo el pasadizo hasta la compuerta se hallaba atestado de gente de los medios de información. Sparta, con Proboda siguiéndole los pasos, llegó a la parte de atrás de aquella multitud.

—Me pregunto cómo se sentirá ahora —estaba diciendo uno de los cámaras mientras manipulaba su fotograma de vídeos.

—Yo puedo decírtelo —repuso un tipo pulcro con el pelo cortado a cepillo, otro reportero—. Se encuentra tan contento de estar vivo...

Sparta notó que Proboda, a su lado, se hallaba a punto de hacer valer su rango para alejar a los sabuesos de los medios de comunicación de aquel pasadizo. Suavemente, la muchacha hizo valer sus derechos sobre él.

—Quiero oír esto —murmuró tocándole un brazo.

—...que le importa un rábano cualquier otra cosa —concluyó el periodista.

—Pues yo no estoy segura de ser capaz de abandonar a un compañero en el espacio para poder llegar a casa.

—¿Y quién haría eso? Pero ya oíste la transmisión..., lo estuvieron hablando entre los dos y el que perdió salió por la escotilla. Era el único camino sensato.

—¿Sensato? Si tú lo dices... Pero resulta totalmente horrible dejar que alguien se sacrifique para que tú puedas vivir...

—No te hagas el sentimental. Si eso nos ocurriera a nosotros, tú me sacarías a empujones antes de que yo tuviera oportunidad de decir siquiera mis oraciones.

—A no ser que tú me lo hicieras a mí antes...

Sparta ya había oído bastante. Se acercó al reportero y le dijo con calma:

—Control del Espacio. Apártense, por favor. —Y continuó adelante repitiéndolo—: Control del Espacio, apártense, por favor...

Abrieron paso ante ella sin mayores esfuerzos. Proboda la siguió.

Dejaron el fardo en el compartimiento del sector de seguridad. Más allá del anillo, cerrado herméticamente, de la parte central, llegaron a la escotilla Q3, que se hallaba casi abarrotada de técnicos y personal sanitario. A través del gran soporte de vidrio la bulbosa cabeza de la
Star Queen
estaba encajándose en su lugar a sólo unos metros de distancia de allí, arrastrada y empujada pacientemente por varios tractores mecánicos. Sparta intercambió unas palabras con el personal sanitario y los demás mientras el tubo se ajustaba sobre la escotilla principal de la nave.

Cuando la presión saltó y la escotilla de la
Star Queen
se abrió, Sparta, totalmente sola, se encontraba delante de la misma.

El olor procedente del interior de la nave fue como un ataque. A pesar de ello la muchacha hizo una profunda inspiración y saboreó el aire con la lengua. Por el sabor del aire se enteró de cosas que ninguno de los tests subsiguientes hubiera podido decirle.

Pasó casi un minuto antes de que, surgiendo de las profundidades de la nave, un hombre ojeroso entrase flotando en el círculo de luz. Se detuvo todavía dentro de la
Star Queen
, asustado del tubo de aterrizaje. Tomó aire profundamente, tiritando, y luego repitió la operación. Finalmente enfocó a Sparta con ojos acuosos.

—Nos alegramos de tenerlo a salvo con nosotros, señor McNeil —le dijo ésta. Él se quedó mirándola durante un momento, y luego hizo un gesto de asentimiento con la cabeza—. Me llamo Ellen Troy. Soy de la Junta de Control del Espacio. Iré con usted mientras lo examinan los médicos. Debo pedirle que no hable con nadie excepto conmigo hasta que yo le dé permiso para otra cosa. No importa quién sea el que pregunta ni lo que le pregunta. ¿Puede usted aceptar eso, señor? —Con gran cansancio, McNeil volvió a asentir—. Haga usted el favor de avanzar hacia mí. —McNeil hizo lo que ella le decía. Cuando el tripulante se hubo apartado de la compuerta, Sparta pasó rápidamente junto a él y torció la manilla de la escotilla exterior. La maciza puerta se deslizó hasta cerrarse y se asentó con un sensible y seco golpe. Sparta se metió la mano en el bolsillo derecho de sus pantalones de carga y sacó un disco rojo de plástico flexible y brillante que pegó en el borde de la escotilla, sellándolo como un lacre cierra la solapa de un sobre. Se dio la vuelta y cogió del brazo a McNeil—. Venga conmigo, por favor.

Viktor Proboda estaba bloqueando la salida del tubo.

—Inspectora Troy, tengo entendido que este hombre ha de ser puesto bajo arresto, y que la nave ha de ser inspeccionada sin dilación.

—Se equivoca, inspector Proboda. —«Bien —pensaba Sparta—, no ha empleado la palabra "órdenes", como por ejemplo "mis órdenes son...", lo que significa que puedo posponer la inevitable confrontación un poco más.»—. El señor McNeil ha de ser tratado con cortesía. Ahora mismo voy a llevarlo a la clínica. Cuando se encuentre en condiciones para ello, él y yo mantendremos una conversación. Y hasta entonces, nadie, absolutamente nadie, entrará en la
Star Queen. —
No había apartado la mirada de los pálidos ojos azules de Proboda—. Confío en que mostrará usted la diligencia debida en llevar a cabo las órdenes de la Central, Viktor.

Aquél era un viejo truco, pero él se sorprendió cuando la muchacha lo llamó por el nombre de pila; era lo que Sparta pretendía. Aquella esbelta muchacha tendría quizá veinticinco años y él se hallaba bien adentrado ya en la treintena. Se había esforzado mucho durante una década por conseguir el rango que ostentaba ahora, pero la facilidad con que ella asumía la autoridad era auténtica, y Proboda, como buen soldado, la reconoció.

—Como usted diga —consintió en tono gruñón.

Sparta guió al ingeniero McNeil, que parecía estar a punto de quedarse dormido, hasta donde lo esperaban los médicos. Uno de ellos le colocó a McNeil una máscara de oxígeno en la cara; la expresión de McNeil fue la de un hombre que bebe un trago de agua fresca después de pasarse una semana bajo el sol tropical. Sparta les repitió a los médicos sus órdenes acerca de que no debían hablar con los medios de comunicación; la desobedecerían, naturalmente, pero no antes de que ella se hubiera apartado del lado de McNeil.

El pequeño grupo emergió de la escotilla de seguridad. McNeil, con una máscara de oxígeno tapándole la nariz y la boca y conducido por los médicos, y con Sparta y Proboda cerrando la marcha, recorrió la gama de preguntas frenéticas...

Pero, después de otra semana de espera, los medios de comunicación sólo obtuvieron la llegada de la
Star Queen
y la confirmación de la supervivencia de McNeil; poca cosa para añadir a los electrificantes mensajes por radio con que habían iniciado su observación de la muerte. La transmisión había sido tan sucinta como escalofriante.

«Aquí la
Star Queen
, habla el comandante Peter Grant. El ingeniero Angus McNeil y yo hemos llegado conjuntamente a la conclusión de que en estos momentos queda oxígeno suficiente para que un hombre, y sólo un hombre, sobreviva hasta que nuestra nave aterrice en Port Hesperus. Por tanto, si uno de los dos ha de vivir, uno de nosotros debe morir. Hemos acordado decidir el asunto sacando un solo naipe. El que saque la carta más baja se quitará la vida.»

Luego había hablado una segunda voz:

«Aquí McNeil para confirmar que estoy de acuerdo con todo lo que ha dicho el comandante.»

A continuación la conexión radiofónica había quedado en silencio durante varios segundos por el ruido seco que producían los naipes mientras los barajaban. Luego la voz de Grant volvió al aire:

«Aquí Grant. Yo he sacado la carta más baja. Quiero dejar claro que lo que estoy a punto de hacer es una decisión personal mía tomada libremente. Me gustaría confirmarles a mi esposa e hijos mi amor hacia ellos; les he dejado algunas cartas en mi camarote. Una última petición: deseo que me entierren en el espacio. Ahora mismo, antes de hacer cualquier otra cosa, voy a ponerme el traje. Pido al oficial McNeil que me saque por la escotilla cuando todo haya pasado y me envíe lejos de la nave. Por favor, no busquen mi cadáver.»

Aparte de la telemetría rutinaria y automatizada, aquello fue lo último que se había oído de la
Star Queen
hasta el presente.

La clínica de Port Hesperus se encontraba en mitad del saliente derecho de la estación. Una hora después de su llegada, McNeil yacía recostado entre sábanas limpias. Tenía el color sonrosado, aunque las ojeras oscuras seguían allí y la antes rolliza carne de las mejillas le colgaba ahora formando pliegues. Era un hombre mucho más delgado de lo que fuera al salir de la Tierra. Había comida más que suficiente en la
Star Queen
, pero durante los últimos días, bajo los efectos de la desaceleración, apenas había tenido bastantes energías para arrastrarse hasta la cocina de la nave.

Acababa de empezar a remediar aquella carencia con una cena consistente en un Chateaubriand acompañado de buñuelos de patata y verduras, y precedido de una crujiente ensalada verde con una ligera salsa de vinagreta con hierbas y acompañada de media botella de aterciopelado «Zinfandel» de California, todo lo cual le había sido proporcionado por la Junta de Control del Espacio de acuerdo con las instrucciones de Sparta.

Ésta llamó suavemente a la puerta, y cuando él contestó con un «Adelante», entró en la habitación seguida del meditabundo Proboda.

—Espero que todo haya sido de su gusto, ¿es así? —le preguntó Sparta. La ensalada había desaparecido, pero McNeil sólo había comido la mitad del Chateaubriand y gran parte de la verdura ni siquiera la había tocado. No así el vino; botella y vaso estaban vacíos. McNeil se hallaba coronado del humo de tabaco procedente de un cigarrillo sin filtro de olor acre a medio consumir.

—Estaba delicioso, sencillamente delicioso, y siento desperdiciar el resto. Pero me temo que se me ha encogido el estómago..., lo poco que he comido me ha dejado saturado por completo.

—Ciertamente, eso es comprensible, señor. Bien, si se encuentra usted descansado...

McNeil sonrió pacientemente.

—Sí, habrá montones de preguntas ahora, ¿no es así?

—Si lo prefiere volveremos más tarde...

—De nada sirve posponer lo inevitable.

—Agradecemos sinceramente su cooperación. El inspector Proboda grabará nuestra conversación.

Cuando todos se hubieron instalado, McNeil comenzó a contar su narración. Habló de un modo bastante tranquilo e impersonal, como si estuviera relatando alguna aventura que le hubiera sucedido a otra persona, o que de hecho ni siquiera hubiera llegado a suceder nunca, lo cual, sospechó Sparta, hasta cierto punto era el caso, aunque sería injusto insinuar que McNeil estuviera mintiendo. No se estaba inventando nada. Ella lo habría detectado al instante por el ritmo en la forma de hablar de aquel hombre, pero sí que estaba omitiendo una buena parte en su bien ensayada narración.

Cuando, al cabo de varios minutos, terminó de hablar, Sparta permaneció sentada, pensativa y silenciosa. Luego dijo:

—Eso parece resumirlo todo, entonces. —Se volvió hacia Proboda—. ¿Hay algún punto en el que quiera usted indagar con más detalle, inspector?

De nuevo Proboda se vio cogido por sorpresa. ¿Algún punto que
él
quisiera indagar? Ya se había resignado a desempeñar un papel pasivo en la investigación.

—En realidad, sí —dijo, aclarándose la garganta—. Un par de puntos.

McNeil dio una chupada al cigarrillo.

—Ataque —dijo con una cínica sonrisa.

—Veamos. Dice usted que se derrumbó cuando el meteoroide o lo que fuese chocó contra la nave, ¿no es así? ¿Qué hizo usted exactamente?

Las pálidas facciones de McNeil se oscurecieron.

—Me puse a
lloriquear
, si quiere usted conocer los detalles. Me acurruqué en mi camarote como un niño con una rodilla desollada y di rienda suelta a las lágrimas. Grant era un hombre mucho mejor que yo, se mantuvo muy tranquilo todo el tiempo. Pero yo estaba a menos de un metro de distancia de los depósitos de oxígeno cuando explotaron, ¿sabe? Justo al otro lado de la pared, en realidad; aquel maldito ruido fue el más fuerte que he oído en mi vida.

—¿Y cómo es que casualmente se encontraba usted en aquel preciso lugar justo en aquel momento? —le preguntó Proboda.

—Pues porque había estado llevando a cabo la comprobación periódica de la temperatura y la humedad en la bodega A. El compartimiento superior de dicha bodega está sometido a presión y temperatura controladas porque allí transportamos algunas mercancías tales como alimentos especiales, puros y cosas así, mercancías orgánicas, mientras que en las bodegas donde está hecho el vacío llevamos el material inerte, en su mayor parte maquinaria. Yo acababa de salir por la escotilla de la bodega y me hallaba en aquella parte del pasillo central que pasa por la cubierta de soporte de vida, de camino hacia la cubierta de vuelo, cuando..., ¡pum!

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