Un verano en Escocia (34 page)

Read Un verano en Escocia Online

Authors: Mary Nickson

Tags: #Romántico

BOOK: Un verano en Escocia
3.92Mb size Format: txt, pdf, ePub

Daniel sonrió.

—Lo que se conoce profesionalmente como «conducta pública inapropiada», me parece recordar —comentó, lanzando humo contra los mosquitos que se cernían sobre ellos.

—Exacto —dijo Isobel, soltando una risita—. Mi amiga dice que algunos de los consejos son hilarantes. En una ocasión le preguntó a uno de los ayudantes qué hacer cuando su hijo empezara a tener impulsos sexuales y le dijeron —Isobel soltó una carcajada y luego habló imitando un acento extranjero—: «Oh, bien, tratamos de hacer que los niños identifiquen sus emociones con algo hermoso. Les decimos: "Mirad esa maravillosa puesta de sol"». Pero como dice mi amiga: «Ahí estás, en la calle principal de Perth, bajo un chaparrón impresionante, tu hijo se ha quedado mirando la ropa interior de mujer de un escaparate, tiene una erección de tamaño jumbo y se está masturbando con todo su entusiasmo… y ¿dónde está esa maldita puesta de sol?».

—Peliagudo —dijo Daniel.

—Supongo que, en tu caso, tu carrera era algo anunciado, pero eres tan maravilloso con Ed. ¿Has pensado alguna vez en trabajar con niños discapacitados? —preguntó con curiosidad.

—Sí que lo he pensado. Todavía lo pienso, de vez en cuando —reconoció—. Lo que contabas antes del arte como terapia… es muy interesante. No querría abandonar por completo el pintar por encargo, pero me has hecho pensar que a lo mejor podría usar cualquier habilidad que tenga de alguna otra manera, además.

—Hay más en ti de lo que se ve a simple vista, Daniel Hoffman.

—Cuéntame más cosas de Glendrochatt —respondió él, que no quería que lo atrajera de nuevo al tema de su propio pasado—. ¿Hay un fantasma? Este tipo de casa debería tenerlo.

—Se supone que disfrutamos de la reglamentaria Dama Gris; conocida desde siempre en la familia como Jean, la Verde.

—Suena muy políticamente correcto… O sea que, en realidad, no es gris en absoluto, ¿verdad?

—Bueno, yo nunca la he visto —reconoció Isobel—, pero mi padre sí. Desapareció en una pared al final del pasillo. Tiende a pispar cosas, lo cual es un poco pesado. Luego, después de que te has pasado días y días buscando y has puesto la casa patas arriba, las deja de nuevo en algún sitio tan visible como la mesa del vestíbulo.

—A mí eso me suena a muy humano —objetó Daniel.

—Eh, no digas eso. No tienes que predisponer a Jean en tu contra.

Daniel vio que hablaba medio en serio.

—Cuéntame más —pidió.

Y ella le contó la historia de la familia Grant, le habló del amor del padre de Giles por su autodestructiva esposa y de cómo esperaba que, al ofrecerle el teatro para hacerla feliz, la curaría de su depresión.

—En una ocasión le pregunté a lady Fortescue cómo era realmente mi suegra —continuó Isobel, soltando una risa—. Sonrió de esa manera suya tan dulce que indica su total desaprobación, frunció la comisura de los labios, como si fuera la tapa de una tarta, y dijo que si Atalanta hubiera sido un caballo, ella no la habría comprado. Fee dice siempre que tuvo suerte de que su suegra no le palpara las piernas de arriba abajo y le mirara los dientes cuando se comprometió con Duncan. La pobre Violet no tenía ninguna intención de ser graciosa, pero ¿no te imaginas unos ollares llenos de hiel y unos ojos fieramente en blanco? —Luego añadió, más en serio—: Me resulta difícil perdonar a Atalanta lo que le hizo a Giles. En cambio, a mi suegro lo quería de verdad. Fue una conmoción horrible cuando murió de repente, de un ataque al corazón.

—¿Cómo era?

—Muy apuesto y muy elegante. Imagina unos pantalones de cuadros escoceses interminables, acabados en unas zapatillas con un monograma bordado en un extremo y unas aterradoras cejas muy pobladas, en el otro, y oculto en medio el corazón más bondadoso que puedas imaginar. Muchas personas lo encontraban distante y pensaban que era arrogante, pero conmigo siempre fue maravilloso y solíamos hablar de todo lo divino y lo humano. En una ocasión, dijo una cosa muy triste; Giles y yo nos íbamos a Estados Unidos durante un mes y yo le pregunté si no se sentiría solo sin nosotros. Dijo que sí, pero que sobreviviría, porque llevaba muchos años de práctica. Me habría echado a llorar. Adoraba a Giles, pero le costaba mostrar sus sentimientos. Es curioso, pero la semana antes de morir, de repente me dio las gracias por ser un puente entre los dos y ayudarlos a acercarse el uno al otro. No fue en absoluto una frase típica y me conmovió mucho. Con frecuencia me he preguntado si no presentía que iba a morir. Nunca se lo había dicho a nadie antes, ni siquiera a Giles —dijo—. Siento que si logramos que este proyecto del teatro sea un éxito, en parte lo estaré haciendo por él… y creo que Giles lo estará haciendo en parte por su madre.

—Todo este lugar significa mucho para ti, ¿verdad? —preguntó Daniel.

—Sí. He clavado mis raíces muy hondo.

Daniel, tan desarraigado, sintió un enorme vacío de soledad.

Pese a sus valientes palabras del día anterior, no podía menos que preguntarse en qué se estaba metiendo al involucrarse tanto, no solo con esa mujer, a quien encontraba tan subyugadora, sino con toda la familia, una familia cuya manera de vivir era tan distinta a la suya. La respuesta que se le ocurría era deprimente. No hablaron del matrimonio de Isobel, pero el tema se cernía sobre ellos como la amenaza de tormenta en un caluroso día de verano.

25

El lunes, a media mañana, Valerie Benson trajo a Amy a casa. La había recogido temprano en casa de los Broughton para evitar la acumulación de tráfico del largo fin de semana, y se habían detenido en un Little Chef para tomar un segundo desayuno.

Por lo general, Amy volvía de las reuniones Suzuki entusiasmada, exhalando música desde su interior —el retrato de la niña que Daniel había hecho para el telón, con las notas volando a su alrededor como un aura, había captado su esencia maravillosamente bien—, pero aquella mañana una única mirada a su cara le contó a Isobel una historia que no quería saber.

—Hola, cariño. ¿Lo has pasado bien? ¿Cómo ha ido todo?

—Bien —dijo Amy, sin responder al cariñoso abrazo de bienvenida de Isobel, y se fue directamente a buscar a Edward. Por lo general, se hubiera lanzado a la carrera hacia su madre, y hubiera volado por el aire para abrazarse a su cuello.

Isobel miró a Valerie, con una pregunta en los ojos.

—Ha sido muy amable por tu parte acompañarla de vuelta, Val. ¿Un café?

Valerie vaciló. Medio esperaba poder dejar a Amy sin tener que ver a Isobel.

—Bueno, uno rápido. Gracias. —Siguió a Isobel al interior.

—Entiendo que el curso no ha sido un éxito. —Isobel puso dos tazas de café en la mesa de la cocina.

—No pasó nada malo con el curso. —Valerie no estaba segura de qué decir ni cómo empezar a decirlo, algo muy impropio de ella.

—Adelante, dímelo —insistió Isobel—. Amy no lo hizo bien porque no le gustaba que mi hermana estuviera allí en mi lugar. Eso es lo que vas a decir, ¿no?

—No iría tan lejos como para decir que Amy no lo hizo bien. Por supuesto no estuve presente en ninguna de sus clases individuales, porque yo también estaba dando clase, pero Amy es una de mis alumnas estrella y da la casualidad de que conozco a Brian Cotterell, su profesor allí, así que le pregunté qué pensaba. Me dijo que era muy musical, una buena técnica, una lectura a vista excelente, pero que pensaba que le faltaba entusiasmo. —Valerie miró a Isobel—. ¡A Amy! ¡Que le faltaba entusiasmo a Amy! Le dije que no podíamos estar hablando de la misma niña. Siempre ha tocado con tanta vitalidad, tanta… tanta alegría. —Valerie parecía perpleja—. No es feliz, Isobel. Tendrás que hacer algo al respecto. —Añadió con su estilo directo—. Creo que también tienes que hacer algo por tu propio bien. Tu hermana actúa como si estuviera a cargo de tu hija y de tu marido. La mayoría de la gente dio por sentado que era la esposa de Giles y ella no hizo nada para sacarlos de su error.

—¿Intentaste hablar con Giles?

—Sí que lo hice, sin embargo no conseguí verlo a solas. Como sabes, es un programa muy apretado, pero además, cuando yo tenía un momento libre, Lorna siempre estaba con él. Tendré un gran disgusto si las posibilidades de conseguir una beca de Amy se ven afectadas por esto. —Miró desafiante a Isobel.

«¿Tú tendrás un disgusto? —pensó Isobel— ¿Y yo?» En voz alta dijo:

—Si intento hablar con Giles para evitar que Lorna participe tanto en la música de Amy, parecerá que estoy celosa y que soy mezquina, pero veo que tendré que hacerlo. Por regla general, es tan perceptivo que me sorprende que no se haya dado cuenta de lo mucho que Amy odia la situación.

Valerie tuvo en la punta de la lengua decir que el amor ciega, pero se tragó las palabras justo a tiempo.

—Sí, mira —dijo—, tendrás que aclararle las cosas. Puedes estar segura de que, la próxima vez que traiga a Amy para la clase, le diré claramente lo que pienso, tanto si tu hermana viene con él como si no. —Se levantó de la silla y le dio a Isobel un inesperado beso de despedida—. Tu marido es un hombre encantador —añadió—, pero a veces, todos tienen que saber quién manda. No lo dejes de la mano, Isobel.

Isobel pensó que sonaba como si hablara de un perro desobediente.

En el hotel Gattersburn Park Country House, el martes por la mañana, Giles y Lorna estaban acostados en una enorme cama con dosel, de estilo jacobino. La cama tenía sábanas de lino, había flores en el tocador antiguo, los sólidos muebles de roble brillaban y olían a cera, y las ventanas daban a un jardín con tejos recortados en forma de piezas de ajedrez. Incluso había una selección de libros en cada mesita de noche, como los habría en una casa particular; viejos ejemplares, encuadernados en tela, de P. G. Wodehouse y Agatha Christie, así como nuevos y relucientes libros de fotografías de la muralla de Adriano, de famosos jardines ingleses y de castillos del Loira. Todo de muy buen gusto. El retrato de un falso antepasado, con el barniz muy cuarteado pero el marco en excelentes condiciones, los contemplaba desde la pared con un distanciamiento impersonal.

Giles, apoyado sobre un codo, acarició perezosamente con la otra mano el hombro de Lorna, siguiendo hacia abajo la parte interior del brazo y volviendo hacia arriba de nuevo. Dibujó los huecos en torno a su clavícula con un dedo y luego trazó bucles arriba y abajo de su garganta, como si estuviera practicando, muy cuidadosamente, la escritura seguida. La miró.

—¿Almorzamos ahora o dentro de un rato? —preguntó.

—Dentro de un rato —dijo Lorna, estirándose como un gato y, a continuación, empezó a acariciarlo a su vez.

El fin de semana había salido enteramente según los planes de Lorna. Los Broughton fueron cordiales y acogedores, y Lorna se comportó de una manera impecable delante de ellos, insistiendo en lo disgustado que estaba Giles porque Isobel hubiera tenido que quedarse en casa, debido a Edward, por no hablar de lo decepcionada que se sentía la propia Isobel, añadió Lorna, con los grandes ojos azules llenos de conmovedora compasión.

—Ha sido tan amable por parte de los dos que se les ocurriera pedirme que viniera yo en su lugar. Es un maravilloso regalo para mí, típico de su generosidad —le dijo con un aire muy sincero a Linda Broughton—. Solo espero poderle ser de bastante ayuda a Giles como buscatalentos para agradecérselo a los dos.

Los Broughton encontraron encantadora a la hermana de Isobel, absolutamente encantadora —y tan elegante—; aunque estuvieron de acuerdo en que Amy parecía haberse vuelto mucho menos agradable que cuando pasaron una noche en Glendrochatt el otoño anterior; era tan descortés con su tía y tenía una expresión tan hosca. Una edad difícil, quizá; y claro, también estaba lo su hermano gemelo discapacitado, ¿no? Tal vez había que ser indulgente, dijeron los Broughton —aunque no lo eran— pero si un hijo suyo agradeciera tan poco todas las molestias que su padre se estaba tomando con su música, ellos no lo tolerarían.

El sábado por la mañana, a primera hora, Giles, Amy y Lorna se marcharon al internado para chicas que ofrecía su ala de música para celebrar el curso durante las vacaciones de mitad de trimestre. A Lorna le encantó todo: la participación y el interés, conocer a los padres y a todos los jóvenes músicos… Se moría de ganas de abofetear a Amy por mostrarse tan hosca e insolente, pero en realidad, no le importaba. Le iba muy bien que Giles estuviera molesto con su preciosa hijita.

—Por favor, no te preocupes por mí —le dijo a Giles, cuando él se disculpó por la actitud descortés de Amy—. Creo que en este momento Amy se está portando un poco como una niña malcriada, pero también es verdad que está acostumbrada a recibir muchísima atención. Estoy segura de que se le pasará pronto.

Giles se vio frente a una imagen muy desfavorable de su hija y Amy se mostró todo lo desafiante que pudo. Cuando acabó el primer día, estaba deshecha, decepcionada por su mala interpretación y por muchas otras emociones turbulentas, que no acababa de entender. Descubrir que se había olvidado en casa el viejo y gastado conejo que la acompañaba a la cama cada noche de su vida fue la última gota.

—No seas tan cría, Amy —dijo Lorna, que había decidido subir a apagar la luz de la niña y la había encontrado revolviendo su maleta frenéticamente, tirando sus cosas por toda la habitación—. ¡Vaya desorden! Recoge tu ropa. Ya tienes casi once años, eres demasiado mayor para armar tanto jaleo por un conejo.

—Tiene que estar en algún sitio. Mamá siempre me lo pone en la maleta.

—Bueno, así la próxima vez te acordarás de cogerlo tú misma. Yo ya me preparaba mis maletas cuando tenía tu edad.

—¿Dónde está papá?

—Tu padre está ocupado. Hay una cena y el señor y la señora Broughton han invitado a algunos amigos especialmente para que lo conozcan.

—Por favor, dile que suba —dijo Amy, apartando la cara y evitando darle a Lorna un beso de buenas noches.

Esta bajó y le dijo a Giles:

—Amy está agotada, así que la he metido en la cama. Está prácticamente fuera de combate. Me parece que ya debe de estar dormida.

—Subiré a verla de todos modos —dijo Giles, pero en aquel momento llegaron los primeros invitados y lo acapararon. Subió a la habitación de Amy en cuanto acabó la cena, pero para entonces, la niña se había quedado dormida, cansada de llorar.

El fin de semana terminó con todos los niños tocando juntos; los más pequeños de la primera fila —algunos de solo cuatro años— tocaron la melodía de «Twinkle, Twinkle Little Star», con sus diminutos violines, mientras los mayores interpretaban melodías más complicadas. Fue un final encantador para los dos días pasados haciendo música. Lorna lo encontró precioso y fantaseó sobre cómo sería tener su propio pequeño virtuoso en ciernes.

Other books

Tell Me You Do by Fiona Harper
Dawn Of Desire by Phoebe Conn
Shadowrise by Tad Williams
Savior by Eli Harlow
Winter Shadows by Margaret Buffie
Undying Vengeance by Burnham, K. L.
Twirling Tails #7 by Bentley, Sue;Farley, Andrew;Swan, Angela
Deep Space Endeavor by Francis, Ron