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Authors: Mary Nickson

Tags: #Romántico

Un verano en Escocia (32 page)

BOOK: Un verano en Escocia
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Giles, que se había preparado para una escena violenta con su esposa cuando esta llegara a casa, estaba dispuesto a tratar de conquistarla con una mezcla de encanto, sexo y sincera contrición. Para lo que no estaba preparado era para verse frente a un muro de visible indiferencia que bloqueaba todos sus intentos de acercamiento. Sus disculpas fueron echadas a un lado despectivamente, haciendo que se sintiera culpable y víctima a un tiempo… una combinación peligrosa. Todos los viejos sentimientos de inseguridad de Giles, que le llevaban a pensar que no se podía confiar en las mujeres, eran un terreno perfectamente dispuesto para recibir el rico abono de la adulación de Lorna.

Cuando Isobel le habló a Amy de su decisión, su hija expresó una queja simbólica porque su madre no estuviera presente para escucharla tocar con la orquesta, pero aceptó que, en aquel momento, su hermano gemelo la necesitaba mucho más que ella. Además, le hacía mucha ilusión tener a su padre para ella sola todo un fin de semana.

Lo que ni la madre ni la hija podían prever era que Giles se apresuraría a invitar a Lorna para que lo acompañara a Northumberland sustituyendo a Isobel.

23

Lorna se sentía como si hubiera sacado un seis doble; no esperaba cosechar un premio así de su taimada conducta respecto a la entrevista en la escuela de Edward y notó que la invadía una oleada de confianza, parecida a una corriente eléctrica. Era como si hubiera caído en una casilla de la suerte en el juego de dados que jugaba con su hermana, y estuviera a punto de trepar por una escalera especialmente larga, mientras su hermana menor se deslizaba hacia abajo por una pequeña serpiente escurridiza. Casi sentía lástima por ella, pero no mucha. Pensaba que Isobel había cometido un error de juicio maravillosamente oportuno y muy sorprendente; es decir, a menos que le conviniera quedarse en Glendrochatt tanto como le convenía a ella ir a Northumberland con Giles. ¿Sería posible que Isobel recibiera con los brazos abiertos la ocasión de pasar el fin de semana con Daniel, sin el impedimento de la presencia de su marido? Lorna no estaba segura. «Bueno, que lo pruebe y asuma las consecuencias», pensó, convenciéndose de que esto la liberaría a ella de cualquier remordimiento de conciencia que pudiera llegar a sentir.

Como el fin de semana largo coincidía con las vacaciones de mitad de trimestre, Giles e Isobel habían planeado llevar a Amy a casa de unos conocidos que vivían cerca de la escuela donde tenía lugar la reunión de la organización Suzuki. Habían conocido a Jim y Linda Broughton en un evento musical el año anterior, y los Broughton habían insistido mucho en que fueran a pasar unos días con ellos, si alguna vez querían hacer una parada a medio camino entre Escocia y el sur. Esta parecía la ocasión ideal para aprovechar su ofrecimiento.

Debido a los trabajos de reforma que habían tenido lugar durante todo el invierno en Glendrochatt, Giles e Isobel no se habían podido tomar unos días para ir a esquiar con los Fortescue, como habían planeado. Giles, consciente de que los dos necesitaban muchísimo un descanso, esperaba que, en cuanto acabara el fin de semana del taller de música, él e Isobel podrían disfrutar de un par de noches románticas en un hotel rural, combinándolo con la búsqueda de jóvenes con talento para la siguiente temporada de Glendrochatt. Amy podía volver a casa con Valerie Benson, que iba a dar clases en el curso del fin de semana, aunque no a Amy, ya que parte de la idea de la reunión era que los niños se vieran expuestos a nuevas ideas y métodos de enseñanza diferentes a los de sus profesores habituales, además de tener la oportunidad de tocar en grupo.

Aunque la intención de Giles era que el viaje fuera un premio especial para Isobel, era Lorna quien se había encargado de organizado todo. En poco tiempo, se había convertido en la ayudante personal de Giles y, dado que Sheila Shepherd nunca se había ocupado de organizar nada que tuviera que ver con su vida privada, esto no era causa de conflicto con ella. De alguna manera, a Isobel le habría resultado más fácil aceptarlo de haber sido así.

—Será mejor que llames a Gattersburn Park y veas si puedes cambiar la reserva de una habitación doble a dos individuales —le dijo a Lorna, en presencia de Isobel—. Dado que mi esposa me ha dejado plantado, quizá a ti también te iría bien tomarte un descanso, has trabajado mucho desde que viniste, y me gustaría contar con tu opinión sobre la violoncelista. Estoy seguro de que a los Broughton les encantará alojarte durante el fin de semana, y me parece que disfrutarás asistiendo a todas las clases y al concierto. En estas reuniones siempre se lo pasa uno muy bien.

Isobel sufrió una sesión de llanto inconsolable de Amy, que llevaba meses esperando muy ilusionada aquel fin de semana. Había aprendido las piezas que todos los niños tocarían juntos en el concierto final del domingo por la tarde, además de la de su clase individual.

—La tía Lorna lo estropeará todo si viene —gemía Amy—. No sabes cómo actúa con papá cuando tú no estás, mamá. Hablan sobre mí y analizan mi forma de tocar, pero no me hablan a mí —se quejó y añadió, demoledora—: En realidad me utilizan para hablar entre ellos, daría lo mismo que yo no estuviera allí.

—Oh, cariño, lo siento mucho.

—¿Sabes lo que ha hecho? —preguntó, indignada.

—No, pero veo que me lo vas a decir.

—Ha anotado todas mis prácticas en sus asquerosos gráficos, con lo que ella llama el color especial de papá, que es también el de ella. Pero mis prácticas no tienen nada que ver con ella. Papá no necesita que ella le diga cuándo tengo que practicar —dijo Amy rabiosa.

—Dios mío, eso es pasarse de la raya. —Isobel sabía exactamente cómo se sentía Amy. Solo hacía un par de días que le había dicho a Giles que le molestaba haber quedado reducida a la categoría de una chincheta de color en su propia casa, una chincheta que Lorna movía de un lado para otro a voluntad.

Él se había echado a reír a carcajadas y le había preguntado, con una actitud exasperante, si estaba celosa.

—Entre nosotras, cariño; yo también odio esos gráficos —le dijo a Amy entonces.

—Entiendo por qué tienes que quedarte con Ed y no me importa realmente, porque de todos modos es algo que sobre todo tiene que ver con papá y conmigo, pero no veo por qué la tía Lorna tiene que entrometerse. ¿No puedes impedírselo, mamá? Dile a papá que ella no puede venir.

Pero Isobel no creyó que pudiera hacerlo, ni siquiera por Amy. Tiraban de ella desde direcciones diferentes. Aquella mañana había recibido una carta de Valerie Benson, lo cual era sorprendente, porque normalmente era Giles quien se ocupaba de todo lo relacionado con la música de Amy.

«He creído que tenías que ver esto. No estoy segura de qué hacer al respecto», había escrito Valerie y le pedía que la llamara. Adjuntaba una carta que Amy le había dejado en la mesa de la entrada después de su última clase. Isobel la leyó con el corazón encogido:

Querida Val:

Por favor, ¿puedes decirle a papá que no deje que la tía Lorna venga a mis prácticas? De todos modos, creo que soy lo bastante mayor para practicar yo sola, pero no me querrá creer a menos que tú se lo digas.

Con cariño de Amy. Muchos besos.

P. D. Esto es
MUY URGENTE
.

Isobel pensó que no era solo Valerie la que vacilaba sobre qué camino seguir; tampoco ella tenía ni idea de qué hacer con la carta. Aún no se había sentido capaz de contarle a Giles lo que la señora Leslie le había dicho de la nueva y espantosa obsesión de Edward con las arañas, pero llamó a Valerie Benson para hablar de la carta de Amy. Lorna había acompañado dos veces a Giles y había estado presente en las clases de Amy, así que la profesora y ella ya se conocían. No se habían caído bien y a Valerie no le gustó nada enterarse de que Lorna iría con Giles a Northumberland.

—¿Tú crees que es bueno, dadas las circunstancias? —preguntó por teléfono.

—No, la verdad es que no. Pero no creo que haya mucho que yo pueda hacer.

—Entiendo —dijo Valerie, que esperaba que no fuera así—. Bien, por supuesto le diré a Amy que todavía no está lista para empezar a practicar sola, en especial antes del examen para la beca de música de Upland House, pero quizá podría hablar con Giles durante el fin de semana y sugerirle que tu hermana debería dejar de asistir a las prácticas de Amy, dado que, al parecer, a la niña le disgusta tanto.

—¿Lo harías? Eso sería una gran ayuda… En estos momentos, la situación es un poco difícil para mí. Pero no querría que Giles se enfadara con Amy ni… nada por el estilo. —La voz de Isobel se fue apagando lentamente.

—Mira —dijo Valerie, con tono decidido—, Amy me ha escrito para pedirme que hable con Giles, así que no puede quejarse si lo hago, ¿verdad?

—Supongo que no. —Isobel no estaba segura.

Valerie pensó que sonaba muy triste, que no era en absoluto ella misma, siempre tan alegre y extravertida. Decidió vigilar a Lorna Cartwright.

Daniel empezó a trabajar en el retrato de Lorna. Ella decidió que la pintara vestida con un vestido de seda negra, muy escotado, que hacía destacar su piel blanca, su impresionante escote y su pelo rubio con un efecto asombroso. Lo había comprado en París el año anterior, cuando fue a ver a sus padres y, aunque era increíblemente caro, Lorna pensaba que valía hasta el último céntimo. Sabía que estaba deslumbrante con él y la reacción de Giles cuando desfiló para él e Isobel se lo había confirmado sin ningún género de duda. Daniel también expresó su admiración tanto por el vestido como por su aspecto, pero, aunque no sabía por qué, se sentía algo insatisfecha con su respuesta. Su entusiasmo parecía matizado con un trasfondo de burla y sus palabras de elogio no eran suficientes para Lorna; lo que ella ansiaba era que le rindieran homenaje.

Pintor y modelo habían chocado respecto al fondo del cuadro. Lorna quería que la pintara en el salón de Glendrochatt, pero aunque Giles había dado su autorización de inmediato, sin siquiera consultar a Isobel, Daniel se había negado en redondo. Decidió que con un retrato titulado
The Mistress of Glendrochatt
era suficiente y, por mucho que Lorna anhelara ocupar esa posición, «Aunque fuera con una "m" minúscula»,
[10]
pensó Daniel, sarcástico, él no tenía ninguna intención de secundar sus ambiciones, así que Lorna posó sentada en uno de los sólidos sillones de estilo Chippendale del comedor, colocado delante del telón de terciopelo de color rojo oscuro del escenario. Como el retrato no era un encargo y Daniel no le cobraba nada, Lorna no podía insistir. Sabía que el pintor quería exponer el cuadro, una vez terminado, y tenía la intención de hacerle una oferta para comprarlo si le gustaba lo suficiente. Había decidido regalárselo a Giles e Isobel para que lo colgaran en Glendrochatt. Creía que a Isobel, por mucho que le repugnara aceptarlo le resultaría difícil rechazar un regalo así.

Lorna descubrió que posar era frustrante. Había esperado con muchas ganas los ratos que pasaría a solas con Daniel y estaba pensando en insinuársele, pero él no parecía nada receptivo. Por su parte, el pintor descubrió que el atractivo físico que había sentido en un primer momento por Lorna había desaparecido tan por completo como si hubieran apagado la luz.

Desde un punto de vista profesional, pensaba que aquel aspecto tan solemne de Lorna contrastaría admirablemente con el retrato de Isobel, pero aunque estaba muy satisfecho de cómo iban saliendo las dos obras y sabía que estaba dando lo mejor de sí mismo, se temía que a Lorna no iba a gustarle la visión que tenía de ella.

Lo que él no sabía es que ella había entrado en el teatro una noche y había destapado su retrato de Isobel, a medio terminar. Se había quedado contemplándolo asombrada y enferma de celos.

El primer telón estaba ya casi acabado; aunque faltaba añadir algunos pequeños detalles, Daniel había empezado el segundo, encargado por lord Dunbarnock. Era una obra más sencilla y menos rica en detalles, destinada a usarse en conjunción con el original, colgándolo delante de él cuando se necesitara un decorado interior. A través de un gran corte, en forma de arco en punta, como si fuera una ventana gótica, se podía ver el río serpenteante y las colinas coronadas de nieve del primer telón, coronando un efecto «horizonte». Isobel pensaba que parecían el fondo de una pintura italiana primitiva, y Daniel se sintió muy satisfecho cuando se lo dijo.

—Bien. Ese es exactamente el efecto que quería lograr —dijo.

—¡Que lo paséis muy bien! —El viernes, a las cuatro de la tarde, mientras despedía a Giles, Amy y Lorna, Isobel, tan frágil como almíbar quemado, pensaba que el rencor que sentía podía quebrarla en pedazos. No podía menos que darse cuenta de que Lorna, mientras dejaba muy claro que tenía la intención de disfrutar de cada momento del viaje, se esforzaba también por hacerla sentir como una esposa negligente, una madre poco interesada en Amy, una niña con tanto talento y, en cambio, obsesionada en exceso con Edward, además de ser una devoradora de hombres que había puesto las miras en un chico joven.

Vio cómo desaparecía el coche de Giles por el camino y volvió lentamente a la casa.

Daniel estaba en la cocina, tomando un café con Joss y Mick. Los tres le dirigieron una mirada compasiva. Los unía su desconfianza hacia Lorna.

—¿Hay alguna posibilidad de que poses para mí ahora? —preguntó Daniel.

—Lo siento, Daniel, pero Edward no tardará en volver de la escuela. No creo que haya tiempo.

—Yo le daré la merienda a Edward —dijo Joss—. Ve y que Daniel continúe tu retrato. Te hará bien tomarte un descanso.

Isobel los miró a los tres y, aunque profundamente conmovida por su interés, la ansiedad que leía en sus caras no la hacía sentirse optimista sobre el efecto que la compañía de Lorna tendría en Giles.

—Anda, ven, por favor —dijo Daniel, sonriéndole, persuasivo—. Quiero acabarlo. Pronto te dejaré que lo veas.

—Bueno… de acuerdo. —Isobel decidió que una hora en compañía de Daniel era justo la medicina que necesitaba y, una vez mostrada una resistencia simbólica, cedió con la conciencia limpia. Se dijo que lo que valía para uno también valía para el otro, llena de amargura al recordar la cara de Lorna mientras se acomodaba en el coche, junto a Giles. Pensó que, aunque se alegraba de posar para Daniel en aquel momento, no le corría ninguna prisa que el joven acabara el retrato.

—Gracias, Joss. Ya sabes que eres un sol. Si Ed quiere que venga o si te cansas, me das un grito —dijo, antes de salir en compañía de Daniel hacia el teatro.

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