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Authors: Mary Nickson

Tags: #Romántico

Un verano en Escocia (14 page)

BOOK: Un verano en Escocia
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—¿A que no sabes qué? He conocido al famoso pintor —le dijo Fiona a Duncan cuando este volvió del trabajo.

—¿Qué pinta tenía? ¿Melena despeinada y dedos largos y blancos? ¿Todo Francesca di Rimini, mimini, pimini?

—Para nada. Voz de taxista de Londres y el aspecto de un híbrido entre un excursionista y un gamberro.

—No parece que encaje en los gustos de Giles.

—Hum, no. Es lo que yo pensé. Isobel se alegró de que tu madre ya se hubiera marchado, pero a mí me hubiera gustado ver su cara de espanto al verlo aparecer. Me pregunto cómo le habría dicho Dios que reaccionara. De todos modos, había algo muy atractivo en él —decidió Fiona—. Fue encantador con las niñas, y sonreía con los ojos al saludar. La verdad es que me cayó muy bien.

—Bueno, si tú lo dices. Las mujeres tenéis unos gustos de lo más peregrinos.

—Lo sé —reconoció Fiona—. Bien mirado, te elegí a ti, ¿no es verdad?

Entraron en la casa cogidos del brazo.

—¿Cómo ha ido el día, cariño? —le preguntó Isobel a Amy.

—Bien. A mí y a Emily nos castigaron a quedarnos de pie en el vestíbulo por hablar en la sala de actos, así que luego nos hicimos las tontas y nos saltamos la mitad de mates. Fue guay. La señora Murray se puso como loca en el coche de camino a la escuela, porque Christopher tiró la gorra de Jamie por la ventana y luego los dos empezaron a pegarse y todos participamos. Fue genial.

—Sois unos monstruos. Sabéis que Grizelda odia que arméis jaleo en el coche… No lo haríais conmigo ni con Fiona.

—No, pero de verdad, mamá, es que está chiflada. Dijo que todos teníamos que cerrar los ojos y visualizar el color azul pálido, para contrarrestar nuestros impulsos agresivos, y luego puso una cinta con ruidos tranquilizadores de delfines para calmar nuestras vibraciones. Sonaba como si se estuvieran tirando pedos y a todos nos dio un ataque de risa.

—¿O sea que los ruidos de los delfines funcionaron? —sugirió Daniel.

—¿Qué quiere decir?

—Bueno, si todos teníais un ataque de risa, sin duda habíais dejado de pelear.

Amy consideró esta nueva interpretación.

—Bueno, sí… pero no era así como ella quería que funcionara.

—Me parece que hay que apuntarles un tanto a los delfines —dijo Daniel, y añadió—: El año pasado fui a nadar con delfines.

Amy se interesó inmediatamente.

—¿Qué tal fue?

—Más que genial.

—Tienes que contárselo a Edward —dijo Isobel—. Le encanta que le cuenten esa clase de cosas… es decir si estás dispuesto a contárselo una y otra y otra vez.

—Oh, me parece que eso no me costará. Nunca me canso de escuchar mis propias historias.

—Con Edward, sí —prometió Isobel—. Créeme, cuando lo hayas conocido, lo pensarás dos veces antes de contarle cualquier cosa.

—Parece mi público ideal —dijo Daniel, e Isobel pensó que a lo mejor su nuevo huésped era toda una adquisición por otras cosas aparte de sus pinturas.

En aquel momento llegaron al coche de Daniel y vieron que Mick estaba allí, con Bruce Johnstone.

—Hola, Isobel. ¿Cómo va el día? —preguntó Bruce.

—Bien, gracias, pero el coche de nuestro invitado no va tan bien. ¿Puedes hacer algo?

—Es una herencia de familia, ¿verdad? —preguntó Bruce, mirando el Volvo con aire divertido. Luego añadió que se lo llevaría con la grúa al taller y vería qué podía hacer.

Isobel dejó a Daniel allí para que trasladara todas sus cosas al Land Rover de Mick. Tal vez viajara ligero desde el punto de vista de la vestimenta, pero toda aquella parafernalia de cosas de pintar no parecía tener fin.

—Hasta luego, pues —dijo Isobel—. Venga, vámonos, Amy.

—¿Tengo que llamarlo señor Hoffman, mamá? —preguntó Amy, diciendo adiós con la mano por la ventana mientras se alejaban—. No tiene pinta de ser un «señor», ¿no crees?

—No —admitió Isobel—. Estoy segura de que no pasaría nada si lo llamaras Daniel, aunque siempre es más educado preguntárselo primero. ¿Te ha caído bien?

—Es guay —dijo Amy—. Voy a tocar para él y ha dicho que puedo ayudarlo a pintar. A Edward también le caerá bien —añadió.

Isobel se sentía absurdamente satisfecha de que su hija, que a veces podía ser muy crítica, le diera a Daniel su sello de aprobación.

Se preguntó si ya había salido hacia casa de los Fortescue cuando Lorna contestó la llamada telefónica de Daniel, y supo con total seguridad que la llamada había llegado cuando ella todavía estaba en la casa y que esa era la verdadera razón de que su hermana no hubiera querido ir a recoger a Amy en su lugar.

Se dijo que, a pesar de todo, ella lo había conocido primero y sintió, con lo que sabía que era una satisfacción indigna de ella, como si les hubiera ganado por la mano tanto a Lorna como a Giles.

También se sentía como si hiciera mucho tiempo que conocía a Daniel Hoffman, y no apenas una hora.

10

Mientras Bruce Johnston enganchaba el coche de Daniel al camión, Daniel y Mick cargaron todos los bártulos de pintura en la camioneta. Puede que Daniel pareciera descuidado, pero era muy meticuloso con todo lo que tuviera que ver con su pintura, así que les llevó un buen rato.

—Siento todo esto —se disculpó con Mick, consciente de que cinco minutos después tendrían que volver a descargarlo todo.

—Tranquilo —dijo Mick. Se necesitaba mucho más para que se pusiera nervioso.

—¿De qué parte de Nueva Zelanda eres? —preguntó Daniel, sacando un enorme bote de pintura de su coche.

—South Island… cerca de Christchurch.

—Vaya, pasé seis meses allí, pintando, hace un par de años. Un paisaje sensacional… no muy diferente de este, la verdad. ¿Llevas mucho tiempo con los Grant? —preguntó Daniel.

Mick sonrió.

—Son una familia estupenda, si eso es lo que preguntas. Y sus hijos son también geniales. Será mejor que sepas lo de Edward; es el gemelo de Amy. Es discapacitado. Isobel y Giles están haciendo un gran trabajo con él.

—Sí —dijo Daniel—, ella ya me ha hablado del niño. ¿Qué problema tiene?

—No creo que nadie lo sepa del todo. Es un poco autista, un poco esto, un poco aquello. Yo diría que hay unos cuantos tornillos que no están bien apretados y unas cuantas líneas de teléfono que están embarulladas, pero cuando lo conoces es genial. En realidad, tiene una mente fascinante si puedes sintonizar con su onda y sacarlo del tema de las gallinas. —Mick se echó a reír con buen humor, meneando la cabeza—. ¡Vaya obsesión la que tiene con las gallinas! Sí —siguió diciendo—, si los permisos de trabajo lo permiten, a mí y a mi compañero Joss no nos importaría establecernos aquí. Pero todavía no tenemos que preocuparnos de los permisos; nos queda bastante tiempo. ¿Cuánto calculas que te llevarán las pinturas?

Daniel se echó a reír y se encogió de hombros.

—Compañero, si lo supiera, mi vida, y sin duda las de quienes me encargan las pinturas, sería mucho más fácil. Depende de cuánto tiempo esté en racha cuando empiezo algo. Supongo que me quedaré por aquí la mayor parte del verano, aunque me largaré de vez en cuando. En teoría, tengo un contrato para pintar un mural en Estados Unidos en septiembre. Me paso la vida presa del pánico por si podré o no cumplir los plazos.

—Esto ya está, así que marrrchando —dijo Bruce, arrastrando las erres como si fuera una carraca para espantar a los pájaros, justo cuando Mick y Daniel cerraban las puertas de la parte trasera de la camioneta—. Me largo. Te llamaré por la mañana para decirte cuánto tendrás que aflojar para recuperar esta ruina. —Le guiñó un ojo a Mick y añadió—: Creo que si consigo reparar a este viejo guerrero, podrías colocárselo a lord Dunbarnock con un buen beneficio. Bueno, pues hasta pronto —dijo subiéndose al camión.

—¿Quién es lord Dunbarnock? —preguntó Daniel.

—El bicho raro del pueblo —dijo Mick sonriendo—. Colecciona coches antiguos.

—¿Qué tal es la hermana de Isobel Grant? —preguntó Daniel—. Su voz sonaba como una de esas fresas de dentista, las de alta velocidad, que te echan agua fría en los dientes.

Si Mick pensó que era una descripción acertada de Lorna, no lo iba a admitir ante un recién llegado ni tampoco iba a decirle que él y Joss desconfiaban profundamente de ella. Consideraba que el pintor podría juzgar por sí mismo.

—Lleva aquí muy poco tiempo. Se ha separado o algo así, pero es muy eficiente. Está muy ocupada reorganizando el despacho. Bueno, ya hemos llegado —dijo al cruzar la verja y enfilar traqueteando por el camino—. Cuando Joss y yo llegamos aquí la primera vez, esperábamos ver aparecer a Blancanieves y los siete enanitos.

Isobel había llegado veinte minutos antes y se encontró con Lorna y Giles, que estaban estudiando tres enormes gráficos que Lorna había hecho para colocarlos en las paredes del despacho sujetos a unos tableros nuevos. Uno recogía principalmente todos los acontecimientos, mostrando los conciertos y otros eventos organizados para el resto del verano; otro estaba dedicado al personal, incluyendo a todos los miembros de la familia Grant, y el otro se ocupaba del alojamiento, de forma que, en teoría, se podía averiguar de un vistazo quién se hospedaba allí, por cuánto tiempo y qué habitaciones ya se habían asignado. Era un sueño —o una pesadilla, dependiendo del punto de vista de cada uno— de referencias cruzadas, códigos de color y enormes chinchetas que representaban a las diferentes personas y que podían trasladarse de un sitio para otro como si fueran peones en un tablero de ajedrez. Giles, que siempre se había considerado un as de los gráficos, estaba evidentemente encantado y rendía el debido homenaje de un forofo de los horarios y los programas a otro. Por el momento, todos estaban extendidos en la gran mesa que había al fondo de la cocina.

—¡Lorna, eres un genio! —oyó Isobel que decía Giles—. Yo no podría haberlo hecho mejor. —Intercambiaron la mirada de entusiasmo de dos entendidos.

Isobel nunca había sido capaz de compartir la pasión de Giles por los horarios, los gráficos y las listas. Al principio de su matrimonio, bromeaban diciendo que en cuanto Isobel veía a Giles acercándosele con la agenda en la mano, salía disparada a esconderse. También se reían de su incapacidad, según el punto de vista de Giles, para mantenerlo informado de sus movimientos, algo que había llegado a provocar algunos momentos de fricción entre ellos. Isobel era genial para llevar los compromisos de todos en la cabeza y menos buena para anotarlos en papel. Giles llevaba meticulosamente la agenda, pero era un caso perdido si no podía consultar un papel. Hasta el momento, siempre había parecido que se complementaban, compensándose mutuamente de una manera altamente satisfactoria.

Joss, que esperaba pacientemente para poner la cena en la mesa, llenaba el tiempo de buen grado mirando un libro de monstruos prehistóricos con Edward. Lanzó una mirada compasiva a Isobel cuando vio su expresión.

—No te preocupes; no costará mucho desbaratarles el sistema —dijo, alegremente—. Tú déjamelo a mí.

Edward sonaba como un tocadiscos antiguo funcionando a una velocidad demasiado lenta:

—Tiranosaurio rex, ictiosaurio, pletiosaurio, diplodocus, pterodáctilo —iba desgranando su cantinela—. ¿Cómo de largo puede ser un diplodocus, Joss?

—Ya sabes lo largos que son, me lo has dicho tres veces, Edward; veintisiete metros.

—Dímelo tú. ¿Cómo de largos son? ¿Qué comen? Dímelo, Joss, dímelo.

Edward era capaz de seguir haciendo la misma pregunta casi interminablemente y lo que prefería por encima de todo era que la respuesta estuviera formulada con las mismas palabras exactas que se habían usado antes. No tenía nada que ver con adquirir nuevos conocimientos, porque solo preguntaba lo que ya sabía. Era uno de sus rituales, profundamente tranquilizador para él, pero capaz de volver loco de aburrimiento a su interlocutor.

—Ni lo sueñes —dijo Joss, con voz firme—. Por hoy ya basta. Dile hola a mamá y luego al baño, o nos quedaremos sin agua caliente.

—Gracias, Joss —dijo Isobel, agradecida—. Eres un sol. Ed, cariño, si vas arriba ahora, luego te volveré a leer aquel capítulo, cuando estés en la cama. —Llegó hasta la mesa—. Hola, vosotros dos. ¿Es que no me merezco un saludo?

Giles levantó la vista de inmediato y le ofreció su habitual sonrisa luminosa, con aquellas arruguitas en el rabillo de los ojos que tanto le gustaban.

—Hola, Izz mía, no te había oído entrar. —Alargó el brazo, para acariciarle la mejilla y Lorna, que también había levantado los ojos, se sintió enferma de celos—. Ven y mira esto, cariño. Fíjate en lo que ha hecho tu brillante hermana… aunque ya sé que no es lo tuyo.

—Isobel los odiará por completo —dijo Lorna, riendo, aunque su risa tenía un tono tan cortante como un abrecartas recién afilado—. No te preocupes, Izz. Estoy segura de que te los puedo explicar. La idea es que sean fáciles de usar.

—Ya veo que es toda una obra de arte. —Isobel inspeccionó los gráficos, recorriendo los diversos cuadrados y columnas con los ojos—. Son gráficos de prueba, ¿no?

—¿De prueba? —exclamó Giles—. ¡Por supuesto que no! Estábamos a punto de colgarlos. Prácticamente se merecen una ceremonia inaugural por derecho propio.

—Entonces, quizá antes tendréis que hacer algunos cambios, pero me parece que ahora tenéis que llevároslos de aquí. El pobre Joss lleva rato esperando para poner la mesa y Daniel y Mick van a llegar en cualquier momento.

Lorna, hirviendo de rabia por dentro, pensó que Isobel sonaba como si les estuviera diciendo a Amy y Edward que recogieran uno de sus juegos.

—¡Daniel! —dijo Giles, desviando su atención de inmediato—. Oh, Dios mío, es verdad. Estaba tan absorto en esto que casi me había olvidado. Es una suerte que lo encontraras, cariño… Dime, ¿qué piensas de él?

—No es como esperaba, pero es divertido y… agradable.

—Sabía que te interesaría. —Giles parecía satisfecho de sí mismo. Le encantaba dejar a la gente a ciegas para luego darles una sorpresa, y no le había descrito a Daniel, a propósito.

—¿A qué cambios te referías, Izzy? —preguntó Lorna, mirando intensamente a su hermana, pero tratando de mantener una voz neutra.

—Oh, no son muchos —respondió Isobel—. Es solo que hay un par de errores; nada que no puedas corregir fácilmente, estoy segura.

—¿Como qué, por ejemplo?

—Como la fecha del grupo de ópera que vendrá a dar una representación de
La Traviata
en concierto; es en noviembre, no en octubre —dijo Isobel tranquilamente—. Y el cuarteto de cuerda ha cancelado su participación; en su lugar, tendremos dos maravillosas cantantes irlandesas. Luego Megan Davies y Flavia Cameron no se alojarán aquí exactamente, porque Flavia quiere quedarse en Duntroon con Colin y Elizabeth y le ha pedido a Megan que se quede también allí para poder practicar juntas. Quizá haya otras cosas, pero es lo que se me ocurre así, a bote pronto. Por lo demás —continuó Isobel—, todo tiene un aspecto maravilloso. Pero me gusta ser yo quien asigne las habitaciones; así que sería más fácil que no rellenaras esos recuadros sin preguntármelo primero.

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