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Authors: Barbara Wood

Tags: #Histórico, Romántico

Tierra sagrada (3 page)

BOOK: Tierra sagrada
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—No hará falta que le recuerde, doctor Carter —dijo Jared a Sam— que velaré por que minimice la profanación, y en cuanto localicemos al DMP tendré muchísimo gusto en acompañarles a usted y a sus ladrones de tumbas hasta la salida de este lugar.

—¡Qué mal me cae! —masculló Sam, embutiendo las manos en los bolsillos mientras lo veía alejarse.

—Entonces supongo que es buena cosa que no me asignes el proyecto, porque eso sí que cabrearía a Jared Black.

Sam la miró y detectó en su rostro la sombra de una sonrisa.

—Realmente quieres el trabajo, ¿verdad?

—¿Acaso te lo he pedido con demasiada sutileza?

—De acuerdo —dijo por fin Sam mientras se masajeaba la nuca—. Va contra mis principios, pero supongo que encontraré a otra persona para el Gaviota.

—¡Oh, Sam! —gritó Erica, abrazándolo con fuerza—. ¡No te arrepentirás, te lo aseguro! ¡Luke!

Asió la mano de su ayudante con tal fuerza que le hizo soltar de golpe la garra de oso medio devorada que sostenía.

—¡Venga, en marcha!

—Me extraña que Sam Carter le haya asignado este proyecto, doctora Tyler —comentó Black cuando se reunieron al borde del abismo.

—Sé bastante de arte rupestre.

—Si no recuerdo mal, también sabe bastante de pecios chinos… Espero que esté al corriente de la reciente actualización de la «Ley de repatriación y protección de sepulturas indias», según la cual, si bien puede recomendarse la retirada y el análisis científico de objetos históricos, dicho análisis no deberá ser destructivo y…

Erica adoptó una actitud indiferente, pero percibió el desafío de su voz; sabía que intentaba provocarla para iniciar una pelea. No le hacía ni pizca de gracia lo que inferían sus palabras. Black sabía muy bien que Erica estaba considerada como una de las antropólogas más cuidadosas cuando se trataba de manejar objetos antiguos y que ninguna de sus pruebas era destructiva.

Procuró contener el enojo, pues no le quedaba más remedio que permitir que Black supervisara cada paso de la operación. La tarea de Erica consistía en determinar a qué tribu pertenecían los huesos y la pintura rupestre, mientras que la misión de Jared era localizar al DMP, el descendiente más probable, y poner en sus manos los hallazgos de Erica.

Erica percibía que Jared la observaba y se preguntó si, como ella, estaría rememorando su primer encuentro. Fue en el edificio de los Juzgados del condado, al que Erica había acudido para la primera vista del caso Reddman. Por aquel entonces, ella y Black no se conocían, sólo eran dos desconocidos que subían en el mismo ascensor. En la primera parada se les unió una embarazada, y en la siguiente, una mujer con un hijo de unos cinco años. Durante el trayecto, el pequeño no logró apartar la vista de la embarazada, quien al advertir su curiosidad, le sonrió con actitud tolerante.

—Estoy esperando un bebé. Voy a tener una niña o un niño como tú —le explicó.

El niño meditó sus palabras con el ceño fruncido.

—¿Y le dejarán cambiarlo por un burro? —preguntó por fin.

La embarazada esbozó una sonrisa paciente, mientras que la madre del chiquillo se ruborizó. Los tres salieron del ascensor en la planta siguiente, y las puertas se cerraron tras ellos. Erica y el desconocido guardaron silencio durante un instante y de repente se echaron a reír. Ella recordaba sus profundos hoyuelos y su atractivo. Por su parte, Jared le había dedicado una mirada de admiración. Al cabo de unos instantes, las puertas del ascensor volvieron a abrirse, y varias personas salieron a su encuentro. Erica quedó paralizada al oír que se dirigían al desconocido como «señor Black», y cuando el abogado de la heredad de Reddman la llamó Erica, también Jared se detuvo en seco. Por un instante se miraron, conscientes al mismo tiempo del bochornoso episodio. Eran enemigos, generales de bandos contrarios, pero habían reído juntos e incluso flirteado un poco.

El hecho de haberse sentido atraída por aquel hombre, aunque sólo fuera durante tres minutos, aún horrorizaba y avergonzaba a Erica.

La entrada de la cueva se hallaba a unos veinticinco metros de profundidad tras la finca de Zimmerman, y mientras el alba despuntaba sobre las montañas del este, bañando Los Ángeles en una luz fresca y exenta de contaminación, Erica se ajustó la correa del casco con manos temblorosas. ¿Estaría a punto de resolver el enigma que la atormentaba desde hacía treinta años?

Junto a ella, Luke también se preparaba con gestos impacientes y expresión emocionada. Era su primera experiencia en una nueva excavación, y se ajustaba el arnés de espeleólogo y las correspondientes hebillas con el vigor de un guerrero ancestral al ceñirse la espada.

Jared Black también se ajustaba su arnés, y Erica advirtió que había trocado el elegante traje por un atuendo más informal, un mono prestado con la leyenda «Southern California Edison» en la espalda. Sin embargo, su rostro no revelaba emoción alguna; sólo una expresión ceñuda. «Está enfadado», se dijo Erica. ¿Por qué? ¿Acaso no quería aquella misión? ¿Lo habían obligado a aceptarla? Cabría esperar que Jared Black acogiera con satisfacción la oportunidad de poner de relieve el trabajo de la CPIEC y su propia cruzada en favor de los derechos de los indios.

¿O tal vez estaba enojado por motivos personales? ¿Quizás aún no la había perdonado por lo que dijera el día en que ella y su grupo perdieran el caso Reddman? «Las palabras del señor Black rezuman hipocresía cuando, por un lado, afirma defender la cultura histórica mientras que, por el otro, confina pruebas materiales de esa misma cultura histórica a la tierra y, por ende, al olvido».

—¿Lista, doctora Tyler? —preguntó el escalador al tiempo que se aseguraba de que Erica estaba bien sujeta a la cuerda y de que el arnés y todos los puntos de soporte estaban en buenas condiciones.

—Más que lista —repuso ella con una risita nerviosa, pues nunca había descendido en rappel por una pared.

—Bien, limítese a seguirme y no le pasará nada.

Al borde de la sima, el escalador se volvió hacia ellos y les enseñó a inclinarse hacia detrás, iniciar un descenso controlado, ir soltando cuerda por la anilla aflojando la presión sobre la cuerda de la mano derecha y extender el brazo izquierdo detrás del cuerpo antes de empezar a bajar despacio y con cuidado. Cuando alcanzaron la abertura de la cueva, el escalador ayudó a Erica a entrar antes de hacer lo propio con Luke y Jared.

Los cuatro se soltaron de las cuerdas y se encararon con el oscuro y cavernoso interior. Era un espacio de dimensiones más bien reducidas, pero las tinieblas lo hacían parecer inmenso. Lo único que rompía la intimidatoria oscuridad eran los haces tímidos de las linternas que llevaban en los cascos. Cada vez que movían los pies, el sonido rebotaba con fragilidad contra las paredes de piedra arenisca y moría en la negrura.

Conteniendo el impulso de correr para ver la pintura, Erica permaneció junto a la entrada y alumbró metódicamente las paredes y el techo.

—Muy bien, señores, ya podemos entrar —anunció tras verificar que no había material arqueológico en la superficie que pudieran destruir sin darse cuenta—. Miren por dónde pisan —el haz de su linterna se paseó por las paredes de piedra y el techo abovedado—. Mientras caminamos debemos procurar remontarnos en el tiempo e imaginar lo que la gente pudo hacer aquí y los vestigios que pueden quedar de sus actividades —prosiguió.

Avanzaron despacio, pisando con cuidado mientras ocho círculos de luz bailaban como polillas blancas sobre la piedra arenisca.

—Es una suerte que esta cueva esté en la cara norte de las montañas, porque es más seca que la sur, que sufre el grueso de las tempestades del Pacífico —observó Erica en voz baja—. La protección contra la lluvia ha contribuido a conservar la pintura y puede que también otros artefactos.

Exploraron en silencio, bañando con sus linternas los contornos suaves de la piedra, alumbrando superficies ennegrecidas y cubiertas de liquen, con todos los sentidos aguzados vigilantes hasta que llegaron al extremo más alejado de la caverna.

—Allí —señaló el escalador, refiriéndose a la pintura.

Erica se acercó a ella con aprensión, avanzando con paso meticuloso, como si caminara por la cuerda floja. Cuando la linterna de su casco alumbró los pictogramas, contuvo el aliento. ¡Los colores brillantes de los círculos, los rojos y los amarillos como atardeceres espectaculares! Eran hermoso, fabulosos, vivos y también…

—¿Sabe qué significan estos símbolos, doctora Tyler? —inquirió el escalador, ladeando la cabeza en un intento de descifrar lo que parecía un sinsentido de líneas, círculos, formas y colores.

Erica no respondió. Permanecía inmóvil ante la pintura, sin parpadear siquiera, como si los luminosos soles y lunas de la pared la hubieran hipnotizado.

—Doctora Tyler —repitió el escalador.

Jared y Luke intercambiaron una mirada.

—¿Está bien, doctora Tyler? —preguntó Luke, dándole una palmadita en el hombro, lo que la sobresaltó.

—¿Qué? —exclamó Erica con expresión perpleja—. Es que…, bueno, no esperaba encontrar una pintura tan intacta, sin grafitos ni… En cuanto a su pregunta sobre los símbolos —dijo, aún un poco alterada—, la fe religiosa de esta zona se basaba en el chamanismo. Una forma de veneración cuya esencia era la interacción personal entre un chamán y lo sobrenatural —prosiguió—. El chamán comía estramonio o entraba en trance por algún otro medio para adentrarse en el mundo de los espíritus. Esto recibía el nombre de búsqueda de la visión. Al volver en sí plasmaba sus visiones en la roca, lo que recibe el nombre de arte inducido por el trance. Así lo afirma una de las teorías del arte rupestre del sudoeste del país.

El escalador se acercó más a la pared.

—¿Cómo sabe que esto es obra de un chamán? —preguntó—. ¿No podría ser un grafito y no significar nada en absoluto?

Erica se quedó mirando el círculo más grande, una formación rojo sangre de la que partían unas peculiares puntas. «Desde luego, significa algo».

—Se han realizado numerosos estudios de laboratorio sobre este fenómeno, denominado neuropsicología de los estados alterados. Dichos estudios han descubierto que existen imágenes universales descritas por miembros de distintas culturas, ya sean indios, aborígenes australianos o africanos. Se cree que son formas geométricas luminosas que el sistema óptico genera de forma espontánea. Puede probarlo usted mismo. Mire por unos instantes una luz muy intensa y luego cierre los ojos. Generará las mismas formas, puntos, líneas paralelas, zigzags y espirales. Es lo que llamamos metáforas del trance.

—Pero no se parecen a nada —insistió el hombre, con el ceño fruncido.

—No tienen por qué. Estos símbolos son imágenes de un sentimiento o un plano espiritual, algo que en realidad carece de estructura corpórea y, por tanto, de imagen. Sin embargo… —Erica frunció a su vez el ceño cuando el haz de su linterna iluminó una figura no identificable, de la que salían lo que parecían ser brazos o cuernos—, es cierto que hay algunos elementos extraños.

Luke se volvió hacia ella, cegándola con la linterna de su casco.

—¿Extraños? ¿A qué se refiere?

—Algunas de las características de la pintura no concuerdan con lo que sabemos de las imágenes inducidas por el trance. Por ejemplo, este símbolo; nunca lo había visto en ninguna de las rocas que he estudiado en mi vida. Casi todos estos símbolos se repiten en otros pictogramas y petroglifos esparcidos por todo el sudoeste, como estas huellas, por ejemplo. Las huellas de manos son universales y se encuentran en pinturas rupestres de todo el mundo. Reflejan la creencia de que la roca era una frontera permeable entre el mundo natural y la esfera sobrenatural. Es la puerta por la que el chamán pasaba a visitar a los espíritus. En cambio, estos otros símbolos me son del todo desconocidos —señaló. Procurando no tocar la superficie, hizo una pausa, durante la cual su respiración resonó como una brisa en la caverna—. Y hay otra cosa extraña.

Sus compañeros esperaron.

—Si bien contiene pictogramas característicos de las culturas etnográficas de esta zona, este mural también contiene motivos típicos del arte rupestre pueblo. De hecho, refleja una mezcla de culturas. Paiute meridional, shoshone…, algún lugar del sur de Nevada.

—¿Puede datar la pintura, doctora Tyler? —inquirió Luke en tono casi reverente.

—De entrada podemos calcular que es anterior al año 500 d. C. a causa de los átlatls o lanzadardos, estos objetos pintados aquí que servían para arrojar lanzas antes de la introducción del arco y la flecha en el Nuevo Mundo, alrededor del año 500. No obstante, para afinar más tendríamos que efectuar un análisis con microsonda de electrones y radiocarbono. En fin, por el momento diría que tiene unos dos mil años de antigüedad.

Jared Black tomó la palabra por primera vez.

—Si el artista vino del sur de Nevada, menudo viaje, ¿no? Sobre todo teniendo en cuenta que tendría que haber cruzado el
Valle de la Muerte
.

—La pregunta más importante es por qué vino. Los shoshone y los paiute nunca se aventuraban a salir de sus territorios. Si bien se desplazaban según la disponibilidad de alimento, siempre permanecían dentro de los confines de sus tierras ancestrales. ¿Qué impulsó a esta persona a separarse del clan y realizar un viaje tan largo y, a buen seguro, traicionero?

Erica no veía los ojos de Jared bajo la sombra del casco, pero percibía su mirada penetrante.

—Así pues, ¿esta pintura podría ser shoshone? —sugirió.

—No es más que una suposición. Según los estudios de los ciclos de sequía, hace unos mil quinientos años, el cambio climático en los desiertos del este de California empujó a los antepasados de los indios gabrielinos, una tribu que hablaba la lengua de los shoshone, hacia Los Ángeles. Pero si poseían un nombre tribal, lo cierto es que se ha perdido en el tiempo.

—Pero ¿esta pintura es obra de uno de esos antepasados? —insistió Jared. Erica procuró contener la impaciencia. Por lo que se veía, Jared Black era un hombre que exigía respuestas inmediatas.

—No estoy segura, porque creo que tiene más de mil quinientos años. Y no olvide que «gabrielino» era un nombre genérico que los franciscanos pusieron a las distintas tribus de esta zona —le recordó con intención—. Debemos tener cuidado con la terminología.

—¿Está segura de que no lo sabe?

Erica sintió que su irritación se trocaba en enfado. Sabía lo que insinuaba Jared, pues bahía lanzado la misma acusación contra ella durante el caso Reddman, cuando afirmó necesitar más tiempo para identificar la filiación tribal de los huesos y objetos encontrados. A la sazón, Jared había tenido razón, pues Erica intentaba ganar tiempo, pero en esta ocasión decía la verdad. No sabía a qué tribu atribuir la pintura.

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