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Authors: Barbara Wood

Tags: #Histórico, Romántico

Tierra sagrada (52 page)

BOOK: Tierra sagrada
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Erica se negó a abrir la verja de seguridad de la cueva. Para su exasperación, Sam no encontraba su llave, y la única otra copia estaba en manos de Jared. Se encontraban al borde del barranco que llevaba a la cueva, Erica cerrándoles el paso, Sam amenazando con romper el candado. Erica miró el reloj. ¿Dónde se había metido Jared? La había llamado un rato antes para pedirle que retuviera a los miembros del Consejo hasta que él regresara. Parecía emocionado, aunque no había revelado el motivo. Pero de eso hacía ya varias horas.

—¿Quiénes son ésos? —exclamó de repente Luke.

Todos se volvieron y vieron que Jared cruzaba lentamente el campamento en compañía de dos ancianos de tez oscura menudos y encorvados.

Eran dos hermanos que vivían en la zona este de Los Ángeles, y Jared los había localizado a través del Departamento de Estudios Indios de la UCLA, que estaba compilando una exhaustiva base de datos sobre los indios de California. Varios antropólogos recorrían los barrios de la ciudad en busca de indios «escondidos» u «olvidados».

Jared los presentó como José y María Delgado.

—Sabemos que, con toda probabilidad, algunos indios no fueron asimilados por las misiones, sino que siguieron viviendo en los poblados y más tarde se trasladaron al pueblo, donde se instalaron entre la población mexicana, pero casándose sólo entre sí. Estas dos personas afirman que siempre les contaron que eran topaa, pero nadie les ha creído nunca porque nadie había oído hablar de los topaa.

—Hace muchos años fuimos al museo para hablar con la gente de allí —contó la anciana—. Eran muy sabios y muy educados. Nos dijeron que estábamos equivocados, que no existía la tribu de los topaa y que éramos gabrielinos. Luego, un escritor vino a nuestro barrio para escribir una historia de los indios de California, y cuando le dijimos que éramos topaa, escribió, tongva, porque pensó que nos habíamos equivocado.

Ambos hermanos, nacidos en 1915, habían enviudado y vivían juntos. Durante su infancia y adolescencia habían oído historias por boca de un anciano que vivió más de cien años. El anciano había nacido en la misión, creía que alrededor de 1830. Si bien nunca vivió en un poblado, había oído hablar de la vida en los poblados a otros ancianos que vivían en la misión, así como la historia de la Primera Madre, a la que su guía espiritual, el Cuervo, había guiado por el desierto desde el este. El anciano fue quien los instó a recordar que no eran gabrielinos, el nombre que el hombre blanco daba a su tribu. Eran topaa.

La alusión a la Primera Madre sobresaltó a Erica.

—¿Lo han visto en las noticias o leído en el periódico? —les preguntó.

La anciana se echó a reír.

—¿El periódico? Yo no leo, y mi hermano tampoco. No vemos las noticias de la tele, porque siempre son malas, con muchas armas y muertos. A mi hermano y a mí nos gustan los concursos —explicó con una sonrisa desdentada.

Erica se volvió hacia Jared.

—Esto demuestra que realmente son topaa. No hay forma de que pudieran saber que ésta es la cueva de la Primera Madre si no se lo oyeron contar a los ancianos.

—Este hombre nos ha hablado de la cueva —intervino la anciana—. ¿Podemos entrar? ¿Podemos visitar a la Primera Madre?

Estaban todos en la cueva, despidiéndose. Sam y Luke fueron los primeros en marcharse tras desear buena suerte a Erica y Jared. Les quedaba mucho trabajo por hacer. El análisis genético de los huesos coincidía con el de los ancianos indios, lo que identificaba a la Señora como miembro de la tribu topaa. José y María Delgado querían que se creara un museo para dar a conocer la tribu a la gente. También querían que la Primera Madre permaneciera sepultada en la cueva en una tumba protegida de las pisadas humanas, pero deseaban que la cueva estuviera abierta para recibir visitas.

—Es lo que ella habría querido —aseguró el anciano—, que la gente viniera a hablar con ella y leyera la historia de su viaje.

Kathleen Dockstader fue la última en irse. Había cancelado sus vacaciones de seis meses para dedicarse por completo a buscar de nuevo a Monica.

—Hay una cosa que todavía no entiendo —señaló a Erica—. Se trata del cuadro que tengo en el salón, el de los dos soles que pintó mi madre. Dices que llevas toda la vida soñando con él.

—Desde que era muy pequeña. Seguro que alguien sacó una foto de él y la utilizó como parte de una biografía de la hermana Sarah. Debí de verla en alguna parte, un libro o una revista, y luego se me olvidó.

—Eso es lo raro, porque el cuadro fue robado cuando mi madre desapareció y, por lo visto, lo encontraron más tarde y lo guardaron en un almacén de la policía a la espera de que el propietario denunciara el robo. Hace cinco años averiguaron que yo era la dueña, se pusieron en contacto conmigo y lo compré. Hasta entonces, el cuadro había pasado siete décadas en el olvido.

—Bueno —suspiró Jared en cuanto él y Erica se quedaron a solas con la Primera Madre durmiendo en su sarcófago transparente—, menuda ironía. Mi trabajo consistía en localizar al descendiente más probable, y resulta que la he tenido delante de mis narices durante todo este tiempo —Contempló el reluciente sol que ornaba la pared de la cueva—. ¿Por qué crees que soñabas con la pintura si nunca la habías visto?

Erica desconocía la respuesta, aunque especulaba que podía tratarse de una especie de memoria racial.

—Los soles son en realidad círculos, y el círculo era un símbolo sagrado para los topaa, como para muchas tribus indias en la actualidad. Puede que simplemente soñara con el concepto de lo sagrado. O quizás era una profecía.

—¿Una profecía?

Erica pensó en los ancianos topaa a quienes había conocido ese mismo día.

—La profecía de que algún día cerraríamos el círculo.

Jared la tomó de la mano.

—Fuera quien fuese, su viaje no ha terminado —declaró, mirando el esqueleto—. Nos toca a nosotros completarlo.

Cuando salieron de la cueva y se volvieron hacia el sol poniente, un cuervo descendió del cielo y voló ante ellos, como si quisiera indicarles el camino.

BARBARA WOOD, nació el 30 de enero en Warrington, cerca de Liverpool, Inglaterra, pero emigró con su familia al sur de California, donde se educó. Aunque fue a la Universidad de California, la dejó para viajar y dedicarse a numerosos trabajos, desde camarera hasta paseadora de perros, si bien acabó dedicando diez años de su vida a ser auxiliar de quirófano. Precisamente su experiencia en el quirófano se refleja en algunas de sus obras, donde combina medicina con amor e intriga. Publicó su primera novela en 1976,
Perros y chacales
que, aunque fue rechazada por la primera editorial a la que la presentó, consiguió que ésta le recomendara un agente literario, quien la ha ayudado a publicar más de una veintena de libros.

Sus libros se han traducido a más de treinta idiomas, abundando los paisajes exóticos, documentados por la propia autora que ha viajado por todo el mundo, combinados con personajes intensos y argumentos misteriosos. Barbara ha escrito varios libros bajo el pseudónimo de Kathryn Harvey, con un estilo y argumentos algo diferentes a los que suele utilizar, como es el caso de
Butterfly
,
Stars
y
El hotel de los sueños
.

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