Sue era un socialista francés. Su
Judío Errante
es un símbolo del trabajador explotado y Herodías es un símbolo de la mujer explotada. De hecho, la novela es un furibundo ataque contra el catolicismo, el capitalismo y la codicia.
El Judío Errante aparece en varias novelas recientes de ciencia-ficción, entre las que destacan
Cántico a Leibowítz
de Walter Miller (1959) y
The Planet King
de Wilson Tucker (1959); en ésta se convierte en el último hombre vivo de la Tierra. Se han hecho por lo menos dos películas sobre la leyenda: la más reciente es una película italiana de 1948 protagonizada por Vittorio Gassman.
La leyenda ha sido recontada en docenas de poemas de autores británicos y estadounidenses. El norteamericano John Saxe, más conocido por su poema sobre los ciegos y el elefante, escribió un poema en diecisiete estrofas sobre el Errante. El olvidable «Undying One», de la poetisa británica Caroline Elizabeth Sarah Norton, ocupa más de cien páginas. En «Overheard in a Garden», Oliver Herford, un escritor norteamericano de versos ligeros, convierte al Errante en un vendedor ambulante que va vendiendo un libro sobre sí mismo. «El Judío Errante» (1920), de Edwin Arlington Robinson, es sin duda el mejor poema de un autor norteamericano sobre este tema.
En Inglaterra, Shelley fue el más famoso de los poetas fascinados por esta leyenda. En su largo poema «El Judío Errante», escrito —al menos en parte— a los diecisiete años, el Errante se llama Paulo. En la frente lleva una cruz ardiente que intenta ocultar bajo una banda de tela. En el tercer canto, después de vagar durante dieciséis siglos. Paulo le cuenta el origen de sus sufrimientos a Rosa, la mujer que ama.
¡Cómo puedo pintar aquel espantoso día,
aquel tiempo de terror y consternación
cuando, por nuestros pecados, un salvador murió
y el dócil cordero fue crucificado!
Aquel día tan terrible, cuando empujado
a la matanza por la turba insultante,
enardecido hasta volverme deicida,
me burlé de nuestro Salvador y grité:
«Anda, anda». «Ah, yo andaré», dijo él,
«hacia escenas de infinita bienaventuranza,
hasta las benditas regiones de la luz.
Yo me iré, pero tú te quedarás aquí.
No morirás hasta que yo vuelva».
El Judío Errante aparece también en el breve poema de Shelley «El soliloquio del Judío Errante», y en dos obras mucho más largas, «Helias» y «La reina Mab». En «La reina Mab», es un fantasma cuyo cuerpo no proyecta sombra. El amargado Ahasuero denuncia a Dios como tirano malvado. En una larga nota sobre esta cuestión, Shelley cita un fragmento de una obra alemana «cuyo título he intentado en vano averiguar. La encontré, sucia y rota, hace algunos años…».
En este fragmento, el Errante describe sus infinitos intentos de suicidio. Intenta ahogarse, pero en vano. Salta al volcán Etna en erupción, y allí sufre un intenso calor durante diez meses, hasta que el volcán lo regurgita. Los incendios forestales no pueden consumirle. Intenta que lo maten en las guerras, pero las flechas, las lanzas, las mazas, las espadas, las balas, las minas y el pisoteo de los elefantes no hacen ningún efecto en él. «La mano del verdugo no pudo estrangularme […] ni el hambriento león del circo pudo devorarme». Serpientes y dragones son incapaces de dañarle. Llama «perro» a Nerón en su propia cara, pero las torturas del tirano no consiguen matarlo.
¡Ja! No ser capaz de morir… no ser capaz de morir… no permitírseme descansar después de las fatigas de la vida… estar condenado a permanecer preso para siempre en el calabozo hecho de barro… a aguantar siempre el estorbo de este indigno cuerpo, con su carga de morbos y enfermedades… estar condenado a sujetar durante milenios a ese monstruo bostezante de la Monotonía, y al Tiempo, esa hiena hambrienta, siempre engendrando hijos y siempre devorando una vez más a su descendencia. ¡Ja! ¡No permitírseme morir! Oh, terrible vengador del cielo, ¿tienes en tu ejército de ira un castigo más espantoso? Pues lánzalo atronando sobre mí.
Ordena que un huracán me barra hasta los pies del Carmelo, para que allí pueda yacer, pueda jadear y estremecerme y morir.
En Alemania y otras muchas partes se han publicado historias documentadas de la leyenda. En inglés, la obra de Moncure Daniel Conway
El Judío Errante
(1881) se ha convertido en una referencia básica. Ver también su artículo sobre el Errante en la novena edición de la
Encyclopaedia Britannica
. Otra interesante recopilación es la de Sabine-Baring Gould en su
Curious Myths of the Middie Ages
(segunda edición, 1867).
La historia moderna definitiva es
The Legend of the Wandering Jew
de George K. Anderson, publicada por Brown University Press en 1965. Anderson, profesor de lengua inglesa en Brown, aprovechó bien la voluminosa colección de la universidad acerca del Errante. Las 489 páginas de su libro contienen excelentes resúmenes de poemas, obras teatrales y novelas europeas que yo no he mencionado, además de historias detalladas de los muchos que aseguraron ser el personaje. El libro puede decirles todo lo que ustedes quieran saber, y mucho más, sobre este triste intento de los cristianos que se niegan a reconocer que el carpintero galileo convertido en predicador estaba convencido de que pronto regresaría al mundo en toda su gloria, pero se equivocaba.
Addendum
En Italia, la leyenda del Judío Errante adoptó una forma encantadora y completamente diferente. Befana estaba barriendo su casa cuando los tres Reyes Magos llegaron cabalgando y la invitaron a acompañarlos a Belén. Befana les dijo que estaba demasiado ocupada. Más tarde, arrepentida de su decisión, empezó a vagar por el mundo a causa de una terrible maldición que no le permite morir. Cada año, la víspera de la Duodécima Noche (el 5 de enero), un día que conmemora la visita de los Magos, Befana baja por la chimenea montada en su escoba para llenar los zapatos y calcetines de golosinas y pequeños juguetes.
Siempre mira las caras de los niños dormidos, con la esperanza de ver al niño Jesús.
La historia de Befana se cuenta en las siguientes coplas, que encontré en
The Peerless Speaker
(1900), atribuidas a Louise V. Boyd.
«Ven, ven, Befana»,
oye decir a sus vecinos
«Ven, que por el camino a Belén
pasan hoy los Magos».
Tan ocupada estaba Befana
que apenas volvió la cabeza.
La aguardaban sus sábanas,
la aguardaba su hilo escarlata.
De nuevo gritaron: «Befana,
es una visión gloriosa.
Tres reyes viajan juntos.
con sus coronas y vestiduras brillantes».
A las hijas más hábiles de su pueblo
ella las había superado.
Befana vio el huso,
su mano palpó la rueca.
Las palabras de su esposo debían elogiarla.
Las voces de sus hijos, bendecirla.
En su casa no comía
el pan de la ociosidad.
Así que se apresuró a responder:
«Mi casa es lo único que me importa.
No tengo tiempo para forasteros
que viajan hacia Belén».
«Aun antes de que amanezca
doy de comer a los míos.
Mi marido es el mejor vestido
de los que se sientan entre los ancianos».
«Y los mercaderes conocen mis ceñidores.
y mis tapices tejidos.
La gloria de mi púrpura
y la seda que da gusto verla».
Pero entonces sus parientes gritaron:
«No sabes lo que te pierdes.
Hay muchos espectáculos lujosos,
pero ninguno como éste».
«Dicen que los tres reyes viajan
para ver una cosa prodigiosa.
Un niño nacido de una virgen,
como predijo la profecía».
«Ven, mira, Befana
que no se puede expresar con palabras
el esplendor de sus rostros,
de los reyes que vienen por el camino».
Befana siguió con sus tareas,
pero les respondió tranquilamente:
«Ya saldré a mirarlos
cuando vuelvan a pasar».
Pero todos sus amigos y familiares,
con maravillado gozo,
miraron hasta que los reyes
se perdieron de vista lentamente.
Aquel día, el esposo de Befana
tenía la mirada triste
cuando ella le habló de su trabajo
esperando elogios.
El no la reprendió realmente,
pero invocando la antigua sabiduría,
le preguntó: «¿A quién le aprovecha
estar siempre trabajando?».
Y habló de un tiempo para llorar
y un tiempo para reír y cantar.
De tiempos para guardar y para repartir.
De tiempos para todo.
Y Befana, entristecida, respondió:
«Mi señor tiene razón, pero
no dejaré de mirarlos.
cuando vuelvan a pasar».
¡Ay, ay! Befana
miró un día tras otro.
No volvieron a pasar. Dios les avisó
para que fueran por otro camino.
Y acabó muy cansada,
ella que tanto tenía que hacer,
y nunca llegó la visión
que habría podido renovar sus fuerzas.
Befana no murió nunca.
Este mundo es aún su hogar.
Befana va siempre buscando
a los que nunca llegarán.
Muchas antologías antiguas contienen este triste poema sobre el Judío Errante, traducido del alemán por Charles Timothy Brooks, pastor unitarista, poeta y traductor del siglo XIX:
El Judío Errante me dijo una vez:27. La Segunda Venida
Pasé por una ciudad en la época fría del año.
Un hombre en un huerto cogía fruta de un árbol.
Le pregunté: «¿Cuánto tiempo lleva aquí esta ciudad?».
Y él me respondió, mientras seguía recogiendo:
«Siempre ha estado donde ahora está,
y aquí permanecerá para siempre».
Quinientos años transcurrieron
y volví a pasar por el mismo camino.
No encontré ni rastro de una ciudad.
Un pastor solitario estaba sentado tocando su flauta.
Su rebaño pastaba apaciblemente a su alrededor.
Le pregunté: «Cuánto tiempo hace que desapareció la ciudad?».
Y me respondió, mientras seguía tocando la flauta:
«Las nuevas florecen y las antiguas decaen.
Estos son mis pastos para siempre».
Quinientos años transcurrieron.
y volví a pasar por el mismo camino.
Y llegué a un mar, y las olas rugían.
Y un pescador arrojaba sus redes.
Y cuando las sacó cargadas a tierra,.
le pregunté: «¿Cuánto tiempo lleva aquí el mar?»,
y él se echó a reír y se alejó riendo.
«Desde que estas olas arrojan su espuma,
aquí se ha pescado de la misma manera».
Quinientos años transcurrieron.
y volví a pasar por el mismo camino.
Y llegué a un bosque, vasto y salvaje.
Y un leñador estaba de pie en la espesura.
Dejó su hacha al pie de un árbol
y le pregunté: «¿Cuánto tiempo lleva aquí el bosque?».
Y él respondió: «El bosque siempre ha cubierto esto.
Mis antepasados siempre vivieron aquí.
Y los árboles están aquí desde el día de la creación».
Quinientos años transcurrieron.
y volví a pasar por el mismo camino
y allí encontré una ciudad, y por todas partes
resonaba el rumor del trabajo y el jolgorio.
Y pregunté: «¿Cuánto tiempo lleva aquí la ciudad,
y dónde está la flauta, y el bosque, y el mar?».
Y me respondieron, mientras se iban por su camino:
«Las cosas siempre han estado como están hoy,
y así seguirán hasta el fin de los tiempos».
Esperaré quinientos años más.
y volveré a pasar por el mismo camino.
A medida que se aproximaba el año 2000, los fundamentalistas protestantes (incluyo a los miembros de las Iglesias pentecostales y a sectas marginales como los adventistas del Séptimo Día y los testigos de Jehová) se fueron convenciendo cada vez más de que la Segunda Venida del Señor era inminente. Se publicaron, y se siguen publicando, docenas de libros estridentes que demuestran que una correcta interpretación de los libros de Daniel y de la Revelación indica sin lugar a dudas que el arrebato de los creyentes, la batalla del Armagedón y el fin del mundo que conocemos ocurrirán muy pronto. Los libros oscilan desde los muchos de Hal Lindsey, que se han vendido a millones, hasta obras poco conocidas que identifican al Anticristo y revelan el significado de su número, el 666.
Cualquiera pensaría que los que creen en la inminencia del retorno de Cristo estarían algo preocupados por el hecho de que, desde que se escribieron los Evangelios, un gran número de cristianos ha interpretado las señales bíblicas del fin del mundo aplicándolas a su generación. Pero la triste historia de estas profecías fallidas no ha dejado huella en los esquemas mentales de los fundamentalistas actuales. Incluso Billy Graham, que debería estar más avisado, lleva décadas predicando y escribiendo sobre el inminente retorno de Jesús. Reconoce que nadie sabe la fecha exacta, pero cree que todas las señales indican que el gran acontecimiento se nos está viniendo encima.
Se dice con frecuencia que la actual excitación por la Segunda Venida, centrada en el año 2000, es equiparable al pánico por el fin del mundo que se extendió por toda la Europa cristiana al acercarse el año 1000. Pero ¿existió en realidad dicho pánico? Tal como deja claro Stephen Jay Gould en su inteligente librito
Questioning the Millenium
(1997), la respuesta dista mucho de estar clara. Ahora, nos dice, hay una vasta literatura sobre el tema, que abarca toda la gama de opiniones, desde los que afirman que, efectivamente, Europa experimentó un «terror pánico» hasta los que aseguran que nunca ocurrió nada parecido.
Gould cita el libro de Richard Erdoes
AD 1000: Living on the Brink of the Apocalypse
(1988) como una reciente defensa de la escuela del terror pánico. Erdoes, un alemán que ahora vive en Santa Fe (Nuevo México), es autor de dos libros anteriores,
The Sundance Principie
y
American Iridian Myths
. Su historia comienza así: «El último día del año 999 la vieja basílica de San Pedro, en Roma, estaba abarrotada por una multitud de fieles llorosos y temblorosos que aguardaban el fin del mundo».
En el otro extremo del espectro, Gould cita
Century's End
, de Hillel Schwartz. Schwartz niega que hubiera una excitación mayor de la normal por la Segunda Venida al acercarse el año 1000.
La opinión intermedia —que hubo cierta excitación, pero no mucha— es hábilmente defendida por el historiador francés Henry Focillon en
El año 1000
(traducción inglesa, 1969), y por Richard Landes, historiador de la Universidad de Boston, en
Visions of the End: Apocalyptic Traditions in the Middle Ages
(Harvard University Press, 1995). Landes indica que, dado que el mundo no se acabó, a nadie le interesó mantener registros. Considera insultante suponer que el populacho no sabía que estaban en el año 1000.
Para una buena descripción de este debate, ver el artículo de Patricia Bernstein «Terror in A.D. 1000» («Terror en el año 1000»), en
Smithsonian
(julio de 1999, pp. 115-125), y las referencias que cita.