En un principio, la Fundación para la Investigación de la Mente tenía su sede central en un apartamento de Manhattan, en la calle 68 Este. Su laboratorio contenía —y tal vez siga conteniendo— equipo de biorretroalimentación (biofeedback) y una cámara de privación sensorial, donde los sujetos meditaban en absoluto silencio y oscuridad total. Otro componente del equipo era una caja de luz estroboscópica: se pegaba la frente a la caja, con los ojos cerrados, y la luz parpadeante pasaba a través de los párpados para estimular la meditación. El aparato más extravagante llevaba el nombre de ASCID (Dispositivo Inductor de Estados de Conciencia Alterados), aunque a menudo se le llamaba «la cuna de la bruja». Los sujetos se sentaban en él con los ojos vendados, y el aparato oscilaba hacia adelante y hacia atrás, como un péndulo.
Houston y Masters creen que estos aparatos pueden hacer que el cerebro funcione con más rapidez, comprimiendo una hora de trabajo en unos pocos minutos. Un novelista, por ejemplo, vería en un relámpago de inspiración la manera de concluir una novela que llevaba meses intentando terminar. En los primeros tiempos de su colaboración, Houston y Masters realizaron experimentos sobre telepatía en sueños, junto con los parapsicólogos que entonces dirigían el laboratorio de sueños del Centro Médico Maimónides.
A Houston le gusta contar una anécdota que ocurrió cuando su padre, Jack, trabajaba como guionista de comedia para Bob Hope, George Burns, Henry Youngman y otros cómicos, entre ellos el ventrílocuo Edgar Bergen. Una vez más, cito el libro de Klimo:
Una vez, mi padre y yo entramos en el camerino de Edgar. Él no sabía que le estábamos mirando. Edgar estaba hablando con Charlie y pensamos que estaba ensayando, pero no estaba ensayando. Le estaba haciendo preguntas a Charlie: «Charlie, ¿cuál es el sentido de la vida?», «Charlie, ¿en qué consiste el amor?». Y el muñeco de madera le respondía, pero no se parecía en nada al personaje que yo conocía de la radio. Era un auténtico Sócrates de madera. La voz era la misma, pero el contenido era completamente diferente. Y Bergen se quedaba fascinado y decía: «A ver, Charlie, ¿en qué consiste la auténtica virtud?»; y el muñeco soltaba su rollo: belleza, elegancia, inteligencia. Por fin, nos dio vergüenza mirarlo y tosimos. Bergen se volvió a mirar, se puso rojo como una remolacha y dijo: «Ah, hola, nos habéis pillado». Y mi padre dijo: «¿Qué estabas haciendo?», y él respondió: «Estaba hablando con Charlie. Es la persona más sabia que conozco». Y mi padre dijo: «Pero si ésa es tu mente; es tu voz la que sale de ese muñeco de madera». Y Ed respondió: «Bueno, en el fondo sí, pero yo le pregunto a Charlie estas cosas y él me responde, y no tengo ni la menor idea de lo que va a decir y me asombra su inteligencia. Sabe mucho más que yo».
Para mí, aquél era un caso clásico de canalización, en el que se utilizaba al muñeco como amanuense de las estructuras profundas de la mente de Bergen.
En un anuncio del libro de Houston,
Ufo Force: The Psycho Historical Recovery of the Self
(1980) se decía: «Por primera vez en la historia humana, podemos llegar a ser plenamente humanos». Por medio de los ejercicios especiales de este libro, continuaba el anuncio, «podemos revivir toda la historia humana en nuestras propias vidas, curando los traumas de épocas pasadas y presentes a medida que resolvemos y curamos las crisis de nuestro propio yo emergente. Como resultado, podremos reencontrar lo que se había perdido de las promesas y el potencial de estas épocas históricas y personales, y utilizarlo para restaurar el equilibrio entre nuestro espacio interior y exterior».
Otro libro de Houston,
The Possible Human: A Course in Extending Your Physical, Mental and Creative Abilities
(1982), fue reseñado de la siguiente manera en una revista psíquica llamada
New Realities
(vol. 5, n.° 2, 1983):
Houston traza una ruta que conduce desde el reino reducido del humano demasiado humano a la esfera expansiva sensorial-intelectual-mística de lo sobrehumano, lo que el gran místico hindú contemporáneo Aurobindo llamaba el ser gnóstico, o lo que a Houston le gusta llamar el arquetipo yiddish, el Mensch.
Houston se muestra incansable en la organización de talleres en todo el mundo, en los que utiliza una increíble variedad de técnicas ideadas para elevar el «potencial humano» de sus alumnos.
En 1989, en una conferencia en el Oasis Center de Chicago, su taller se organizó en tomo al concepto de Pangea. Éste es el nombre de un continente gigante que existió hace 200 millones de años, y que después se fragmentó, formándose los continentes actuales. Houston entendía Pangea como un símbolo de las razas primitivas, que, según se dice en el folleto del taller, «contienen códigos de ADN que pueden ayudamos a comprender quiénes y qué somos realmente. Jean y sus colaboradores diseñan ejercicios, procesos y prácticas que vuelven a despertar nuestros sentidos y nuestros recuerdos de dichos códigos en todos nuestros sistemas cuerpo-cerebro-mente. Esto nos vuelve más rápidos y capaces de incorporamos como partícipes al proceso evolutivo, y de reclamar nuestro puesto como auténticos ciudadanos de Pangea. […] Este año, dedicaremos nuestro tiempo en el Oasis a reforzar el arquetipo del creador del Paraíso y residente en él».
El folleto dice a continuación que los participantes en el taller estudiarán «a los sabios de las culturas primigenias, como, tal vez, los bosquimanos del Kalahari y también, tal vez, aquellos mamíferos de enormes cerebros que hace millones de años decidieron regresar al mar: las ballenas y delfines».
En
The Possible Human
, Houston dice que cuando era estudiante en el Bamard College era «presidenta de la sociedad dramática del centro, miembro del senado estudiantil, ganadora de dos premios de la crítica del Off-Broadway como actriz y directora […] y acababa de rechazar una oferta para entrenarme para los próximos Juegos Olímpicos» [en el instituto había sido campeona de esgrima]. Las muertes de varios familiares y amigos la sumieron en una profunda depresión. Dice que se sentía como Job y que llegó a preguntarle a Dios «¿Cuándo vienen las llagas?».
Houston atribuye su recuperación a las clases que impartía el suizo Jacob Taubes, profesor de religión en Bamard. Después de aquello, dice, «eché a correr y no he callado desde entonces».
Tras rechazar un contrato de siete años con Paramount Pictures, participó en excavaciones en Egipto y Grecia, pero no tardó en abandonar la arqueología para concentrarse en lo que ella llama «la arqueología del yo». Houston se precia de saber leer latín, griego y jeroglíficos egipcios. Habla de su amistad con personalidades tan notables como Teilhard de Chardin, Martín Buber, Aldous Huxley, Reinhold Niebuhr, Paul Tillich, Helen Keller, Joseph Campbell y Margaret Mead.
No hay ninguna duda sobre su estrecha relación matemofilial con la anciana y enferma Margaret Mead, que duró muchos años.
Mead creía firmemente en los fenómenos psíquicos y en las visitas a la Tierra de extraterrestres venidos en ovnis. Llegó a ser uno de los directivos de la Fundación para la Investigación de la Mente. Houston es también buena amiga de la hija de Mead, Mary Bateson, que la acompañó en muchas de sus sesiones con Hillary Clinton.
Ahora, a los 57 años, Houston sigue siendo una mujer llamativa, aficionada a decir que la diosa griega Atenea es su «precursora arquetípica». Habla en una florida jerga de la Nueva Era, tan vaga y confusa que a menudo resulta difícil de entender. He aquí, por ejemplo, un párrafo típico de
The Possible Human
:
Así como la luz del sol y los nutrientes de la tierra y el aire se organizan en los capullos de primavera, en los estados creativos las intenciones en capullo están en resonancia con la realidad holonómica, evocando del orden primario los nutrientes necesarios para permitir la emergencia de la manifestación física de la intención creativa, ya sea una novela, una sinfonía, una disertación, una relación, un negocio o una empresa comunitaria.
Houston pasó por lo que ella llama su «período mesiánico», durante el cual recorrió en motocicleta «todo Texas, salvando a gente, predicando y haciendo "milagros" como curar a personas tartamudas». Dice que una vez la expulsaron del Instituto de Artes Escénicas de Nueva York «por intentar convertir a los estudiantes a un modo de vida más puro». En varias ocasiones ha intentado obtener un doctorado de la Universidad de Columbia. Según
Newsweek
[«Soul Searching» («En busca del alma»), por Kenneth Woodward, 8 de julio de 1996], se negó a introducir cambios en su tesis y no consiguió el título. Más tarde, en 1973, obtuvo un doctorado en psicología por una escuela de Cincinnati llamada Unión Institute. Esta escuela no fue acreditada hasta 1985.
Houston dio clases en el Marymount College, un colegio católico de Tarrytown (Nueva York), desde 1965 hasta 1972. Aunque no formaba parte del claustro de profesores, fue profesora visitante en la Universidad de Oklahoma en 1980 y dio clases en el Hunter College en 1961.
Houston mantiene estrechas relaciones con el astronauta del Apollo 14 Edgar Mitchell, fundador y director del Instituto de Ciencias Noéticas, en Sausalito (California). Mitchell y los miembros de su instituto se tragan casi todo en cuestiones psíquicas.
Houston dice que ayudó a Mitchell a readaptarse a la vida en la Tierra después de regresar del espacio. Después del episodio de Hillary Clinton, Mitchell declaró: «Me gustaría apoyar a Jean Houston, que es uno de los científicos, filósofos y pensadores más valiosos y capaces de nuestra época».
Por lo general, es imposible saber en qué creen realmente un presidente y su esposa hasta mucho después de que hayan salido de la Casa Blanca. Bill Clinton pertenece a una iglesia baptista del Sur. Hillary Clinton asiste a una iglesia metodista. Esto no nos dice nada sobre si alguno de ellos comparte las creencias en lo paranormal de Jean Houston. Sería interesante saberlo.
Debe de ser por alguien que se ha comido.
BOB HOPE,
al oír eructar a un nativo africano en
Camino de Zanzíbar
Los antropólogos culturales no se ponen de acuerdo en muchas cosas. Algunos todavía se aferran a la agonizante tradición del relativismo cultural extremo, que prohibe hacer juicios de valor acerca de ninguna cultura. Por ejemplo, impide que un antropólogo condene el antisemitismo nazi o la esclavitud en América, porque ambas cosas formaban en su tiempo parte de una cultura. Impide condenar la costumbre, tan extendida en la actualidad en África y otros lugares, de amputar el clítoris de las muchachas. Los antropólogos más lúcidos consideran que semejante relativismo es indefendible.
Algunos antropólogos, como la difunta Margaret Mead, creen firmemente en poderes paranormales, que son la herramienta profesional de los parapsicólogos. La gran mayoría de sus colegas opina que eso es una tontería.
La última disputa, y tal vez la más virulenta, versa sobre el canibalismo. Casi todos los antropólogos siguen estando convencidos de que el canibalismo estuvo muy extendido en el pasado y todavía se practica en rincones remotos del mundo. Esta creencia se defiende en cientos de artículos y en libros tan populares como
Cannibalism
de Eli Sagan (1974) y
Cannibalism and Human Sacrifice
de Garry Hogg (1973).
Una minoría cada vez mayor de los antropólogos opina lo contrario. Están convencidos de que no existe, ni ha existido nunca, una cultura que, de manera rutinaria, devorara a sus muertos o matara y se comiera a sus enemigos. El debate se fue cociendo a fuego lento durante décadas hasta 1979, cuando estalló por culpa de William Arens, antropólogo de la Universidad Estatal de Nueva York en Stony Brook. La bomba fue su explosivo libro
The Man-Eating Myth: Anthropology and Anthropophagy
(«El mito de los comedores de hombres: Antropología y antropofagia»). Publicado en 1979 por Oxford University Press, actualmente se puede adquirir en rústica.
Nadie niega que en emergencias de vida o muerte, como la perspectiva de morir de hambre después de un naufragio o un accidente de avión, o en tiempos de terrible hambruna, algunos individuos puedan decidir comer cadáveres humanos antes que morir. Nadie niega que ha habido ocasiones en las que pueblos primitivos, después de una victoria militar, han devorado ritualmente el cuerpo de un temido caudillo enemigo, bien por venganza, bien por creer que así adquirirían los poderes del enemigo.
Nadie niega la existencia de asesinos patológicos en serie que, incluso en las culturas avanzadas, matan y devoran a sus víctimas.
La gran cuestión es: ¿Ha sido alguna vez el canibalismo una costumbre normal? La opinión heterodoxa de Arens es que este tipo de canibalismo es puro folclore, fabricado por una cultura que desea sentirse superior a otra. Arens afirma que ningún antropólogo digno de crédito, ni ninguna otra persona en quien se pueda confiar, ha observado directamente un banquete caníbal. Está convencido de que el mito surgió a partir de acusaciones infundadas de una cultura contra otra cultura vecina y odiada, y que lo difundieron misioneros crédulos y antropólogos ingenuos, que se creían todos los cuentos que les contaban los nativos amistosos.
«The Yarn of the Nancy Bell», la más famosa de las baladas cómicas de W. S. Gilbert, es una historia de canibalismo después de un naufragio. La cuenta el único superviviente, que se comió a nueve de sus compañeros.
Un examen al azar de los textos de antropología actuales demuestra que la mayoría de los autores da por seguro que el canibalismo no sólo estuvo muy extendido en el pasado, sino que todavía persiste en algunas tribus primitivas de África y América del Sur, y en ciertas islas de Oceanía. El prestigioso antropólogo Marvin Harris, en
Cannibals and Kings
(edición en rústica de 1991), argumenta que entre los aztecas mexicanos el canibalismo era un modo de obtener proteínas, de las que andaban muy necesitados.
En cuanto al público en general, ¿quién puede dudar de que ha habido, y tal vez siga habiendo, feroces cazadores de cabezas que se comían a sus víctimas? El canibalismo sigue apareciendo en narraciones y películas, en chistes gráficos en los que aparecen personas cocidas vivas en enormes calderos, y en chistes malos.
¿Saben el del caníbal al que no le gustaba su primo? ¿Y el del caníbal que decía que su mujer hacía un estofado tan bueno que la iba a echar de menos? ¿Y el del caníbal católico que los viernes sólo comía pescadores? ¿Y el del dentista que rellenó los dientes de un caníbal mientras éste estaba comiendo? ¿Y el del caníbal que le dice al psiquiatra que está harto de la gente? Cuando le preguntan qué le ha parecido el psiquiatra, responde «Delicioso».