—¿Y ganas mucho con el taxi?
—Pues ni idea, porque lo que gano me lo gasto enseguida.
—Bueno, pero más o menos, ¿cuánto?
—La verdad es que nunca lo he contado. Si gano una libra, me la gasto; si gano diez, las diez. Vivo al día. Además no hay un solo taxista en Egipto capaz de decirle cuánto gana. Todo depende de Dios.
El atasco empezó a disminuir gradualmente, y como tenía miedo de seguir con este taxista, me dije a mí mismo «pies para qué os quiero», me bajé y busqué otro.
Este taxista estaba enfadado, pero que muy enfadado, podría decirse que casi a punto de estallar, gritándome a la cara como si yo fuera la causa de todos sus problemas.
Era un joven de unos treinta años y parecía ser licenciado universitario. Intenté calmarlo en vano, por lo que acabó confesándome la causa de su rabia:
—Ayer me retiraron el permiso de conducir; me dijeron que estaba hablando por el móvil. Le juro por Dios que no estaba hablando, sólo lo tenía en la mano. Intenté recuperarlo a través de un enchufe, pero no pude. Esta mañana he ido a la Jefatura de Tráfico de Nikla, que está en el fin del mundo, porque a nosotros los taxistas nos tratan como a perros y tienen que poner la jefatura que nos corresponde en el quinto pino. El chico al que iba a pagar para que me hiciese el papeleo me dijo que el permiso estaba todavía en Tráfico. Ayer me hicieron perder dos horas de trabajo y hoy otras dos, pero ahí no acaba la cosa A ver lo que me toca pagar y por lo que me hacen pasar para que me lo devuelvan. Me las van a hacer pasar canutas. Tráfico está atascado de gente y es imposible dar un paso sin ir soltando sobornos, es asqueroso. No lo entiendo, ¿qué es lo que quieren de nosotros? No hay trabajo y cuando decidimos trabajar en cualquier cosa, están ahí al acecho hagamos lo que hagamos. Nos roban, nos despojan de todo y nos piden sobornos. ¿Y al final para qué? Todos los días gasto en gasolina tanto como lo que tengo que guardar para los sobornos de Tráfico. Cada día dependo de Dios. Al final nos tocará marcharnos como hace todo el mundo. Está claro que éste es el verdadero plan del Gobierno. Nos fuerza a marcharnos fuera. Pero lo que no entiendo es, si el Gobierno nos echa a todos, ¿a quién van a robar? No va a quedar nadie a quien puedan robar. No entiendo. ¿Es que el ministro de Interior, antes de irse a dormir, piensa en qué hacer con nosotros? ¿Es que no ve que somos personas que hemos recibido una educación y que nuestros padres han sufrido para dárnosla? ¿Es que no ve cómo nos humillan sus policías en la calle? ¿No ve que ya no podemos más y vamos a estallar? Es que es verdad, ya no podemos soportarlo más. Hacemos lo imposible para poder vivir, pero Interior nos trata como si fuésemos no sólo criminales, sino también mentirosos. Para cualquier oficial, no somos más que unos embusteros. Está claro que eso es lo que les enseñan en la Academia de Policía: que las personas nacen mintiendo, viven mintiendo, respiran mentiras y mueren mintiendo. Ayer, cuando le dije que no estaba hablando por el móvil, me contestó que lo tenía en la mano y que sí estaba hablando. No se le ocurrió, ni por un momento, que podría estar diciendo la verdad, ¡que podría estar siendo sincero! ¿Cómo vamos a decir la verdad si todos somos unos mentirosos, unos hijos de puta y no valemos para nada? Le juro que siento que no somos seres humanos, que somos basura. ¿Qué opina usted, soy un ser humano o soy basura?.
Me miró esperando una respuesta, pero no pude contenerme la risa porque su rabia era tan violenta que invitaba a reír y hasta a llorar de risa. A continuación, me disculpé diciéndole:
—Un ser humano, por supuesto.
Al final acabo diciéndome:
—Las penas a veces nos hacen reír y a veces nos hacen llorar.
Se disculpó por haber descargado su rabia sobre mí, resaltando que había sido el primer cliente que se montaba después de volver de Tráfico.
Cuando se hubo calmado un poco, prosiguió.
—¿Sabe cuál es la causa de toda esta desgracia?
Le pregunté cuál era, y me contestó riéndose:
—Lo que pasó es que, mientras iba conduciendo, me llegó un mensaje. Era un chiste con el que me estaba partiendo de risa justo cuando pasaba por el control, ¡y pensaron que estaba hablando por el móvil! Fue un chiste lo que me metió en este lío.
—¿Y cuál era el chiste?
—Damos las gracias a todos los que votaron a favor en el referéndum, en especial a Umm Naima, que votó dos veces
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.
Los dos empezamos a reírnos a carcajadas.
Estaba de camino a Masr El Gedida, pues tenía una cita importante en el departamento de Servicios Sociales de las Fuerzas Armadas, para pedir un permiso con la intención de grabar frente a la tribuna
[35]
. La cita había sido concertada con mucha anterioridad. Como no quería retrasarme, salí pronto, con al menos media hora de antelación.
Cogí un taxi en Doqqi y tomamos el camino del puente de Sitta October, que, como de costumbre, estaba atascado, pero yo estaba totalmente convencido de que llegaríamos. Tardamos en llegar a Salah Salem más o menos lo que había calculado y al acercarnos al Recinto Ferial, la carretera estaba totalmente bloqueada. No le di mayor importancia, pero como la espera se alargaba y los minutos pasaban lentamente, empezamos a preguntar a los coches de alrededor qué ocurría. Nos contestaron que el presidente Mubarak salía. «Vale», pensé, «que llegue sano y salvo; un par de minutos más y el camino se habrá despejado».
Permanecimos sentados en el coche, que por arte de magia se había transformado en una simple roca en el medio del camino que ni el mismísimo Hércules habría podido apartar. Llevábamos esperando cerca de una hora cuando decidí pagarle al taxista la carrera y bajarme para continuar a pie, porque no había duda de que andar sería mejor que estar sentado. Nada más apearme, se me acercó un policía y me prohibió bajar.
—¿Y esto? —le pedí explicaciones.
—Está prohibido, señor. Tiene que permanecer en el coche.
—¿Pero cómo? Esto es una calle y quiero andar por ella.
—Que está prohibido, señor. Suba al coche.
Humillado, subí al coche y el taxista se rió de mí.
—¿Pero es que quería dejarme solo en este embrollo? —bromeó.
—Intentaba llegar a tiempo a mi cita.
—Ni cita ni nada. Esto es un señor atasco. Una vez estuve parado aquí cuatro horas sin moverme.
—¡¿Qué me dice?! ¡¿Cuatro horas?!
—Aquel día salí de aquí y fui a devolverle el coche a su dueño, le pagué todo lo que tenía encima y le dije que lo sentía y que el resto se lo daba mañana. Volví a casa y le juro que nos fuimos todos a la cama sin cenar. Mi mujer y mis hijos me estaban esperando para cenar, como todas las noches, pero volví con las manos vacías; mi esposa se puso a llorar y acostó a los niños. Me quedé asomado a la ventana escuchando el Corán para relajarme.
—Y hoy, ¿qué vas a hacer?
—Depende de usted y de si me recompensa por todas las horas que pasemos aquí —me soltó.
—¿Toda esta historia era para que yo te compense el día de hoy?
—No por Dios, lo que le he contado es cierto. Y si no quiere pagar más de lo que me ha dado, por mi no hay problema, pero al menos quédese y hágame compañía.
Estuvimos cerca de tres horas, durante las cuales me contó que al principio adoraba El Cairo, que luego le gustaba, que después empezó a tener sentimientos enfrentados, que pasó a odiarla y que ahora le repugnaba.
Al final me contó como unos veinte chistes, no menos de los que le contaría yo. Por desgracia, no puedo relatarlos porque uno solo bastaría para que me encarcelaran acusado de difamación. Aunque no entiendo por qué tendría que ir a prisión por culpa de unos chistes conocidos por la mayoría de los egipcios y por los que todos se ríen a diario.
Como, obviamente, no deseo que me encarcelen, baste decir que nos reímos mucho y que no acudí a mi cita.
Ese día dejé de ser tan confiado.
«
El Cairo, noticias
». A continuación, el locutor, obviamente después de los detalles sobre qué había hecho el presidente Mubarak a lo largo del día, nos obsequió con un incalculable número de accidentes y explosiones en todos los rincones del planeta: en Israel, Iraq, India, Pakistán y Filipinas.
—¿Por qué siguen insistiendo en que somos retrasados mentales, tontos y que aún estamos en la guardería? Desde que soy consciente, todo lo que ocurre son desgracias. Cada vez que ocurre una, nos inundan con otras similares pero de otros lugares.
»Si ocurre aquí un accidente de tren, de repente tenemos noticias sobre los accidentes de trenes que han ocurrido en el todo el mundo. La vez que se cayó el avión, o que lo derribaron, nos pusieron los accidentes aéreos de todo el mundo y parte del otro, incluso los de aviones fumigadores.
»Esta vez, después del atentado terrorista de Midan Tahrir, nos han estado poniendo los atentados de todos los rincones del mundo. Ayer oí que uno que iba andando por la calle en Estados Unidos cogió y le pegó un tiro a otro. Como ve es un suceso importantísimo. Mañana nos dirán que hay atentados terroristas en la Luna.
»Y luego está la presentadora del programa para niños, que nos habla con ese tono de
tomad un vaso de leche antes de acostaros
y anda dándonos consejos con voz de madre cariñosa, como si la gente todavía anduviera con pañales.
»Me gustaría saber si es que hay alguien que le haya contado al ministro de Información, a éste, al anterior y al anterior, que somos retrasados mentales o que todavía nos chupamos el dedo.
»Si es que no se rinden, siempre es la misma historia, llega un punto que uno ya no quiere ni oír la radio ni leer el periódico.
»Entre nosotros, ya estamos cansados de las noticias del presidente. En cada boletín de noticias que si el Presidente recibe a Fulano y llama a Mengano, y que no sé quién le llama al móvil. ¡A mí qué más me da a quién ha llamado o qué ha ido a inaugurar! Sin embargo, de las noticias que nos importan nunca dicen nada. Da asco. Por mí, el que quiera hacer la pelota que la haga, pero que hagan programas de radio en los que den noticias de verdad y otros en los que den noticias de coña y que lo llamen así. De esta forma, el Presidente podría escuchar las noticias de coña, condecorarlos y nosotros podríamos escuchar el resto de noticias.
»Me encantaría decirle al ministro de Información que somos cien veces más listos que él y que entendemos lo que ocurre mil veces mejor. Pero, ¿a dónde podría ir para decírselo?
»¿Qué opina? ¿Le envío un telegrama? ¿O es posible que me detengan si se lo envío?
»¡A mí qué más me da! Éste era nuestro país. Ahora es suyo, que hagan con él lo que les dé la gana, ¡a mí que me dejen con mi taxi!.
Hoy han publicado en los periódicos partidarios del Gobierno las fotografías de los candidatos que se han presentado a las elecciones presidenciales junto con una breve biografía de cada uno ellos.
—Nunca me había reído tanto como hoy. Cuando he visto el periódico y he visto las fotos de los que se presentan, me he muerto de risa. Se parecen a Ali Haksha y Susu Al Aarag. Es para morirse de risa, ponen a gente de la que nunca nadie ha oído hablar.
Y siguió diciendo:
—A éstos no los conoce ni su madre, ni siquiera a esa marioneta a la que siguen inflando para que se parezca a un globo y poder decir que el Sr. Globo también se presenta a las elecciones
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. ¿Sabe usted por qué ha entrado esta gente en este juego?
—¿Por qué?
—Sabe Dios si será verdad o no, pero dicen que no había nadie que realmente quisiera presentarse. No se trata más que de un juego del Gobierno. ¿Por qué se presentan? Porque el Gobierno quiere aparentar ante los norteamericanos que es un gobierno democrático, para que no les corten la ayuda y la economía no se derrumbe, por eso montan este teatro. Pero, ¿de dónde van a sacar los actores para que participen en la obra, si para empezar no tenemos actores de ese tipo que actúen en estas farsas? Es entonces cuando llega el turno del gran director, que ha dirigido muchas series y entiende de estas cosas, y dice que el gobierno financiará la propaganda de todos los candidatos. Claro, a los actores también les tienen que pagar. ¿Por qué va a cobrar sólo Yehya Al Fajrani?
Y continuó con su detallada explicación:
—Hay varios clientes que me han dado cifras, pero cada uno da una distinta. Uno me ha dicho que el Gobierno va a pagar a cada candidato un millón, y otro que tres cuartos de millón. Claro que de todo esto usarán nada más que un cuarto para la propaganda y el resto se lo guardarán en el bolsillo y sacarán tajada. Lo más gracioso me lo ha contado hoy uno y hemos estado riéndonos un buen rato: uno de los candidatos que se presenta contra Mubarak para sacar tajada, ha dicho que incluso él va a votar a Mubarak No me lo creía pero me juró que lo decía en serio
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. Es que las obras de teatro de Adel Imam ya no tienen tanto éxito, las prepara sólo para los árabes y la gente ya no va a verlas. Además, las películas de Heneidi están pasadas de moda, por eso pensaron «Vamos a hacer teatro este verano para que la gente se ría y no estén de morros».
Entonces, me preguntó:
—¿Ha visto usted las fotografías en el periódico de hoy?
—Sí, las he visto.
—¿Y no se ha reído?
—La verdad es que no conozco a ninguno de ellos, y eso sí que es algo de risa.
—A mí, para ser sincero, no me gusta Mubarak y había dicho que apoyaría a cualquiera que se presentara contra él en las elecciones, pero después de haber visto a los que se presentan he decidido que no, que Mubarak es el mejor. La cuestión es que no es que sea el mejor, sino que es el único al que se puede votar.
—O sea, que va a votar —deduje.
—No, no voy a votar a nadie, me refiero a quien vaya a hacerlo.
Las historias sobre taxistas engañados son abundantes. Relataré dos de ellas. La primera me la contaron cuando me subí al taxi en la
Cornish
del Nilo, frente a la Televisión, en dirección a El Munira. El camino más corto era atajando por Garden City, pero el taxista tenía la intención de tomar otro camino, aunque al final aceptó a regañadientes.
—¿Qué, tienes algo en contra de Garden City? ¿Eres del equipo del Zamalek o qué? —le pregunté.
—No, no soy de ningún equipo ni nada, en el fondo me da igual todo eso. Lo que ocurre es que no me gusta pasar por esa calle.