—¡Imposible!
—Con todo lo que le estoy contando y todavía no me cree. Le estoy diciendo que nos vamos a dormir y al levantarnos nos encontramos un ojo enorme dibujado en la pared. ¿Quién los pinta? ¿Mi madre? Los espíritus existen. No deje que su educación le engañe, y dé gracias a Dios de que su casa no esté embrujada.
Las calles de El Cairo, más o menos una hora antes de la oración del viernes, están casi vacías. Justo a esa maravillosa hora me dirigía a Madinat Al Rihab para visitar a un amigo. El taxista decidió coger la calle Salah Salem, pasando por Midan Abdin. Desde un lado de la plaza, apareció de repente un balón de fútbol por delante del coche y la tierra se tragó a un chaval que corría detrás del balón, sin prestar atención a nada más. Lo atropellamos y el muchacho salió volando al menos tres metros a causa del golpe. A continuación, siguió corriendo detrás del balón como si nada hubiese pasado.
Le pedí al taxista que se detuviera para asegurarnos de que el chico estaba bien, pero se negó y aceleró.
—Si ya ve que corre como un demonio.
—Deberíamos haberlo llevado al hospital, puede que ahora no sienta nada de lo que le ha pasado.
—Como que si le hubiera pasado algo estaría corriendo como un cervatillo. Ha sido un golpecito de nada y el Señor le ha salvado. Además, si hubiésemos ido al hospital habría sido un sin fin de preguntas y no habríamos acabado nunca. Esos van de víctimas y en realidad son ellos los que nos hacen la vida imposible. El ser humano no tiene ningún valor para ellos, no vale ni un duro. ¿Es que no ha visto lo que ocurrió en el transbordador?
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La gente murió en masa y el gobierno se quedó de brazos cruzados. El funeral fue muy tenso y perdone por la expresión, pero trataron a los muertos como a perros. ¿Sabe qué son en mi opinión las personas a ojos del gobierno?
—No.
—En Egipto, las personas son como polvo en una copa que tiene una fisura. La copa se puede romper con facilidad y el polvo llevárselo el viento. No podemos recogerlo, pero es que tampoco hay ganas de hacerlo, porque no es nada más que un poco de polvo que se lo ha llevado el viento. En este país las personas no son más que un poco de polvo en el aire, no tienen valor alguno. ¿Sabe? De los que murieron en el transbordador, a muchos todavía no les han emitido el certificado de defunción porque sus papeles se hundieron con ellos, los pobres. Son unos chapuceros, hacen las cosas de cualquier manera, este país es una vergüenza. Hasta del dinero que dijeron que les iban a dar hay muchos que aún no han recibido nada. Cuando dijeron que por cada muerto recibirían sesenta y seis mil libras, llegaron donaciones de todas partes. Del total de las donaciones de los del Golfo y de los hombres de negocios, a cada uno le correspondían 55.000 libras. ¿A dónde ha ido a parar todo ese dinero? Nadie lo sabe. Y las pobres familias, cuyos hijos han muerto, no pueden recibir el dinero. Y, claro, el dueño del barco ha huido al extranjero, para variar. Sabrá también que hay veinticuatro tripulantes del barco que han desaparecido y no hay rastro de ellos. Cuentan que el dueño del barco los ha ayudado a escapar para que no revelen secretos que podrían inculparlo y para que la aseguradora pague el dinero, porque si confesaran lo que pasó la compañía no pagaría nada. Qué catástrofe. He oído un rumor, sabe Dios si es cierto o no. No me gusta mucho decir «sabe Dios si es cierto o no», pero he oído todo eso de varias personas y no sé qué es cierto y qué es falso.
—¿Qué es lo que has oído?
—Que el transbordador llevaba quinientos pasajeros por encima de su capacidad. Pero nadie se atreve a decirlo. Esos que han escapado son los que lo saben todo.
—¿Y de dónde has sacado esa información?
—Hay uno de mi pueblo que perdió a su hijo en este accidente; trabajaba como albañil en Arabia Saudí. El pobre no sabe qué hacer y va y viene de Safaga a aquí sin parar. Nos contó lo que ocurrió allí: fue un desastre, un abuso y un sufrimiento. En este país nadie tiene derecho a coger lo que le corresponde. Al final, el pobre hombre no consiguió nada y ahora anda demandando al Gobierno, al dueño del barco y a toda esa gentuza. Además, ¿quiénes son los que han muerto en el transbordador? Los obreros que van a machacarse en Arabia Saudí y las pasan canutas por conseguir cuatro perras. El avión es caro para ellos, por lo que ahorran yendo en el transbordador. Unos cuantos obreros desgraciados, nada más, porque hoy día las catástrofes no les ocurren más que a los desgraciados. Van cayendo uno a uno; ya nos llegará el turno a nosotros ¿Y después de todo esto quiere que vaya al hospital por mi propia voluntad?
—¿Ha oído la historia del jugador del Ittihad? —preguntó el taxista.
Ante mi silencio, continuó:
—Sí, el Ittihad de Alejandría, ¿qué otro va a ser? El Ittihad iba de viaje a jugar un partido en la Copa de África, cuando en el aeropuerto descubrieron que uno de los jugadores había falsificado su pasaporte. A él lo detuvieron, pero el resto del equipo viajó. Llevo cuarenta años escuchando las noticias, y ésta es la primera vez que oigo que un jugador falsifique su propio pasaporte. Se falsifica un visado, un sello, ¿pero todo el pasaporte? Eso sí que es raro. Hace unos días, el cantante Tamer Hosni falsificó el certificado de la mili para conseguir un pasaporte. Justo después, también este cantante que se llama Hayzam
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hizo lo mismo para poder viajar. Al final consiguieron los pasaportes y los certificados falsos, pero el problema de Tamer es más grave.
—¿Por qué? —le pregunté.
—Porque han descubierto entre sus papeles que también falsificó el título de la Universidad. Parecía un profesional, pero el problema es que es una gran estrella y sus películas han tenido muchísimo éxito. ¿A que nunca en la vida ha oído que Muhammad Fawzi o que Abdel Halim hubieran falsificado sus pasaportes? ¿Y quién es el que va a defenderlos? El presidente del Zamalek. También la cantante Sherin
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falsificó el carné de identidad para que pusiera que era soltera, a pesar de haberse divorciado. Y hay muchos casos más. El tema de la falsificación en Egipto es tan normal como beber té, y eso es sólo la punta del iceberg. Uno al que llevé una vez me contó que hay muchísimas actrices que falsifican la fecha de nacimiento para que cuando se casen con uno del Golfo o de Arabia Saudí parezcan mucho más jovencitas; es un tipo de falsificación que te da muchísimos riales, o lo que es lo mismo, prostitución legal con contratos firmados. ¿Sabe usted de dónde viene el problema? —¿De dónde?
—El problema viene de que quien tiene un par de piastras se cree que puede hacer lo que quiera. El Estado ya no se hace respetar: con dinero cualquiera puede torear al Gobierno: se pueden falsificar pasaportes, cambiar los datos del carné de identidad, lo que sea… incluso si me retiran el permiso de conducción puedo hacer que me lo envíen inmediatamente a la puerta de mi casa. Todo se puede comprar. Cada vez que uno se mete en un lío, resulta que huye del país. ¿Cómo lo hace? Con dinero. Este mes Mamduh e Ihab Talaat
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, entre otros, han huido el país. Y no hablemos ya de los meses anteriores. Y después van y les cuentan a los niños en los colegios que los valores son más importantes que el dinero. Les hacen memorizar versos que hablan sobre los principios, sobre la poca importancia del dinero, sobre que la moral constituye la nación y es la base de las personas… No son más que palabras que por un oído les entran y por otro les salen, porque ven lo que ocurre a su alrededor. Mi hija todavía es joven, tiene dieciséis años. En nuestros tiempos, esos años eran los años del amor y los suspiros y nos sentábamos a escuchar a Umm Kulzum. Pero la muy puta dice: «Ni amor ni leches, yo lo que quiero es casarme con un rico. Que le quiera o no, no es importante; lo importante es que sea rico». Yo le digo: «No hay nada más bonito en este mundo que el amor. El amor es lo que nos da fuerzas para vivir, es el aire que respiramos y es lo que me hace aguantar a tu madre». Y me contesta que en este mundo no hay nada más bonito que el dinero.
Al montar en el taxi me sorprendió ver que el hombre que estaba sentado delante de mí, en el asiento del copiloto, estaba llorando en silencio. Era un gigante moreno y tenía un poblado bigote. La calma era tan densa como su bigote, la noche estaba ya por terminar y el único sonido audible era la respiración entrecortada del gigante que lloraba.
En nuestra sociedad, ver llorar a un hombre es un hecho insólito, y ver a un gigante
saídi
llorando es un hecho que habría que registrar en el
Libro Guinness de los Récords
.
El silencio se alargó durante un tiempo antes de que los dos hombres continuaran hablando y me contagiaran la tensión que surgía de las fluctuaciones de la corriente eléctrica que circulaba entre ellos.
La voz del gigante era temblorosa y la del taxista estaba cargada de aflicción, pues el diálogo que mantenían era de lo más triste. La historia comenzó a tener sentido a medida que empecé a unir gradualmente en mi cabeza las piezas del puzle; sin embargo, la imagen final no tomó forma hasta después de haber llegado a casa.
El gigante era un taxista de Alejandría que había venido ese día para ver a su hermano, que también era taxista, y pedirle dinero prestado, pero «de donde no hay no se puede sacar», como le contestó su hermano.
El gigante había sufrido en los últimos años tres operaciones quirúrgicas en la columna vertebral tras haber pasado mucho tiempo conduciendo taxis. La última había tenido lugar hacía cuatro meses y el médico le había prohibido conducir; de lo contrario, a su columna vertebral le ocurriría algo irremediable. A lo largo de los cuatro meses, el gigante vendió todo lo que poseía y pidió dinero prestado a todo el mundo que conocía hasta que salió del hospital y comenzó un largo proceso de rehabilitación. Explicó con sumo detalle los dolores insoportables de espalda, aunque su dignidad le impedía gritar, sobretodo en presencia de su mujer y sus hijos. Había jurado solemnemente que su mujer no trabajaría mientras a él le quedara un soplo de vida, pero cuando todos los medios de subsistencia hubieron desaparecido, su mujer no tuvo más remedio que trabajar como sirvienta para una bailarina retirada, cuya tacañería superaba a la del Sr. Grandet en la novela
Eugenia Grandet
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de mi amigo Honoré de Balzac.
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Ese día tenía que saldar la deuda de un cheque por la cantidad de mil libras que había pedido prestado antes de la operación. Sabía que si no devolvía dicha cantidad, las puertas de la cárcel eran muy anchas. ¿A quién más en el mundo podía recurrir sino era a su hermano?
Su hermano había sufrido la misma operación hacía tiempo, pero al menos todavía seguía trabajando como taxista. El problema residía en que el demonio, el ave fénix y su difunto amigo íntimo estaban mucho más a su alcance que la cantidad de mil libras. Encima estaba empezando a pagar los primeros plazos del frigorífico, cuya entrada había significado gastar lo que había estado ahorrando para renovar la licencia del taxi. Ni siquiera vendiendo a su mujer podría reunir tal cantidad.
Se trataba de una calmada conversación entre dos hermanos, y me transmitió la sensación de que el amor y la insolvencia los unía. Su conversación era tan trágica que parecía un melodrama, casi una película india. A medida que observaba, lo único que echaba en falta eran las canciones y los bailes indios o incluso los llantos de Amitabh Bachchan.
Durante toda la conversación no se percataron de mi mera presencia, como si yo no existiera o tuviera puesta una capa de invisibilidad. Ni siquiera cuando me bajé y pagué me miraron o me dirigieron la palabra.
Los dos estaban rezando, implorando el uno por el otro, con sendos rostros en dirección al cielo por si una puerta se abría y sus plegarias alcanzaban a Quien todo lo oye.
Primer Gorjeo
—Soy como un pez y el taxi es mi pecera. El pez va y viene, y la pecera es una pequeña prisión. Choca contra la ventanilla de este lado del coche y después choca contra la ventanilla del otro lado. Yo también, si estiro un brazo, me choco con la ventanilla de este lado, y si estiro el otro, con la ventanilla del otro lado. Es cierto que estoy dando vueltas todo el día, pero no veo más que lo que está dentro de este taxi, mis fronteras son las ventanillas de este coche. Cadena perpetua que acaba en la tumba.
Segundo Gorjeo
—Tengo la espalda entumecida por la forma de este asiento. Cuando intento estirarme por la noche, no puedo. Me duele la espalda cuando me estiro. El coche es viejo y está completamente agujereado y en verano el calor del motor me da en las piernas y en todo el cuerpo. Soy como quien prepara kebab frente a una parrilla. La diferencia es que él respira el dulce aroma de la carne y yo me trago el hedor de la gasolina quemada.
Estaba en Ataba e iba a las pirámides. Pensé en ir en metro hasta Giza y coger allí un taxi hasta las pirámides. Era julio, hacía un calor asfixiante y me había recorrido una a una las librerías de Azbakiyya, lo que antes se conocía como
el muro de Ezbekiya
, buscando un libro sobre la artesanía faraónica para regalárselo a mi mujer, pero no lo encontré. Cuando bajé a la estación de metro vi un cartel enorme en el que ponía: «
El Metro: un regalo de Mubarak para su pueblo
». Un buen regalo, además yo era el que se había acercado a Ezbekiya para ahorrarse unas piastras. «¿Por cuánto habrá conseguido Mubarak el metro y en qué mercadillo de Francia lo habrá comprado para regalárselo a su pueblo?», pensé.
Es algo irritante. El Gobierno lleva todo el año hablando sobre pluralismo político, democracia y sobre las primeras elecciones presidenciales con candidatos; al mismo tiempo un desconocido escribe en el Metro que el Presidente maneja el dinero de todo el país y que se lo gasta en regalos para un grupo que lo apoya y que se llama
su pueblo
. Son contradicciones que te sacan de quicio. Tenemos que tragarnos las píldoras de la imbecilidad para poder creernos todo lo que nos cuentan.
Ese cartel me puso de los nervios, especialmente porque el día anterior había visto otro que ponía:
«
Sí Noble Mubarak, Sí Ilustrísimo Señor Muhammad Hosni Mubarak. Tú que tienes el apoyo de Dios, Señor del universo y de Mahoma, su Profeta (Dios lo bendiga y salve), Tú el Hijo Más Puro del Linaje de tus antepasados Ali Ibn Abi Talib y Fátima Al Zahra la Virgen, y nuestro Señor Husein
», etc.